Capítulo 4: La cigarra mentirosa y el cielo azul

enero 23, 2017

 -Cri-cri-cri. Cri-cri-cri. ¡Soy una cigarra!
Bajo el oscuro cielo nocturno sólo podía oír el zumbido de una criatura desconocida. Era una noche alrededor de la mitad de verano, en la que el calor volvía con una fuerza máxima. Al escuchar la repentina voz, me asusté anormalmente. ¿Qué es esto? ¿Qué pasa? Mi cabeza dio vueltas, incapaz de ordenar los pensamientos. Me escondí en el futon y me cubrí las orejas, pero la voz no hizo señal de parar. De hecho, pareció ser más fuerte. Me encontraba peor de lo normal, pero la voz resonaba en el tambor de mis oídos.
-¡Me he equivocado! ¡Soy humana! ¡Soy una humana, no pasa nada! ¡Por favor, abre! ¡Hey! ¡Abre! ¡Abre! ¡No te preocupes, no soy una mala persona! ¡Hey!
El diminuto apartamento de cuarenta años dilapidado, de repente se sacudió ante los golpecitos de la criatura. El crujido del suelo chirriante y mal puesto hizo eco. Mi visión giró con miedo y ansiedad. Mi cabeza tuvo un corto circuito por el súbito evento.
-¡Abre! ¡No soy mala! ¡De verdad que soy humana!
La criatura continuó insistiendo con que era humana con una voz adorable. Por supuesto, ningún humano normal diría: “de verdad que soy humana”, por lo que estaba claro que era otra cosa.
-¡Sé que estás ahí! ¡No soy alguien dudoso, sospechoso ni sórdido! ¡Y no soy una cigarra ni nada así! ¡No hay problema, abre la puerta! ¡Ábrela! ¡Asesino…! ¡Violador! ¡Complejo de lolita!
Las cosas que decía se iban volviendo más y más raras. A ese ritmo, los vecinos se quejarían, tenía que hacer algo. Me aproximé a la entrada con prudencia. Como siempre, escuché insultos de:
-¡Abre! ¡Granjero! ¡Excavadora de metales raros!
A través de la puerta. Bueno, no estaba seguro de si ese último era un insulto. Justo entonces, escuché un golpe en la pared de la habitación vecina. Sorprendido, mi cuerpo se tambaleó y cayó, mi mano aterrizó en el puño de la puerta y como había olvidado echar el pestillo, la puerta se abrió de par en par.
-¡Ah!
En la puerta no había cigarras, sino una chiquilla bajita que me recordó a un animal pequeño. Sorprendido por la repentina carencia de puerta donde llamar, ella titubeó un poco y dejó escapar un grito extraño.
-¡Ah! ¡Por fin abres!
¿Qué diantres estaba pasando…?
-No te preocupes, no soy una cigarra. ¡Soy humana, así que no pasa nada!
No, no era eso. Ese no era el problema. Por primera vez experimentaba algo tan lejos de mi comprensión que no podía hacer nada. Me quedé ahí quieto y miré ausente.
-¡Buenas tardes! Ay, perdona. ¡Buenas noches! ¡Soy yo, Semiko! ¡Hoy he venido a devolverte el favor!
-¿Semi? ¿O sea que eres una cigarra?
Siguió hablando, sin dejarme meter baza, o eso parecía estar haciendo. No es que no recuerde todo lo que sucedió después, pero al poco tiempo perdí la consciencia, incapaz de procesar la situación. Colapsé en el descansillo de la entrada mientras ella se presentaba. Mis sentidos desaparecieron entre su adorable voz en pánico de fondo.
Esta es la historia de esa cigarra mentirosa.
-¿Estás bien? ¡Bomberos! ¡Qué alguien llame a los bomberos!-Cuando recuperé la consciencia y abrí los ojos, ella – Semiko – estaba agazapada a mi lado, agitada.-¡Gua! ¡Fiu! ¡Me he asustado mucho cuando te has desmayado!
Semiko estaba especialmente radiante vistiendo su vestido blanco en contraste a la oscuridad del exterior. Sobre el pecho llevaba un lazo naranja que destacaba como una llama. Me recordaba más al fantasma de una planta que a una cigarra. Crujiendo y todo eso.
-Eh… Tú eres…
Antes de que pudiese terminar, Semiko apartó mis palabras.
-¡Buenas noches! ¡Soy la humana Semiko! ¡He venido a devolverte el favor!
-Eh, ¿quién eres? ¿Y por qué al principio decías que eras una cigarra?
Tenía muchas preguntas, pero eso era lo primero que quería saber. De repente, el sudor apareció en el ceño de Semiko. Su rostro se endureció, sus piernas temblaron y ella empezó a silbar de forma poco natural.
-¿Y-Yo he dicho eso?
-Sí, y algo sobre el reino de las cigarras.
-¡Ah! Ahora sí que la he liado…-Murmuró Semiko, agachándose con la cabeza entre sus manos.-¡Ah…! ¡No puedo creer que la haya liado al empezar! Yo, a la que llaman la cigarra genio japonesa…
-Vale, bien. No lo entiendo pero, ¿puedes quitarte los zapatos?
La cara de Semiko enrojeció como una manzana y se apresuró a quitárselos, entonces, corrió a la entrada. Cuando tropezó por el camino yo empecé a dudar en el futuro del reino de las cigarras.
-Esto es algo que no debería decir, así que te ruego que lo guardes como un secreto…
Aunque no había nadie alrededor, Semiko habló entre susurros sobre asuntos, presuntamente, confidenciales. La explicación duró casi tres horas así que abreviaré lo que no es importante.
-Cuando todo iba mal para mí, tú estuviste muy ¡guaa! Y me salvaste.
Semiko habló y habló excitada. El hecho de que seguía contándolo entre susurros parecía haberse ido de su cabeza. Era una explicación sin objetivo fijo, pero parecía ser la esencia de ello. Por supuesto, no recordaba nada de ello, así que le pedí detalles.
-No estaría bien que te contase más. SI lo hiciera, sería enteramente posible que la gente del reino de las cigarras echase una maldición para hacer que Marukuru sufriese anorexia…
Y conseguí otra explicación sin sentido. Según lo que me había contado Semiko, “Marukuru” era su mascota. Le gustaba pescar y odiaba las botellas de agua. Parecía ser muy mono, una criatura con la manía de hacerse ovillo en los kotatsus en inviernos y con un ruidito como: “miaaaau”. Sí, era obviamente un gato. Una cigarra teniendo un gato…
-Si Marukuru tuviese anorexia ya no sería blandito… Es algo que tengo que evitar que pase. ¡Un Marukuro que no es blandito es como un gato que no es blandito!
-Claro, porque es un gato.
Olvidándose del tema, continuó fervorosamente hablando de Marukuru y de lo blandito que era. Entonces, de repente, se acordó del tema…
-¡Pero eso da igual!-Gritó, y volvió al tema.
Semiko continuó explicando cómo tenía que devolverme el favor de salvarla o sino maldecirían a Marukuru para hacer que su pelaje se le cayese y se tropezase todo el rato.
-No me queda de otra que devolver el favor…-Se lamentó Semiko, finalmente concluyendo su explicación.
¿Ya veo…? ¿Es eso…?
No, era imposible que entendiese eso. Jamás había oído nombrar el reino de las cigarras desde que nací, y no pretendía volverlo a oír nombrar. Ni siquiera podía concebir algo así como sentido común.
-Eh… Un momento. Deja que me aclare.
-¡Claro! ¡Aclárate hasta que no puedas aclararte más!
Frenéticamente pensé que tal vez estuviese enfermo, que mi cerebro no funcionaba. Era incapaz de aclarar la situación. Mientras pensaba, Semiko se aburrió y empezó a escudriñar las plantas de mi habitación. Fallé en comprender qué le parecía tan interesante de ellas. A veces, se escondía la cara y reía en voz baja. Su mueca era totalmente visible desde donde yo estaba y, sinceramente, daba miedo.
-Esa cosa, eh, ¿el reino de las cigarras? ¿Dónde está?-Pregunté con los pensamientos desordenados.
