84: Recuerdos de mamá (2)

mayo 28, 2019


Hugo alcanzó al conde ya en la salida.
–Le llevo a casa.
–No, no hace falta, hace buen tiempo. Iré dando un paseo.
–Me gustaría hablarle de algo.
El conde estudió con la mirada al imponente duque. Los Baden era una familia de ascendencia militar, por lo que no eran hombres menudos, pero aquel duque era monstruoso. No había noble en Xenon que no hubiese oído hablar de los Taran, sobretodo en el sur donde la acechaba la amenaza de guerra. El anciano se alegraba de que su nieta hubiese acabado con un buen hombre. La actitud del duque con Lucia en la coronación y en la salita le complació. Aquel hombre estaba cuidando de la muchacha de corazón y le contentaba que la chiquilla estuviese feliz.
El conde aceptó la invitación de Hugo y se subió al carruaje con él.
–¿Hasta cuándo se estará en la capital? Le prepararé un sitio para hospedarse.
–No hará falta que lo haga, señor duque, tengo un buen amigo. No me preocupa tener un techo.
–Déjese de formalidades, es mayor que yo.
El conde sonrió con amargura.
–¿Qué clase de abuelo que no ha visto en su vida a su nieta puede llegar y pretender que se le trate con respeto? ¿Con qué decencia? Con saber que está bien de vez en cuando me basta.
Hugo miró al anciano extrañado. ¿Acaso esa familia no conocía la codicia? El hombre era de naturaleza buena.
–¿Planea mudarse a la capital?
Hugo ofreció algo impropio de él: le estaba dejado saber que se declaraba un apoyo de los Baden. Cualquier casa con la fuerza de los Taran podía resurgir de entre las cenizas en cuestión de días.
–Agradezco la oferta, pero hay que saber vivir con lo que se tiene. Mis niños no sabrían manejarlo.
El conde lo rechazó sin vacilar. No sobreestimaba a sus propios hijos que habían vivido como nobles sólo por nombre: el mayor era demasiado estricto y el segundo demasiado cerrado de mente, ninguno poseía la habilidad necesaria para enzarzarse en juegos de poder.
–Entonces, ¿hay algo con que le pueda ayudar? Hágamelo saber si es así.
–Puede que no haya conseguido ningún mérito en la vida, pero tengo la conciencia tranquila. No me atrevería a cometer una atrocidad como pedirle dinero a la nieta que acabo de conocer.
–No se enterará.
–Gracias por cuidar de la chiquilla. – El conde soltó una carcajada.
Aquella fue la primera vez que alguien miraba a Hugo como un adulto mira a un niño. Hasta el momento había vivido arrogantemente, sin que nadie estuviese por encima de él y, para su sorpresa, no le disgustó la experiencia.
–…Es mi mujer, obviamente tengo que cuidarla.
–Yo no pude hacer lo que para ti es tan obvio. Espero que no cometas el mismo error que yo y pierdas a un ser querido. Ámala y cuídala durante mucho tiempo; hazla feliz. Es todo lo que este viejo te pide. – El conde la amaba desde antes de enterarse de que eran familia. La sonrisa de aquella joven era una réplica exacta de la de su hija. Era encantadora y se lamentaba por no haber podido verla crecer. – ¿Me harías ese favor?
Hugo sintió una punzada en el corazón. Fue extraño.
–Se lo prometo. La amaré… y la haré feliz.
Lucia llevaba siendo su mujer mucho tiempo, pero no fue hasta que aquel anciano asintió que Hugo sintió que su relación había sido aceptaba. Fue un alivio, tenía un nuevo aliado.
Hugo hizo prometer al conde que le avisaría antes de marcharse de la capital, era consciente que su mujer quedaría desconsolada si le perdía ahora que por fin le había conocido.

