Capítulo 1.

octubre 21, 2017

–Me quiero comer tu páncreas.
Estábamos en el archivo de la biblioteca. Sakura Yamauchi, mientras cumplíamos con nuestro deber de miembros del comité organizando los libros de las estanterías polvorosas, confesó algo así de raro.
Pensé en ignorarla, pero los únicos ahí presentes éramos ella  y yo, y como hubiese sido muy bizarro que estuviera hablando sola, concluí que debía estar dirigiéndose a mí.
No pude evitarlo y le respondí mientras ella estaba de cara a una estantería, dándome la espalda.
–¿De repente te has metido en el canibalismo?
Cogió aire y se ahogó con un poco de polvo, entonces, tosió unas cuantas veces para aclararse la garganta. Su tono, cuando empezó a explicarse, tenía cierto matiz triunfal.  No me giré para mirarla.
–Ayer vi en la tele que, antiguamente, si a alguien no le funcionaba bien una parte del cuerpo, se comía esa parte de otro animal.
–¿Y?
–Si tu riñón no va bien, cómete un riñón; si tu estómago no va bien, cómete un estómago. Al parecer, creían que si lo hacían se curarían. Por eso quiero comerme tu páncreas.
–¿Ese “tu” que has mencionado, se refiere a mí?
–¿Quién sino?
Soltó una risita sin mirarme, aparentemente ocupada con su trabajo. Podía oír los golpes y los crujidos de los libros que organizaba.
–Mi pequeño órgano no podría soportar la carga de salvarte.
–La presión está empezando a hacer que te duela el estómago, ¿eh?
–Por eso deberías buscarte a otro.
–¿A quién? Ni siquiera yo consideraría comerme a mi familia.
Volvió a reír mientras que, yo por mi parte, estaba llevando a cabo mi labor, tranquila y diligentemente, y me hubiese gustado que ella trabajase con la misma seriedad.
–En conclusión, sólo puedo depender de El-Compañero-Que-Sabe-El-Secreto-kun[1].
–¿Y mientras se te ocurrían los planes no has pensado en la posibilidad de que, a lo mejor, yo también necesito un páncreas?
–Pero no sabes cuál es su función.
–Sí que lo sé.
Lo conocía, conocía a ese órgano tan raramente mencionado. Había leído sobre él. Ella, por supuesto, ella no iba a perder la oportunidad. Escuché sus pasos y su respiración detrás de mí y, supe, que se había dado la vuelta totalmente emocionada. Al bies de la estantería, me imité a echar un vistazo. Detrás de mí tenía a una chica sudorosa, con una sonrisa tan brillante que nadie se habría imaginado que provenía de alguien con una enfermedad terminal.
A pesar de que estábamos en la era del cambio climático y de que estábamos en Julio, alguien se había olvidado de encender el aire acondicionado. Yo también sudaba.
–¿Has leído sobre ello?
Su voz hizo un poco de eco, y yo, quedándome sin alternativas, contesté su pregunta.
–El páncreas ayuda en la digestión y en la producción de energía. Por ejemplo, crea la insulina que se encarga de transformar el azúcar en energía. Sin el páncreas no tendríamos energía y moriríamos. Por eso no puedo dejar que te comas el mío. Lo siento.
Habiendo dicho todo lo que quería, volví a mi tarea. Ella estalló en carcajadas. El tomarse mis bromas de esa manera era una de sus pequeñas habilidades, aunque era un poco distinto.
–¿Quién se habría imaginado que El-Compañero-Que-Sabe-El-Secreto-kun se interesaría en mí? ¿Eh?
–Bueno… Pocas veces te encuentras a un compañero con una enfermedad terminal.
–No me refería a eso. ¿Y en mí, como persona?
–¿Quién sabe?
–¡¿Eso qué es?!
Y volvió a reírse. La adrenalina del calor debía volverla rara. Me preocupaba la condición de mi compañera.
Continuamos trabajando en silencio hasta que la profesora a cargo de la biblioteca nos llamó.
De alguna u otra forma, había llegado la hora de cerrar. Marcamos nuestro progreso dejando el último de los libros medio salido, después, comprobamos que no se nos olvidase nada y os fuimos. Al salir del archivo, nos estremecimos al notar el aire fresco de la biblioteca.
–¡Qué frío!
Ella dio unas cuantas vueltas, entró al mostrador de la biblioteca y se secó el sudor de la cara con una toalla que había sacado de la bolsa. Seguí sus pasos y me sequé el cuerpo.
–Buen trabajo. Ya hemos cerrado, así que tomaos vuestro tiempo. Tomad, té y aperitivos.
–¡Guau! ¡Gracias!
–Gracias.
Le eché otro vistazo a la biblioteca tras darle un sorbo al té que nos había traído la profesora. Efectivamente, no quedaba ni un solo estudiante.
–¡Este bollo al vapor está buenísimo!
La chica que indicaba todo lo positivo que había, se relajaba en la silla de detrás del mostrador. Arrastré una silla que estaba a cierta distancia de ella y me senté con un bollo en la mano.
–Perdonad por haceros ayudar, aunque los exámenes empiezan la semana que viene.
