Azure y Claude

marzo 14, 2020


Sugaru Miaki
Azure y Claude
Traducción de 

Happy Bubble Subs
hapbubsubs.blogspot.com


I.           

La mayoría de mi trabajo consistía en limpiar habitaciones o casas. ¿Por qué? Porque es parte del suicidio. Limpiar el cuarto y escribir una nota para que nadie sospeche; lo importante es dejarlo impoluto.
El procedimiento es el siguiente:
2.    Insinuar que se está planteando la muerte.
3.    Limpiar la habitación o la casa.
4.    Escribir una nota.
5.    Suicidarse.

Si tuviese que ponerle nombre a mi profesión sería “Limpiador” – en más de un sentido.



II.   

No hubo lógica que explicase o síntomas que anticipasen la habilidad de controlar a otros que obtuve a los veinte años. Simplemente, comprendí que poseía el poder y, de repente, la cara de un objetivo apareció en mi cabeza junto a una vocecilla que me ordenaba eliminarlo y hacerlo parecer un suicidio. Desde aquel entonces, me convertí en un Limpiador y me encargué de seis objetivos en el transcurso de tres meses.



III.                   

Me quedé estupefacto al enterarme de que el séptimo objetivo era una chiquilla de mirada nerviosa. Hasta aquel momento todos mis trabajos habían sido lidiar con personas visiblemente retorcidas, nada que ver con esta chica tan joven y, presuntamente, inofensiva.
Era tan delicada, que podías romperla con solo rozarla; tan pálida, que tu tacto podía ensuciarla; y siempre tenía la mirada perdida en la distancia. Así era la chiquilla. No obstante, las apariencias engañan y estaba convencido de que había un motivo por el que la habían elegido como mi siguiente objetivo. Tal vez habría cometido algún crimen… Hasta donde sabía, podría haber asesinado a dos o tres personas a sangre fría.
Cerré los ojos y, desde lejos, pensé en su rostro y poseí su cuerpo.

Era un soleado día de julio.
En aquel entonces, no tenía ni idea que ese sería mi último trabajo.



IV.                   

El objetivo estaba contemplando la escena rural y tranquila por la ventana de la clase mientras que el resto de sus compañeros tomaban apuntes afanosamente.



V.   

Intenté controlar su mano. Probé la exactitud de mi control copiando lo que había escrito en la pizarra. Coger el bolígrafo con una mano tan pequeña me fue extraño al principio, pero me acostumbré y fui capaz de moverme con soltura, como si fuera mi cuerpo. Alcé la vista para encontrarme al profesor mirándola sorprendido.
No tardaría mucho en comprender qué era tan sorprendente.



VI.                   

Escribí “hola” en la libreta y le devolví el control para averiguar cuál sería su actitud. El objetivo abrió y cerró la mano para comprobar que era libre de utilizar su cuerpo, como si fuese consciente de que alguien la estaba controlando. Entonces, miró el mensaje con cierta curiosidad y ya está. No hubo más reacción que esa.



VII.           

La clase terminó a la hora de comer cuando volví a poseer el cuerpo del objetivo para empezar con el proceso. El primer paso era dejar indicios de querer suicidarse, necesitaba mostrarle lo mucho que estaba sufriendo a sus amigos y conocidos; suspirar más a menudo, quejarme de que me costaba dormir, hablar menos… Todo aquello que al acabar la faena les haría pensar que habían visto indicios.



VIII. 

Miré a mi alrededor para encontrar a sus amigos, pero nadie se le acercó o se molestó en mirarla, cada cual se reunió con su grupito para comer. Esperé pacientemente a que alguien se diera cuenta de se había quedado en su sitio y viniera a hablarle.



IX.                    

Había pasado media hora y el objetivo continuaba completamente solo. Fue entonces cuando me di cuenta de lo normal que era para sus compañeros que estuviese así, la chiquilla era una marginada.



X.    

Imaginé que esto supondría un problema, pero en realidad, fue un golpe de suerte. Una marginada podía morir en cualquier momento sin necesidad de fabricar un escenario idóneo. Podía imaginarme sin mucho esmero a sus compañeros respondiendo a las preguntas sobre cómo era la víctima con un: “callada… nunca sabíamos qué tenía en la cabeza”.
Decidí, pues, dejarla en paz un rato ya que tampoco tenía nada que hacer ahí.
No necesitaba intervenir, ella solita se había convertido en alguien con posibilidades de querer morir.



XI.                    

Podía controlar a mi antojo desde cualquier lugar mientras fuese capaz de imaginar su rostro, así que, aprovechando que seguía en mi piso, me puse una alarma y me tomé una siestecita vespertina – controlar a gente era agotador. Lo que me quedaba era la parte de limpiar y necesitaba estar en condiciones físicas óptimas.



XII.            

Después de despertarme, decidí ver cómo andaba mi objetivo. Al parecer, acababa de terminar el instituto. Se puso los auriculares y fue la primera en salir de aula.
En cuanto llegó a su habitación volví a poseerla para limpiar su cuarto. Estudié la estancia.
–¿Esto qué es…?



XIII.   

Me quedé pasmado. No había nada que limpiar o recoger: ni libros, ni revistas, ni televisión, ni ordenador, ni maquillaje, ni peluches, ni cojines… nada. Era una habitación trágicamente vacía, en nada similar a lo que se espera de una chica de su edad.



XIV.   

Hasta alguien con mi experiencia tardaba unas cinco horas dependiendo del estado de la habitación, pero en su caso tan sólo necesité un par de minutos. La única basura eran cascos de cerveza debajo del escritorio. Empecé a meterlas dentro de una bolsa, pero se me ocurrió que dejarlas como estaban ayudaría a convertirlas en un móvil para su suicidio.



XV.           

Poco rastro quedaba en su habitación que definiera su existencia: unos cuántos CD desparramados por las estanterías de cualquier manera típicos de gente depresiva – Aretha Franklin, Janis Joplin, Billie Holiday, Bessie Smith –, una plantita sin flores en al alféizar… y ya. Nunca había sido tan fácil; suicidarla no costaría nada.



XVI.   

Faltaba la nota de su puño y letra. Desgarré una página del libro de historia y escribí un simple: “me odio, me quiero morir” convencido de que era algo creíble.



XVII.                   

Metí la notita en su bolsillo e iba a salir de casa cuando, de repente, el objetivo se resistió vigorosamente hasta casi recuperar el control.
–Espera. – Consiguió decir cortándose un poco los labios por haberse movido mientras continuaba bajo los efectos de mi poder.
Me sorprendí y sentí cierto alivio; las cosas habían ido demasiado bien hasta ahora. Quería que rogase por su vida. ¿Cómo lo haría?



XVIII.           

–Quiero que cambies un poquito la nota. – Dijo.



XIX.    

–¿A qué te refieres? – Pregunté usando su boca.
Cualquiera que la viera pensaría que estaba hablando sola.
–¿Podrías cambiar eso de “me odio, me quiero morir”?
–¿…Por qué?
–Me gustaría que la gente piense que estoy mejor muerta si no es mucho pedir.



XX.            

Me quedé callado unos instantes considerando su petición, al final resolví que no pasaría nada y cambié la nota.
–Muchas gracias. – Me dijo.
Al parecer, el trabajo terminaría sin que ella me rogase. ¿En qué estaba pensando? Y entonces fue cuando se me ocurrió una teoría.



XXI.    

A lo mejor esta chica llevaba tiempo intentando matarse. Había limpiado su habitación, decidido dónde dejar la nota, pero por el motivo que sea no había conseguido acabar la faena – lo que explicaría su falta de resistencia y lo fácil que había sido todo. Si estaba en lo cierto, ahora mismo estaba matando a alguien que anhelaba morir. Era como hacer voluntariado.



XXII.                    

Eso no es lo que yo quería.
Matar a alguien que lo desea no me entretenía. Me disgustaba que me estuviera usando; lo que más odiaba en el mundo era que la gente me usase.
Iba a chinchar a la chavala un poco antes de acabar con ella, la haría pedirme vivir. Decidí matarla después de conseguir que quisiera vivir.
Era la primera vez que mezclaba mis sentimientos con el trabajo. Poseí el cuerpo de la chiquilla una vez más, arrugué la nota y la tiré a la basura. Hecho esto, escribí en otro papel que me iba a dormir a casa de una amiga y salí de casa llevándome sólo la cartera.



