82: El descubrimiento (5)

mayo 26, 2019


De niña, Lucia siempre bombardeaba a su madre con preguntas sobre por qué no tenía padre y cada vez que su madre lloraba, se disculpaba, la abrazaba y lloraba con ella, le aseguraba: “yo también quiero ver a mi padre, por eso lloro. No me has hecho nada malo, cariño mío”. Seguramente se sentía culpable por haber huido de casa demasiado joven y haber alumbrado a una bastarda, por eso nunca intentó ponerse en contacto con los suyos. Y seguramente fuese porque sabía cómo debían estar en su casa que decidió entregar a su niña a la familia real. Además, Lucia comprendía que no le hubiese gustado tener que explicar su propia tragedia de madre fugitiva y soltera.

–¿No quieres conocerle?
–Sí, pero no lo sé. ¿Cómo me habrá encontrado?
–Si es tu abuelo, conoce a tu madre. Te debes parecer a ella.
–No, mi madre era mucho más hermosa.
–Eso es imposible, tú lo eres más.
Lucia quitó la cabeza que había enterrado en su pecho.
–¿Cómo lo sabes? No la has visto.
–No necesito verla para saberlo.
Lucia esbozó una leve sonrisa, entonces, volvió a dejarse caer en su pecho.
–Piénsatelo. Buscaré la manera de que podáis hablar. Cuando te decidas, dímelo. Si no quieres verle, me aseguraré de que no haya manera de que os volváis a encontrar, pero si quieres verle, lo haré posible.
–…Vale.
Lucia levantó la vista para mirarle. Lo contempló sin pronunciar palabra. Era un marido muy atento y estaba encantada de tenerle a su lado. Saber que había alguien en quien podía apoyarse en tiempos difíciles le abrumaba. Los ojos de su esposo eran tan cariñosos… La hacía feliz. Le amaba. Amaba a Hugh y se preguntó qué cara pondría si se lo decía. No obstante, temía echar a perder todo lo que tenía. No podía vivir sin él.  Era como el agua para las plantas, sin él acabaría marchita en algún invernadero. Quería que supiera lo que sentía, quería confesárselo todo. Tal vez él también la amase… O quizás eran sólo sueños suyos. Si algo tenía claro es que no iba jugársela. No pensaba gritar a los cuatro vientos lo que pensaba como Norman le había aconsejado, porque perder la apuesta significaba perder su corazón.
–¿He vuelto a hacer algo que no debía, Vivian? – Le preguntó Hugo con el ceño fruncido de repente.
Lucia se sorprendió y se percató de que estaba llorando.
–…Estaba pensando en mi madre. Creo que estoy un poco sensible.
Verla llorar incomodaba a Hugo. Le revolvía el estómago, nunca había sentido nada igual.
–¿Puedes ir a la fiesta?
–Sí, no te preocupes. No haré nada que no deba.
–Eso me da igual. Si es duro, no hace falta que lo hagas. No tienes que hacerlo si no te apetece. Ya me ocupo yo del resto.
–No me mimes demasiado. ¿Y si acabo volviéndome incapaz de hacer nada sin ti? – A Hugo no le pareció buena idea. – Por favor.
Lucia cogió aire, se tragó los “te quieros” que tenía en la punta de la lengua y Hugo, que la contemplaba, tuvo el presentimiento de estar perdiéndose una parte importante.
–Vivian.
–¿Sí?
Alguien llamó a la puerta, disipando el ambiente de que había algo más que no le estaba diciendo.
–¡¿Ahora qué?! – Hugo estaba realmente molesto.
El mismo criado de antes entró con cautela.
–Su Majestad me ha enviado a preguntar cuándo os falta.
–¡Ya! – Rugió. Recapacitó, cogió aire y siseó. – …Ve y diles que ya vamos.
Lucia se arregló el maquillaje antes de salir de la salita. Por el camino estuvo atenta a todos los nobles de cierta edad, pero ninguno era suficientemente mayor para ser su abuelo. Puede que durante la velada la duquesa sonriese y hablase desenfadadamente de temas superfluos, sin embargo, su mente estaba en otra parte. A veces, Hugo le apretaba suavemente la cintura o le acariciaba la espalda para sacarla de su ensimismamiento sin criticarla en ningún momento.
–¿Estás bien? – Preguntó claramente preocupado. – ¿Quieres que nos vayamos?
–Estoy bien. – Afirmó ella con seguridad.
Lucia volvió a ir a la salita llegados a cierto punto de la noche, cuando decidió volver cruzó miradas con un anciano que se dio la vuelta y salió a paso ligero.
Siempre había pensado que su abuelo no significaría nada para ella, al igual que su difunto padre. No obstante, ver a ese anciano le provocaba un nudo en el estómago y una opresión en el pecho. Se le secaba la garganta y tuvo que coger aire. Si no fuera por lo que había vivido en su sueño, rompería a llorar.
En ese momento, se le acercó una noble y tuvo que sosegarse.