Semiko reflexionó unos segundos y miró a su alrededor. Entonces, señaló al norte sonriendo.
-¡Creo que por ahí!
Ah, quizás era una estúpida total. Ahora podía estar seguro.
-Ya veo. Por ahí.
-¡Sí! Si no fuera por ahí, ¿por dónde sería?
-Ya veo. Tengo que ir al baño.
-¡Entendido! ¡Nos vemos!
Estaba casi convencido de que jamás podría calmar los pensmainetos en semejante ambiente surrealista así que me tambaleé hasta el baño. Me pregunté si me había vuelto a resfriar. El dolor de mis ligamientos, como si estuvieran encogidos. Aún mareado y confuso, intenté pensar. ¿Era una chica cigarra del reino de las cigarras? No, no podía ser. Seguramente era una loca con poco que perder, y ese era el tipo de chica loca con la que menos valía la pena involucrarse. No tenía dudas de que esto terminaría con una llamada a la policía. Tenía que hacer que la sospechosa chiquilla se fuera. Esa fue la conclusión a la que llegué tras unos pocos minutos de reflexión.
-Bueno, ¿cómo hago que se vaya…?-Murmuré saliendo del baño.
Por alguna razón, Semiko estaba practicando volteretas. Falló una. Se sostuvo la frente adolorida; al parecer se había golpeado la cabeza.
-¿Qué haces?
Instantáneamente, Semiko escondió la mano detrás de la espalda, pretendiendo que no había pasado nada.
-M-Me aburría y quería matar el tiempo, así que hacía volteretas.-Admitió avergonzada.
Poco después de decir eso, sus ojos se abrieron de par en par y continuó:
-¡Eh! ¡Sabes! ¡En el reino de las cigarras las volteretas son una prueba de llegar a la edad adulta!
-¿Ah, sí?
-Sí, así que hacer volteretas en el reino de las cigarras no es nada vergonzoso.
-Ya… veo. Impresionante.
Semiko soltó una risita radiante, orgullosa. Claramente era una patraña, al estar tan llena de seguridad parecía estar pensando: “¡Ja! ¡Seguro que le he engañado!”.
-Supongo que si hubiese nacido en el reino de las cigarras yo sería un prodigio.
-¡Un pura sangre!
Podría haber contestado de muchas maneras a eso, pero como no parecía tener malas intenciones, tuve el buen presentimiento de que la gente del reino de las cigarras no dañaría a los humanos. Pero sólo lo pensé; no dije algo tan inútil en voz alta.
-¡Ah…! ¡Ya es la hora! ¡Tengo que irme!-Gritó de repente Semiko.
Eran las cuatro de la mañana. Habían pasado casi cinco horas desde que había abierto la puerta.
-Bueno, ¡hasta la próxima! ¡Perdona lo de hoy!
-Sí…
Semiko se levantó y voló por el suelo, y al igual que antes, se tropezó. Podría jurar que vi dos rayas azules debajo de su vestido… pero pretendí no ver nada.
-¡C-Con permiso!-Dijo con la cara roja y se levantó, entonces, corrió afuera.
Una vez se había marchado con el viento frío, sólo pude observar. Dos segundos más tarde, me dejé caer sobre mi futon. Lo que había ocurrido sólo era un sueño, pensé y recé, mientras dejaba marchar a mi consciencia.

Me levanté por el calor abrasador. Sentí que había tenido el sueño más extraño, aunque no podía recordar de qué se trataba con exactitud. Me sentía mucho mejor que el día anterior. Sentía ligeros a mi cabeza y cuerpo. Mientras intentaba recordar mi sueño, noté el calor asesino de la habitación. Antes de enloquecer por un golpe de calor, me apresuré a encender el aire acondicionado. El aire frío empezó a fluir y a bajar la temperatura deprisa. Me quité la ropa pegajosa y fui a duchar para lavarme el sudor.
-¿Qué clase de sueño era…?
Desde que vivía solo había empezado a hablar mucho solo. Le hablaba a las paredes mientras me duchaba. Al poco tiempo, fui capaz de recordar el extraño sueño del día anterior, casi como si hubiese sido real.
Ah, sí, Semiko.
Parecía demasiado real para ser un sueño. ¿Qué significaba ese sueño?
No pude evitar pretender que tan sólo había sido un sueño. Salí de la ducha y volví a mi habitación. Gracias al aire frío del aire acondicionado, en diez minutos, mi piel empezó a sentir algo de fresquito. De repente, miré el reloj y vi que la manecilla de las horas estaba sobre el cinco.
Oh, caray, ahora sí que la he liado. Ya son las cinco de la tarde.
Mi resfriado estaba causando estragos en mi rutina diaria. Apresurado me dirigí a la biblioteca, pero me detuve. En ese momento sólo podría estudiar en la biblioteca durante dos o tres horas, siempre podía quedarme en casa para estudiar.
Saqué mi libro de literatura clásica de la mochila y hojeé para ver donde me había quedado hacia dos días. Como siempre, no entendía demasiado lo que ponía. Suspiré y de mala gana empecé a responder preguntas. Cada vez que me enfrentaba a esas preguntas de literatura sentía un odio inmenso por la persona a la que se le ocurrió hacer exámenes de admisión para la universidad. Rechinando los dientes por las preguntas que no sabía, seguí contestando en silencio.
Pasaron unas seis horas. Aquel día avancé de verdad, algo que no había conseguido hacer durante un tiempo. No odiaba estudiar cuando sentía que, realmente, me estaba volviendo más listo, aunque fuera lentamente. Me sentía particularmente bien cuando podía contestar las preguntas que antes no conseguía. Estaba de bastante buen humor al haber podido superar, yo solo, las preguntas. Y di saltitos por la habitación para tomarme un descanso después de seis horas.
De repente, noté un papel rosa que, claramente, no era mío. Tuve un mal presentimiento de inmediato. Fácilmente vislumbre que mi buen humor se veía amenazado. Temeroso, cogí el papel. En este, con una adorable letra, había escrito:
“Mañana te volveré a hacer un visita para devolverte el favor. Me gustan las bebidas con gas, así que sería un detalle que me preparases soda.”
A pesar de que ya se me había pasado el resfriado, vacilé. En cuanto acabé de leer, escuché una voz en la puerta. Sí, la suya.
-¡Buenas noches! ¡Soy Semiko! ¡La humana Semiko! ¡Abre, por favor!
Así que lo del día anterior, no había sido un sueño La chica de voz aguda gritando afuera era la prueba. Corrí hasta Semiko lo más rápido que me pude mover.
-¡Guau! ¡Hoy has sido rápido! ¿Poniéndote en forma?
Dejé que Semiko, diciendo tonterías como siempre, entrase a la habitación por el momento. Tal vez era demasiado tarde, pero me preocupaba que la gente lo malinterpretase.
No, ¿por qué iban a malinterpretarlo? Era innegablemente cierto que esa loquilla existía. Mi estómago dio un vuelco. Mirando a Semiko, dudé caprichosamente de si sus pies tocaban el suelo, me sentí algo melancólico.
Una vez dentro, Semiko empezó a hablar.
-¡Siento haberme ido tan de repente ayer!
-N, eh, no pasa nada. De hecho, lo agradecí…
-¡Hoy te devolveré el favor sí o sí!
-No, no hace falta que…
-¡Déjamelo a mí! ¡Mi pago será el doble!
Oh, ni siquiera me escuchaba. Suspiré otra vez y abandoné la idea de buscar cómo echarla. Expulsar a Semiko con los ojos relucientes de motivación sería pedir lo imposible. Además, sería más fácil cumplir con sus condiciones para irse.
Rindiéndome a todo, miré a Semiko y le pregunté:
-Bueno, ¿cómo lo vas a devolver?
-Pues…-Semiko se quedó pillada un instante. Entonces, alzó la vista y habló con seguridad.-Eh, no lo… ¿sé?
-No lo sabes…
-Eres tú quién decide qué tengo que hacer.
-¿Yo?
-Sí, tú.