XXIII.            

Era una noche carga de humedad cálida en la que los insectos zumbaban. Hice caminar al objetivo durante horas hasta que terminé empapada en sudor por el pueblecito costero repleto de turoncitos y escaleras. Con el tiempo empezó a agotarse: le temblaban las piernecitas, tenía sed, hambre, se le nubló la vista y le dolía cada paso que daba. Sin embargo, hice caso omiso y la obligué a seguir andando.



XXIV.            

Después de subir escaleras y cuestas durante horas, el objetivo alzó la vista para encontrarse con un mirador en el punto más alto del pueblo. Trepó por la valla y bajó la vista al lejano suelo. Si daba un paso sería el fin.
Y lo dio.
Dejó caer la pierna hacia adelante y todo su cuerpo la siguió. El objetivo cerró los ojos con fuerza esperando a la muerte.



XXV.                    

Pero algo tiró de su cuerpo para arriba. La adolescente, confundida, abrió los ojos lentamente y, al percatarse de que la habían salvado, cayó al suelo, alzó la vista y cruzó miradas con su salvador.
–¿No te alegras de que te haya salvado? – Pregunté.
Ella me miró boquiabierta.



XXVI.            

–¿Eras tú?
–Sí. – Asentí.
–Pues mátame ahora mismo. – Ordenó sin vacilar.
Aquello me convenció; no me quedaría a gusto hasta que no la viese suplicar por su vida.
Cogí al objetivo en brazos y la llevé hasta mi coche.
–¿…Es un secuestro?
–Calla. – Mandé mientras ponía en marcha el coche.



XXVII.    

Ya en mi piso le exigí que se duchase. Ella hizo una mueca, pero obedeció resignada sin rechistar. Debió comprender que sería en vano.
Le dejé una muda y una toalla mientras que metía lo que había llevado en la lavadora. A continuación, me dirigí a la cocina y cociné con lo que me quedaba por la nevera.
En cuanto la chica salió del baño le ordené comer y ella, atónita, se llevó la comida a la boca.



XXVIII.                    

–¿Por qué estás haciendo esto? – Me preguntó después de comer.
–No te apetece seguir viviendo, ¿no?
–¿…Eh? – Parpadeó.
–No puedes negarme que una ducha caliente después de un día agotador y buena comida para llenar el estómago vacío es lo mejorcito que hay. – Ella se me quedó mirando sin decir nada. – Quiero que mueras lo más asustada posible, así que me voy a dedicar a quitarte todas las partes positivas que le veas a la muerte.
Ella reflexionó unos minutos antes de quedarse dormida sobre la mesa. Entonces, la cogí en brazos con cuidado para no despertarla y me la llevé a la cama.
Con una mueca pensé en cuánto miedo le pillaría a morir en cuanto descubriese la de alegrías que albergaba la vida.



XXIX.             

–Bueno, continuando con lo de ayer. – Me dijo la adolescente en cuanto se despertó a la mañana siguiente. – Me vas a matar, ¿no?
–Claro, dentro de nada. – La fulminé con la mirada. – De una forma espantosa.
–¿Espantosa?
–Sí, mejor que te prepares.
Era una chica rara; a cualquier otra persona esta situación la abrumaría, pero ella lo aceptaba sin rechistar.



XXX.                     

Desayunamos, la llevé en coche hasta su casa para que se pudiera preparar para ir a clase y la dejé en el instituto.
–¿Te gusta el instituto? – Pregunté.
–Lo odio. – Contestó con voz ronca. – Odio el sistema, a mis compañeros… Todo.
–¿No te sientes sola?
–No, me gusta estarlo.
–Entiendo… – Asentí. – Lo tendré en cuenta.
Ella se bajó del coche, se despidió con una reverencia y anduvo a clase ignorando mis planes.



XXXI.             

Aparqué en el aparcamiento de una tienda cercana, me acomodé en el asiento y cerré los ojos. El objetivo acababa de alcanzar la puerta del lugar que, imaginaba, más aborrecía. Se quedó inmóvil unos instantes como para prepararse mentalmente antes de erguirse y abrir la puerta.
Algunos de sus compañeros de clase se giraron por acto reflejo para ver quién entraba y, en ese momento, mi objetivo alegró la cara y los saludó con toda la alegría del mundo – más bien, yo lo hice. Nadie le respondió, pero tampoco la ignoraron. Ninguno de los presentes se hubiese imaginado que aquella chiquilla les daría los buenos días jamás, por lo que optaron por tomárselo como una equivocación.
Mi objetivo se ruborizó, avergonzada; morir no le importaba, pero no soportaba que la ignorasen.



XXXII.     

La joven se sentó, sacó un bolígrafo y una libreta, y escribió una súplica para mí: “para, por favor” a la que contesté con un: “ni de coña”.
Como de costumbre, mi objetivo se dedicó a mirar por la ventana en cuanto empezó la case hasta que le escribí una nota advirtiéndole que se tomase la clase en serio. Renuentemente, acabó haciendo apuntes bajo la sorprendida mirada del profesor.
Su actitud en clase hasta el momento debía haber sido nefasta.



XXXIII.                     

A la hora de comer, mi objetivo se dispuso, ingenuamente, a comer sola, pero la controlé, la obligué a acercarse a un grupito de chicas y a hablar.
–Perdonad… – Todas las chicas la miraron. – ¿os importa si me siento con vosotras? – preguntó con una sonrisa amable.
–C-claro… – Aceptó una de las más tímidas mientras el resto intercambiaban miradas incrédulas.
–Gracias. – Contestó con una sonrisa mi objetivo a sabiendas de que se estaba poniendo roja como un tomate.



XXXIV.                    

Continué manipulándola durante todo el día. En cuanto sonó la campana que anunciaba el final del día, la adolescente se levantó de un salto y salió disparada, consciente de que mientras estuviera en el instituto la tortura no cesaría. La muchacha emprendió el rumbo a su casa, pero no se lo pensaba permitir. La hice pasear durante veinte minutos hasta llegar a un parque donde la senté en uno de los columpios.
Y yo me senté en el de al lado.



XXXV.     

–Hey, – saludé con un gesto. – ¿qué tal las clases?
–¿Por qué has hecho eso? – Ella me fulminó con la mirada y se giró para mirarme lentamente.
–Pues te veía sola, así que te he hecho un par de amiguitas.
–¿…Tanto te gusta molestarme?
–Sí, me encanta.
–Déjate de tonterías y mátame ya, por favor. – Suspiró. – ¿Te da miedo matar a una niña? – Añadió mientras yo me encendía el cigarro. – Si esto te supone un esfuerzo, te irá mal.
Su forma de hablar era rara.



XXXVI.                    

Pensándolo bien sus acciones y palabras siempre habían sido peculiares – el cambio en la nota de suicidio, el preguntarme si yo era quien la controlaba, su facilidad para aceptar la muerte… Era como si conociese mi trabajo al dedillo.
–¿Hasta dónde sabes? – Le pregunté finalmente.
–¿De qué? – Ella fingió ignorancia.
Se creía que era imbécil y decidí que aquel era un buen momento para aclarar quién mandaba. Asumí el control de su cuerpo y la obligué a estrangularse hasta que casi pierde el conocimiento.
–¿Ya te van entrando ganas de responderme? – Pregunté mientras ella se agazapaba en el suelo jadeando desesperadamente.
–Esto ni siquiera es una buena amenaza. – Ella alzó la vista y sonrió entre lágrimas. – No me puedes matar así, ¿a qué no? Porque en cuanto pierda el conocimiento, tú perderás el control.
Estaba claro, esta chica sabía algo.



XXXVII.            

Se puso las manos en las rodillas y se volvió a sentar en el columpio.
–Seguiré haciéndolo hasta que respondas. – Le amenacé.
–Qué bien. – soltó.
–Vale ya, respóndeme de una vez. – Gruñí. – ¿Qué es lo que sabes?
–¿Qué sé? Bueno, estás haciendo lo mismo que hacía yo.
–¿…Qué dices?
La adolescente se empujó y empezó a balancearse al son del crujir de las cadenas del columpio.
–Te digo que yo solía estar donde estás tú; controlaba a mis objetivos y los mataba haciéndolo parecer un suicidio.



XXXVIII.    