–No te preocupes, no pasa nada. Somos de los que sacan notas del montón. ¿A qué sí, El-Compañero-Que-Sabe-El-Secreto-kun?
–Bueno, supongo, si escuchamos en clase.
Di una respuesta adecuada y le pegué un mordisco al bollo. Estaba buenísimo.
–¿Ya habéis pensado en la universidad? ¿Tú qué, Yamauchi-san[2]?
–Todavía no he pensado en ello… Todavía hay tiempo.
–¿Y tú, Estudiante-Maduro-kun?
–Tampoco me he puesto a pensar en ello.
–Eso no está bien. ¡Tienes que pensártelo bien, El-Compañero-Que-Sabe-El-Secreto-kun!
Sostuvo el bollo al vapor entre las manos mientras hacía ese comentario tan innecesario. La ignoré y le di otro sorbo a mi té de cebada. El conocido sabor del té de cebada era delicioso.
–Con que ninguno de vosotros ha pensado en su futuro, ¿eh? Si seguís haciendo el vago, antes de daros cuenta, tendréis mi edad.
–¡Jajaja! ¡Eso es imposible!
Yo mantuve una expresión seria mientras ellos dos se reían a carcajadas. Mastiqué mi bollo al vapor y me bebí el té.
Tal y como ella había dicho, era imposible. Era imposible que ella llegase a la edad de nuestra profesora, que ya estaba en los cuarenta. Era algo que tanto esa chica como yo sabíamos, y la razón por la que me había guiñado el ojo. Era como si fuera una de esas actrices americanas que guiñan el ojo cada vez que gastan una broma.
Sólo para aclararlo, el motivo por el que no me reí fue por lo malo que era el chiste. Fue por esa expresión que mostraba cada vez que creía haber dicho algo interesante, rozaba la locura.
Ella me frunció el ceño viendo que yo había permanecido inexpresivo. Al verlo, curvé las comisuras de mis labios.
Después de pasar una hora y media extra en la biblioteca, nos empezamos a ir a casa. Cuando llegamos a los zapateros, ya eran las seis de la tarde. A pesar de ello, aún se escuchaba el alboroto de los miembros de los clubs de deporte mientras se esforzaban bajo el sol implacable.
–¿A qué hacía calor en el archivo?
–Sí.
–Tenemos que seguir mañana, ¿eh? Al menos mañana es el último día de cole de la semana.
–Sí.
–¿Me estás escuchando…?
–Sí.
Me cambié los zapatos de interior[3] por los mocasines y me marché por el portón alienado con los zapateros. Como la entrada del instituto estaba en la dirección opuesta al campo de deporte, las voces de los clubes de béisbol y rugby fueron desvaneciéndose conforme andaba. Ella me atrapó a grandes zancadas y se puso a mi lado.
–¿No has aprendido que hay que escuchar a los demás cuando hablan?
–Sí, por eso te estoy escuchando ahora.
–¿De qué hablaba?
–…De bollos al vapor.
–¡O sea, que no me estabas escuchando! ¡Mentir está muy feo!
Me regañó como una profesora de guardería. Ella, alta para ser una chica, y yo, bajo para ser un chico, éramos casi de la misma altura. La verdad es que era bastante agradable no tener que bajar la cabeza para mirar a alguien a la cara.
–Perdona, perdona. Estaba pensando en una cosa.
–¿Mmm? ¿En qué?
Su ceño se suavizó al instante, como si nunca se hubiera enfadado. Me observó la curiosidad escrita por toda la cara. Puse un poco de distancia entre nosotros y asentí.
–Sí, siempre he estado pensando en ello muy en serio.
–¡Oh! ¿Sobre qué?
–Sobre ti.
No me detuve y no la miré. Me aseguré de que fuera una conversación normal, sin ambiente dramático. Porque eso complicaría las cosas.
Interrumpiendo las palabras que había pensado decir después, tal y como esperaba, me respondió de una forma molesta.
–¿Sobre mí? ¡Eh! ¡¿Una declaración de amor?! ¡Gua! ¡Me pondré nerviosa!
–No es eso… Hey.
–¿Sí?
–¿De verdad no te importa pasar el tiempo que te queda haciendo algo como ordenar la biblioteca?
Ella ladeó la cabeza a un lado al escuchar mi pregunta.
–No pasa nada.
–No lo creo.
–¿Sí? ¿Y qué debería estar haciendo?
–Bueno, ¿no quieres hacer algo como encontrar tu primer amor, o hacer un viaje al extranjero y decidir dónde quieres pasar tus últimos momentos?
Esta vez, inclinó la cabeza al otro lado.
–Mmm… No es que no entienda lo que quieres decir… Hasta, por ejemplo, tú, también tienes cosas que quieres hacer antes de morir, ¿no?
–No puedo decir que no, supongo.
–Pero, ahora mismo, no las estás haciendo, aunque, tanto tú como yo, podríamos morir mañana. Sabiendo eso, seguimos como ahora. El valor de cada día es el mismo, da igual lo que haga, ese valor no va a cambiar. Hoy me he divertido, ¿sabes?