Efectivamente, tenía sentido que los términos del pago los decidiera aquel a quien le estaban devolviendo el favor. Era lógico. Reflexioné un momento. En realidad, reflexioné un rato porque no se me ocurría ninguna buena idea. Mientras tanto, Semiko, con todo ese tiempo entre manos, empezó a balancear las cortinas de izquierda a derecha. Yo ya me estaba empezando a acostumbrar a esas cosas.
-Ya sé.-Dije cuando se me ocurrió un plan.-Consigue que entre en la universidad de mis sueños.
Si Semiko podía concederme cualquier deseo que tuviese por arte de magia, podría escapar de tener que estudiar; y si, por desgracia, no podía, y tuviese que quedarse una temporada, entonces al menos no me molestaría mientras estuviese estudiando. Mis estudios eran, sin lugar a dudas, la prioridad. No podía fallar. Era una idea perfecto, yo mismo lo digo.
-¡Entendido!
Semiko se levantó y anduvo hacia a mí energéticamente. Se detuvo y se agachó para mirarme a la cara con sus grandes ojos.
Su negro pelo largo cayó sobre mis mejillas, acariciándolas. Podía oler su femenina esencia única. Semiko puso sus manos contra las mías y susurró…
-Espero que apruebes. ¡Amén!
Semiko volvió a donde estaba, sonriendo como un perro que ha cogido el frisbee de su dueño, y preguntó con voz animada.
-Vale, ¿cuál es tu siguiente deseo?
Sí, esto no pinta bien – Pensé en silencio.
La insensatez continuó. Cuando deseé: “quiero dinero”, Semiko sonrió y dijo: “Sólo tengo tres yenes, ¡así que toma esto!” y me dio un pañuelo de papel. Cuando le dije: “quiero tener los hombros anchos”, al igual que antes, ella rezó: “¡Espero que mejoren! ¡Amén!”. Venga ya, al menos podría haberlos masajeado. Me rendí y le dije: “que haya paz en el mundo, por favor”, como un ilustrado. Ella cogió un compás – que, al parecer, llevaba con ella a veces – señaló al norte, y gritó:
-¡Haz algo, por favor!
Sólo es una suposición, pero creo que Semiko le pidió a los Estados Unidos de America que trajeran la p az mundial. Parecía inútil y me pregunté si eso significaba que su propio reino de las cigarras no podía hacer nada.
-¿Qué se te da bien? ¡¿Qué puedes hacer?!-Pregunté con sinceridad con el tiempo, al ver que esto no llevaba a ningún sitio.
-¡Se me da bien encontrar piedras con formas!-Dijo Semiko con presunta seriedad.
-¿C-Cómo va ayudarte eso a devolverme el favor?
-¡Tal vez ayude cuando estés buscando piedras de formas!
Todo lo que pude hacer fue cogerme la cabeza.
Seguimos así y en abrir y cerrar de ojos ya habían pasado cuatro horas. Todo lo que aprendí aquella vez era que la chica no tenía ninguna habilidad particular ni nada por el estilo para devolverme el favor. Casi todo el deseo de recibir su ayuda se había desvanecido. Mientras suspiraba por las respuestas surrealistas a mis deseos, entre el espacio entre deseo y deseo, Semiko miró ausente por la ventana. Mientras la observaba, me encontré a mí mismo recordando mi vida universitaria que había empezada aquella primavera. Era una aburrida vida universitaria gris.
En cuanto entré a la universidad a la que asistía por el momento, pensé que no podría estudiar lo que quería allí. Sentí que ese no era el lugar en el que debía estar. El día de la introducción, decidí volver a presentarme al examen e irme a otro sitio, por lo que no intenté hacer amigos. Sería una pérdida de tiempo si nos acabaríamos separando en un año. Por eso no fui a ningún evento para los de primero, ni a los eventos de la clase, ni nada. Me repetí a mí mismo que era lo mejor. Todo para volver a presentarme al examen, Todo para volver a presentarme al examen. TODO PARA VOLVER A PRESENTARME AL EXAMEN.
Por supuesto, no tenía ni un solo amigo. Todos mis amigos locales se habían ido muy lejos por lo que no tenía a nadie con quién hablar. A veces iba a la universidad, pero no decía nada. Odiaba la cafetería, así que sólo me quedaba comer en el baño. Nunca me invitaban a reuniones y se formaron unas comunidades de las que jamás formé parte. La risa de todo el mundo me atravesaba las tripas.
Subirme al tren al alba para ir a la universidad se volvió doloroso, pero no me sentía solo. Había cosas que tenía qué hacer. ¿Qué más podía hacer? De todas formas, tampoco quería ser su amigo.
Eso era mentira.
Una gran mentira.
Podía soportar estar solo, pero la marginación de un grupo era demasiado. No sentía el deseo de abandonar las relaciones humanas tan fuertemente, pero mientras sabía eso, no conseguía hacer amigos porque eso interferiría con mi elección. En un año, se me olvidó por completo cómo hacer amigos. Por supuesto, no era tan único, lo supe una y otra vez, y como resultado, estaba solo.
Vivir esa vida me había deprimido. Me preguntaba si, de no ser así, esa entusiasta loca hubiese llamado a mi puerta.
-Quiero un amigo.-Me hallé a mí mismo murmurando.
Tardé unos instantes en darme cuenta de que lo había dicho en voz alta. Cuando lo hice, mi cara se volvió roja como si se hubiese incendiado.
Ni siquiera yo sabía a quién se lo había dirigido. Tal vez fuera sólo la esperanza que se arrastró desde las profundidades de mi corazón mientras reflexionaba sobre la universidad. Aun así, no podía decir que era una petición para Semiko.
-¡Entendido!-Semiko habló con seguridad al escuchar mis palabras. Se levantó sin venir a cuento, mirándome con sus ojos grandes.-¡Desde hoy, seré tu amiga!-Dijo, señalándome.
¿Qué? ¿No hay ningún: “espero que consigas un amigo, amén”? No quiero a esta lunática… Quiero a alguien normal…
-¡Dale, mejor amigo! ¡Hey, mejor amigo, cómprame soda!-Semiko interrumpió mis pensamientos con los ojos brillando. Qué descarada.
-Si quieres soda, coge una de la nevera.
Yo era muy tristón, pero sentía que mi tristeza diaria se había dispersado un poquito. Mientras miraba a Semiko beberse una sopa de fideos de una botella de la nevera, sentí una mínima gratitud por esa bizarra chica cigarra.
-¡Ah! ¡Ya es la hora!
Antes de que me diese cuenta, las cuatro de la noche llegaron.
-Hora de irse.
-Sí, ya es por la mañana, ¡tengo que irme!-Semiko se apresuró a prepararse para marcharse.
-¿No pasará nada porque vayas de noche? Creo que no deberías estar por ahí tan tarde.
-Eh, buen, en el reino de las cigarras, verás, ¡es muy recomendable salir de noche!
-Puede ser, pero en el mundo humano es peligroso.
-¡No pasa nada! ¡Para eso me he traído mi pistola aturdidora!
Semiko registró la mochila que siempre llevaba. Un compás, pasteles, una piedra con formas, una bombilla mini, un reloj, una piedra, bálsamo de labios, una piedra, una piedra, otra piedra.
-Caray, vaya si te gustan las piedras de formas…
¿Para qué cargaba con todo eso?
-Ah…. No está aquí. Debería estar aquí…
Se pasó un rato rebuscando por su mochila, pero no halló su pistola.
-¿Eh? Qué raro…-Murmuró. De repente, encontró un macaron dentro de la mochila y su rostro se iluminó.-¡Ah! ¡Ya me acuerdo! ¡Hoy he metido macarons en vez de la pistola!-Entonces, abrió la bolsa de macarons de su mano y empezó a masticarlos.-Ah, los macarons están tan buenos…
Semiko, que felizmente se llenaba la cara de macarons, parecía no acordarse de la pistola aturdidora. Qué chica tan simple.
-Bueno, como puede ser peligroso, te llevaré a casa.
La expresión de Semiko se nubló como respuesta.
-Eh, mmm…
-¿Qué pasa?
-No, no. Si tú, eh, descubres dónde está el reino de las cigarras pues, eh… ¡Ah! ¡No podrás volver nunca más!
Ajá, o sea que era eso. Bueno, tampoco tenía mucha intención de meterme. Todo el mundo tiene cosas que prefiere no contar. Yo incluido, claro.