–Maté a ocho personas de diecinueve a setenta y dos años: seis hombres y dos mujeres. A cuatro los hice saltar de un edificio, a tres los colgué y el otro murió de sobredosis. Supongo que a ti te pasó lo mismo, un día me di cuenta de que podía controlar a los demás y de que me había convertido en una Limpiadora. Vi la información de mi primer objetivo mentalmente y escuché la orden de eliminarlo haciéndolo parecer un suicidio – cumplí la misión sin dudar. Creo que trabajé bien con todos menos con el primero, hasta me empezó a gustar el trabajo. Cada vez que mataba a alguien tenía la sensación de volver a nacer.



XXXIX.                     

–¿Sabes por qué te eligieron para ser Limpiador? – Sacudí la cabeza – Esto es sólo mi opinión, pero creo que te eligieron porque yo dejé mi trabajo a medias. Cometí un error con mi último objetivo… simpaticé con ella. Intenté liberar… salvar a la persona a la que debía matar.



XL.              

–Poco después perdí los poderes. Quizás se me consideró inútil y me dejaron de llegar misiones. De hecho, mi último objetivo se suicidó poco después. Creo que se la encargaron a otra persona y que es esa persona a la que le otorgaron mis poderes. – Alzó la vista y me preguntó. – ¿Tu primer objetivo fue una mujer alta, de ojos cansados y pelo rizado?
Se tomó mi silencio como una afirmación.



XLI.     

–No la pude matar porque se parecía muchísimo a mí. – No me dio más detalles sobre qué significaba aquello, se limitó a sonreír huraña. – Perdí mis poderes medio mes después de dejarla escapar… aunque la cosa no acabó ahí. Al parecer no es que haya perdido mi trabajo, es que también se me considera alguien a quien se debe eliminar. Un día noté que la mano se movía por sí misma y me di cuenta de que alguien me estaba poseyendo. – Me señaló con el dedo. – Eras tú.



XLII.                     

–Supongo que ya no soy útil.
El sistema debía consistir en que el sucesor eliminaba del predecesor sin saberlo. A aquellos que abandonaban se les trataba como asesinos y quizás varios de mis objetivos habían sido Limpiadores en algún momento.
–Por eso mismo, – continuó mi objetivo como una sonrisa vencida. – creo que lo mejor será que te deshagas de mí cuánto antes. Si te esperas demasiado también perderás tu trabajo.



XLIII.             

Con que ese era el motivo. Esta chica quería que la matase para ayudarme a mí, su sucesor. Quizás no le faltaba el valor de dar el paso, sino que estaba esperando a que yo la matase para que pudiera mantener mi trabajo.
–…Esto no me gusta. – Musité.
Mientras yo quería matarla, ella trataba de salvarme.



XLIV.             

–No te estoy pidiendo que me mates por tu bien. – Dijo ella como si me hubiese leído la mente. – Nunca me ha gustado vivir, creo que preferiría morir de una vez por todas y descansar. Así que… no dudes en matarme, ¿vale?
–Pues más motivo tengo para no matarte. – Respondí después de reflexionar unos instantes. – ¿Qué te crees? ¿Qué he venido a ayudar a la gente que lo necesita? No pienso descansar hasta que te arrepientas de querer morir.
–Entiendo. – Ella me miró sin mostrar ni pizca de emoción. – O sea que quieres darme ganas de vivir para matarme después. Pues… creo que te matarán a ti primero.
–No estés tan segura. No es que no vaya a matarte, sólo estoy retrasándolo para que tu ejecución sea perfecta.
–…Ya. Bueno, pues entonces no creo que pase nada.



XLV.                     

–Dices que quieres morirte de una vez ya… – Pisoteé el cigarrillo para apagarlo. – ¿De verdad no hay nada que te guste de este mundo?
–…A saber.
–Por ejemplo… Esa planta rarita de tu habitación. Si te mueres, la planta se viene contigo. Se marchitará en un santiamén. ¿No te da pena? ¿No debería dártela?  
Mi objetivo hizo una mueca. Se me acaba de ocurrir, pero di en el clavo: la planta era importante para ella. Puede que no quisiese a ninguna persona, pero a la planta si le tenía cariño.
–Con que la plantita es importante, ¿eh? – Sonreí.
Ella apretó los labios y me fulminó con la mirada.



XLVI.             

–Curtisii.
–¿Qué?
–Aglaonema nitidum curtisii; tiene un nombre precioso, úsalo.
–Pues menudo pedazo de nombre para una plantucha.
–Curtisii.
–Vale, vale, Curtisii.
–Azure Skye.
Alcé la vista al cielo. ¿A qué venía eso?



XLVII.     

–Azure. – Repitió señalándose con el dedo. – Es mi nombre, recuérdalo.
–Ah, tu nombre. – Asentí. – Sí, vale.
–No es Nublado Skye.
–No, es como azul cielo. No te pega mucho, ¿eh?
Azure sonrió con serenidad.
–…En realidad, sí. “azul cielo” también significa “inútil”. Me va como anillo al dedo.



XLVIII.                     

–A propósito, – comentó Azure. – nunca te he preguntado el tuyo.
–Claude Skye. – Respondí.
–…No me imites.
–No, va en serio. Menuda coincidencia.
–Me alegra que tu nombre te quede tan bien.
Nos quedamos callados un buen rato hasta que ella rompió el silencio.
–…Ya me has preguntado todo lo que querías saber, ¿no? ¿Me puedo ir ya?
–Sí. – Asentí.
Azure se bajó del columpio, anduvo un par de pasos y se dio la vuelta.
–Adiós, señor Claude.
–Hasta la próxima, Azure.



XLIX.              

Cuando volví a casa me entró curiosidad por la planta de la que me había hablado Azure: Aglaonema nitidum curtisii. Era una planta extraña. Le gustaban los lugares soleados, pero odiaba que la luz le diera directamente; una planta que sólo sabía dar problemas y que crecía en sombras claras.



L.     

Continué poseyendo a Azure cada día a partir de aquel entonces. En clase siempre sonreía, nunca se perdía una quedada, escuchaba atentamente las lecciones y hablaba con los compañeros. Azure es una muchacha guapa, así que no tardó mucho en ganarse el afecto de los que la rodeaban. En cuanto sus compañeros empezaron a acercarse a ella proactivamente dejé de controlarla y me limité a disfrutar de las reacciones de Azure.



LI.                     

–¡Buenos días, Azure!
–¿Comemos juntos, Azure?
–¿Qué música te gusta, Azure?
–Hey, Azure, el ejercicio cuatro…
–¡Azure, oye, siéntate aquí!
–Me gustaría conocerte mejor, Azure.
–¡Azure, anda, ven para aquí!
–¡Azure!
–¡Azure!
–¡Azure!
–¡Hasta mañana, Azure!

En cuanto llegó a casa Azure se dejó caer sobre la cama.
–¿No es maravilloso hablar tanto con tanta gente? – Pregunté controlándole la boca.
–…Para nada. – Contestó ella en lo que pareció un murmuro. – Eres muy mala gente, Claude.
–Me alegra que pienses así. – Dije.



LII.             

Por suerte, una chica compartía los mismos pasatiempos que Azure.
–Eh, ¿a ti también te gusta este tipo de música?
Parecía encantada de haber encontrado a alguien en clase que compartiese sus gustos musicales y solía acercarse al pupitre de Azure con cualquier excusa para aprovechar para hablar con ella. Azure, por su parte, no era muy parlanchina, pero tampoco la ignoraba; seguramente hasta disfrutaba de la conversación.
Con el paso del tiempo, Azure fue capaz de conversar tranquilamente con sus compañeros sin necesitar mi ayuda. Si esto seguía igual, no tardaría mucho en encajar con el resto.



LIII.     

Las vacaciones de verano empezaron y el primer día controlé a Azure para que fuera hasta el parque de la otra vez donde yo la esperaba sentado en un banco escuchando las cigarras canturrear entre los árboles y observando a los niños jugar.
Azure apareció con el uniforme a pesar de estar de vacaciones. Supuse que tiraría toda la ropa cuando limpió su habitación.
–Bueno, ¿me vas a matar ya? – Preguntó en cuanto me vio. – Estoy de vacaciones, ya no me vas a poder molestar más. – Añadió, orgullosa.
–No es verdad, tengo muchos más métodos.
–¿Por ejemplo…? – Azure ladeó la cabeza.



LIV.    

