Capítulo 2: Dieciocho años (parte 2)

diciembre 14, 2017

Cuando se sacó el casco el cabello negro le cayó por los hombros. Los criados le ayudaron a quitarse la pesada armadura del pecho, brazos y piernas. Nunca se había protegido tanto el cuerpo en batalla. Había estado desfilando por las calles como un payaso, sufriendo los interminables chillidos. Apenas había sido capaz de soportar la marcha en esa formación tan perfecta, como si fuera el perro del Emperador.
–¿Por qué no pones algún cuadro por aquí?  Es muy soso.
Sin embargo, eso no le molestaba en aquellos momentos. Un invitado que no había llamado le había seguido hasta sus aposentos privados y se lo criticaba todo. Aunque él estaba cambiándose, el otro hombre deambulaba por ahí descaradamente, absorto en sus alrededores.
–Es mi habitación.
–Para ser exactos, no es tu habitación: es un comedor que también sirve de habitación. Es perfecto para un invitado.
–La habitación de invitados está en la primera planta.
–No seas tan rácano. Tengo obras de arte muy buenas, te enviaré unas cuantas.
Controló la ira de su corazón; nadie sabía lo que sentía por su apariencia externa. Tenía una expresión helada y sus ojos rojos parecían tranquilos y pacíficos.
Permitió que sus criados le sirvieran y le vistieran estoicamente: se estaba preparando para el baile de aquella noche. En un principio, su plan era descansar y aparecer al final de la fiesta. Si no fuera por ese irritante invitado lo habría hecho.
–Sólo iré al de hoy. – Dijo mientras se abrochaba el puño de la camisa.
–Vale, pero la fiesta no son tres días, son cinco…
–¿Vas a retractarte?
–Vale. Mira, Duque. ¿Por qué odias las fiestas? Tenemos comida buenísima, vino y mujeres hermosas. ¿Por qué no disfrutas de tu tiempo?
–Tengo más que suficiente vino en casa. Y mi pasatiempo no es buscar comida. Y no necesito ir a fiestas para tener mujeres.
–Mira, esa no es la razón de estas funciones. Duque, tienes que echarme una mano. Me lo prometiste.
–Te dije que te ayudaría cuando fueras Rey.
–¿Sí? ¿Y quién te crees que será el próximo Rey si no soy yo?
El Kwiz, el príncipe heredero, se alzaba alto y seguro de sí mismo.
–Ya hablaremos cuando lo seas.
Nadie sabía lo que acaecería mañana.
–Es más difícil ganarte a ti que a una jovencita tímida. – Kwiz no pareció molestarse por sus palabras y se limitó a suspirar.
–Los hombres pegajosos no son populares.
–¿Mmm? ¿Eh? ¿Eso ha sido una broma, Duque? Sí, ¿no?
Kwiz rió divertido, sin embargo, el otro hombre era menos que entusiasta.
–Vámonos.
Quería echar a su invitado de sus aposentos lo antes posible.

*         *        *        *        *

Le empleada de la tienda de ropa le salvó el día a la lamentable señorita. Lucia tuvo que pagar más que el doble por el arreglo del vestido. Según la empleada ese era el precio razonable hoy, e incluso intentó racionalizarlo afirmando que el vestido venía con su corsé y miriñaque. No obstante, no fue capaz de contratar a nadie para que le hiciera el pelo y la maquillase.
Por suerte, Lucia tenía conocimientos básicos de técnicas de pelo y maquillaje. Aunque, cualquier profesional que la hubiese visto habría chasqueado la lengua en desaprobación por sus técnicas y apariencia general.
Cuando llegó al salón de baile, Lucia ya estaba agotada. Le dolían las piernas de correr por toda la ciudad y, además, se había tenido que hacer y deshacer el maquillaje y el peinado muchas veces por culpa de sus carentes habilidades.
La inversión de hoy no se puede ir al garete.
Aunque en su sueño asistió a muchas reuniones sociales, la muchacha seguía estando muy nerviosa y preocupada.
Ah… Hay demasiada gente. Si no voy con cuidado me pasarán por encima.
El punto más destacable del baile eran las conversaciones de los asistentes. Los nobles, que amaban ese tipo de fiestas, estaban alegres y animados ya que no habían podido montar nada semejante por culpa de la guerra. No sería una exageración afirmar que todos los nobles de la capital estaban presentes.