-Ya veo. Pues ten cuidado.
-¡Sí! ¡Iré a casa como nunca he ido!
Semiko se levantó y corrió a la puerta. Esta vez sin tropezarse.
-Bueno, ¡hasta mañana!
Fuera, con una sonrisa radiante, Semiko bajó las escaleras del apartamento con ritmo.
Así que mañana volverá, eh.
Segundos más tarde, escuché a alguien cayéndose por abajo. Suspiré pero sonreí un poco.

Al día siguiente, mi rutina todavía no se había recuperado de los estragos provocados por mi resfriado. Me desperté a las cuatro de la tarde y estudié durante seis horas. Al llegar a mi límite aquel día, justo cuando iba a descansar, Semiko llegó. Al igual que el día anterior, hizo cosas surrealistas para devolverme el favor. Cuidó de mis plantas mientras yo estudiaba, pulió rocas de formas, leyó historietas y, en general, mató el tiempo. Tal vez no interrumpía mis estudios por mi petición. Y al igual que el día anterior, cuando las cuatro de la noche llegaron, Semiko se marchó.
Después de eso, me metí en el baño y estudié un poco más. Justo cuando el sol anunciaba el comienzo de un nuevo día, yo me perdí en el mundo de los sueños. Me había vuelto bastante nocturno. Era algo difícil de dejar. Aun así, el hablar con Semiko había cambiado mi humor y progresaba con mis estudios. Pero, aun así, ¿para qué venía Semiko? Aquel día apenas había hecho algo para devolverme el favor, sólo me había hablado un poco y había perdido el tiempo ella sola. Pero, supongo que eso no era un problema mientras no interfiriera con mis estudios.

-Pensando en ello, Semiko…
En la cuarta noche desde que había conocido a Semiko, le pregunté algo mientras rodaba por ahí leyendo un libro dañado.
-¿Por qué sólo vienes de noche?
Semiko sólo venía cuando se ponía el sol y siempre se marchaba a las cuatro de la noche, por lo que esa pregunta siempre rondaba por mi cabeza.
-Cielos azules…-Susurró ella.-Odio los cielos azules.
-¿Odias los cielos azules?
-Sí. Me gusta la noche. Me gusta la oscuridad.
Eh. Como un topo.
-¡Los topos son muy monos! ¡Me encantan los topos! Pero a los cielos azules les odio.
-Pues a mí me gustan.
Semiko pareció algo disgustada al oírlo, pero en un momento, su expresión volvió a ser la de siempre como si no hubiese pasado nada, y no pude evitar sonreír. Aun así, era un pensamiento extraño. La gente que odiaba el cielo azul debían ser pocos.
-¿Y por qué estudias?-Mientras pensaba, Semiko me lanzó esa pregunta.-¿No eres universitario? ¿Por qué estudias para volverte a presentar al examen de admisión? Eso es muuuucho más raro.-Dio justo donde duele.
En efecto, había una razón por la que quería volver a presentarme al examen, pero todavía no estaba en fase de contárselo a nadie, por lo que no lo hice. Para el resto, sería un esfuerzo inútil, y no estaba seguro de poder hacerlo. No podía hablar de ello con lo ordinario y del montón que era.
-Mmm… ¿Cómo decirlo…? Los cursos de ciencias no van conmigo, así que estoy pensando en ir a una universidad liberal de artes.
Fui vago y escondí la esencia de la cuestión.
-Ya veo. ¿A cuál quieres ir?
-Mmm. Algo como el departamento de literatura de la universidad ______. Aunque puede que sea demasiado difícil para mí…
Dicho esto, el rostro de Semiko se iluminó.
-¿L-Literatura?
-Eh, sí.
-¡Así puedes conseguir un trabajo escribiendo historias?
-Eso es sólo parte de ello. Quiero divertirme en la universidad.
-Eh…
Semiko puso un tono de decepción. Obviamente la había decepcionado. Odiaba verla así por lo que cambié de tema con un: “¿tú escribes, Semiko?”.
Una vez más su expresión cambió y sus ojos relucieron.
-Mmm, bueno. Llevo haciendo historias desde que era muy chiquitina. ¡Ya casi acabo la que estoy escribiendo ahora!-Semiko habló inocentemente y sin dudar, como una niña a la que su madre está elogiando.
Ignorando el dolor punzante de mi pecho, le pregunté:
-¿Qué tipo de historia es?
-¡Bueno, es una extraña y sentimental historia de amor en el reino de las cigarras!-Su larga cabellera se meció mientras hacía todo tipo de gestos al hablarme de las historias que estaba escribiendo.-También estoy pensando en escribir una historia sobre unos aliens raritos, y una historia sobre una chica que se infla a macarons, y muchas otras. ¡Todavía no lo he hecho, pero estoy segura que algún día lo haré!
Semiko brillaba tanto mientras me hablaba de todas las historias que quería escribir que tuve que apartar la vista un poco. Esa noche, escuché intensamente los cuentos de Semiko mientras esta brillaba como el cielo nocturno.

-¿Eh? Cuánto tiempo.
El quinto día tras conocer a Semiko, me levanté por la tarde como siempre. Pero para variar, no estudié; fui a la librería del centro de la ciudad. Por fin había terminado mi libro de preguntas, así que decidí ir a comprar algo más difícil. En la librería de la ciudad busqué por algo bueno. Justo entonces, me encontré con Yuuki un amigo del instituto.
En aquel entonces solía salir mucho con uuki. Siempre ordenado, había sido el vicepresidente estudiantil, bien visto por los profesores y le recomendaron para la universidad. Raramente me lo encontraba, y sólo sabía de él lo que escuchaba por los rumores.
Desde la última vez que le había visto, Yuuki se había teñido el pelo de un color castaño claro. Llevaba una camisa a juego de sus tejanos caros, y en general, parecía un universitario. A diferencia de mí, con mi jersey gastado y el pelo despeinado, él sí parecía un universitario de verdad.
-Sí, cuánto tiempo.
-¿Qué haces aquí?
Cuando Yuuki me preguntó eso, yo escondí el libro inconscientemente detrás de la espalda.
-Oh, nada. ¿Y tú?
-¿Yo? Haciendo tiempo antes de ir a la reunión. Tío, la zona de los exámenes me trae recuerdos.
Yuuki cogió un libro de ayuda y lo hojeó.
-Ay, tío, casi se me olvida esto.
-Bueno, ha pasado un año desde que tuviste que usarlo, es normal, ¿no?
-Sí, en eso tienes razón.
Sentí una distancia desafortunada entre Yuuki y yo. Sinceramente, era porque Yuuki experimentaba la universidad como tenía que ser.
-Bueno, ¿y qué vas haciendo ahora? ¿Intentas entrar a la universidad?
Mi corazón latió de la sorpresa.
-Mmm. Soy universitario.
-Oh, ¿aprobaste? ¡Felicidades!-Mentí.
Yuuki no sabía nada de mi deseo de volver a presentarme al examen y me felicitó. Mi corazón latía como una alarma. Un sentimiento horripilante me atacaba.
Pero es genial que escogieras la universidad.
-Sí.
-Tener que hacerlo dos veces es miserable. Hay un tío en mi club que lo hizo y es súper depresivo. Una locura.-Yuuki rio. Y yo quería salir de ahí lo antes posible.
-Aunque, tío, tienes que cortarte el pelo.
-Pensaba hacerlo pronto.
Una mentira. No iba a malgastar un dinero que podía invertir en comprar libros. Y para empezar, ¿por qué iba a cortarme el pelo cuando no tenía amig-…?
-¡Como sea, tendríamos que salir de cañas!-Dijo Yuuki cortándome los pensamientos.-Ha pasado mucho tiempo y ya que estamos aquí, ¿por qué no? Oh, sí, y tú cancelaste el móvil después del insti. ¡Tenemos que darnos los números!
-Sí… claro.
Ahí es cuando me di cuenta que no había dado mi número desde que me había comprado el nuevo, por lo que ni siquiera sabía cómo hacerlo.
-Oh, vaya. Me he dejado el móvil en casa.
