Capítulo 0: Prólogo

octubre 21, 2017

El funeral de mi compañera de clase, Sakura Yamauchi, se llevó a cabo un día nublado que no parecía impropio a cuando estaba viva.
Como prueba del valor que tenía su vida, muchos lloraron durante el ritual y el velatorio – a los que no acudí. Yo me quedé en casa.
Por suerte, la única compañera de clase que me habría obligado a ir ya había abandonado este mundo, y tampoco es que os profesores o sus padres tuvieran el derecho u obligación de pedir mi presencia, por lo que se me permitió decidir a mí.
Como estudiante de instituto, a pesar de que nadie me reconocía como tal, debía asistir a clase, pero, como ella había muerto en medio de las vacaciones de verano, conseguí evitar salir con el mal tiempo.
Mis padres estaban trabajando y me habían dejado la comida, y yo, me quedé encerrado en mi habitación. Sería un error decir que mis acciones eran a causa de la soledad y el vacío de haber perdido a una compañera. A no ser que mi compañera me hiciera salir, siempre me quedaba en mi habitación leyendo libros. Amaba las novelas, las prefería sobre los libros de autoayuda y las guías. Prefería los libros de bolsillo porque los de tapa dura pesaban demasiado, y los solía leer dando vueltas por la cama, apoyando la cabeza o la barbilla en un cojín blanco.
El libro que me estaba leyendo en esos momentos es uno que ella me había prestado, una obra maestra que había encontrado una chica que no leía. Nunca lo había movido de su sitio desde que se lo cogí. Tenía pensado leerlo y devolvérselo antes de que muriera, pero ahora ya era demasiado tarde para eso y, como no había nada que pudiese hacer por mi retraso, decidí devolverlo a su casa cuando lo terminase. Un buen momento para devolverlo sería cuando fuera a hacerle una visita a su foto.
Cuando llegué a la mitad del libro, ya era por la tarde. Una luz fluorescente que se colaba a través de las ventanas me ayudaba a ver, pero no supe cuánto tiempo había pasado hasta que recibí una llamada.
No era una llamada especial: era mi madre.
Ignoré las primeras dos llamadas, pero al darme cuenta de que debía tratarse de algo relacionado con la cena, me acerqué el móvil a la oreja. El contenido de la llamada era sobre hervir arroz. Confirmé el método con ella y colgué.
Mientras dejaba el aparato en el escritorio me percaté de algo: habían pasado dos días desde la última vez que había usado el teléfono. No creo que lo estuviese evitando a propósito. De alguna forma u otra, aunque no niego que algún motivo sí que tenía, había olvidado tocar mi móvil.
Abrí mi móvil, que era de tapa, y miré mi buzón. No tenía ni un solo mensaje sin leer. Era lo normal, completamente normal. Proseguí a mirar mis mensajes enviados. Allí estaba registrado el uso más reciente que le había dado a mi móvil a parte de la llamada de mi madre.
Le había enviado un mensaje a ella, a mi compañera de clase.
Un mensaje de una sola línea.
No sabía si lo había leído.
Iba a ir a la cocina, pero, volví a entrar y me tumbé boca abajo en la cama con las palabras que le había enviado grabadas en mi corazón.
No sabía si las habría visto.
“Me quiero comer tu páncreas”.
¿Cómo habría reaccionado si lo hubiese leído?
Me quedé dormido mientras pensaba en ello.
Al final, mi madre es la que cocinó el arroz al llegar a casa.

Tal vez, la vi en mis sueños. 

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