Tomé control de su cuerpo y le rebusqué los bolsillos y la mochila. Sin embargo, no encontré lo que buscaba.
–¿Y tu móvil?
–¿Móvil? No tengo.
–¿No tienes?
–¿Para qué iba a querer uno? ¿En serio no te has parado a pensarlo?
Tenía razón, nunca la había visto usarlo, pero creí que no se lo llevaba al instituto porque iba en contra de las normas.



LV.             

–¿Qué pensabas hacer si tuviese uno? – Me preguntó ella.
–Invitar a alguno de tus compañeros de clase.
–Entiendo… – Azure abrió los ojos de par en par, como sorprendida ante el hecho de que la gente invita a la gente para quedar. – Bueno, pues lo siento por ti.
–No había pensado en esto.
–Qué poca preparación.
–Bueno, supongo que tendré que reemplazar a tu compañero.
–¿…Qué?
–Piensa en mí como si fuera tu amigo y trátame como tal.
–¿Qué dices?
–Qué calor hace; vámonos a otro sitio.
Le cogí la mano y me levanté del banco.
–Eh, ¿señor Claude?
Azure intentó excusarse, pero la ignoré.



LVI.    

Tal vez estaba esforzándome demasiado en este objetivo. Sí, puede que su actitud me molestase, pero ese no era suficiente motivo como para emplear tanto tiempo en ella. Quizás debería haberme puesto manos a la obra. Todo el tiempo que iba a malgastar en fingir ser un amigo, es tiempo que podría haber usado para acabar con otros objetivos. El mundo estaba lleno de objetivos y, sin embargo, me descubrí a mí mismo en una cafetería con Azure.
Aunque… después de haberme pasado tanto tiempo en conseguir que me suplicase por su vida, dejarlo así como así me pareció absurdo.



LVII.                    

–Odio el café, es demasiado amargo. – Azure se quejó en cuanto llegó nuestro pedido.
–¿Lo dices tú que bebes whiskey?
–El café sabe a veneno.
–Dijo la que se dedica a beber veneno de verdad.
–Vale que haya bebido veneno, pero fue usando el cuerpo de otra persona. – No contesté. – Era broma. – Añadió ella con seriedad.
Era difícil discernir cuándo bromeaba.



LVIII.            

Después de beberse el café, Azure pareció acordarse de algo y rompió el silencio.
–Será mejor que empieces a ponerte en marcha, Claude. Yo perdí mis poderes al mes y medio de dejar escapar a mi objetivo.
–Me da igual, yo no pienso dejarte escapar.
–Eso dices, pero en realidad te da miedo, ¿a qué sí? ¿No tienes lo que hay que tener para matar a una niñita como yo?
–Esas provocaciones de tercera clase no funcionan conmigo.
–…Cobarde. – criticó apoyándose la barbilla en las manos.



LIX.     

Nos fuimos de la cafetería y Azure suspiró.
–Bueno, adiós. – Se despidió antes de empezar a irse para casa. –¿Qué? ¿Ahora qué? – Me preguntó molesta porque la acababa de coger por el cuello de la camisa para detenerla. – ¿Tanto te gusta estar conmigo?
–Sí. – Asentí. – Ya te lo había dicho, que quiero que dejes de verle nada bueno a la muerte y para eso tengo que enseñarte todo lo bueno que tiene la vida.
–Qué divertido es vivir. – Replicó Azure a regañadientes.
La ignoré y la guíe hasta un cine de barrio que vi. La apatía se apoderó de mí y me quedé dormido a escasos minutos de haber empezado la película.



LX.              

Me desperté en el final. Al parecer, había ocurrido algo lo suficientemente emocionante como para que todos los personajes estuvieran llorando desconsolados.
–¿Qué tal la película? – Le pregunté cuando salimos del edificio.
–Iba sobre un asesino y su castigo. – Su respuesta fue concisa.
La película debía haberla hecho reflexionar, pues dejó que la adelantase un par de pasos antes de abrir la boca para hablar:
–…Los asesinos siempre acaban recibiendo su castigo por mucho que expíen sus faltas.
–Sí, es un ojo por ojo. – Le expliqué mi teoría al respecto. – Cuando asesinas, ya está. Por mucho que lo compenses, hasta que no mueres la gente no se da cuenta.



LXI.     

–Según tu lógica, – dijo Azure. – es mejor que nosotros nos muramos, ¿no?
–No necesito el perdón de nadie, así que me da igual.
Azure me ignoró y continuó a lo suyo.
–Me parece interesante. Somos dos personas que no deberían vivir.
–¿…qué te parece interesante de eso?
–Que somos Azure y Claude. – Me contestó mirándome directamente a los ojos.
Yo la entendí.



LXII.                     

Los días avanzaron de la misma manera durante una temporada. Azure dejó de rechistar e incluso venía a verme cuando la dejaba sola sin parar de repetir lo mucho que me gustaba estar con ella; yo la invitaba a pastelitos, a ver películas o a dar paseos en coche que tanto le gustaban y, muy de vez en cuando, me tiraba de la manga y me pedía que por favor la matase cuanto antes.



LXIII.             

Un día, fuimos a un festival donde contemplamos la escena y el gentío desde unas escaleras de piedra.
–Mucho tiempo libre debes tener para pasar tanto rato conmigo. ¿No tienes novia o algo?
–No, suficiente trabajo me das tú.
–No me culpes. – Azure lamió el anzu-ame y sin apartar los ojos del festival me preguntó. – Oye, señor Claude.
–¿Qué?
–¿Qué te gusta de la vida?
–¿…A qué viene eso?
–No soy la más indicada para decirlo, pero no me parece que a ti te guste mucho vivir.
–Me gusta molestarte. – Respondí ignorando su comentario.
–…Entiendo. – Dijo, sin cambiar de expresión. – Qué bien.



LXIV.             

De repente, vi a una chica que me sonaba de algo subir las escaleras. Cuando la que, entonces recordé, era compañera de clase de Azure nos vio, levantó la mano para saludarla, pero la bajó en cuanto me vio a su lado y, después de echarle una miradita con segundas a Azure, se fue por donde había llegado.
–…Señor Claude, me parece que te acaban de confundir con mi novio. – Dijo Azure.
–No me sorprende. – Asentí.
–Vaya, qué soso. Podrías disgustarte más.
–¿Quieres que me disguste?
–Sí, creo que debería deprimirte.
Pensé en ello y, entonces, sugerí lo siguiente:
–Vale, la próxima vez que veamos a la chica esa me presentaré como si fuera tu novio.
–…Para, por favor.
Por desgracia, no volví a ver a su compañera nunca más.



LXV.                     

Justo cuando iba a marcharme después de llevar a Azure a su casa, ella me cogió la manga.
–¿Qué pasa? – Pregunté dándome la vuelta.
Ella guardó silencio, cabizbaja, durante unos instante y, al fin, se resignó a hablar.
–Lo admito.
–¿…El qué?
–Has conseguido lo que querías, señor Claude. – Suspiró ella, evitando mi mirada. – Ahora mismo me está gustando vivir un poco.



LXVI.             

–Qué raro que seas tan sincera. – Comenté.
–…Pero ya está. – Continuó. – Aunque sea feliz, no dejo de querer morir. De hecho, cada día me siento más culpable por poder disfrutar de mi vida habiendo matado a ocho personas…– Dicho esto, Azure alzó la vista. – Por eso da igual lo que hagas, no vale de nada.
Reflexioné un rato sin mirarla. Sinceramente, ya lo sabía; sabía que por mucho que la hiciera disfrutar la culpabilidad que sentía podría ser imposible conseguir que me suplicase por su vida.



LXVII.     

Concluí que aquel era el mejor momento. Era una lástima que no la hubiese podido oír suplicarme, pero por lo menos había conseguido que me dijera que vivir era divertido. Azure se sentía derrotada y quizás fuese el momento ideal para despacharla.
–Ya podemos dejar de fingir ser amigos. – Dijo Azure como si estuviese leyéndome la mente.
Se hizo un silencio eterno. Miles de pensamientos me daban tumbos por la cabeza hasta que, al final, le di la espalda a Azure y me marché sin mediar palabra.
Todavía no, me dije, todavía no era el momento idílico. La mataría cuando me suplicase y cuando le hubiese enseñado que la muerte no tenía nada bueno.



LXVIII.                     

