6. La marca de la esclava

abril 02, 2020


–¡Luego lo miro, primero tengo que hacer otra cosita! Con su permiso, señorita.
Para grata sorpresa de los decepcionados espectadores que creyeron que Leo iba a marcharse sin culminar el espectáculo, el soldado desgarró el corpiño de Chloe. La joven, humillada y furiosa, fulminó al pelirrojo con la mirada mientras trataba en vano de cubrirse el pecho con las manos.
–Princesa… ¿O debería llamarte “esclava”? – Se burló Leo. – ¿Sabías que las esclavas especiales tienen una marca especial?  – Explicó caminando lentamente a las llamas con movimientos haraganes como el león que acecha a su presa.
Leo sacó una barra de hierro de las brasas lo suficientemente caliente como para quemarle las pestañas con solo mirarlo, entonces, se volvió hacia Chloe como si fuera una fruta madura lista para que la cosechasen.
Cuando sus miradas se encontraron, Leo esbozó una sonrisa sádica y el miedo se apoderó de Chloe que supo detectar la crueldad del gesto. ¡Aquel demente pensaba marcarla con la barra de hierro!
El pelirrojo anduvo hasta Chloe arrastrando la barra por el suelo. A cada paso Chloe se encogía más e inconsciente empezó a arrastrarse para atrás con la boca abierta, aterrorizada. ¡Por favor, que no se acercase más! Continuó intentando huir hasta chocarse con una roca, pero no sintió dolor alguno. En esos momentos nada era más aterrador que Leo esgrimiendo la barra de hierro ardiente preparado para atacar. Jamás la habían tratado de esta manera.
El resto de los soldados disfrutaban del espectáculo encantados mientras que las otras cautivas temblaban en la otra punta del calabozo en un amago de aislarse de la situación. La desesperación se adueñó de la desdichada joven cuando notó cómo topaba con una pared – no tenía vía escapatoria, estaba condenada.
–Basta, Leo. – De repente, la pared a sus espaldas habló. – Hasta que no se asigne las esclavas a un territorio o a un soldado, son propiedad del Palacio Imperial. No puedes marcarlas como esclavas sexuales a tu antojo. – La pared resultó ser Evan.
Chloe no se sobresaltó por la aparición del soldado, sino que analizó con detenimiento lo que acababa de decir. El Pasa no separaba a sus esclavos en grupos, así que tampoco había necesidad de marcarles. Sin embargo, la indulgencia de su antiguo reino nada tenía que ver con el despiadado Imperio Nosteros. Los invasores contaban con una serie de leyes sobre cómo tratar a los esclavos para facilitar el trabajo a los nobles que se dedicaban al comercio de esclavos. Si Leo hubiese conseguido marcarla, Chloe se habría convertido automáticamente en el juguete de todos los hombres de aquel lugar.
–¡Qué lástima! – Leo tiró la barra de hierro sin vacilar, aunque no olvidó dedicarle una mirada descontenta a Evan. – Deja que me la quede. – Hizo una pausa para mirar con segundas a Chloe y prosiguió. – Quién sabe que cosas puede hacer esa boquita.
Chloe le giró la cara disgustada y miró a Evan con la esperanza de que la rescatase de aquella situación.
–No. – A Evan, no obstante, no le interesaba la joven y contestó con indiferencia absoluta. – Se te dará una dentro de poco, de momento deja a esta en paz.
Leo se burló de la agitada Chloe sin dejar de observarla con lujuria y relamiéndose. Se agachó a su lado, la agarró por el mentón para obligarla a mirarla y le acarició la mejilla con brusquedad.
–Le has oído, ¿no? – Su aliento fétido le palpó el rostro. – Sólo tenemos que esperar un poquito más.
Chloe no le respondió por miedo a provocarle. Leo contempló la figura sin vida que no oponía resistencia más allá del temblor por el miedo – qué aburrimiento, un contrincante que no grita no tiene nada de divertido. Le tiró del pelo para acercarse a su oído y le susurró:
–Me gustan las mujeres rebeldes, señorita. – A Chloe le recorrió un escalofrío por la columna. – Deja de ser tan sumisa.
–Por favor… – En cuanto le escuchó, la boca de Chloe se movió por instinto. – ¡No me hagas daño…!
Leo soltó una risita suave al escuchar su ruego.
–Creo que escucharte chillar será un placer. – Declaró antes de morderle la oreja con fuerza.
–¡Ah! – Chloe chilló.
Leo la pateó con todas sus fuerzas, pero lo que a la joven le dolía era la oreja que, a pesar de no sangrar, estaba convencida de que se le caería en cualquier momento.
Leo abandonó el lugar riéndose a carcajadas. Al fin, la joven percibía la gravedad de su situación. Todo lo que le quedaba era rogar con lágrimas humedeciéndole el rostro por que el mañana no llegase. Preguntándose si sobrevivir había sido realmente una bendición, se desmayó abrumada por el temor.

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