–¿Qué vas a hacer? – Le preguntó Hugo a Lucia en cuanto llegó a la mansión. – Si quieres ayudar a la familia de tu madre, lo haré posible.
Lucia reflexionó unos instantes y sacudió la cabeza.
–Mis familiares no sabrían lidiar con estar emparentados con los Taran. Se meterían en líos y te traerían loco.
A Hugo le fascinó que tanto la nieta como el anciano pensasen exactamente igual a pesar de acabarse de conocer. Era impresionante lo que la misma sangre podía hacer.
–No me importaría.
–A mí sí. No quiero imponerme.
–¿Imponerte? ¿Qué dices? – Frunció el ceño.
Lucia le rodeó la cintura con los brazos y apoyó la cabeza en su pecho, le miró y sonrió.
–No quiero que se sepa que son familia mía. Tiene problemas de dinero, ¿me podrías echar una manita con eso? ¿Puedes?
–Claro. – Respondió él de mala gana.
No le gustaba que hubiese dicho que no quería imponerse. Cuando hacía pucheros era adorable y Lucia estaba encantada con ver ese lado que sólo conocía ella. Durante las fiestas de coronación a Lucia le había desconcertado su frialdad, pero viendo que el resto no se inmutaba se dio cuenta de que así era como actuaba normalmente. Así había sido el duque de Taran de su sueño y hasta que había decidido casarse con él. Estaba tan acostumbrada a verle sonreír, ser apasionado o cariñoso con ella que había olvidado por completo su comportamiento frente a los demás. Todo lo que para ella era habitual, era un lado que sólo le mostraba a ella.
–Creo que nunca te lo había dicho.
–¿El qué?
–Gracias por casarte conmigo.
Lucia lo dijo sin pensárselo mucho, pero le conmovió descubrir que los ojos carmesíes de su marido rebosaban emoción.
Hugo la rodeó por la espalda y la cogió en brazos para poder mirarla directamente a los ojos.
–¿Lo dices en serio?
–Por supuesto.
–Demuéstralo.
–¿Cómo?
–Imponte. También puedes darme problemas en los que tenga que intervenir.
–¿…Y eso qué tiene que ver con demostrarlo? Oye, ¿pero a dónde vas?
Hugo había empezado a andar como si nada con ella en brazos mientras hablaba. Los criados se estremecían a su paso y apartaban la vista.
–Ya cenaremos después.
–¡Serás…!
Hugo besó a su sonrojada mujercita. Era adorable. Cada vez se ponía más roja.

*         *        *        *        *

Pocos días después de su primer encuentro, su abuelo le envió una carta informándole de que iba a regresar al sur, así que Lucia respondió invitándole a comer.
La joven se sentía muchísimo más cómoda el segundo día, como si se hubiesen conocido de toda la vida. Dudaba que fuese por estar relacionados por sangre, porque con su padre no sentía ni rencor. Ahora estaba segura de que habría sido muchísimo más feliz si su madre la hubiese enviado con su familia en lugar de a palacio.
–¿Tengo un sobrino?
Durante la comida Lucia aprendió mucho de sus parientes. Sus dos tíos estaban casados: el mayor tenía dos hijas mayores que ella, una era hasta madre, y el segundo dos hijos. De repente, Lucia se había convertido en tía y prima. En su sueño recordaba haber oído algo sobre los dos hijos de su tío, pero no tuvo oportunidad de conocerlos.
–Creo que el niño dio sus primeros pasos hace poco. Debe estar enorme. Los niños crecen tan deprisa…
Continuaron con la conversación y el anciano le prometió que le enviaría cartas de vez en cuando.
–Siento no poder prometer ir a verte, abuelo. – La muchacha se sentía culpable por no ser capaz de hacer nada más que conseguir ayuda financiera de su esposo.
–No te habría dejado venir de todas formas. No pienso decirles nada de ti ni de tu madre a tus tíos. No quiero que alberguen falsas esperanzas. Aunque no tenemos mucho, somos felices. Mis nueras son encantadoras y me gustaría que todo siguiera igual. Espero que sepas entenderme y no te siente mal. – Añadió el anciano.
–No, abuelo. ¿Por qué me iba a sentar mal? – Lucia comprendió las intenciones de su abuelo: no quería molestar a su nieta. – ¿Cuándo te vas?
–Hoy mismo, después de despedirme de mi amigo.
El conde se había percatado de la precaria situación económica de su amigo que había heredero las tierras de su título además de una deuda. Fue un alivio no haberle pedido ayuda.
–¿Te vas después de comer? ¿Por qué tanta prisa? Podrías quedarte un poco más.
–Tus tíos deben estar preocupados de que me pase tanto tiempo aquí. La capital es demasiado ajetreada para un viejo como yo. No te preocupes por el viaje, iré por un portal gracias a tu marido.
Lucia sonrió y su abuelo se encogió de hombros.
–Ven cuando quieras. No estamos tan lejos.
–Sí, sí. Ahora no me eches cuando venga demasiado.
–¿Cómo iba a hacerlo?
El conde se levantó del asiento.
–Tu marido y tú tenéis una buena relación. Es un buen hombre, se preocupa mucho por ti. Me quedo tranquilo.
–Sí, lo es.
Escuchar halagos hacia su marido enorgulleció a Lucia.
–¿Puedo darte un abrazo?
–Eso iba a preguntar yo.
Se abrazaron y, lamentablemente, se despidieron sin saber cuándo volverían a poder verse. Pero desde luego no sería la última vez.