Llegados a este punto hasta yo debía estar al tanto de que vacilaba con matar al objetivo y, tal vez, fuese en este momento que me percaté de que iba a perder mi trabajo de Limpiador.
Pero cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.
Al día siguiente, mientras paseaba con Azure, mi mano derecha se movió sola y yo, acostumbrado a controlar a otros, supe inmediatamente qué estaba ocurriendo.
Intenté advertir a Azure, pero era demasiado tarde.
En cuanto abrí la boca, perdí el control y, de repente, cogí a Azure por los hombros y la hice parar de andar.
–¿Qué pasa? – Preguntó ella sorprendida.



LXIX.              

Si mi sucesor estaba controlándome, su primer objetivo sería Azure, sin embargo, aquí había dos personas que debían morir, por lo que-…
–O sea que, vas a usar a Claude para matarme. – Azure adivinó qué ocurría con tan sólo mirarme. – Entiendo… O sea que lo que me va a matar son las manos de Claude. – Azure habló encantada mientras se acercaba a mí indefensa.



LXX.                      

Nos escondimos en un rincón del parque de la fuente del pueblo sin testigos. Allí, le rodeé el cuello con el brazo a Azure que, por su parte, no oponía ninguna resistencia. Fui ejerciendo más y más fuerza y, mientras, me sorprendí al descubrir que casi no notaba que me estuvieran controlando. Casi tuve la ilusión de estar haciéndolo por voluntad propia.



LXXI.              

Continué estrangulándola por mucho que me resistiera. Mi cuerpo no me respondía, pero no podía dejarla morir ahí. Todos mis esfuerzos serían en vano, todavía necesitaba demostrarle que la muerte no servía de nada. Dejé de resistirme y me centré en mi cabeza para controlar el cuerpo de Azure: lo conseguí. Aún contaba con mis poderes y, seguramente, mi sucesor tan sólo poseía la mitad.
Azure seguía queriendo que la matase, por lo que se resistió tenazmente a mi control, sin embargo, logré doblarle el brazo, controlarla, hacerla darme un codazo y un pisotón. Perdí el equilibrio y caí al suelo de cabeza perdiendo el conocimiento. En cuanto volví en mí era libre.



LXXII.      

Al intentar levantarme un tipo de dolor que no había experimentado jamás se extendió por cada músculo de mi ser, como si me hubieran dado la vuelta a cada órgano – seguramente, por resistirme al control de mi sucesor.
–¿Estás bien? – Me preguntó Azure ayudándome a incorporarme.
–No, no mucho. – Respondí tosiendo.
–Te duele todo, ¿eh? – Dijo entre risitas.
–Sí, ¿es lo normal cuando te resistes?
–Sí, te tocará sufrir una temporadita. – Entonces, bajó la vista y me preguntó. – Oye, Claude. ¿Olía a sudor?
–¿A sudor? – Repetí. – No, para nada.
–Menos mal… Caray, si lo hubiese sabido me habría puesto perfume.
Hasta después de estar a punto de morir, se preocupaba por las cosas más inverosímiles.



LXXIII.                      

No podía quedarme en el suelo para siempre, así que me apoyé en el suelo y me levanté entre sudores fríos. Decidí sentarme en el borde de una fuente hasta que se me pasara el dolor, pero en cuanto conseguí arrastrarme hasta ahí, me mareé y me caí dentro de la fuente. Saqué la cabeza del agua y me froté la cara ante las miradas curiosas de todos los transeúntes. Me senté en el agua y miré el avión que surcaba el cielo azul mientras Azure se partía el lomo de la risa.



LXXIV.                      

Dos cuervos me observaban como sabiendo que sería su próximo banquete desde un árbol cercano.
–¿Qué haces? – Preguntó Azure todavía riendo. – ¿Te están controlando?
–¿Qué más da? Se está bien.
–Por Dios, me duele todo. No me hagas reír.
–Venga, a ver si te mueres de la risa.
–¿No estas empapado? – Entonces, Azure se puso de pie en el borde de la fuente y saltó al agua a mi lado.
La gente que pasaba por ahí se nos quedó mirando una vez más.



LXXV.      

Azure no salió a la superficie en diez segundos, así que la ayudé. Fingía estar bien, pero en realidad, estaba sufriendo lo mismo o incluso más que yo.
–Menudo follón se va a armar si los periódicos de mañana salen con un titular como “adolescente se ahoga en la fuente”.
–No pasa nada, tú no me permitirías morirme así, Claude. – Dijo después de toser un poco. – ¿Verdad?
–…Bueno, sí.
–Confío en ti. – Azure hizo una mueca.



LXXVI.                      

Nos quedamos en el agua fresca durante un rato.
–¿Te sigue doliendo el cuerpo, Claude?
–Sí… Sobretodo las manos, las tengo dormidas.
–Ajá… – Dicho esto, Azure se me acercó y me cogió la mano en silencio, mirando hacia otro lado convencida de que no lo notaría.
Y yo decidí dejarlo pasar; me metería con ella más tarde, por el momento la dejaría hacer lo que quisiera.



LXXVII.             

–Oye, ¿por qué crees que no ha vuelto a intentarlo? – Azure habló sin soltarme la mano.
–A saber. Ni idea. – Mentí.
No permitiría que tuviese la más mínima idea de que llevaba escuchando la orden de acabar con ella en ese preciso instante durante un buen rato.
Tal vez el ataque no había sido más que una advertencia; el hecho de que aún poseía mis poderes lo probaban. Si accedía a asesinar a Azure, continuaría siendo un Limpiador, no obstante, no me apetecía.
Por eso mismo, fingí no enterarme.



LXXVIII.     

Salimos de la fuente ya con menos calor, nos escurrimos la ropa y nos sentamos en un banco al sol para secarnos.
–Estoy agotado. – Me levanté lentamente ya seco. – Creo que me voy a casa. Adiós, Azure.
Azure abrió la boca para decir algo, pero se tragó las palabras, se lo repensó y se despidió como de costumbre.
–Sí, adiós, señor Claude.
Azure se mostró reacia a separarnos. Quizás entendió que esta podría ser nuestra última despedida.



LXXIX.                       

Estaba seguro de que no volvería a Azure nunca más. No me importaba si mi sucesor se deshacía de ella, pero detestaba que me usasen como una herramienta. Lo que más odiaba en el mundo era que me usaran.
Si volvían a poseerme, acabarían conmigo. Aquel día había podido sobrevivir porque habían querido, pero si volvían a atacarme con la intención de matarme de verdad, toda resistencia sería en vano. Estaba seguro, yo mismo había despachado a seis personas.
Me quedé en mi piso esperando mi momento, sin embargo, mis habilidades continuaron intactas en el transcurso de una semana.



LXXX.       

Había consagrado la mayor parte de este mes a molestar a Azure, pero ahora que no estaba por ahí no tenía nada que hacer. Me desperté por la mañana pensando en ella fruto de la rutina.
–Bueno, ¿cómo la molesto hoy? – Rápidamente, me reprendí. –Serás idiota, no tienes que pensar más en ella. – Pero mi otra parte me replicó. – Entonces, ¿en qué pienso?
E irónicamente, no pude responderle. Demostrarle a Azure lo bonito que era vivir se había convertido en la razón de mi existencia y ahora que lo había perdido, mi vitalidad cayó en picado.
Desesperado, murmuré un ruego:
–Si vas a matarme, que sea rápido.



LXXXI.                       

Diez días después de separarme de Azure me pregunté cómo se seleccionaban a los objetivos. Me dediqué a analizar mis seis objetivos, pero no encontré ninguna similitud, así que quizás no existían requisitos para convertirse en uno fuera de que cometieran algún delito.



LXXXII.              

No obstante, mi mente me llevó a Azure una vez más. Hasta el momento siempre había pensado en los objetivos y los limpiadores como dos entidades distintas.
Continué cavilando hasta que sucedió una vez más.



LXXXIII.      

–…Si que has tardado. – Dije, como si nada.
Justo después de musitar aquello, perdí total autoridad sobre mi cuerpo. Empecé a recoger la casa y vaciarla. Una vez acabada la limpieza general, me dirigí a una tienda a por jabón líquido una cuerda bien gruesa: iba a colgarme.



LXXXIV.      

