Capítulo 1

agosto 19, 2016


El suelo bajo sus pies estaba mojado y todo lo que se oía a su alrededor eran la agitación de los árboles y los gritos de los pájaros. Aunque el chico llevaba una venda, se dio cuenta, rápidamente, que le habían soltado cerca de un bosque. Después de que le dejaran escapar del hedor a cuero del coche patrulla, llenarse los pulmones con aire fresco era como un sueño. No recordaba haber saboreado un aire tan maravilloso como este ni siquiera antes de que le arrestasen.
Sin embargo, cuando el chico estaba a punto de volver a coger aire, le dieron una patada y le tiraron al suelo.
-Camina, prisionero 5722.
Él siguió las órdenes del policía. El chico era algo más alto de lo normal y su cuerpo era tan robusto que su sombra parecía la de un adulto. Pero cosas como su boca, su piel morena sin marchas y su carencia de pelo en el cuerpo dejaban claro que todavía era un jovencillo.
-¿Dónde estoy? No, mejor, ¿a dónde voy?-Murmuró el chico con la voz ronca y baja.
Se preguntaba si la venda le ocultaba el campo de concentración y cuántas horas había pasado en el coche patrulla. Nadie se había molestado en decirle a donde iban, sin embargo, él tampoco se había atrevido a preguntarlo. Aun así,  era consciente que sólo existían dos respuestas posibles. Una de dos, o le responderían adecuadamente o le darían en la cara. En su cabeza, caminar sin poder ver era difícil pero, en realidad, el camino era plano. Como no podía depender de la vista, sus otros sentidos estaban trabajando más de lo normal para recolectar información sobre su entorno. Tenía las manos atadas y, justo delante de él, había un policía que le estiraba para adelante. A diferencia de él, ese tío no mostraba signos de humanidad ninguna.
El chico sentía los gloriosos rayos del sol de principios de verano, e inspiró el fragante aire de los árboles del bosque. Aunque a veces pisaba hierbas, no tropezaba con ninguna raíz suelta ni nada así. Este lugar no parecía un sitio salvaje. Pero era raro… ¿Qué era…?
Su corazón latía, aunque no podía estar seguro, sentía que el suelo por el que pasaba no se parecía a nada con lo que se hubiese encontrado en sus dieciséis años de vida.
Recuerdos e imágenes de paisajes por los que había viajada y de escenas que había presenciado flotaban por su cabeza. El viejo bosque de su  pueblo natal… Los pavimentos de piedra de su ciudad… Vio la nieve cubrir innombrables carreteras y al solitario soldado seguir cavando trincheras en el yermo. Daba igual donde fueras, se podía ver las marcas de sus tanques. El aroma a aceite, carbón y la arena mezclada con el aire.
Notó los surcos de los carros de la unidad de refuerzos y también había una pizca de olor a caballo.  Los restos del campamento militar estaban plagados de cajas de explosivos. También había humo de pistola… y un hedor a carne humana quemada.
El sudor rezumó de sus poros. Una de las gotas le bajó por el cuello, unos grilletes evitaban que huyese. Aunque le irritaba, era inútil querer quitar los hierros. Ni las cadenas de sus muñecas ni el collar de su garganta le dejaban hacer lo que quería. Aún más, aunque sus piernas gozaban de libertad, notó que levantar los muslos se había vuelto un dolor enloquecedor y por momentos se hacían más pesados.
No quería ir más lejos.
Pero, inesperadamente, entre la oscuridad de su venda, un impulso extraño entró en su corazón. Mientras caminaba con los zapatos sin cordones, para evitar suicidios potenciales, empezó a pensar que la tierra por la que andaba n estaba cubierta de plantas aleatoriamente, como los pelos de su barba.
“Es como si estuviese andando encima de algo…”
La cuerda que ataba sus muñecas se tensó.  El policía paró y chasqueó la lengua. El cuerpo del muchacho se puso rígido como respuesta, preparándose para la paliza. Sin embargo, el dolor nunca llegó. En vez de eso, le quitaron la venda rudamente. Para las pupilas del chico que ya se había acostumbrado a la oscuridad, los rayos del sol veraniego fueron algo violentos. Se giró como si le hubieran abofeteado, cubriéndose la cara hecho que hizo que el policía se burlase.
-Levanta la vista, mocoso.
Parpadeando, el chico hizo lo que le ordenaron.
Su visión estaba borrosa, blanca y brumosa.
La primera cosa que pudo enfocar fue al policía. Tal y como había esperado, el hombre parecía de unos treinta años con una cara flacucha y larga. Lo siguiente que le entró por los ojos  fue el suelo húmedo y el descuidado verdor… Y entonces, las tumbas.
