49: Verdades y mentiras (parte 5)

febrero 21, 2019


Llegó el temporal frío y con él, los largos paseos después de la cena se hicieron algo imposible. No obstante, Lucia no tuvo que preocuparse con qué hacer en su tiempo libre: descubrió la alegría de tejer para hacerle una bufanda a Damian.
Lucia esperó a Hugo en el dormitorio después de bañarse, pero Hugo no aparecía. Cada vez llegaba más tarde de lo ocupado que estaba y en ocasiones enviaba a una criada para decirle que no le esperase despierta.
Viendo que iba para largo, Lucia le pidió a la sirvienta que le trajera la cesta donde guardaba sus enseres de tejer y continuó su bufanda.
–¿Qué es eso?
Hugo había entrado en algún momento y la había estado observando un rato sin que ella se diese cuenta. Lucia guardó la lana pulcramente y contestó.
–Estoy tejiéndole una bufanda a Damian, se la quiero enviar.
Hugo no necesitaba una bufanda de lana. El frío no le afectaba ni en invierno, ni siquiera llevaba ropa de la época y mucho menos una bufanda para niños. Quizás hasta Damian tendría que hacer un esfuerzo para ponérsela. La joven había elegido un bordado blanco sobre un fondo rojo.
Hugo no apartó la mirada de donde Lucia había dejado la bufanda. Había alejado de un golpe al niño y al cachorro de zorro, pero a diferencia de lo que había pensado, su esposa no había vuelto a ser solo suya. No comprendía por qué tenía tantas cosas a las que prestar atención que no fuera él. Cada vez que le llegaba una carta se regocijaba durante días a pesar de que era su esposa antes de la madre del chico. Le disgustaba que colmase de atención a Damian, pero no sabía cómo expresarlo y, al final, terminaba enfurruñándose en silencio. Ni siquiera le había dicho que tenía otro nombre. Él le había contado su secreto, pero ella… ¿Por qué Damian sí lo sabía y él no? ¿Por qué era mejor él?
–¿Aprendiste de niña?
Últimamente, Hugo aprovechaba cada oportunidad que se le presentaba para sonsacarle información de su infancia, quería que le dijera su otro nombre, pero no quería preguntarle directamente. Sentía que si ella se lo decía voluntariamente sería una prueba de que le había abierto su corazón.
–Sí, por eso no se me da muy bien. Aprendí mirando a mi madre.
–Me habías dicho que de pequeña vivías con tu madre, ¿no?
–Sí, hasta que entré a palacio.
–Entonces, tu madre… ¿Cómo…? – Hugo vaciló momentáneamente. – ¿Cómo… te solía llamar?  – No estaba haciendo trampas, no le había preguntado estrictamente cuál era su otro nombre.
–No solía llamarme por mi nombre, sino cosas como “cariño mío”, “mi niña” y demás.
Lucia pensaba que Hugo, que desconocía el amor maternal, debía sentir curiosidad sobre ello.
Hugo suspiró. Su pregunta indirecta había vuelto a fallar un día más.
–Ah, quería confirmar una cosa contigo. No has olvidado lo que me prometiste, ¿no? Eso de que no ibas a interferir con lo de la fiesta.
–No.
–¿De verdad?
–Claro. – Respondió Hugo con total seguridad.
No tenía ningún cargo de conciencia. Reunir a sus vasallos y aconsejarles que controlasen a los suyos con más esmero era una de sus responsabilidades.
Como no hubo ni un atisbo de duda, Lucia le creyó. Su marido era, desde luego, muchísimo más fidedigno que la Condesa de Wales.
–Es que me ha llegado un rumor.
–¿Cuál?
–Que has tirado por tierra los negocios de la condesa por lo de la fiesta. Pero es imposible. Tú sabes distinguir el trabajo de lo personal.
–…Claro.
Hugo no tenía ningún cargo de conciencia, en absoluto. La investigación del envenenamiento era un asunto oficial, que el dueño principal fuera el Conde de Wales había sido pura coincidencia. Aun así, vaciló y Lucia vio su expresión.

Poco después de aquel momento, se levantó la prohibición de actividad del negocio de los condes de Wales. A pesar de que la multa no se modificó, ser capaz de trabajar antes de Fin de Año era suficiente regalo.
Consecuentemente, empezó a correr el rumor de que la duquesa era quien llevaba los pantalones.