Las fiestas de la alta sociedad se limitaban a aquellos con invitación. Los nobles no socializaban demasiado con aquellos ajenos a su círculo social y, a diferencia de aquella noche, era casi imposible que los nobles de bajo rango pudieran asistir a un banquete con los rangos más altos. Por eso, si los nobles más humildes querían establecer algún tipo de conexión con los peces gordos, tendría que ser esa noche. Era una buena oportunidad para darse a conocer entre los más ricos.
Los candelabros relucían y las mesas rebosaban exquisiteces. Las nobles iban cubiertas de joyas y vestidos lujosos mientras que los hombres en traje las rodeaban. La música sonaba suavemente de fondo, creando una placentera experiencia nocturna.
A Lucia le preocupaba ser capaz de encontrarle entre la multitud, pero no fue muy difícil. Simplemente tuvo que seguir las miradas y los pasos de todo el mundo y se encontró ante él.
Ah… Es él…
Hugo Taran.
Su corazón empezó a latir con fuerza. Era más encantador que cuando le vio en sus sueños. Normalmente, la gente sólo conocía su mote: “el león negro de la guerra”, por lo que diez de diez personas se sorprendían al ver su apariencia. No parecía salvaje ni duro. No sólo era destacable, su atractivo no tenía igual.
Su mirada se centró en su cabello negro y sus ojos rojo carmesí, entonces, apreció su rostro bien esculpido. El pulcro puente que tenía por nariz equilibraba la profundidad de sus ojos. Su fuerte mandíbula y cuello demostraban su hombría y, cuando separaba sus labios finos todos los presentes se callaban para poder escuchar sus palabras.
Lucía había estado apreciando la atractiva apariencia de aquel hombre con la boca abierta, cuando volvió en sí, miró a su alrededor para asegurarse de que nadie se hubiese percatado de su comportamiento indigno de una señorita. Por suerte, a nadie la interesaba la lamentable y fea jovencita.
¿Matrimonio de conveniencia…?
Lucia tragó saliva.
¿Lo… conseguiré…?
El listón estaba demasiado alto. Su mente sabiamente le susurraba que no era un hombre al que podía atreverse a mirar.

Kwiz, que estaba animado, arrastró a Hugo por todo el baile. Quería desfilar por ahí como si llevase un tesoro de valor incalculable. Bajo su perspectiva, el Duque de Taran era una joya y haría todo lo que pudiese para ganárselo y tenerlo de su parte.
Ninguno de los dos hombres había afirmado que iban a apoyarse, pero el hecho de verlos caminar juntos hizo volar la imaginación de los asistentes. Kwiz se aprovecho de esto mientras que Hugo pasaba sus acciones por alto en silencio.
Hugo estaba cansado y lo único que quería era irse a casa. Ya tendría que hacer este tipo de cosas cuando Kwiz fuera rey para ganar apoyo, pero todo formaba parte del futuro. No veía la necesidad de esforzarse tanto por un heredero.
¿Qué puede ser…?
Había estado sintiendo la mirada furtiva de alguien desde hacía rato. Toda su vida había sido un cazador perceptivo, por lo que le era fácil reconocer cuando alguien iba a por él. No sentía ninguna mala vibración, pero le indignaba que alguien le tuviera de objetivo. Fingió ignorancia y estudió su entorno.
¿Una mujer?
Inesperadamente, se trataba de una mujer. Tenía el pelo marrón y llevaba un vestido azul; parecía una jovencita que acaba de llegar a la edad adulta. Cuando Hugo la miró, ella apartó la vista, pesé a ello, él ya sabía la verdad.
Era un hombre acostumbrado a recibir miradas anhelantes de otras mujeres. Sin embargo, esta joven castaña no entraba en esa categoría. Parecía tener algo que decirle; sus ojos estaban repletos de inquietud y algo desesperados.
Si tiene algo que decirme, acabará viniendo.
Dejó el interés que sentía por él a un lado, pesé a eso, su tenaz mirada continuó molestando a sus sentidos sin darle un respiro. De vez en cuando le echaba un vistazo para ver qué se traía entre manos. Cuando consiguió estar a solas durante un instante, la vio dar un paso en su dirección, pero en cuando se le acercó otra persona, ella retrocedió. Hugo frunció el ceño sin querer. La fiesta llegaba a su fin y ella no se le había acercado todavía.