-¿Eh? Jo, tío.
Una vez más, mentí. Me disculpé en voz baja mientras agarraba el móvil que tenía en el bolsillo que se mojó por el sudor que me recorría la palma de la mano.
-Guau, mira la hora. Tengo que irme.
-Vale, pásatelo bien.
-Hey, a la próxima, vámonos de cañas.
-Vale, nos vemos.
-¡Adiós!
Tuve el presentimiento, la convicción, de que no volvería a ver a Yuuki nunca más. Mientras él salía de la librería para ir a un bar a lo lejos, sentí una soledad a la que no pude dar voz. Cuando ya no podía verle, cabizbajo, cogí el libro de preguntas que escondía detrás de la espalda y fui a la caja.
Cuando aquel día llegué a casa, no pude estudiar. Fui incapaz de concentrarme. Leí los libros de texto, pero nada se me quedaba en la cabeza. Nunca me había pasado eso antes. Sabía el por qué. Era por lo que había pasado aquella tarde. Mis compañeros vivían una vida universitaria, y yo, ¿qué estaba haciendo? Pero aunque lo supiera, no podía hacer nada por arreglarlo. Rechiné los dientes con pensamientos inútiles dándome vueltas por la cabeza.
-¿Qué pasa? ¿Te encuentras mal?-Preguntó Semiko, preocupada. Estaba sentada cerca de mí leyendo un libro.
Desde el primer día no se había preocupado así.
-No me pasa nada.
-Mmm… Pero estás muy pálido.
Semiko vio a través de mi mentira. Sólo era aguda en momentos así. Fue como si los enormes ojos negros de Semiko me viesen entero.
-Oye, Semiko. ¿Te arrepientes de algo?
Me encontré hablándole de mis inútiles sentimientos. Sabía que las cosas no mejorarían por decirlas, pero no me detuve.-Me estoy preparando para volver a presentarme al examen. Sé que es el camino que quiero seguir, pero  la verdad es que en algún punto de mi corazón, me arrepiento. –Escupí las palabras como una presa al abrirse.-Todavía me pregunto cómo sería tener una vida universitaria normal. Creo que si supiese hacer amigos no sufriría así. Y que no debería volverme a presentar al examen.-Las palabras que había estado guardándome durante meses brotaron de golpe.
Tomé la decisión y fui adelante sin mirar a los lados. Mientras avanzaba el camino tras de mí se desmoronaba. Cuando me di cuenta de ello, ya no había vuelta atrás. Aun así, seguí diciéndome a mí mismo que ese era el camino qué debía seguir. Pero no podía evitar sentirme ansioso. Semiko me escuchó en silencio.
-Semiko, ¿te arrepientes de algo?-Le volví a preguntar. En realidad, no sé por qué esperaba una respuesta de su parte, pero se lo pregunté, como aferrándome a ello.
-Eh. Bueno, no me arrepiento de nada. Ni de conocerte, ni de intentar devolverte el favor. Y sea lo que sea que pase en el futuro, en un año, en diez, en cien, todos los que pasen hasta que muera, no me arrepentiré.-Semiko habló con gran resolución mirándome directamente a los ojos. Pude sentir cómo sus palabras me llegaban directamente al corazón.
Ah… Ya veo… Seguramente, desde hace mucho tiempo yo…
-¡Te las apañarás! Puede que mi pago no vaya del todo bien, pero estoy llena de energía. ¡Estoy segura que a ti también te irá bien!
-¿No deberías centrarte en devolverme el favor?
Como respuesta, Semiko infló las mejillas y puso mala cara.
-¡Ah! ¡Oh, no! ¡Tengo que irme!-Semiko notó que ya eran y media y salió corriendo apresurada. Era lo normal, pero esa noche me sentí especialmente solo.-¡Bueno, hasta mañana!
Después de ver a una Semiko frenética salir, eché un vistazo por la ventana. El cielo estaba de un negro profundo. Oí como Semiko saltaba las escaleras y la vi afuera. Mientras iba por la calle se tropezó. Creí ver una ropa interior blanca, pero quizás sólo fueran imaginaciones mías.
Supongo que habían pasado muchas cosas y que debía estar muy cansado aquel día, pues mientras miraba a Semiko correr, su brazo izquierdo, por un instante, parecía como el de una cigarra real. Debía estar muy cansado.

Un día, Semiko se dedicó a lanzar gomas elásticas por la habitación vaporosa.
-¿Qué haces?-Le pedí un motivo.
-¡Tirando gomas elásticas! ¡Es súper divertido! En el reino de las cigarras es la actividad de ocio más grande ya que beber y fumar está prohibido.
-Ya veo.-Volví a mis estudios permitiendo que Semiko me burlase.
Ya habían pasado seis días desde su llegada. Mirandola tirar gomas elásticas, pensé en los días que había pasado con ella. Habían sido divertidos. Ahora podía decirlo con seguridad. Al principio habían sido tristes, pero Semiko me ayudó un poco a mejorar con mis estudios. Por primera vez sentí que su pago era algo efectivo. De repente, tuve una idea.
-¿Quieres ir al festival mañana?-La invité.
-¿Festival…?
Semiko dejó de tirar gomas y me miró asombrada. Como si no tuviese ni idea de qué significaba esa palabra.
-Sí, ya sabes, un festival. Hay puestos de comida y templos portables y tal. Ese tipo de festival. Siempre intentas devolverme el favor, así que me gustaría llevarte como agradecimiento. Podría invitarte a un helado o algo.-Dije, hablando rápido.-
-No puedo ir al festival… Durante el día hay cielo azul…
¿Por qué Semiko odiaba tanto el cielo azul? Los cielos oscuros parecían ser muy solitarios. Siempre que se lo preguntaba, apartaba la mirada y cambiaba de tema por lo que no sabía la razón.
-Sin problemas. El festival empieza a la puesta de sol.
Semiko estaba encantada y su rostro brillaba como el sol.
-¡Entonces suena genial!-Su rostro se ensombreció de repente y se tragó las palabras.-Pero…
-¿Qué pasa?
-¡Mmm! ¡Nada! Pero, sabes, es la primera vez que voy a un festival.
-¿No hacéis festivales en el reino de las cigarras?
-¡No hay nada así en el reino de las cigarras!
Parecía una bola, pero en los días anteriores había aprendido que intentar saber la verdad no servía para nada.
-Vale, pues mañana iremos a tu primer festival. ¡Vámonos!
-¡No puedo esperar! ¡Tengo más ganas de eso que de jugar en la arena!
-Nerviosa, ¿eh?
Nos reímos y tuvimos nuestro intercambio de palabras habitual, pero parecía que Semiko forzaba la sonrisa más de lo normal. Después de decidir dónde quedar, Semiko se marchó antes del amanecer, como siempre.

Llegué al sitio treinta minutos antes de la hora de quedada con Semiko. Había acabado de estudiar muy temprano y, en realidad, fui a cortarme el pelo. Intenté ignorar mi propio nerviosismo y esperé a Semiko a la entrada del parque.
Cinco minutos antes de nuestra hora, vi a una chica con un vestido blanco correr a lo lejos. La chica, con el cabello negro meciéndose, corría hacía donde yo estaba de una forma tan inestable que parecía que iba a tropezar en cualquier momento.
Ups, allá va.
Semiko tropezó cerca y patinó por el suelo. Era la misma de siempre.
-Ay, qué daño…-Dijo, frotándose la rodilla arañada y enrojecida.
-Caray… Sí que está duro el suelo. ¡Si hablase con las paredes les diría que no fueran tan duras y me hicieran daño en las rodillas!
-¿Qué dices? Cógete.
Semiko se tambaleó cogiéndome de la mano. Como siempre, su vestido blanco no se ensució por la caída.
-¡Gracias! ¡Toma, una muestra de gratitud!-Semiko sacó una piedra de su bolsillo y me la dio.
-Vale, pero, ¿qué es?
-La he encontrado en el suelo. Bonita, ¿eh? También parece estar buena.
-Gracias. Deberías tener cuidado por donde pisas.
-¡Vale!