–Ya veo…
Tal vez tuviese razón. Su declaración me frustró, pero al mismo tiempo, la comprendí. Hasta yo, como ella dentro de poco, moriría algún día. A pesar de que no sabía cuándo me llegaría la hora, era inevitable. Quizás moriría antes que ella.
Tal y como cabía esperar, las palabras de aquellos conscientes de su muerte tienen cierta profundidad. La perspectiva de la chica que tenía al lado me conmovió un poco.
Por supuesto, lo que yo pensase no le importaba. Estaba seguro de que había mucha gente que la quería, así que, era normal que no tuviese tiempo para interesarse por alguien como yo. De hecho, una prueba de ello era que todos los chicos del equipo de fútbol que corrían hacia la puerta la estaban mirando.
Ella reconoció a uno de los chicos y le saludó con la mano.
–¡Ánimo!
–¡Gracias, Sakura!
Los chicos del equipo sonrieron mientras nos pasaban de largo. Si mal no recuerdo, aquel debía ser uno de mis compañeros, pero no me dedicó ni una simple mirada.
–Ha ignorado a El-Compañero-Que-Sabe-El-Secreto-kun, ¡más le vale tener cuidado mañana!
–No pasa nada, y tú deberías parar porque no me importa.
Realmente no me importaba. Ella y yo éramos polos opuestos, así que era imposible que nuestro compañero no nos tratase igual.
–¡Ah! ¡Es precisamente por eso que no tienes amigos!
–Lo sé, es la verdad. Pero tú te preocupas demasiado por eso.
–¡Ah! ¡Es exactamente por esto!
Llegamos a la puerta de la escuela mientras hablábamos. Nuestras casas estaban en direcciones opuestas desde ese punto, así que ahí es dónde me despedía de ella. Qué lástima.
–Adiós.
–Hey, sobre lo de antes…
Me detuve mientras me daba la vuelta sin dudar. Su expresión era alegre, como si de repente, se le hubiese ocurrido algo. Me di cuenta que yo nunca había expresado tanta alegría en mi cara.
–Si tuviese que elegir, usaría el tiempo que me queda para ayudarte.
–¿Qué quieres decir?
–¿El domingo haces algo?
–Ah, perdona. Tengo una cita con mi adorabilísima novia. Si la dejo sola se pondrá histérica, así que no puedo.
–Es mentira, ¿a qué sí?
–¿Y qué?
–Vale, ¡pues quedamos a las once de la mañana delante de la estación! ¡También me traeré mi “diario de coexistencia con la enfermedad”!
Dicho eso, sin pedir mi opinión, se despidió con la mano y caminó en dirección opuesta a mi casa.
El cielo veraniego detrás de ella seguía naranja y rosa, estaba teñido con un toque azul marino que se mostraba ante nosotros con su efímero fulgor.
Sin devolverle el gesto, volví a darle la espalda y me dirigí a casa.
Con la ausencia de su risa, continué caminando por ese conocido camino a casa conforme los cálidos tonos del día moribundo dejaban paso para el azul vespertino. Sin lugar a duda, mi perspectiva del camino a casa era distinta a la suya.
Seguramente, yo seguiría caminando por ese camino hasta mi graduación. ¿Cuántas veces podría caminar ella por el mismo camino?
Pero era verdad, como ella había dicho, ni siquiera yo sabía cuántas veces podría caminar por este camino. Y por tanto, los caminos por los que andábamos no eran tan distintos.
Me acerqué el dedo al lateral del cuello y me aseguré de que seguía vivo. Dando cada paso al ritmo de los latidos de mi corazón, se me cortó el rollo mientras sentía como mi vida fugaz temblaba ante mi voluntad.
La brisa nocturna soplaba sobre mí, distrayéndome de mis pensamientos.
Empecé a esperar con ganas nuestra salida del domingo. Sólo un poco.



[1] El honorífico “–kun” o en japonés: “”, se emplea para referirse a personas con cierto nivel de confianza, o de nuestro mismo nivel o inferior. Por ejemplo, a conocidos y/o amigos.
[2] El honorífico “san”, o en japonés “さん” , es la abreviación de “sama”, o en japonés “様 さま”,  o mejor dicho una manera rápida de decirlo. “San” o “Sama” equivale en nuestro idioma a “Sr.” o “Sra.” y por supuesto es una manera de mostrar respeto y/o cortesía, pero no se utiliza de la misma manera que en el español.
[3] En todas las casas japonesas, sin excepción, uno tiene que quitarse los zapatos en la entrada y entrar o bien descalzo (con o sin calcetines) o bien con unas zapatillas de estar por casa específicas (todas las casas suelen contar con zapatillas para invitados). Entrar en una casa japonesa o en otros lugares donde se indica claramente que debemos quitarnos los zapatos sin descalzarnos es una falta de respeto gravísima. Los colegios e institutos no son una excepción Los estudiantes se quitan sus zapatos, los dejan en unas taquillas individuales y se ponen unas zapatillas especiales llamadas uwabaki (上履き), que son de goma flexible y sujetan bien el pie.

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