Es completamente imposible acercarse a él…
Era como si fuera el protagonista de la noche. La gente no le dejaba en paz, en especial el príncipe heredero y Hesse IX, y en su círculo no había ni una sola persona normal.
El instigador principal de mi horrible matrimonio está justo aquí.
Lucia pensó en su hermanastro. No le resentía, después de todo, el príncipe heredero no tenía ninguna responsabilidad de cuidar de ella como si fuera su familia real sólo por compartir lazos sanguíneos. Habían nacido de úteros distintos y eso no les convertía en poco más que desconocidos.
Finalmente, la fiesta terminó y ella no consiguió decirle ni una palabra. No, no sólo no le habló, ni siquiera pudo acercársele.
Ah… ¿Qué hago? ¿Asistirá a la de mañana?
No estaba segura de que fuera a asistir y esa noche podía ser la única oportunidad que tuviese, pero, aun así, decidió volver al día siguiente.

*         *        *        *        *

Habían pasado cinco días y esa noche sería la última. Aunque la Capital llevaba celebrando bailes cinco días seguidos, nadie parecía cansado, aun así, seguramente la gente se quedará un buen tiempo en sus casas cuando terminasen las celebraciones.
No obstante, en comparación con la primera y la segunda noche, aquel día no había tantos asistentes. La mayoría de los presentes eran adictos a las fiestas o cazadores en busca de un compañero con el que pasar un rato a solas en los jardines o pasillos oscuros. No todos los que iban querían disfrutar de la fiesta, muchos atracaban las exquisiteces, otros tantos deseaban formar nuevas conexiones y algunos lanzaban miradas coquetas y, contraria a todos los demás, Lucia estaba dándole sorbos a su copa de champán sin alcohol apoyada contra la pared.
Había pasado esos últimos días toda la noche de pie con tacones y le dolía todo. No llevaba un corsé demasiado astringente, pero le oprimía el pecho considerablemente y le dificultaba la respiración[1]. Tenía hambre, pero sólo podía saborear un poco de tanto en tanto por culpa de la ropa que llevaba puesta. Aunque el aroma de la comida era sumamente atrayente, la usaba de decoración. También era incómodo ir al baño, por lo que tenía que contentarse con una única copa de champán para humedecerse los labios.
Comprendió la verdad de que el hambre intensifica la tristeza. Lucia estaba terriblemente triste en aquellos instantes. No sabía si era por el hambre, sentía que se le iba a quedar pegado el estómago a la columna vertebral, o por no haber sido capaz de acercarse al Duque durante todos aquellos días. Fuera cual fuere el caso, ambas cosas la angustiaban.
Contempló al hombre de traje negro que había a lo lejos. Parecía superior al resto de asistentes, tanto en estatus como en apariencia. Era alto, tenía hombros anchos y la cintura fina; su cuerpo tenía las proporciones ideales. Aunque no se le veía lo que llevaba debajo de la ropa, estaba claro que estaba bien trabajado.
No le quedaba mucho tiempo. Si no podía saludarle antes de que terminase la fiesta, lo tendría que hacer al final.
Al menos he podido mirarle la cara lo suficiente como para no arrepentirme.
Llevaba a acosando discretamente al hombre cinco noches. La muchacha admitía que se había obsesionado demasiado con eso. Mirarle no era, en absoluto, agotador. Era un hombre atractivo, agradable a la vista, y también era divertido observar a los que le rodeaban. Sobretodo cuando las mujeres apretaban vulgarmente los pechos contra él.
El hombre era una creación hermosa pero no intentaba ganar favores por su apariencia. Siempre mostraba una expresión fría, sin alegría, enfado, dolor ni placer. De vez en cuando fruncía el ceño o alzaba las cejas. Cuando reía, sus labios sonreían cínicamente. A pesar de todo ello, la gente se esforzaba por observar sus reacciones antes de responder. Su misma presencia les daba paz a los invitados. Rezumaba una presencia imponente que suprimía a los demás naturalmente. Tenía la dignidad del gobernante y la compostura del fuerte. Los que le admiraban desde la distancia se sorprendían por la apariencia del Duque de Taran, pero aquellos que conversaban con él comprendían el motivo por le habían concedido a este Duque el título de: “El león negro de la Guerra”.