Metí la pierda verde en la cartera y miré donde Semiko se había tropezado. No había nada que sobresaliera ni piedras con las que poder tropezarse fácilmente. Hay gente que se puede tropezar por cualquier tontería.
-Me dijiste que en los festivales hay muchas paradas, ¿no?
-Sí, una cantidad innumerable.
-¡Guau! ¡No puedo esperar!
Semiko estaba tan excitada que parecía estar lista para alzar el vuelo en cualquier momento. La vigilé y saqué la cartera.
-Como agradecimiento, hoy te compraré todo lo que quieras.
-¡Genial! ¡Gracias! ¡Lo tendré en cuenta hasta estando muerta!
-¡Pero sólo hasta los mil yenes!
-¡Te daré las gracias hasta que me entre el hambre!
Fuimos a caminar por el festival. Al parecer era verdad que era la primera vez que Semiko iba a un festival y suspiraba con curiosidad en todas las paradas.
-Guau… ¿Todo esto son tiendas?
-Sí.
-¿Ese de los peces también?
-Sí, ¿quieres probar?
-¡Yay! ¡Quiero probar!
Semiko estaba emocionada de ir a pescar peces por primera vez. Sujetó el poi con manos temblorosas y lo hizo saltar por el agua con tanta fuerza como pudo. De repente, el poi se rompió y los trescientos yenes de Sumiko en un saco vacío.
-¿Eh? Qué raro…-Murmuró confusa. Ni con los siguientes intentos consiguió un solo pez.
-¡Esto es un nuevo tipo de fraude! ¡Es una suplantación de identidad, con S y con I!
-No creo que sea así…
Viendo a Semiko lagrimear de la pena, el anciano que se encargaba del estante le habló con amabilidad.
-Oh, vaya, señorita. Toma, te daré el pez que quieras como premio de consolación.
El anciano llevó a cabo su práctica habitual de ayudar a aquellos que no conseguían ninguno. Con una mano experta, sacó un pez, lo metió en una bolsa de vinilo y se lo dio a Semiko.
-¡Gracias! ¡Eres un dios, anciano!
Me pregunté si Semiko sería fácil de suplantar.
-¡Es como comerse una nube!
Me senté con Semiko en las escaleras del templo mientras ella comía algodón de azúcar con una sonrisa de oreja a oreja felizmente. Semiko parecía empezar a cansarse. Caminar entre multitudes durante una hora hace que te duelan las piernas y yo no había caminado tanto desde hacía mucho tiempo.
-¿Te has divertido en el festival?-Le pregunté a Semiko que tenía las mejillas llenas de un delicioso algodón de azúcar.
-¡Súúúúper divertido! ¡Lo mejor! ¡Me he perdido mucho por no haber venido antes!
-Qué bien.
-Aunque desearía que los tiquetes que he cogido ganasen la lotería…
Señaló los tiquetes de trescientos yenes cada uno y suspiró. Semiko se había gastado doce mil yenes con la esperanza de conseguir un oso de peluche y llevaba cuatro anillos brillantes en la muñeca. Se decepcionó bastante al descubrir que ninguno era ganador. Miró el puesto de lotería amenazadoramente y suspiró.
Consideré el advertirle no ir allí, pero decidí no hacerlo. No quería limitarla y ver la cara de Semiko moverse de felicidad a lamento en un isntante era divertido.
Nos sentamos en las escaleras hablando del festival. Poco después, se nos acabaron las cosas que queríamos decir, y disfrutamos de un cómodo silencio. No había nada malo en nuestro silencio. No conocía nadie más así. De repente, me acordé de que Semiko había dicho que odiaba los cielos azules y pensé en volverle a preguntar la razón.
-Eh, en realidad, hay algo que tengo que decirte.-Semiko habló antes de que pudiese hacerlo yo. Sorprendido de que hubiéramos decidido hablar a la vez, la dejé proseguir.
-¿El qué?
-Mmm, bueno…-Semiko parecía deprimida.
-Te escucho, dime.
Miró adelante con determinación y soltó lo que estaba guardando.
-Bueno… Tengo que despedirme de ti hoy.-Semiko continuó.-Eh, en el reino de las cigarras, sólo nos dan siete días para devolver el favor, así que, eh, mmm… No podré volver a ir a tu casa.-Dijo Semiko cabizbaja.
¿En ese entonces, cuál era mi expresión? ¿Qué le pareció a Semiko? Quién sabe. Yo no lo sé. Aun así, alcé la vista y la miré. Noté que las largas pestañas bajo sus enormes ojos de muñeca brillaban como si estuvieran mojados. Sus suaves mejillas estaban algo rosadas como los pétalos de cerezo, en contraste con su cabello negro azabache. No parecía una cigarra, sino una hadita.
-Yo…
Me di cuenta de que estaba abrazando a Semiko. Su cuerpo se endureció de golpe, pero yo seguí abrazándola con fuerza.
-Sabes, yo también quiero escribir historias.-Las palabras que tenía selladas en mi corazón se me escaparon por la boca.-Por eso voy a volver a presentarme al examen. Piensas que es divertido, ¿no? No tengo talento, no sé nada, pero este chico que siempre ha sido de ciencias se ha cambiado de universidad porque quiere ser escritor. Aunque no tengo ni idea sobre qué escribir, quiero hacerlo y ya. Y lo sé, sé que sólo soy un chico normal. -No sabía qué estaba diciendo, tenía demasiado miedo de mirar a Semiko, pero continué.-Pero últimamente todo eso ha cambiado. He visto unas cuantas cosas que quiero escribir. Todavía están borrosas, pero las veo, y es gracias a ti, Semiko. –Hablé con una locualidad que me sorprendió hasta a mí.
Con la energía desapareció del cuerpo de Semiko y con sus delgados brazos me abrazó las caderas.
-Vete al reino de las cigarras y de alguna manera, nos volveremos a ver. Hasta este mismo momento, el año que viene estaré escribiendo, entonces, nos volveremos a encontrar.
-Vale…-Dijo Semiko con voz temblorosa. Parecía que estaba llorando.
-Entonces nos enseñaremos las historias. Tú también estás escribiendo una historia sentimental de amor en el reino de las cigarras, ¿verdad?
-Por supuesto, siempre las escribiré.
-Pues ya está. ¿Quién escribirá la mejor? Apuesto a que yo gano.
Permití que mis brazos soltasen el cuerpo de Semiko, en su rostro había rastros de lágrimas.
-¡No pienso perder! ¡Planeo la obra maestra de esta década!-La voz de ella ya no temblaba, había afirmado salir victoriosa con seguridad.
-Pues es una promesa. Vuelve el año que viene a devolverme el favor, y nos enseñaremos las historias.
-¡Vale!-Semiko habló de corazón.
En aquel entonces parecía muy feliz, al menos, eso es lo que yo sentí.

Después de eso estudié con todas mis fuerzas. El verano terminó antes de que me diese cuenta, y las clases volvieron. La biblioteca había cerrado así que fui a la universidad de mala gana. En la biblioteca de la universidad estudié para el examen de admisión haciendo caso omiso a los otros estudiantes. Como no hice amigos sentía la misma soledad que antes. Sin duda iría a la universidad de mis sueños. Sino, Semiko se reiría de mí. Pensar eso me permitió esforzarme al máximo. Noté que las coloridas hojas empezaron a volverse doradas. Cuando perdieron todo su color y cayeron de las ramas, ya era invierno. Dediqué todo mi tiempo a estudiar. Me pasaba quince horas delante del escritorio, más que cuando me preparé para el primero. Cuando mis alientos ya eran completamente blancos, el obstáculo, los exámenes de admisión, llegaron. Tras dejar atrás a los exámenes normales, el escenario se cedió a los exámenes de admisión. Estaba seguro que había hecho todo lo que había podido. Aquel año, acabaría todo. Me iría sin arrepentirme de nada, y así mi batalla final, empezó.
Pasé la primera pregunta sin dificultades. Con todos los conocimientos que había reunido, mi bolígrafo pasó por las páginas y me dejó tiempo de sobras para malgastar.
-El examen ha terminado. Dejad el bolígrafo.-La voz del vigilante resonó por el aula. Mientras sonaba una campana, revisé mi examen.
-Ah… Por fin ya está.
