83: Recuerdos de mamá (1)

mayo 28, 2019


Le pareció escuchar su voz y que algo la toqueteaba. Le hacía cosquillas, pero también impedía que volviese a dormir, así que intentó apartarlo de un empujón. Entonces, unos labios le besaron la mano y los dedos.
–¿Hugh…? – Llamó Lucia con los ojos entrecerrados por el sueño.
Sus ojos se acostumbraron a la claridad de la habitación y supieron distinguir la figura arreglada de su esposo.
–Ya es por la tarde. – La anunció sonriente. – Es hora de levantarse. – Le indicó besándole los labios.
–Es culpa tuya… – La joven sólo había conseguido conciliar el sueño al alba por culpa de la reticencia de su marido a soltarla. – Quiero dormir un ratito más.
–Tienes que levantarte para ir a ver a tu abuelo. Llegará dentro de dos horas.
Lucia abrió los ojos como platos. Se le pasó el sueño de repente.
–¿Quién dices que viene? ¿Mi abuelo?
–Me dijiste que querías verle. ¿Ya no?
–Ah… No, pero… ¿Cómo le has llamado?
–Le ordené a la criada de ayer que fuese a preguntarle dónde vivía.
 –Pero todavía no estoy-…
–Es mejor si lo ves antes de que le des más vueltas a la cabeza. ¿Por qué quieres verle?
–Tengo curiosidad por saber qué clase de persona era el padre de mi madre. Además, creo que tiene que saber qué le ha pasado a mi madre.
–Pues a por ello. Déjate de preocupaciones.
Lucia se sorprendió. Hugo tenía razón, cuánto más tiempo pasase, más se preocuparía. Le fascinó que el duque fuese capaz de entender algo así. Poco después de casarse la asombró con su liderazgo y decisión, era el tipo de hombre que no perdía el tiempo. ¿Se arrepentiría alguna vez de algo? ¿Le preocuparía algo?
Hugo vivía en un estado de preocupación constante últimamente, pero ella no tenía manera de saberlo.

*         *        *        *        *

Jerome escoltó al anciano por órdenes de su señor. Hugo le había mandado ser prudente: todavía no estaba decidido qué tipo de relación mantendrían después de que conociese a su mujer. No eran pocas las hienas que se arrastrarían a sus pies cuando se enterasen que una de los suyos se había casado con un duque. Hugo no sentía nada por la familia materna de Lucia. Si así lo deseaba ella, los trataría con el mayor de los respetos, pero eso sería todo.
Lucia aguardó la llegada de su abuelo en la salita. Estaba nerviosísima. Hugo la rodeaba con un brazo para transmitirle su apoyo, pero no mejoraba. La muchacha no había podido salir a recibir personalmente al padre de su madre para no dar la impresión de que se le consideraba más importante que cualquier otro invitado.
La puerta se abrió. El conde se quedó de piedra en la entrada de la estancia al ver a Lucia durante unos instantes, y entonces, anduvo lentamente hasta ella. El tío que había conocido en sus sueños y su madre eran el vivo retrato del anciano.
–Siéntese. – Ordenó Hugo cuando la pareja de familiares se quedó absortos estudiándose con la mirada. – Tú también. ¿Os dejo a solas?
Lucia sacudió la cabeza y le agarró la mano, cogió aire y dijo:
–Soy Vivian. Encantada de conocerte… abuelo.
El conde se estremeció. Se la miró con pena, abrió y cerró la boca varias veces sin decir nada y, entonces, dijo:
–¿…Amanda?
Su nieta y su hija eran como dos gotas de agua, pero no ver a Amanda en la sala cuando entró le desesperó. No podía perder la esperanza, así que decidió pensar que su niña no había podido venir al encuentro por asuntos personales.
Lucia notó un calor en el pecho. El anciano que tenía ante ella era un padre que añoraba a su hija. ¿Quién sabe cuánto había anhelado ver a su padre por última vez su madre?
–…Falleció.
El rostro de su abuelo pasó por toda una serie de cambios de emociones: sorpresa, incredulidad, enfado, pena y desesperación. Todo en un par de segundos. El conde se llevó las manos a la cara y rompió a llorar desconsoladamente acompañado de Lucia, que empatizó con su dolor escondiendo sus lágrimas en el pecho de Hugo.

