Labios Rojos
marzo 21, 2020
Distrito Zhaoyang
Se casó a los dieciocho. Fue un
matrimonio de conveniencia que sus padres acordaron considerándolo ideal[1]: el
hijo de una familia militar tomando por esposa a la hija de una familia rica. Tal
como dicta la tradición, el día propicio[2] la
casa se llenaría de farolillos, flores, fuegos artificiales rojos y vino rosado
antes de que el palanquín de la novia entrase al recinto para llevar a cabo la
ceremonia[3]. Era inevitable como la nieve en invierno que aquel
en edad casadera desposase a una doncella sin que nadie tuviese en cuenta su
opinión y, sin embargo, su corazón tenía curiosidad por cómo era o por si
conocía a su prometida. El joven desestimó esos pensamientos tan fugaces como
las olas del lago con un gesto y concluyó que, fuera como fuere, mientras la muchacha
cumpliese las tres obediencias y las cuatro virtudes[4] la
posición de zhengshi[5]
sería suya para siempre.
Y, así pues, el día de la boda los fuegos
artificiales explotaron en los cielos, el palanquín se detuvo ante la puerta,
la novia cruzó las llamas, se arrodilló ante los Cielos y la Tierra, brindó con
vino y se dirigió al tálamo para consumar la unión. No obstante, él ya ebrio no
recordaría el aspecto de la muchacha con su vestido de novia rojo. Con torpeza
logró levantarle el velo y echarle un vistazo bajo la tenue luz de las velas
antes de quedarse profundamente dormido.
Lo primero que vio al abrir los ojos a la
mañana siguiente fue una figura delgada de larga melena negra que fluía como
arroyos delante del espejo del tocador. La imagen le desconcertó momentáneamente
hasta que recapacitó y consiguió recordar los ritos que había llevado a cabo el
día anterior. A partir de ese día, él sería un hombre casado y ella su esposa,
aquella que permanecería a su lado el resto de su vida.
Avanzó hacia ella en silencio. Desde donde
estaba tan sólo distinguía el reflejo de la forma de sus labios rosados, su
hermosa barbilla delgada, y la palidez de su tez que teñía su belleza de fragilidad.
–Tienes
los labios demasiado claros. Déjame que te los pinté un poco para darles más
brillo, ¿vale? – Dijo con una gran sonrisa sin esperar a que ella se percatase
de su presencia.
Aquella
sería la primera vez que hablaría con ella.
Su
esposa le sonrió a modo de respuesta y se dio la vuelta permitiéndole ver sus
ojos afines al agua marina y sus cejas idénticas a las montañas azules. Él se le acercó, abrió una cajita del tocador,
frotó los dedos en su contenido y los pasó por los labios de ella enrojeciéndolos
como un capullo que florece lentamente. Y ese capullo floreciente ahora le
pertenecía.
–A
partir de hoy te los pintaré cada día. – Anunció con gran entusiasmo mientras
la dulzura invadía su corazón.
Un
criado fue testigo de la escena y los rumores subieron como la espuma
asegurando de que el recién casado parecía un discípulo de Zhang Chang[6]
y que la pareja era apasionada y sentía atracción por el otro.
* * *
* *
Tres años después
A ella
le gustaban los colores suaves como el azul claro o el rosa pálido y de esos colores
eran todos sus atuendos que a lo lejos se asemejaban a las nubes a la deriva
por el cielo. Raramente se maquillaba y, aunque lo hiciese, lo único llamativo
eran los labios que él le pintaba todos los días. De cejas como montañas
azules, ojos como el agua marina, tez pálida y cabello largo y negro; era una
mujer simple, pero elegante – con la excepción de sus labios rojos. No
obstante, ya no se hablaba de que el marido pudiese parecerse a Zhang Chang,
sino de cuál podría ser el motivo para que una pareja casada no hubiese tenido
hijos en tres años y de su falta de piedad filial relacionada con la tercera obligación[7].
Cierto
día cuando fueron a saludar a los padres de él, ella dijo de repente:
–Soy
una nuera sin pizca de piedad filial; llevo tres años casada y no he podido
concebir un heredero legítimo para esta casa. El incienso sólo arderá[8]
con la entrada de una concubina para mi señor esposo.
Sus
cejas eran azules, sus ojos seguían del color del mar, la palidez de su piel
todavía brillaba, y su cabello continuaba largo y negro. Esgrimiendo el mismo
espíritu de siempre, sus labios del color de las flores del melocotonero
mencionaron el tema de aceptar concubinas.
[Traducción de N1N1. Happy Bubble Subs.]
La
suegra miró a su hijo aguardando su respuesta, pero el suegro asintió
lentamente sin darle ocasión.
Ella
lo comprendía y él también lo comprendía. El matrimonio jamás fue algo entre
ellos dos – el matrimonio era para que el incienso ardiese, para continuar el
linaje. Si la zengshi no era capaz de cumplir, lo haría la concubina; si la
concubina tampoco era capaz, lo haría la criada; y si la criada no lo
conseguía, entonces se casaría con otra mujer. Si dos no pueden, que traigan a
una tercera. Lo importante era que hubiese un heredero y, ¿quién no se había
casado varias veces? Esa era la obligación de ella y esa también era la
obligación de él. Todo estaba decidido, empezando por su propio enlace. Aceptar
a una concubina no era nada del otro mundo: sólo se necesitaban un par de
linternas más en el techo y un par de palabrejas de felicidad pegadas en la
puerta.