Esta vez no había ni rastro de lamento en mí. Había contestado todo, y mi examen final terminó.
Entré a mi primera opción. La primera vez no lo conseguí por lo que casi no podía ni creérmelo. Cuando escuché la grabación en el móvil diciéndome que me habían aceptado ni siquiera supe cómo celebrarlo.
-¿Seguro qué no os habéis equivocado?-Es lo que dije al principio. Llamé unas siete veces, y por si acaso, también lo pregunté desde un teléfono público y cada y todas las veces me dijeron: “aceptado”.
-He aprobado…-La alegría emergió en mí.-Lo he conseguido. ¡Lo he conseguido!-El entusiasmo controló mi corazón. Qué sentimiento tan estupendo.
Después de saber las noticias, me dirigí a casa de mis padres para decírselo. Incite al tren a ir más deprisa.
Rápido. Ves más rápido. Más rápido, más rápido.
Cuando llegué a la estación corrí por la casa en la que esperaban. Me faltaba el aliento pues no había hecho ejercicio desde hacía tiempo. Me detuve un momento para sacarme mi abrigo doble y miré al cielo. Era un cielo perfecto, si nubes, como si estuviese celebrando conmigo mi éxito, y recordé a alguien que odiaba los cielos azules. Sin querer, empecé a correr más deprisa. Pateé el asfalto como si estuviese corriendo a cien metros por hora. Mis pies estaban ligeros. Me podrían haber llevado a cualquier sitio. Empezaba a hacerse difícil respirar, así que bajé un poco el ritmo. Miré hacia adelante y cogí aire.
Un penetrante cielo claro, igual que siempre. Volví a empezar a correr con todas mis fuerzas.
Después de eso, el flujo del tiempo avanzó muy rápido.
-¡¿Por qué no nos lo habías dicho?!
Me arrepentí delante de mi madre, haciendo como treinta veces una reverencia de disculpa.
-Bien hecho.
Jamás olvidaré la alegría que sentí cuando mi madre se fue y mi padre me elogió. El día que informé a mis padres, respondí a la universidad a la que iba a asistir. Lo procesaron más rápido de lo esperado, sin perder el ritmo, me dirigí a la universidad que me había aceptado. Para cuando los pétalos de cerezo ya estaban un un bello color rosa, yo ya había empezado mi nueva vida en el campus. Había hecho muchos amigos. No me negaba a involucrarme con nadie como había hecho el año anterior. Estaba muy contento de haberlo conseguido. Y no es una mentira. Y así, me sentí realizado.
Comencé a empezar mis historietas. Todavía no había olvidado lo que prometí en verano. Tal vez la narrativa fuese tosca, tal vez escribía sobre cosas toscas, pero aun así, escribía cada día. Después de todo, mi contrincante era: “una extraña historia sentimental de amor en el reino de las cigarras”. Ella, sin duda, estaría escribiendo su historia en esos momentos. Siempre que cerraba los ojos, me venían a la mente los siete días que pasé con Semiko. No iba a perder.
Cuando los pétalos de cerezo empezaron a esparcirse y el verano se acercó, noté mi inquietud. Por alguna razón, la estación cuando las hojas se volvían verdes y en la que hacía demasiado calor para llevar manga larga, me levantó los ánimos. Sonreí débilmente mirando un lienzo verde.
No, no era “por alguna razón”; sabía el por qué. Lo había sabido desde hacía mucho, pero pretendía no hacerlo. Y sabía bien cuál había sido mi cara el día del festival de verano. ¿Por qué corrí con todas mis fuerzas cuando miré el cielo? También sabía esa respuesta. Había acabado amándola. La echaba de menos. Nunca había estado ahí, pero no podía odiar a esa extraña cigarra. Ahora, podía decir eso sin vergüenza alguna.
Las vacaciones de verano llegaron cuando ya iba por la mitad de mi historia. A principios de verano, recibí una carta. Una carta extraña, sin dirección. Cuando la leí, el tiempo se me paró.
Semiko estaba muerta.
Estaba en el parque al lado de mi apartamento mientras el sol se ponía. Mi mano, que sujetaba la carta, tembló un poco. La noche se acercaba, por lo que no había nadie alrededor. Lo único que iluminaba el parque eran las farolas.
-¿Has esperado mucho…?
Me di la vuelta para ver a una mujer madura de unos veinte años. Ya sabía que no era Semiko, pero no pude evitar decepcionarme.
-Acabo de llegar.
La mujer se puso la mano sobre el pecho, aliviada. Parecía humana…
-Bueno, perdona por hacerlo tan pronto, pero te enseñaré una prueba. Yo también tengo que darme prisa.
Extendió el brazo delante de mí, anticipándose a mis pensamientos. Un brazo humano blanco, gradualmente, cambió de forma, se fue volviendo negro  y delgado como la pata de una cigarra. Ya había visto ese brazo antes, el verano pasado. Pensé que me había equivocado, pero era exactamente igual al brazo de Semiko que le vi por la ventana.
-Tal y como está escrito en la carta. ¿Ahora lo crees?
Quizás fuese por el estupor, pero no conseguía pensar nada mirando el brazo no humano. Todo lo que conseguí de ello fue saber que todo lo que Semiko había dicho era verdad.
Sí, la mujer era una ciudadana del “reino de las cigarras” del que hablaba Semiko. Recordé lo qué había escrito al final de la carta.
Nacemos con ciertas reglas:
Primera: Podemos vivir miles de años en nuestras formas originales.
Segunda: Si así lo deseamos, podemos transformarnos en humanos sólo en verano.
Tercera: Una vez asumimos la forma humana, morimos en siete días.
Cuarta: Si nos da el sol, morimos.
-Me alegra que lo entiendas. Ahora, por aquí.
La mujer caminó delante, guiándome. Después de dar un par de pasos, se tropezó y se arañó la rodilla.
-¿Estás bien?
-Sí… Sólo he tropezado un poco.
Se levantó y se limpió la arena de la rodilla. Fue entonces cuando me di cuenta que, al igual que Semiko, ella también se estaba muriendo. Mientras caminábamos, la mujer siguió hablando. La mayoría era lo que había escrito en la carta, pero la escuché en silencio.
La raza de Semiko, que vivía eternamente, era uno de los miles de dioses de los que se hablaba en el mundo humano. Aunque antaño fueron venerados por la gente, un día, un ancestro de Semiko se enamoró de un humano. Un amor prohibido entre una diosa y un hombre. Los otros dioses se enfadaron y maldijeron al ancestro de Semiko para que adoptase forma humana con ciertas limitaciones – las normas que he mencionado antes.
-Y seguimos naciendo unidos a esa maldición.
Los dioses arrebataron a los que eran como Semiko las estaciones, la vida y el cielo azul. Incluso los tropezones de Semiko no eran a causa de torpeza, sino su maldición. La maldición hizo que los, antes dioses, tuviesen una horrible forma de cigarra y por ello fueran llamados: “monstruos”. El contacto con nosotros se hizo imposible. Y aun así, Semiko lo desafió todo y adoptó forma humana. ¿Por qué? ¿Por qué lo haría?
-¿Por qué se volvió humana? ¿Cómo pudo tirar su vida por la borda de esa manera?-Me encontré a mí mismo preguntándole eso a la mujer.
Ella sonrió.
-Entiendo cómo se sintió, sé lo que es estar enamorada. Efectivamente, así es cuando se está enamorado. La vida es fútil, si sacrificarla significa ser capaz de hablar y amar a alguien, ni yo ni Semiko nos arrepentiremos de nuestra elección. Ni en un año, ni en diez años, ni en cien, ni siquiera cuando muramos, nunca. Así son las chicas.
Semiko me había dicho lo mismo. Me lo había dicho muy feliz y sin una pizca de arrepentimiento. Escuché hablar a la mujer mientras andábamos. Estaba a punto de encontrarse con quién amaba, pero antes de ello, tenía que enviarme una carta para terminar la tarea que Semiko le había encargado.
¿Tarea…? Me pregunto qué querrá decir eso.
Caminamos unos minutos. Mirando a su alrededor, de repente, ella se detuvo.