A diferencia de los hombres pasivos, los dominantes siempre tenían mujeres merodeando a su alrededor, haciendo fila con lujuria.
Lucia podía entender a las múltiples mujeres que intentaban hablarle. El Duque guardaba una posición alta y mucha riqueza; era joven y atractivo; tenía todo lo que se podía pedir. No tenía ni mujer, ni pareja. Sería difícil encontrar a alguien comparable con él en todo el mundo. Era lo más raro de lo raro. De hecho, si Lucia tuviese una posición social más alta, no habría dudado en unirse a esas mujeres.
Si al menos tuviese los pechos más grandes… Ah…
Sus suspiros albergaban muchos significados. Le era imposible acortar la distancia entre el Duque y ella.
En la fiesta había otra persona tan fatigada como Lucia. Su nivel de estrés era, de hecho, más alto que el suyo. Las basuras[2] que se le pegaban como la cola ponían a prueba su paciencia mientras él se preguntaba cuándo se cerrarían la boca y se perderían por ahí.
El hombre echaba de menos el campo de batalla. Allí podía callar a la gente todo lo que quisiera. La pequeña alegría de su vida era poder decapitar a los que le llamaban demonio. Era una suerte que no tuviera armas con él en aquel momento. Confiaba en su paciencia, pero no por completo.
Hugo movió los ojos a una esquina. Nadie se había dado cuenta que llevaba observando a una persona en particular todo este tiempo.
No ha cambiado nada.
La mujer de apariencia frágil con el pelo de un marrón rojizo había estado quieta en el mismo sitio sujetando la misma copa todo este tiempo. Llevaba cuatro días sin quitarse ese vestido azul pastel.
Él no solía asistir a fiestas, pero era lo suficientemente inteligente como para saber que las mujeres no llevaban el mismo vestido al día siguiente. En una fiesta como aquella, las mujeres normalmente tenían unos tres vestidos y los iban rotando. En el caso de no tener dinero para los tres, era mejor no presentarse. La muchacha desestimaba a todos los que tenía a su alrededor, no le había visto intentar conversar con nadie: ni una sola vez.
¿Será por dinero?
Si lo que le interesaba era su dinero, era mejor que se lo dijera directamente. Estaba preparado para darle una suma de dinero sin hacerle preguntas. Admiraba su espíritu firme.
En un principio, iba a ir a la fiesta sólo el primer día, pero entonces, cambió de idea y decidió asistir también el segundo. Le interesaba si ella aparecería al día siguiente y lo hizo. La muchacha se presentó con el mismo vestido azul y continuó observándole desde una esquina. Si su plan era llamarle la atención llevando el mismo vestido siempre, lo había conseguido.
El segundo día no se le acercó. Él podría haberse acercado a ella y haber iniciado una conversación: pero no lo hizo. Esperaba a que ella diese el primer paso. Sentía que era un juego.
Al final, ella había establecido el récord al atender a la fiesta los cinco días seguidos. Kwiz estaba muy contento, ni siquiera él había asistido cada día para ganarse su favor. Aquella mujer no se le acercaba y siempre mantenía sus distancias.
Seguramente sea por todas estas mierdas.
Todas estaban seguras de haber hecho lo mejor que pudieron para causarle una buena impresión al Duque, sin embargo, en cuanto Hugo les dio la espalda ya las había borrado de la cabeza.
Creo que si estoy solo se me acercará… ¿Y si pruebo de encontrar algún sitio donde no me pueda encontrar nadie?
Llevaba yendo a la fiesta durante cinco días y su curiosidad por aquella mujer no había disminuido. Además, Kwiz, que se le pegaba todo el día, se había ido a algún lado.
–Disculpadme.
Cuando Hugo les pidió comprensión, todo el mundo expresó su renuencia y le miraron mientras se marchaba. Asumieron que volvería cuando terminase de ocuparse de sus asuntos y le esperaron parloteando entre ellos felizmente.
¿Eh?
A Lucia, que le había estado vigilando, le sorprendió su comportamiento. No parecía del tipo que deambulaba por las fiestas. Normalmente, permanecía en el mismo sitio y la gente le rodeaba. Era la primera vez que se iba a algún lado él solo. Lucia titubeó momentáneamente, entonces, decidió seguirle. Esa podría tratarse de su primera y única oportunidad.