Antoine fue a visitar a Lucia aquella misma tarde sin su tan acostumbrado séquito de ayudantes porque su propósito no era probar un vestido o vender algo. La comerciante parecía un soldado desarmado, inquieto.
–¿Qué te trae por aquí?
–Siento venir sin avisar, duquesa. Ruego perdone mi falta de cortesía y espero no haberla interrumpido.
–Por suerte, ahora mismo, no tenía nada importante. Pero que no vuelva a ocurrir.
–Sí, duquesa.
Las dos mujeres se sentaron una frente a la otra en la salita. Lucia se entretuvo en beberse el té sin mucha prisa mientras que Antoine examinaba su expresión.
El duque de Taran había enviado a un mensajero para informarle que ya no se requerían sus servicios, un golpe duro para la diseñadora. Tras noches en vela, se decidió a visitar la residencia de los duques sin avisar para que no pudieran rechazarla.
–¿Qué pasa?
–Me he enterado que no hará falta ningún vestido para el baile de mascaras y me preocupaba que pudierais estar enferma.
–Estoy perfectamente, como puedes ver. Estaba cansada y he decidido cancelar los planes. ¿Has venido para eso?
Antoine empezó a tener sudores fríos. La duquesa era distinta al resto de nobles. No se andaba con rodeos ni cedía el liderazgo de la conversación, era una joven inesperadamente experimentada para su edad con un aire digno.
–Duquesa. – Antoine decidió atacar directamente. – Voy a serle sincera, me gustaría saber por qué. ¿He hecho algo que no debía?
–No sé de qué me hablas.
–Dígame cómo la he ofendido, duquesa.
–No lo has hecho.
–Entonces, ¿por qué no quiere llevar mis vestidos nunca más? ¿No le gustó el que le hice?
Lucia no tenía ni idea de lo que acababa de decir, pero pudo adivinar que a su esposo no le gustó demasiado el vestido de la otra noche y debía haber cancelado su contrato. La joven duquesa fue incapaz de reprimir una risita. ¿Qué iba a hacer con ese hombre tan infantil? ¿Desde cuando el marido intervenía en el diseño del vestido de su esposa? Normalmente, los hombres se preocupaban por el gasto, no por cómo era.
A Lucia le gustaban los vestidos de Antoine porque realzaban su figura y su encanto, no creía ser capaz de encontrar a alguien mejor que ella. No obstante, necesitaba ser prudente y tener en cuenta los deseos de su marido.
–Me gustan tus vestidos, pero… – Antoine tragó saliva. – Me es difícil llevar un vestido que no le gusta a mi esposo.
–¿Quiere decir que a mi señor el duque no le gustaron? ¿Eso dijo?
–No directamente, pero me ha dicho que tus vestidos son un poco… abiertos.
¡Paparruchas! Un vestido de verdad no sabía de modestia. Si quería un habito que se lo pidiera a la iglesia. Nunca se le había criticado por algo semejante. No había habido ninguna objeción con los vestidos de verano, ¿qué diferencia había con los de la coronación? ¿Tal vez que eran más atrevidos porque eran para salir de noche? ¿Sería eso? La mujer se quedó atónita. En comparación con lo que llevaban el resto de nobles, los que ella había hecho para la duquesa eran totalmente modestos. ¿Acaso los rumores serían ciertos y la joven vivía en cautiverio?
–Esta necia servidora no consiguió ver lo mucho que mi señor el duque ama a la duquesa. A partir de ahora haré todo lo posible por complacerla, mi señora. Y, siéndole franca, dudo que encuentre a otra diseñadora de mi calibre.
–Estoy de acuerdo, ya te he dicho que a mí tus vestidos me gustan. – A Antoine se le iluminó la mirada. – Así que firma un contrato conmigo.
–¡Sí, duquesa!
–Te lo voy a volver a repetir: estás haciendo un contrato conmigo.
–¿…Perdone? Por supuesto…
–No voy a preguntarte sobre el contrato que tenías con mi marido, pero no quiero que vuelva a existir nada parecido. ¿Me oyes? – Antoine sonreía por fuera, pero acababa de perder la mina de oro. – He estado investigando, y al parecer, sólo harán falta dos o tres vestidos por estación. Así que cinco para verano y otros cinco para invierno.
Puede que hubiese perdido la oportunidad de hacerse rica a costa de los Taran, pero por lo menos el título de diseñadora exclusiva de la duquesa de Taran le aportaría más caché a su nombre.

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