Abuelo y nieta no tenían nada de lo que hablar en su primer encuentro. Se saludaron con torpeza y entablaron una conversación fácil partiendo de Amanda. El padre recordaba a su hija y la hija recordaba a su madre. Hablaron de las diferencias y los puntos en común hasta llegando a reír en algún momento.
–¿Buscas el collar? – Preguntó Lucia.
–¿…Lo tienes? – El Conde se sorprendió menos de lo que la duquesa esperaba.
Su madre había huido con uno de los colgantes que eran una reliquia familiar de los Baden desde hacía generaciones.
–Ya no.
De niña, Lucia se cayó de un árbol y se hirió de gravedad. Su madre usó el colgante como aval para poder pagar el tratamiento de su hija, sin embargo, no logró reunir el pago en la fecha indicada y lo perdió. Desde aquel momento, Lucia pilló a su madre mirando con anhelo el collar en el mostrador de la tienda de empeños. Su mente infantil decidió comprárselo cuando fuera mayor, pero tras su muerte había olvidado por completo su existencia.
La reacción de su abuelo al escuchar la historia fue completamente opuesta a la de su tío que se escandalizó. El anciano sonrió con amargura y sacudió la cabeza para rechazar la idea de Lucia de ir a buscarlo por los mercadillos.
–No hace falta que lo busques. Si le sirvió a tu madre para algo, ya me sirve.
–¿No era una reliquia familiar?
–¿Eso te dijo tu madre?
–Sí. – Afirmó Lucia a pesar de que había sido su tío.
–No lo es, sólo era un trasto viejo.
Existía una leyenda relacionada con el colgante que las mujeres de la familia habían guardado celosamente todo este tiempo. En su juventud el conde había sido uno de los fieles creyentes de la leyenda, pero, tras perder a su familia, a su mujer y a su hija… ¿De qué le servía aferrarse a un cuento de hadas?
–No servía para nada.
El conde había llegado a la Capital en un intento de evitar el colapso de su mansión, había pedido un favor por primera vez en su vida, pero ahora que sabía que su hija ya no estaba en el mundo, todo era fútil. Todos aquellos años ignorando la muerte de su hija eran una pérdida de tiempo. ¿Para qué había estado viviendo? Todo había sido en vano.
–Estás preciosa. Me alegra que hayas crecido tanto y tan bien.
El conde se consoló con el rastro que había dejado atrás su hija. Aunque tarde, sería capaz de escuchar anécdotas sobre su niña y ver a su nieta. Lo sentía mucho por su padre, pero estaba agotado. Necesitaba descansar. Aquí acababa todo. Olvidaría su plan de pedirle dinero a su amigo y dejaría de luchar por la mansión y su título. Vender un título era ilegal, pero en el mercado negro era un suceso recurrente y a precio razonable. No deseaba pasarles su carga a sus dos hijos, no, conseguiría suficiente dinero para que ambos pudieran acabar sus vidas tranquilamente y lo terminaría todo.
–Creo que es hora de que me vaya. – Anunció mientras se levantaba.
–¿A dónde vas? – Lucia se levantó por inercia, sorprendida. – Podrías quedarte a cenar…
–No hace falta. He quedado esta noche. Volveré a venir. Ahora que nos conocemos podemos quedar cualquier día, ¿no?
–…Sí.
A Lucia se le llenaron los ojos de lágrimas cuando vio al anciano darse la vuelta y dirigirse a la salida. Tan sólo habían intercambiado unas palabras, pero no parecía un desconocido. Era como si lo conociese desde hacía muchísimo tiempo.
–Voy a acompañarle a la salida, ahora vuelvo. – Le susurró al oído Hugo mientras la abrazaba.
Lucia asintió con la cabeza, se secó las lágrimas y le vio marchar sumamente agradecida de que se hubiese quedado con ella.

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