Me manipularon para que fuese hasta un templo antiguo en la otra punta de la ciudad donde había un árbol robusto capaz de soportar mi peso. Allí, até la cuerda a una rama, hice un nudo para que me cupiera la cabeza, froté jabón en la cuerda para evitar la fricción y asegurarme de que se me pegase al cuello y supe que mi último momento se acercaba. Sin embargo, no me embargó el pánico, sino el alivio. Ahora no tendría que matar a Azure, eso era todo en lo que podía pensar.



LXXXV.              

El limpiador me hizo entrar en el almacén del templo a por unas latas de cerveza vacías, las dejé al lado del pedestal, y cogí la cuerda con ambas manos. Entonces, decidí hablar con mi sucesor.
–Oye, el que me controla, el limpiador. – Dije. – Dame cinco minutitos, no dos. ¿Me puedes escuchar?
El limpiador me ignoró y continuó con su trabajo, pero yo me resistí con todas mis fuerzas e insistí en proseguir con la conversación.



LXXXVI.      

–Soy un ex-limpiador. Me dedicaba a matar a gente y hacerlo parecer un suicidio como tú, pero como no he podido matar a mi séptimo objetivo, ya no estoy capacitado para ser un limpiador y ahora se tienen que deshacer de mí. ¿Sabes la chica con la que estaba? Pues esa era mi séptima víctima. Ella también ha sido limpiadora y como tampoco pudo matar a su octava víctima, ahora está en el mismo lío que yo. Así es como va. Si paras de matar, te matan. No tengo ni la menor idea de por qué va así, pero te puedo asegurar una cosa: algún día conocerás a alguien con el que no podrás acabar. Me ha pasado a mí, a mi predecesora, y a su predecesor, y al suyo… A todos, estoy seguro. Algún día conocerás a alguien a quien no podrás matar y eso será tu final.
Como Azure ha sido para mí.
Y así, esgrimí una mueca.



LXXXVII.                      

Mi resistencia llegó a su límite y el limpiador se apoderó de mí completamente.
Metí la cabeza dentro del nudo y le pegué una patada al pedestal. La cuerda me estranguló, mis piernas quedaron suspendidas en el aire y mi cuerpo se meció. La falta de oxígeno en el cerebro me mareo y todo lo que oía era la cuerda estirándose.
Lo último en lo que pensé fue Azure, su rostro y sus muchas expresiones. Medio inconsciente me di cuenta de que estaba enamorado de ella.
Y entonces, perdí el conocimiento.



LXXXVIII.              

Una voz desconocida me despertó en un mar verde. Cuando me las apañé para enfocar los ojos me descubrí tumbado en el suelo rodeado de hierbajos.
–¿Estás bien? – Me preguntó alguien.
Me reincorporé lentamente, mareado y suspiré aliviado. Todo había salido bien.
–Me alegra que estés vivo… – Empezó el hombre vestido de granjero que me había salvado con unas cizallas.



LXXXIX.       

Su aparición no había sido una mera casualidad. Antes de colgarme, había logrado controlarle para que se acercarse a la escena del crimen y lo había equipado con unas cizallas. El Limpiador quedaría convencido de que estaba muerto y eso me facilitaría un poco más de tiempo. Aunque, ¿quién sabe para qué?



XC.           

–Oye, chico, ¿te importa hacerlo en otro sitio? – Continuó el señor visiblemente preocupado. – Un suicidio por aquí sólo nos traería problemas.
Me quité la cuerda del cuello y suspiré antes de salir a paso ligero sin molestarme en agradecérselo. En realidad, no es que no quisiera darle las gracias, más bien que me era imposible. Me dolía todo el cuerpo, especialmente las cuerdas vocales.
Por supuesto, lo único en lo que pensé mientras caminaba dando tumbos fue en Azure.
Quizás ya estaba muerta.



XCI.   

Al llegar lo primero que hice fue tirarme sobre la cama sin cambiarme de ropa. Había una humedad horrible, pero ni siquiera contaba con la energía suficiente para encender el aire acondicionado. Me ardía la garganta, el mundo parecía saber sólo de agotamiento y dolor. Lamenté no haberme dejado matar si eso me hubiese evitado este sufrimiento, quizás podía acabar con mi propia vida antes de que volviese mi sucesor.
Me quedé inmóvil durante un buen rato.
–Azure… – Murmuré inconscientemente.
–Dime. – Contestó.



XCII.                  

Me levanté de un salto ignorando el dolor y miré por todas partes; una chica entró cerrando la puerta a sus espaldas y me saludó con una sonrisa.
–Cuánto tiempo, señor Claude. ¿Te acuerdas de mí? Soy Azure.
Entonces, se paseó por el piso como si fuera su casa: pasó por la cocina, abrió la nevera, cogió una cerveza y se la bebió.
Aliviado volví a tumbarme en la cama. Fue como si se me acabase la batería.
–Hacía mucho que no te veía, por eso he venido, Claude.
Azure vacío la lata de un par de tragos y se me acercó inestable con la cara teñida de rojo.



XCIII.          

–No pareces tú, ¿eh? – Dijo sentándose en la cama sin dejar de mirarme. – ¿Me has echado mucho de menos?
–Párate. – La fulminé con la mirada.
–No me vas a asustar con miraditas. No te puedes ni mover, ¿a qué no? ¡Oh! ¿Puede ser que un Limpiador te haya intentado matar y casi no sales con vida? – Azure asumió que tenía razón al verme la cara, me dio un toquecito con el dedo y sonrió encantada. – ¡Lo sabía! Sinceramente, yo he estado igual. Ayer no me podía mover de lo mucho que me dolía, estuve todo el día como tú, señor Claude. – Azure puso una mueca socarrona viendo que no me movía por mucho que me pichase. – ¡Esto es una oportunidad única en la vida!



XCIV.          

Azure me levantó, se puso detrás de mí y me rodeó el cuello con los brazos.
–Esto es mi venganza por estrangularme. – Dijo.
No obstante, no ejerció demasiada fuerza, más bien era como si me estuviese abrazando por detrás. Nos sumimos en un cómodo silencio.
–Estoy borracha… – Musitó en mi oído. – …a lo mejor digo tonterías por eso. No te lo tomes a pecho.



XCV.                  

–Mmm… ¿Por qué no me has venido a molestar últimamente? – Azure escondió el rostro en mi espalda y dejó caer los brazos suavemente hasta que quedaron en mi pecho. – ¿Por qué no me has venido a chinchar? ¿Por qué dejas que haga lo que me plazca? Persígueme, por favor; arrástrame por ahí, por favor; moléstame, por favor; pónmelo difícil, por favor. – Me pinchó el pecho con el dedo índice. – Me he sentido un poco sola, ¿sabes? Y me gustar estar sola, así que más te vale evitarlo. ¿No decías que era tu deber, Claude?



XCVI.          

Logré darme la vuelta para mirarla y explicarle que me era imposible responderle dibujando una cruz sobre mis labios.
–Si me dices que no, me haces quererlo más. – Azure me malinterpretó y, entonces, posó los labios donde yo había dibujado la cruz.
Justo después de hacer entrar en caos se quedó dormida. Y yo, encogido de hombros, pensé en lo mucho que me alegraba no estar muerto.



XCVII. 

¿Cuándo me abría enamorado de ella? ¿Habría sido durante el verano que pasamos juntos? No, no lo creía. Azure me cautivó desde el principio, desde que me enteré de que era mi séptimo objetivo. Me convencí a mí mismo que había motivos para retrasar su muerte, pero en realidad, sólo estaba enamorado de ella.
Por lo mucho que se parecía a mí.



XCVIII.                  

Escuchar su respiración pausada me dio sueño, así que le revolví el pelo y me tumbé a su lado. Empecé a pensar en los seis objetivos que había eliminado antes que ella: quizás todos habían sido la persona más importante en la vida de otra – la Azure de otro. Y este pensamiento me entristeció.
Había hecho algo que no podía arreglar y estaba sintiendo la carga de mis pecados demasiado tarde. Azure debió sentirse de la misma manera cuando me conoció.

Me desperté sin dolor, aproveché que Azure se estaba sentando para ir a por una cerveza y bebérmela.
–¿Cuánto tiempo te vas a quedar en mi cama? – Pregunté.
–Buenos días. – Azure se frotó los ojos y me sonrió.
–Vete ya. – Le ordené mientras engullía la cerveza.
Azure sacudió la cabeza, adormilada.



XCIX.           