*         *        *        *        *

Lucia se sumergió completamente en el placer de los mimos después de una sesión de pasión carnal.
–Quiero conocer a mi abuelo.
–Vale.
Hugo respondió sin hacer preguntas, algo que ella agradeció. Le había rodeado la espalda con su brazo y la estrujó. La firmeza de su agarre consiguió que todo su nerviosismo se esfumase.
–Y… me gustaría no ir mañana a la fiesta.
Al día siguiente se celebraba un baile de máscaras. Llevaba asistiendo a las celebraciones de la coronación dos días consecutivos y estaba exhausta. Conocer a desconocidos era agotador.
–Como quieras.
–¿De verdad? – Ya se esperaba que accediese, pero no tan rápido. – Es la coronación…
–Aparte del primer día, el resto son fiestas para que los nobles se lo pasen bien. No hace falta que vaya todo el mundo. Desde ahora en adelante, si no te apetece hacer algo, no lo hagas.
–¿…Puedo quedarme en casa y no ir?
–Claro.
De hecho, era lo que Hugo deseaba. Nada le haría más feliz.
–Si no te gustan las actividades sociales, no las hagas. – Dijo mientras le besaba la frente.
Hugo sabía que a su esposa no le apasionaban las quedadas o sociabilizar, prefería una vida simple que a cualquier otro le aburriría y él le gustaba su introversión. La idea de que su mujer fuese a bailes a reírse a carcajadas con otros hombres le disgustaba.
–Pero, entonces…
–Los rumores me dan igual. ¿ qué quieres hacer?
–Las fiestas de té no me desgradan, pero en los bailes hay demasiada gente…
–Pero en las fiestas del té hay más peleas.
–¿Y quién se va a pelar conmigo?
–Si alguien lo hace, dímelo. No te lo guardes.
–¿…Me estás diciendo que si pasa algo tengo que ir a chivarme a ti?
–Ya les regañaré yo en tu lugar.
Lucia estalló en carcajadas. Hugo le besó la cara entera. Ella sacudió la cabeza sin parar de quejarse de que le hacía cosquillas, pero él la ignoró y continuó dándole besitos.
–Bueno, mañana le diré a Antoine que no me harán falta sus servicios.
Hugo recordó que tenía que enviar a alguien a la tienda de Antoine para decirle que no hacía falta que volviese a presentarse en su mansión. Por su culpa había estado con los nervios a flor de piel.
–Me había dicho que el de mañana iba a ser un vestido rojo muy apasionado a juego con el collar de diamantes que me regalaste. En realidad, tengo un poco de curiosidad…
–Bueno, me has dicho que mañana no vas a ir. – Nada le horrorizaba más que el adjetivo “apasionado”. Temeroso de que su esposa pudiese cambiar de opinión, se le puso encima, atrapándola y confirmó sus ganas de asistir.
Lucia se lo quedó mirando atónita. ¿Quería volver a…? Continuó escudriñándolo con la mirada mientras él deslizaba la mano por su abdomen, le acariciaba la zona entre las piernas y le metía los dedos.
–Sigues tierna. – Lucia se ruborizó. – Te la voy a meter.
–¿Qué?
Hugo le separó los muslos y la penetró sin avisar.
–¡Ah…!
Era enorme.
–¿Te duele?
–Un… poco.
Su marido salió y volvió a entrar en ella otra vez provocándole una oleada de placer.
–¡Me haces daño! – Exclamó pegándole en el brazo.
–Espera.
Lucia le miró con incredulidad. A veces era lo más tierno del mundo y otras era un tirano. Hugo soltó una risita viendo lo enfadada que estaba. Hacerla cambiar de emoción era divertidísimo. Volvió a penetrarla con vigor y ella frunció el ceño y gimió. Debía dolerle un poco. La estimuló con los dedos un poco más hasta que dejó de poner mala cara y se apoderó de su cuerpo.
Ah, cómo anhelaba volver al Norte donde podía olvidar el curso del tiempo en su castillo sin que nadie les viniera a molestar. Hugo no podía adivinar qué pasaría con su familia materna. ¿Y si empezaba a depender más de ellos que de él? No podía dejar que se enterase de lo inquieto que estaba.

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