Tumbas, tumbas. Un montón de tumbas. En la claridad del bosque había una fila de incontables monumentos a la muerte. Las piedras eran de diferentes formas y medidas, e incluso los intervalos entre cada una era extrañamente irregular. Había piedras separadas por una distancia de diez pasos, hasta una piedra que emergía del suelo, insolada de las otras. La mitad parecían enterradas en el bosque. Algunas tumbas estaban hechas de granito fresco y nuevo, otras se habían erosionado con la lluvia y sus epitafios e inscripciones ya no se podían leer. No había ninguna uniformidad ni orden en este lugar.
-¿Esto puede que sea…?-Rezumando sorpresa, siguió preguntándole al guardia.- ¿Puede ser que me hayáis traído aquí para evitaros la molestia de transportar un cadáver?
Entre risas, el hombre contestó:
-¿Y si fuera así?
-Entonces, supongo que esta sería otra tragedia basada en una falsa acusación.
En respuesta, el guardia le pateó la boca del estómago.
El color de la cara del chico permaneció casi intacta a pesar de estar doblado por el dolor y sonreía amargamente. Desde que le dijeron que su sentencia sería de vida nunca pensó que moriría allí.
“Je, me apuesto lo que sea a que si este tío me matase ni siquiera le castigarían”.
-Bueno,-contestó el carcelero.- aquí es donde vienes.
Con el huesudo dedo corazón, el guardia señaló la dirección por la que iban a viajar. En una de las esquinas de la frontera entre el bosque y el cementerio, el chico vio de refilón una mansión y sus paredes blancas. Apenas era visible, como si la hubieran enterrado entre la gruesa verdor de los árboles. Hasta donde podía ver, parecía un sitio donde sólo vivía una persona.
Conforme se acercaron a la mansión, el chico, al que empujaban por la cuerda que tenía atada a los grilletes, se percató que las paredes no estaban pintadas de blanco. En realidad, eran del color de una piedra a la que acaban de sacar de una cantera. El edificio tampoco era demasiado grande, pero su perímetro estaba completamente rodeado por una valla de acero negro sin pizca de oxidación. Las incontables partes de arriba de la valla parecían puntas de espada, todas apuntando al cielo, protegiendo de los ladrones. La puerta de la entrada, una puerta de acero que casi se mezclaba con la valla, estaba firmemente cerrada. Naturalmente, no había ninguna fiesta de bienvenida para ellos.
El chico empezó a dudar que alguien viviera allí. En el área no había pistas sobre si había habido alguna actividad reciente por allí. Entre la valla y el edificio, había un pequeño jardín que, a pesar de estar totalmente desmalezado, no tenía ningún rasgo distintivo. No había ni un solo árbol o arbusto, tampoco había fuentes ni esculturas y, el muchacho no vio ningún tendedero. Pero, en lugar de esas cosas, había un timbre automático y un recibidor al lado de la entrada de hierro. La gente humilde no tenía acceso a cosas como telégrafos ni a muebles como los de la entrada. Respecto a los telégrafos, aunque el chico había visto unos cuantos durante su servicio militar, al igual que tanques, eran herramientas que sólo usaban los oficiales especialistas. La gente como él, la gente que era carne de cañón no tenía oportunidad de tocar ese tipo de cosas.
El lugar era sorprendentemente lujoso, eso pensó el muchacho guardándose su opinión para él. El guardia que estaba poco familiarizado con el aparato, apretó el timbre con torpeza. Entonces, cogió el teléfono que se juntaba con una cuerda delgada.
-Soy el policía militar, el suboficial. Tal y como se había dicho, he escoltado al prisionero 5722.
Un poco más tarde, un hombre visiblemente viejo, respondió con una voz terriblemente ronca.
-Le estábamos esperando. Gracias oficial, apreciamos su servicio.-El volumen era tan alto que el chico al lado del guardia no tuvo problemas para escuchar lo que estaban diciendo.-Por el momento, oficial, han terminado sus deberes. Como desde ahora nos encargaremos nosotros de la situación actual, no queremos molestarle más. Esperamos que no le pase nada de camino a casa. Buen viaje y buena salud[1].
Al escuchar eso, la expresión larga del guardia pareció torcerse con enfado. Daba igual lo educadas que fueran las palabras, que le negasen la entrada y le hicieran darse la vuelta como un simple buhonero hirió el orgullo del oficial. Con una voz cautivadora el guardia contestó:
-Pero mi deber es asegurarme personalmente que se ha escoltado al prisionero. Me gustaría que me abrierais la puerta. Y para empezar, ¿no es de mala educación no mostrarme su cara?