Hugo anduvo ociosamente. Podía sentir a alguien detrás de él.
¿Qué estoy haciendo?
Se rió de sí mismo. Le parecía divertido que él fuera pasar por tantos problemas para escuchar lo que esa mujer tenía que decir. No era del tipo que perdía su tiempo en cosas inútiles. Si se hubiese limitado a ignorarla ya habría terminado.
No quería llevársela a la cama y para él, sólo existían dos tipos de mujer: las que quería llevarse a la cama y las que no. Era la primera vez que le interesaba una mujer del segundo tipo.
Estos días han sido bastante aburridos.
Anhelaba la tensión, las tropas dragadas por la locura y la sensación de la sangre cálida y pegajosa. Salió de sus pensamientos sobre la guerra. Tenía mucha curiosidad por el objetivo de esa mujer.
Se dirigió al jardín este. Allí es donde más brillaba la luna, pero precisamente por eso, no era un buen lugar para tener una aventura. Era el mejor sitio para estar a solas sin tener que escuchar gemidos.
Se puso cómodo al lado de una fuente vacía. El lugar estaba en el jardín y abierto hasta cierto punto. No había nadie por los alrededores, pero tampoco estaba desolado. Satisfecho con su elección, giró la cabeza hacia el sonido del crujir de las hojas secas. Sin embargo, cuando vio a la mujer que apareció, la sutil diversión de su corazón desapareció en la distancia.
–Hugo…
Una rubia bien dotada brillaba como una joya bajo la luz de la luna. La expresión del Duque se tensó al ver a la mujer con un rostro tan encantador como el suyo.
–Sólo le permití llamarse por mi nombre antes, señorita Lawrence.
La jovencita se sorprendió y le tembló la vista. Con sus frías palabras Hugo acababa de trazar una línea. Le quitó el privilegio de poder llamarle por su nombre y no la llamó por su nombre de pila como antes. Sofia le miró con los ojos rezumantes de lágrimas mientras se mordía los labios rojos.
–Disculpe mi grosería, por favor, mi señor.
–¿He interrumpido su paseo?
–No, me acabo de dar cuenta que mi señor iba para mí y…
–Le agradecería que se marchase ya.
–Un momento… Sólo necesito un momento. Mi señor, por favor…
Él suspiró.
–¿Qué palabras quedan por decir?
–…Sois demasiado cruel. ¿Por qué me aparta con tanta frialdad? Creía que nuestros corazones eran uno.
–Señorita Lawrence, – él respondió a la mujer al borde de llorar un rio entero con indiferencia. – Jamás he compartido mi corazón con nadie. Yo sólo comparto mi cama.
Sofia, con los ojos llenos de lágrimas, no podía creer lo que oía. Le temblaron los hombres mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo.
Hugo no se molestó con consolarla y se quedó de pie a cierta distancia con las manos en la espalda. Empezaba a irritarse. Por esto mismo había dejado de jugar con solteras: siempre rompían las normas.
Mirarla le frustraba, por lo que le dio la espalda.
–No sacaremos nada bueno de alargar esto con palabras.
Sofia miró al hombre que había puesto una pared entre ellos con ojos resentidos. No podía creerse lo frío que estaba siendo. Su odio se transformó lentamente en algo más caliente conforme estudiaba su espalda. Sofia corrió y le abrazó por la espalda. Entrelazó los brazos alrededor de su pecho firme y enterró el rostro en su espalda. Rebosaba emoción y estaba impregnada de calor. Se lamentaba al pensar en su noche de pasión. Sus pechos llenos se apretaban contra la espalda de él apasionadamente y, aun así, él cerró los ojos y se deshizo de sus brazos despiadadamente. El cuerpo se Sofia se estremeció cuando le vio darse la vuelta y retroceder un paso para dejar espacio entre ellos: no le dejaría la más mínima libertad de acción.
–¿Qué he hecho mal? Todo lo que hice fue confesarle mi amor a mi amante. ¿Por qué me enviasteis rosas de separación? Sois demasiado.
–¿Amante? – Chasqueó la lengua. ¿Cómo podía ser tan estúpida esta chica? – Desde el principio se lo dejé claro. Le dije que guardase su corazón para usted. Me prometió hacerlo. ¿Ahora está fingiendo ignorancia?