*         *        *        *        *

–El marqués de Deling ha enviado una queja, Su Alteza.
Kwiz chasqueó la lengua y escaneó el documento que le entregó su vasallo con la mirada. Básicamente, aquel marqués solicitaba permiso para castigar al caballero Krotin que había insultado su honor.
Unos cuántos soldados de Deling habían aplacado a Roy que los había molido a palos.
–¿Por qué tienen tanto que decir ese grupo de cobardes que atacan en grupo? ¿Qué honor tiene?
El sirviente no conseguía acostumbrarse a que el príncipe heredero hablase de esa manera. No obstante, controló su expresión facial y continuó:
–Lo que les molestó fueron los comentarios del señor Krotin.
–Bueno, no creo que sea con él con quien quieren pelea.
El marqués de Deling era uno de los cabecillas de la oposición contra el príncipe heredero. Eliminar a Krotin de su lado sería muy beneficioso para su propósito: podrían conseguir agrietar la estricta vigilancia del príncipe y sus defensas, algo inhóspito dado que sus guardias pertenecían al duque de Taran.
Kwiz giró la cabeza para mirar a Roy que estaba a su lado de pie. Aunque el caballero sabía a la perfección de qué estaban hablando, continuaba igual de inexpresivo como si oyera llover.
–¿Por qué cojones te pusiste a hablarles así? Ya los habías reventado, señor Krotin.
–¿Disculpe?
–Dicen que los llamaste “perros del marqués”.
–Yo no dije eso. Dije que eran unos perros que se dedicaban a besarle el culo al marqués.
Kwiz gruñó.
–¿No es precisamente por eso que te atacaron? Porque insultaste al marqués.
–No veo dónde está el insulto. Sólo dije la verdad. Un caballero es el perro de su señor. Su deber es obedecer y mover la colita cuando hace falta.
Todos los presentes se sorprendieron.
–¿Un caballero es el perro de su señor? ¿Eso también se te aplica a ti?
–Oh, claro. Soy el perro de mi señor. Si me pide que ladre, yo ladro.
Kwiz estalló en sonoras carcajadas dando golpecitos sobre la mesa.
–¿Lo has oído? – Le dijo Kwiz al hombre que tenía al lado. – Escribe bien clarito que el señor Krotin no ha insultado a nadie y rechaza la queja.
–…Sí.
–Qué envidia le tengo al duque de Taran. Anda que tener un caballero tan leal. – Kwiz miró inquisitivamente a sus caballeros. – Pero el duque se ha encerrado en el norte y no tiene ninguna intención de venir a la Capital. Pensaba que nos visitaría alguna vez…
Ya había pasado casi un año desde el enlace del duque de Taran y a Kwiz le fascinaba cómo aquella princesita que se había criado en palacio era capaz de aguantar tan bien en el norte. Creía que la joven no sería capaz de soportar la frustración y que acabaría regresando a la Capital. Sabía que la princesa Vivian no poseía una belleza descomunal y, sin embargo, dudaba de si poder creerse aquellos testimonios. ¿Tan hermosa era que el duque la quería sólo para él? ¿O acaso era su tipo? Siendo conocedor del historial de su amigo, el príncipe heredero notó que había algo raro.
Trató de investigar a aquella nueva duquesa con poco éxito, pero descubrió que se escabullía de palacio disfrazada de criada. Al final, terminó abandonando la investigación porque, al fin y al cabo, cuando viniera a la Capital de visita conocería a esta hermanita de la que guardaba tan buena impresión.

*         *        *        *        *

Fabian estaba hasta arriba de trabajo como siempre. En la Capital no había día que no ocurriese algo nuevo y su trabajo era recopilar toda la información posible.
–Oh, esto es nuevo. ¿Un círculo para invocar al demonio del castillo de los Taran?
Fabian escudriñó cada rincón y apuntó todos los rumores que pudo para su señor, estudió los informes de sus hombres y, entonces, se le desencajó el rostro al toparse con el de una novelista.
Fabian ordenó a sus hombres que mantuvieran un ojo en Norman, la única conocida de la princesa ya que podría convertirse en alguien capaz de dañar a la nueva duquesa usando su relación.
–¿Para qué ha ido allí la condesa de Falcon? Y más de una vez…
Según el informe la condesa había ido a visitar a aquella novelista porque era una admiradora de sus obras, pero a Fabian se le antojó extraño. La condesa de Falcon siempre le había dejado un gusto amargo en la boca y no sólo porque sus tres matrimonios hubiesen terminado con tres maridos muertos, a veces simplemente no te gusta una persona.
Fabian decidió informar al duque de la situación. Sabía que su señor no pretendía ser un recién casado. Después de todo, jamás había compartido lecho con la misma mujer durante tanto tiempo. El duque no era un mujeriego, simplemente satisfacía sus deseos y nunca había sentido nada por ninguna de las mujeres con las que se había acostado. Ver que hasta un hombre como aquel era capaz de decantarse por una sola, le sorprendió.
–Nunca te vas a dormir sin haber aprendido algo.

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1 comentarios

  1. Muchísimas gracias por actualizar estuvo lleno de un montón de amor del duque n_n

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