–¡El
palanquín está a punto de llegar! – Anunció arreglándole la camisa a su esposo.
Él
le levantó el mentón con suavidad, le rozó un poco los labios, y la miró a los
ojos que, para su sorpresa, ocultaban los párpados decorados con largas
pestañas. Sin dejar de mirarla le pintó meticulosa y tiernamente los labios –
poco a poco.
[Si estás leyendo en una web que no sea TMO, Wattpad o HBS es una traducción robada. Por favor, léelo en cualquiera de mis links.]
–No
te pongas triste.
–No
pasa nada, es mi obligación.
Él
dejó caer las manos para buscar las de ella y darles un pequeño apretón.
Desde
afuera informaron de la llegada del palanquín.
Los
días y los meses se ajetrearon en cuanto aceptó a la concubina. De vez en
cuando se topaba con ella e intercambiaba unas pocas palabras y algunos
recordatorios. La persona que solía preguntar, preguntaba y la persona que
solía escuchar, escuchaba. A veces, la observaba hundirse en los suelos o
escalones al final del pasillo, o la admiraba y contemplaba desde alguna de las
habitaciones de la finca. Aunque sus cejas y ojos seguían igual, habían perdido
color. ¿Cómo no iban a hacerlo? Ambos lo comprendían, era obvio. El agotamiento
hería al corazón.
La
concubina dio a luz a una niña un año después y él no la vería a ella hasta un mes
más tarde vistiendo ropas de sus habituales colores claros y con su larga melena
que había perdido color.
Al
siguiente año tomó a una nueva concubina, pero esta vez nadie la consoló para
que no entristeciera. Tanto ella, como él y las dos concubinas sabían que era
algo obvio. Y de la misma manera que la anterior, la nueva concubina dio a luz a
un niño un año después. Cuando el bebé cumplió un mes la casa organizó una
celebración por todo lo alto y todos los criados se colocaron una flor roja.
Hasta él mismo rio y dijo que por fin había alguien que continuaría el linaje
de su clan.
Se
la veía más demacrada, pero ese fue el único cambio en ella.
Tras
meses y meses, años y años, palanquines y palanquines; después de Año Nuevo,
después del Festival de las Linternas, después del Festival Zhongxiao, después
del Festival de ChongYang, y después de otro año nuevo, su figura enfermiza y
macilenta que todavía brillaba entre la jungla de la belleza de las concubinas
y las criadas terminó apagándose. Al final, su falda de color claro se difuminó
entre los rosas y los violetas.
* * *
* *
Ella
cayó gravemente enferma mientras él se hallaba en un lugar lejano al que se
había visto con la obligación de acudir. Las medicinas y remedio no funcionaron
y para cuando él recibió la carta de casa y volvió corriendo ya era demasiado
tarde.
Se
la encontró tumbada en la cama con los ojos cerrados como si estuviese dormida.
Sus pómulos estaban pálidos, su mandíbula excesivamente delgada, su largo
cabello estaba despeinado… No quedaba ni rastro de los rasgos de la joven que
había visto frente el tocador. Ya no existían esas pestañas tan largas, y sus
labios… Al recordar los labios pareció darse cuenta, volvió a mirar los labios
blanquecinos, y se precipitó a buscar la pintura roja.
–Hace
mucho que la señora no se pinta los labios de color rojo. – Explicó una criada.
Se
abalanzó sobre el tocador y registró todos los cajones hasta que encontró una
cajita de pintura vieja. Abrió torpemente la tapa, pero la cajita era inútil –
la pintura se había secado y ya no le manchaba el dedo.
Aquel
año le había dicho que le pintaría los labios cada día.
La
cajita cayó junto a sus lamentos.
La
pintura reseca se hizo añicos que se esparramaron bajo sus piernas como
escombros del tiempo.
Se
extendió por los suelos desoladoramente.
Fin.
[1] En la antigua
China los padres decidían con quién se casaban los hijos y el estatus y la
riqueza de ambas familias determinaban si era una unión factible o no.
[2] La fecha de la boda se decidía según el tung shing (通勝) para asegurarse de que no se celebraba en un día de mala suerte.
[3] El rito matrimonial
o bài táng (拜堂) consistía en arrodillarse ante el Emperador de Jade, Bodhisattvas, familiares,
padres, antepasados y mutuamente para rendirse respeto.
[4] Las tres obediencias y las cuatro virtudes (三从四德) forman parte de la ética de Confucio y son un conjunto de
principios morales y reglas de comportamiento social para las mujeres.
[5] Según el sistema
moral y legal Dishu (嫡庶) que lidiaba con asuntos matrimoniales y de herencia, un hombre sólo podía
tener una esposa oficial a la que se la llamaba zhengshi (正室) o esposa Di (嫡妻), el resto eran concubinas.
[6] Zhang Chang (張敞) fue un erudito y un
oficial durante el reinado del Emperador Xuan de la Dinastía Han que le pintaba
las cejas a su esposa.
[7] Mengzi o Mencio
es el sucesor de la doctrina de Confucio y uno de los grandes filósofos, teóricos
políticos y educadores de la historia china que entre sus muchas aportaciones
está su colaboración en las tres obligaciones que los hijos tienen para con sus
padres. La tercera obligación establecía que un hijo le rendía piedad filial a
sus padres y ancestros teniendo descendencia.
[8] Es una
referencia al incienso que se quema en las tumbas o para los ancestros, es
decir, la esposa vuelve a hablar sobre la necesidad de respetar y honrar a los
antepasados o la familia.
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