Sofia no lo había olvidado. No había olvidado que en cuanto le hablase de amor la rechazaría. Sofia era plenamente consciente de ello. Todas las mujeres antes que ella había experimentado lo mismo, pero ese hombre frío pronunciaba su nombre con tanta pasión y la abrazaba con tanta dulzura que lo había olvidado.
Sofia siguió los pasos de todas las estúpidas mujeres que había habido antes que ella. Cayó en la categoría de: “mujer del pasado”.
–¿No podemos… volver a empezar? Mi señor, no le volveré a mostrar mi corazón. No pasa nada si está con otras mujeres. Déjeme quedarme a su lado, por favor.
–Era una hermosa flor, señorita Lawrence. Arranqué la flor y la dejé en un jarrón, pero el destino de las flores es marchitarse, nada más.
Los labios de Sofia temblaron al imaginarse a sí misma como una flor. Cada una de sus palabras mutilaba su corazón.
Cuando era su amante había tenido la sensación de tener el mundo en sus manos. Era un hombre apasionado y dulce, y tampoco vacilaba en mimarla con regalos caros. Si decía que había visto algo bonito, él se lo regalaba al día siguiente. En cada baile desfilaba con sus collares y pendientes regalados e incluso insinuaba su relación y él, por su parte, no objetaba nada.
Cierto día, una mujer que había tenido una relación pasada con el Duque le advirtió que si quería quedarse con él más tiempo no debía intentar acercársele, que tenía que disfrutar de sus días hasta que le llegasen las rosas.
En aquel momento, esas palabras le parecieron tonterías y, cuando se percató de la realidad, ya era demasiado tarde. Sofia se había enamorado demasiado y él ya se había marchado, dejándola con nada más que un ramo de rosas amarillas.
–Otro ha tomado a la mujer del Conde Falcon, esa mujer es poco más que una flor marchita.
Sofia se le volvió a acercar cuando escuchó los rumores que circulaban a pesar de que hacía mucho tiempo desde que se habían separado. La esposa del Conde Falcon era famosa por tener tres difuntos maridos. Sofia no podía digerir que la hubiesen reemplazado por semejante mujer.
Hugo se fue irritando más conforme avanzaba su encuentro. Escaneó el bosque que tenía delante rápidamente. Alguien había estado escuchándoles todo este tiempo. Hugo estaba seguro de que era aquella mujer. Su meta no era presumir de su relación pasada con esa chica, sino descubrir que es lo que aquella chica le había querido decir y, al final, todo se había vuelto una molestia.
–No se sobreestime, no es de su incumbencia con quien duerma.
–Es una mujer maldita, mi señor. Simplemente me preocupa que pueda dañarle.
Se había esforzado mucho para meterla en su cama. Sofia no se le acercó primera, tuvo que pedirle bailar y seducirla. Había disfrutado de una aventura amorosa distinta. Era una mujer hermosa y materialista. La próxima sería lo contrario.
–Señorita Lawrence. – Su voz sonaba increíblemente fría y asustó a Sofia. – Odio que me consuman las emociones y, por eso, no me enfado. Es un gasto inútil y es desagradable estarlo. Pero si continúa enfadándome más que lo que ya lo estoy, tendrá que pagar un precio.  Hasta ahora, todos los que me han hecho enfadar lo han pagado con sus vidas.
Sofia perdió toda la sangre del rostro y empalideció como una hoja de papel.
–No me enfade.
A Sofia le temblaron los labios mientras le contemplaba unos instantes, entonces, se dio la vuelta y corrió con todas sus fuerzas. Él vio desaparecer su figura con la mirada fría y, entonces, dirigió su atención a cierto lugar.
–Salga. Es hora de dejar de escuchar a hurtadillas como un gato ladrón.



[1] Contrario a las comunes concepciones acerca de los corsés victorianos, no todas las mujeres apretaban sus corsés al extremo y mucho menos a diario. Tampoco removían sus costillas quirúrgicamente, ni les provocaba tuberculosis, ni les dañaba la columna. Sin embargo, el continuo uso del corsé extremadamente ajustado les podía llegar a deformar la cavidad pulmonar, y provocar el desplazamiento de órganos.
[2] En realidad, en el texto original la autora no usa: “basuras” para mencionar a las mujeres que se pegan a Hugo, sino “heces”. Pero en español me ha parecido más correcto, o al menos, me ha sonado mejor “basura”. 

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