Azure se quedó callada de piernas cruzadas sobre la cama, seguramente reflexionando sobre sus acciones de antes de quedarse dormida.
–Oye… – Habló con la vista en el suelo. – Siento lo de antes.
–Con que te acuerdas, ¿eh?
–Ay, caray. Tendría que haber dicho que no me acordaba de nada. – Azure se dio un golpecito en la cabeza, entonces, alzó la cabeza y señaló la lata que tenía en la mano. – Dame un poco, Claude. Me voy a emborrachar lo suficiente como para no acordarme.
–Vete ya, estás perdiendo el tiempo.
–Dirás que el tiempo es oro. – Replicó ella. – No me pienso ir.



C.  

Desistí de intentar persuadirla. Ambos estábamos al borde la muerte; en cualquier momento alguien podía poseernos y obligarnos a suicidarnos. ¿Qué importaba que estuviera en casa o no? Tal vez Azure trataba de decirme que prefería ser honesta al final.
Nos sentamos en la cama con la espalda en la pared y escuchamos el silencio.
–Oye, Azure. – Dije. – Te aviso que estoy borracho, pero…
–No me imites. – Me reprendió entre risas. – ¿Qué quieres?
–¿Qué es lo que más te molestaría?
Ella abrió los ojos y me miró intensamente.
–¿Quieres saber qué me haría feliz, Claude?
–Supongo que también puedes decirlo así.
–Pues, hacerte feliz, Claude. – Contestó con una gran sonrisa. – Si tú eres feliz, yo también. Lo que más me molestaría, es que fueras feliz.



CI.                  

Entonces, me preguntó:
–Oye, Claude… Llevo dándole vueltas un tiempo, pero es que no sé nada de ti. Como… por ejemplo, a mí me gusta la música, ya lo sabías, ¿no?
–Sí, vi los cd. No tienes mal gusto.
–…Me acabas de hacer un cumplido… – Bromeó Azure con exagerada emoción. – Ah, eh… Volviendo al tema. ¿Qué te gusta? Quiero saber cómo hacerte feliz, Claude.



CII.          

Abrí la boca para responder, pero nada me vino a la mente. Lo único en lo que podía pensar últimamente era en Azure hasta el punto de haber olvidado mis propios deseos. No, tal vez no era un problema. Pensándolo bien, siempre había sido indiferente a todo incluso antes de convertirme en Limpiador. En mis veinte años de vida lo único que pudo decir que me gustase era molestar a Azure.
Aquella fue la primera vez que pensé en mi felicidad seriamente.



CIII. 

–Menudo eres. – Comentó. – Cualquier cosa sirve. Dime qué cosas te gustan.
Le hice caso y mencioné todo lo que me vino a la cabeza: relojes, cajitas de música, molinos de viento, girasoles, carruseles, norias…
–Resumiendo, te gustan las cosas que giran despacito.
–Que giran despacio… – Repetí. – Sí, supongo que sí.
–¿O te gusto yo? ¿Qué te gusta más?
¿A qué venía eso? Ladeé la cabeza perplejo.
–Cosas que giran despacio o yo. – Repitió una vez más.
–Lo último.
–…Pues te presento a la yo que gira despacito.
Azure se levantó y empezó a dar vueltas sobre sí misma lentamente.



CIV. 

En algún momento la había abrazado sin darme cuenta.
–Sólo quería probarlo… – Susurró ella, sorprendida. – Oye, Claude. ¿Vamos a algún sitio cuando salga el sol?
–¿Quieres salir? – Pregunté. – ¿A dónde?
–Te quiero llevar a un sitio.
–¿Cuál…?
–Es un secreto. – Dijo poniéndose un dedo en los labios. – Es la parte más divertida.
–Vale. – Asentí.
Dicho aquello, nos tomamos una siesta hasta el amanecer.



CV.          

Me desperté plenamente consciente de haber perdido mis poderes, pero ya no significaban nada para mí: la chica que tenía delante de mí me concedería mis deseos sin necesidad de controlar a nadie.
Azure se levantó unos minutos después, desayunamos algo ligero y partimos en coche siguiendo las indicaciones de Azure.
–Conoces muchos sitios del pueblo.
–Sí, me dedicaba a buscar sitios para poder matar a la gente sin problemas.
–¿Por qué?
–Obviamente para que fueran suicidios más creíbles.
–…buenos sitios, ¿eh? Nunca me había parado a pensarlo. Yo los mataba en sitios cercanos.
–Supongo que eso es lo que te parecía lo mejor.
–No hay nada mejor o peor. Supongo que es cuestión de entender el suicido como algo pasivo o activo.
–Entiendo… – Azure asintió.



CVI. 

Adiviné cuál era nuestro primer destino antes de que Azure me avisase de que podía aparcar. Nos detuvimos en un campo plagado de girasoles y con varios molinos de viento esparramados bajo el cielo azul.
–¿Qué te parece?  – Me preguntó. – Giran despacito, ¿eh?
–Sí.
Era una escena sacada de mis más dulces sueños. Nos apoyamos en las vallas y nos deleitamos con el paisaje mezclado con el sonido del canto de las cigarras y el traqueteo del tren a lo lejos. Morir allí sería idílico.



CVII.                 

–…Oye, Claude. – Azure rompió el silencio. – ¿Por qué nosotros?
Comprendí que me hablaba de la selección de Limpiadores porque era lo mismo que estaba pensando yo.
–…He oído una historia… – Vacilé. – Hace siglos, en no sé qué país… Nadie quería ser verdugo, así que elegían a criminales en el corredor de la muerte. Si cumplían, se les posponía la condena; pero en el momento se negasen a matar a alguien, se les ejecutaba y elegían a otro criminal.
–Yo también lo había oído. – Azure asintió. – ¿Y?
–A esto es lo mismo.
–…O sea, ¿Qué ya estábamos condenados a muerte? – Preguntó valientemente Azure después de considerarlo durante unos instantes.
–Sí. – Confirmé.
–No es que tengamos que morir porque hayamos abandonado el trabajo, sino que es porque lo hemos dejado que vamos a morir. Ahora tiene más sentido.



CVIII.         

–Y mi teoría sobre el porqué nos condenan a muerte… – Continué en voz baja. – A lo mejor es porque anhelamos que nos mate alguien.
–Sí que quería que me mataran, pero… – Azure me miró. – ¿Tú también, Claude?
–Sí, sino no se me habría ocurrido.
–¿Por qué? – Inclinó la cabeza.
–Nunca me ha gustado mucho vivir, como tú.



CIX.   

–Me di cuenta de que todos los que había matado estaban desesperados o… eran como tú, Azure.
Azure pensó en ello unos instantes antes de responder.
–O sea que, ¿todo esto es para darle paz a los que quieren morir?
–Bueno, eso pienso yo. No tengo pruebas y mucha lógica no tiene nada de esto.
–Pero… si eso es verdad… – Azure hizo una pausa. – Da bastante pena.
Mucha, mucha pena.



CX.           

–Los que quieren morir, lo consiguen. Está bien, pero hay un fallo.
–Hay gente como tú y como yo que se dan cuenta de lo bueno que tiene la vida cuando están al borde de la muerte.
–Exacto. – Afirmé. – Ojalá todo esto acabe algún día.
–…Me alegro de que me condenaran a muerte.
–¿Por qué?
–Porque te he podido conocer gracias a eso, Claude. – Sonrió.
Pensándolo bien, estuve de acuerdo con ella.



CXI.   

–Relojes, cajitas de música, molinos de viento, girasoles, carruseles, norias… y ya, ¿no?
–Sí, – dije. – tienes buena memoria.
–Pues ya hemos visto dos, vamos a lo siguiente.
–¿Me vas a llevar a ver todas esas cosas? – Pregunté sorprendido.
–Sí, se me ha ocurrido una idea brillante. Hay un sitio lleno de todo lo que te gusta, Claude. – Azure saltó de la valla y aterrizó en el suelo. – Vamos, que el siguiente está un poco lejos.
Tuve la impresión de que el significado implícito de sus palabras era que no sabía cuánto tiempo nos quedaba con vida.



CXII.                  