-Apreciamos su respuesta. Sin embargo, aunque estamos agradecidos de que se tomase la molestia de venir hasta aquí, los papeles de trabajo del prisionero ya han sido firmados por ambas partes, la nuestra y la vuestra. Además, respecto al contenido de ese acuerdo, no recuerdo que hubiese ninguna cláusula que exigiera que usted tenía que entrar al chico directamente…
-Pero…-Aunque el oficial se negó a echarse atrás y quería seguir insistiendo, la voz del oyente le cortó.
-Disculpe, soldado. ¿Es usted un suboficial  de la prisión de Racksand?
-Mmm… Sí…-El guardia respondió con recelo ante la inesperada confirmación.
Quien fuera que estuviese al otro lado del telégrafo, hablaba con toda la cortesía que su voz le permitía.
-Por su bien, háganos el favor, de por favor, permitir que preparemos su visita al restaurante que se halla a los pies de la montaña llamada: “el oído del gato”. Allí, podrá disfrutar del tiempo con una mujer de su categoría. Por supuesto, las bebidas y los otros servicios estarán a cuenta de la casa. Y, ya que su regreso a la prisión se retrasará un día, informaremos a sus superiores de la situación. ¿Qué opina de esta oferta?
De repente, cuando le presentaron tal soborno, el oficial de cara tosca, perdido en la nada, parpadeó.
Entonces, cambiaron de tema, como si la disputa se hubiese solucionado, como si el enemigo hubiese recibido el último ataque.
-Y el chico… ¿Lleva el un collar?
-Ah, sí…-l oficial no dudo durante mucho rato más.-Sí.
Desanimado el guardia colgó el teléfono e impotente murmuró al aire:
-No quiero seguir estando en este sitio tan deprimente.
Se dio la vuelta y, en el momento en que el chico entró en el campo de visión del guardia, la cara del oficial pareció avergonzada. Entonces, pareció recordar que estaba mirando a un prisionero inútil, y el guardia escupió a los pies del muchacho.
-¡Hey, asesino, ni se te ocurra correr!
Como si tirase una colilla al suelo, el guardia soltó el final de la cuerda que envolvía los grilletes del chico.
-Una vez al mes, se hará una inspección. Si hay algún problema, volverás a la cárcel de inmediato. También, si tu jefe está mínimamente insatisfecho contigo, no le importará que tengas ese collar puesto. Además, da igual donde estés, no hay escapatoria.
Riendo, el chico contestó:
-Creo que si me escondiese bajo tierra daría igual quien me buscase, no me encontraríais.
Al escuchar esto, el oficial estalló en carcajadas. Su humor pareció mejorar en comparación con momentos antes. A juzgar por la cara de caballo del guardia, el chico podía adivinar que iban a haber muchas visitas breves e inesperadas.
El hombre sacó la llave de sus grilletes de los bolsillos de su uniforme y lo lanzó al patio. Entonces, con un paso que parecía descender, volvió al coche patrulla. Y así, con los grilletes aún puestos, el chico se quedó delante de la puerta de hierro.
Se preguntó qué hacer; después de todo, no sabía nada de su captor.
Bueno, sea lo que sea que me espere ahora, estoy seguro que no acabará demasiado bien
Mientras se acercó a la entrada de hierro, pisando las hojas bajo sus pies, un grito agudo resonó por encima de su cabeza. Al mirar hacia esa dirección vio un cuervo gigante abriendo las alas. Era difícil de creer que este pájaro con su siniestro canto estuviese emparentado a los pájaros como el ruiseñor o el gorrión.
Recordó las palabras que el guardia había dicho unos minutos antes.
No quiero seguir estando en este sitio tan deprimente
El muchacho estuvo completamente de acuerdo con él.
Incluso ahora, el presentimiento que había brotado en él cuando iba con los ojos vendados no se había disipado. El chico volvió a mirar a sus alrededores.  N hacía demasiado calor y, seguramente, una persona normal encontraría el hecho de estar bajo la luz del sol de principios de verano y respirando aire fresco  bastante agradable. No obstante, ambos, el chico y el oficial, compartían la misma opinión. No era tan sólo el hecho de que era un cementerio; parecía haber algo en ese lugar que inquietaba a los humanos.
Una vez más, esta vez usando los ojos, revisó el suelo por el que andaba. El lugar era incómodo. Bueno, no era raro pues estaba caminando sobre espaldas de muertos.