-Ah, aquí es.-Empezó a cavar con una pala.-¿Te importa echarme una mano? El suelo de aquí está duro.
Me dio una pala y empecé a cavar. El suelo era más blando de lo que esperaba, y salió fácilmente. Ni siquiera al cavar me acaba de creer que Semiko estuviera muerta. Me pregunté si aparecería de repente, en ese momento, con una piedra.
Tras cavar unos minutos, la pala chocó contra algo duro. Era como una latra grande, y dentro había una mochila.
-Ahí.-Dijo la mujer, y se apresuró a levantarla. Dentro de la mochila, había otra mochila. Abriéndola con cuidado, apareció una pequeña libreta.
-No lo he puesto en la carta, pero te he pedido que vinieras para darte esto.-Me dio la libreta. En letra pequeña, en la portada había escrito: “libreta de la historia”, y en la portada, escrito con letras grandes estaba la historieta: “La cigarra mentirosa y el cielo azul”.
Y cuando abrí la primera página encontré, dibujado con lápices de colores la representación de un perfecto cielo azul.
Ah… O sea, que era eso. Ahora lo entendía. Ella, Semiko, amaba el cielo, no la capa de oscuridad que llenaba la noche, sino el cielo azul. El cielo azul que iluminaba el sol. ¿En qué pensaba al decirme que lo odiaba? Su cuerpo se estaba debilitando rápidamente por la maldición, la vida la abandonaba. Así que, ¿en qué pensaba, soñando en un cielo que no volvería a ver jamás? No lo sabía.
Pero, desesperado por encontrar los pensamientos de Semiko, hojeé las páginas. Una página después del cielo azul, la primera frase de la historia me asaltó.
Había una vez una cigarra que odiaba el cielo azul. Esta es la historia de esa cigarra mentirosa.
Había un humano del que se enamoró por algo muy trivial. Cuando la cigarra aún era pequeña, se quedó enterrada en un agujero sin querer, y él cavo para sacarla. Fue algo tan trivial como pensar lo maravilloso que era él por hacer algo así. Por supuesto, ella sabía que era una tontería. No esperaba que él recordase algo tan pequeño. Pero, sin lugar a dudas, había salvado la vida de la cigarra, así que, cuando la cigarra creció, decidió devolverle el favor.
Los humanos desconocen que cuando las cigarras se hacen adultas pueden hablar con los humanos. Cuando la cigarra tenía tiempo, iba y le miraba desde lejos. No era una cigarra adulta, así que él no podía entenderla. Así que todo lo que hizo ella fue mirarle y zumbar.
-¡Estoy aquí! ¡Hazme caso!
Por supuesto, él no se daba cuenta de que estaba ahí. La cigarra se sentía sola y quería llorar, pero en vez de eso, miraba al cielo. La cigarra amaba el cielo. Ese penetrante cielo azul que parecía aclarar su corazón. Mientras miraba el cielo, pensó qué hacer para devolverle el favor cuando creciera, pero cuando las cigarras crecen, mueren deprisa. No pueden seguir mirando el cielo. Odiaba que el cielo oscuro como la boca de un lobo la entristeciera. Siempre sentía que ese cielo negro se la tragaba cuando lo miraba, y se sentía inexplicablemente ansiosa. Aun así, si podía conocerle, no tendría miedo de eso y además, podría hablarle.
Un día, veinte años después de que la cigarra naciera, se hizo adulta. Estaba tan feliz que salió corriendo para ir a la casa de él.
-Cri-cri-cri. Cri-cri-cri. ¡Soy una cigarra!
Después de eso, escribió sobre los días que había pasado conmigo. Sobre cuando se sorprendió cuando me desmayé, sobre cómo me intió sobre varias cosas, sobre cómo se puso a hacer volteretas de lo feliz que estaba de hablar conmigo, de lo avergonzada que se sintió cuando le pregunté por qué hacía volteretas, sobre cómo se hizo mi amiga y de lo feliz que estaba.
Todos los días que había pasado con Semiko estaban ahí. Escribió hasta del festival. Su narrativa transmitía la felicidad y diversión.
Cuando el festival terminó, él dijo:
-El año que viene nos volveremos a encontrar.
A la cigarra le hizo muy feliz que él le dijera eso y se lo prometió, pero ella ya era adulta y le quedaba poco tiempo. Se fue a casa entristecida. Sin embargo, la cigarra se esforzó al máximo por sobrevivir para poderle volver a ver al siguiente año. Para leer la historia que él escribiría y hacer que él leyese la suya. Hasta pensó, como una chiquilla de instituto, que se le podría confesar.
El otoño pasó, luego vino el invierno y entonces, llegó la primavera. La cigarra se aferró a la vida con el cambio de estaciones, hasta el día en que pudieran enseñarse las historias terminadas.
Y el verano llegó. Entre los coloridos árboles, bajo el brillante sol rojo, la cigarra pudo volverle a ver. Estaba tan feliz… Estuvo muy agradecida de volverle a ver. Aunque sabía que su final estaba llegando, estaba envuelta en un fulgor al pensar en él. La cigarra no lamentaría su decisión ni en un año, ni en diez, ni en cien, ni hasta el día de su muerte.
-Eh, hay una cosa que te quiero decir.-La cigarra cogió aire y se lo dijo.-Gracias.-Y entonces, una última cosa.-Siempre, siempre te he amado.
El humano y la cigarra caminaron cogidos de la mano bajo el sol veraniego. No había tristeza ni sufrimiento. Simplemente siguieron caminando así, para siempre.
La cigarra de repente alzó la vista y cuando lo hizo, vio un penetrante cielo azul.

La historia tenía un final feliz. Me pregunté qué pensó Semiko mientras escribía esta historia. Seguro que sintió como llegaba a su fin, como su cuerpo se debilitaba, pero aun así, siguió escribiendo.
Debía saber que no se volverían a ver, y sin arrepentirse, escribió el final de una historia sobre un mundo repleto de la luz del sol que jamás podría ver. Era increíble, sinceramente increíble.
Quería ser quien se lo agradeciera. Pensé en lo contento que me puso conocerla. Gracias a Semiko había podido entrar a la universidad de mis sueños. Podía escribir historias, obras de arte que la dejarían en shock. Gracias a Semiko, podía empezar a hacer eso. Era todo gracias a ella, así que necesitaba decirlo.
“Gracias”, “te quiero”, “hey, vuelve a enseñarme esa sonrisa inocente tuya”. Noté las lágrimas de mis mejillas. Me levanté pensando en Semiko y lloré.
Las nubes cubrieron la noche oscura y la lluvia cayó sobre el suelo, como si lamentase la muerte de Semiko, eternamente.
Otro verano ha llegado a su fin. El sonido del viento resuena por mi habitación fría. Ahora mismo, estoy escribiendo una historia para no olvidar mis recuerdos con Semiko. La acabaré pronto. Nadie debería ver esta historia hasta que la haya terminado. Si va así, no pasará nada. Pero si algún día alguien tuviese que leer esta historia, sé quién me gustaría que fuera la primera lectora; el segundo lector puede ser cualquiera, pero la primera en leerlo debe ser ella. No sé cuándo podrá ser, pero está en mi lista de cosas qué hacer.
Hasta entonces, supongo que seguiré escribiendo todas estas historias para que Semiko llore y ría. Y entonces... Y entonces…
Desearía…
Desearía que llegase el día en que podamos enseñarnos nuestros relatos y reírnos. Y creo que soltaré el bolígrafo y terminaré esta historia ya que se me estoy saliendo del personaje.
Abro la ventana norte que Semiko señaló una vez. La piedra verde esmeralda que me dio brilla en el pollo de la ventana.
Tal vez Semiko también está en algún lugar mirándola. Pensando eso, saco la cabeza por la ventana.
Bajo el cielo con el que soñaba Semiko, el sol iluminata la Tierra. Los árboles verdes y los rascacielos cubren el mundo. La hierba se mece y la brisa veraniega nocturna me acaricia la piel.
Cierro los ojos mientras miro este mundo radiante. Pensando en alguien, recordándola con cariño, alzo la cabeza lentamente.




Y abro los ojos ante un penetrante cielo azul.






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