Conduje siguiendo sus directrices. El cielo se fue nublando a lo largo del día y Azure terminó quedándose dormida. Bajé el volumen de la radio, apagué el aire acondicionado y en un semáforo en el que aproveché para echarle un vistazo se me ocurrió que desearía que aquellos días no tuvieran fin. Era, por supuesto, una simple ilusión y nosotros perderíamos las vidas en cualquier momento, pero me permití dejar volar la imaginación. ¿Cuánta felicidad nos aguardaría si pudiéramos seguir viviendo de esta manera? Sin embargo, me sacudí esas ideas de la cabeza.
Esas suposiciones no se harían realidad jamás.



CXIII.          

–Últimamente he estado dándole vueltas a qué hubiese pasado si te hubiese conocido antes. – Empecé a hablarle mientras dormía. – Quizás si nos hubiéramos conocido antes, no nos habríamos querido morir y tampoco hubiéramos terminado en este ciclo vicioso. – Hice una breve pausa para coger aire antes de proseguir. – Sé que no debería estar pensando en esto… A lo mejor nos hemos podido conocer precisamente por esto y precisamente por esto tenemos esta relación. Pero aun así… no puedo dejar de darle vueltas… No puedo dejar de pensar en lo maravilloso que hubiera sido que esto durase para siempre.

Azure se despertó poco después y volvió a dirigirme.
–No tienes buena cara, Claude. –Notó.
–Serán cosas tuyas; es por el tiempo.
Azure adivinó lo que ocultaban mis mentiras, extendió el brazo y me acarició la cara.
–Ea, ea.



CXIV.          

Azure anunció que habíamos llegado a nuestro destino tres horas después. Aparcamos en un edificio viejo, el típico sitio donde comías curry y te bebías un refresco en la planta superior.
–¿Hay un parque de atracciones en la azotea?
–Sí.
–¿Todavía existe algo tan anacrónico?
–Sí, ¿a qué es fantástico?
Azure me aseguró que estaba plagado de cosas que me gustaban.



CXV.                  

Azure propuso que nos separásemos un momento al entrar.
–¿Te importa ir a por un café o algo y esperarme?
–Claro, ¿por qué?
–Tengo que preparar un par de cositas.
Accedí y me dirigí a la planta superior solo. Hacía muchísimo que no pisaba un centro comercial, unos diez años por lo menos.



CXVI.          

Empecé a preocuparme por la seguridad de Azure cuando apareció.
–Venga, vamos. – Ordenó.
No le pregunté qué había preparado, sino que nos cogimos de la mano con naturalidad y nos dirigimos al parque de atracciones que había en la azotea.



CXVII. 

En cuanto pusimos un pie en la azotea la música invadió el espacio. Un reloj se alzaba sobre nosotros y las marionetas de su interior comenzaron el espectáculo.
La llovizna empezó a apretar.
–Está lloviendo, será mejor que nos subamos a algo ya.
Azure señaló el carrusel y la noria.



CXVIII.                  

Puede que el parque estuviese anticuado, pero era mucho más decente de lo que esperaba. La noria era enorme y el carrusel estaba muy bien conseguido. Yo me hubiese conformado con mirarlos, pero Azure insistió en que nos subiéramos.
–Me dijiste que me matarías de una forma horrible, ¿no? – Me preguntó inclinándose hacia mí.
–Sí.
–¿Y cómo ibas a hacerlo?



CXIX.           

Reflexioné durante unos segundos antes de contestar.
–No iba a ser de una manera sencilla, ya te lo había dicho. Te iba a matar lentamente, disfrutando del momento. Te iba a mostrar lo bueno que tiene la vida y te iba a hacer temerle a la muerte antes de hacerlo.
–¿Y cuánto iba a tardar ese “disfrute”?
–Pues en tu caso, parece que iba a ser difícil quitarte los argumentos positivos sobre la muerte. Quizás una o dos décadas… A lo mejor hasta un siglo.
–Pues en realidad sólo has tardado un mes.
–No, soy un perfeccionista; con tan poco progreso no me quedo a gusto.



CXX.                   

La lluvia apretó todavía más. La gente de la azotea corrió a refugiarse y nosotros saltamos del carrusel y nos metimos en la noria. Cuando la góndola alcanzó la mitad del recorrido, Azure murmuró:
–Me gustaría que me matasen dentro de un siglo…
–Y a mí.
–Pero me parece que va a ser difícil.
–Es raro que sigamos vivos.
–¿No podemos salvarnos?
Sacudí la cabeza en silencio, pero Azure se cruzó los brazos pensativa.



CXXI.           

–¿Qué te parece esto? – Azure alzó la vista. – Dime cómo se consigue que un objetivo se suicide, Claude.
Repetí el procedimiento que tenía grabado en la cabeza.
1.    Poseer el cuerpo del objetivo.
2.    Insinuar que se está planteando la muerte.
3.    Limpiar la habitación o la casa.
4.    Escribir una nota.
5.    Suicidarse.
–Exacto. Evitar el primer paso es complicado, ¿pero y si nos centramos en el segundo?



CXXII.   

–Si somos tan felices que el Limpiador no es capaz de demostrar que no lo somos, ¿no sería imposible dar indirectas de que queremos suicidarnos y, por tanto, llevarlo a cabo?
Azure no estaba hablando en serio. Por supuesto, sólo quería deleitarse en la posibilidad de un futuro feliz que jamás se haría realidad.
–Ya veo… – Le seguí el rollo. – Tienes razón, el Limpiador tiene que hacerlo parecer un suicidio.
–¿Verdad? Pues bueno, sólo tenemos que ser más y más felices.
–Lo malo es, – dije. – que me va a costar ser más feliz de lo que soy ahora mismo.
Azure apartó la vista con timidez.
–Claude… No estás pensándolo bien. A mí se me ocurren bastantes… más cosas felices… para los dos.



CXXIII.                   

La góndola llegó a la cima ofreciéndonos una vista de todo el pueblo empapado.
–Para empezar, iremos a la misma universidad. – Continuó Azure sin dejar de mirar por la ventana. – Me esforzaré muchísimo.
–Más te vale esforzarte mucho, porque con las notas que tienes ahora mismo…
–No pasa nada, te tengo a ti para que me ayudes. Y cuando vayamos a la misma uni iremos a cafeterías, al cine, y de fiesta. Y no como Limpiador y objetivo, sino como pareja. Y ahí no se acaba la cosa. Si quieres podríamos hacer más cosas de pareja. ¡Ah, y además! Cada año iremos a visitar las tumbas de los que hemos matado. No vamos a expiar nuestros pecados haciéndolo, pero deberíamos hacerlo. Reflexionaremos sobre lo que hemos hecho y viviremos con modestia… Sí, viviremos en las sombras más brillantes.



CXXIV.                   

Cuando nos bajamos de la noria estaba cayendo la mundial. Los trabajadores habían empezado a cubrir las atracciones, apagaron la música y la azotea se vio envuelta en un ambiente silencioso, extraño. Contemplamos la escena sin paraguas y sin parar de fantasear.
Creo que hay ciertas cosas en la vida que sólo se pueden decir bajo la lluvia.
Éramos una pareja sin futuro hablando de la felicidad eterna que ya era demasiado tarde soñar.



CXXV.   

–…Ah, sí. – Murmuró Azure y sacó un paquetito de la mochila.
Adiviné qué contenía antes de que me lo diera: una cajita de música de madera.
–Y con esto ya tenemos todo lo que te gusta, Claude. – Dijo. – A ver cómo suena. – Me invitó.
Giré la manecilla de la cajita y abrí la palma de la mano para sujetarla. El cilindro rodó moviendo los dientes que producían la melodía y nosotros la escuchamos atentamente.



CXXVI.                   

La melodía fue ralentizándose hasta apagarse y el sonido de la lluvia invadió mis sentidos una vez más.
–Azure. – Empecé.
–Dime. – Ella alzó la vista y sonrió.
La abracé con ternura y le acaricié la cabeza.
–Gracias.
–No, gracias a ti. – Azure me rodeó con los brazos y me acarició la espalda. – Muchas gracias.
Fue entonces, cuando la cajita de música tocó una estrofa más.
Por última vez anhelé que estos días fueran eternos, pero al parecer, aquel era nuestro último día.



CXXVII.           

Y bien… Puede que sea abrupto, pero la historia termina así.
La chica que conocía un soleado día de julio tenía una mirada nerviosa.
Era tan delicada, que podías romperla de un empujón.
Era tan pálida, que podías mancharla de un mero roce.
Y siempre contemplaba algo a lo lejos.

Este es el tipo de chica del que me enamoré.

Fin.

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