Cuando la silueta del policía había desaparecido completamente en la distancia más allá del cementerio, la puerta de hierro se abrió sola con el sonido de un metal pesado chocando.
Entonces, a unos treinta metros de su posición, de la entrada cubierta con grabados detallados, un perro negro, de repente, sacó el morro de detrás de la puerta.
El perro era más grande que cualquier otro perro que el chico hubiera visto jamás. Su apariencia le recordó a un lobo, pero le habían cepillado el pelaje a fondo. Además, sus ojos presentaban el brillo radiante de los perros bien entrenados. Sin embargo, por encima de todo, ver cómo se acercaba sin hacer un solo sonido fue elegante.
El chico se quedó completamente estupefacto al ver cómo el perro tenía la llave que el guardia había lanzado en la boca. Desde donde estaba le era imposible saber si la criatura era amistosa o hostil.
-Por favor, entre, Prisionero 5722. El perro le hará de guía.-La voz llegó de un aparto que resguardaba el telégrafo de la lluvia.
El hombre habló como si estuviese mirando directamente al chico.
El perro se volvió a desvanecer entre la oscuridad de la entrada. Aunque el perro era enorme, el chico no vislumbraba nada en el interior de la mansión.
Me ha dicho que lo siga, pero…”
No había nadie escoltándole ni tirando hacia adelante por una cuerda. Pero, pesé a que habían rechazado a su carcelero, ¿de verdad estaba tan incauto? No, más aún. ¿Tendría que estar agradecido de que el perro no llevase la cuerda en la boca?
Hasta para un prisionero, que un perro le arrastrase del collar como si estuviese llevando sus riendas sería demasiado patético. Por supuesto, no pensó que el perro entendía ese sentimiento.
Poco después de entrar en la oscuridad de la mansión sin ventanas, no sentía nada más que un aire frío. Pero, cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad notó que estaba en la entrada de un pasillo algo estrecho con una fila de algo así como candelabros que daban algo de luz.
Después de esperar a que el chico empezase a andar, el perro prosiguió a guiarle por el pasillo y él, siguió a la criatura como si le empujaran. Había una alfombra de buena calidad con un diseño geométrico en el suelo. De hecho, ver como sus zapatos sucios dejaban huellas en ella le hizo sentir como si estuviese cometiendo un crimen.
-Bienvenido a La Fosa Común.
La voz hizo eco en el momento que entró a una gran sala. Era la misma voz ronca que hacía poco había acallado al oficial. Las lámparas que decoraba e iluminaban la habitación estaban hechas de un cristal tallado tan bello que su sentido del valor no podía comprender cuán extravagante era. También había una estatuilla de un humano con alas en la espalda, una pintura al óleo de una chica y su mascota en el lago y candelabros de oro fino. Y descansando en el centro del cuarto, había un sillón enorme de cuero. Aunque el chico quería esconder su sentimiento de inquietud, su boca se abrió y dijo:
-¿Eres el dueño de este sitio?-Preguntó el chico.
Entonces, sin darse cuenta, los ojos del chico gravitaron hasta la nariz del hombre. No, para ser más preciso, el lugar donde su nariz debería haber estado. En el caso de ese viejo hombre, parecía como si le hubieran limado la nariz y que ahora, todo lo que quedase en su cara fueran dos agujeros profundos. A pesar de todo, lo más inquietante eran sus apenas notables ojos. Parecía un duende directamente sacado de las viejas fabulas. Aun así, parecía llevar un abrigo de cola a la moda.
-Ruego me perdone por no presentarme antes. Me llamo Daribedor. Puede tenerme como a un vigilante. Como ya debe haber supuesto, se ha decidido que desde hoy trabajará aquí.
El chico había planeado hablar cínicamente a propósito para hacer que el anciano revelase la verdad, no obstante, la actitud educada de Daribedor no se desmoronaba jamás. Por simple intuición, el chico supo que este hombre no era del tipo simpático.
Entonces, preguntó:
-Pero, ¿qué se supone que tengo que hacer ahora exactamente?
Al escuchar eso, el anciano hizo una extraña sonrisa torcida y dijo:
-¿No crees que solo hay una cosa que tengan que hacer los prisioneros aquí?
Entonces, el hombre sopló burlonamente por los agujeros de la nariz.


[1] El diálogo de este personaje está escrito en un japonés extremadamente educado. He hecho todo lo que he podido para traducirlo al español, pero la prevalencia del lenguaje honorífico formal disminuye muchísimo en castellano. En general, el discurso sonaría algo arcaico. 

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