Capítulo 4: ¿Nos casamos? (parte 2)

diciembre 27, 2017

–¿Ya está? – Preguntó Hugo mientras ojeaba el informe de Fabian que consistía en unas pocas páginas.
Había pasado un mes desde que el duque le había ordenado investigar a la princesa. Como ninguna investigación había tardado tanto, había venido hasta allí de noche en consideración por todo el esfuerzo que su lacayo había necesitado y, ahora mismo, estaba muy decepcionado.
–No había casi nada que investigar, así que he sido cauteloso. Siento no cumplir con sus expectativas.
Era la primera vez que Fabian sentía la limitación de sus habilidades. No era la primera vez que investigaba los antecedentes de una persona, pero daba igual lo mucho que buscase, no había nada. Habían escondido a la muchacha en las profundidades del palacio real, por lo que no era nada fácil interactuar con ella. Nadie conocía a la princesa Vivian, así que no había por dónde empezar a investigar.
Hugo dejó de regañar a Fabian. Conocía muy bien sus habilidades y que no era un subordinado que haría un trabajo mediocre para después esconderse bajo excusas.
La princesa había crecido como una plebeya hasta los doce años. Después de aquello, había entrado al palacio real. Aparentemente, nunca había salido de palacio y tampoco había debutado en la sociedad. Sin embargo, una vez a la semana fingía ser una criada de palacio que tenía que salir para hacer un recado. Esa era toda la información que Fabian había conseguido.
¿Cómo consiguió comportarse con tanta naturalidad en el baile si todavía no ha debutado?
En el baile no se hizo un nombre, pero no era un lugar que cualquiera pudiese asumir. En la fiesta no destacó, pero tampoco cometió errores o se buscó problemas.
–¿Se escribió un permiso de salida para ella misma y se fue así como así? ¿Desde cuando es tan fácil escapar de palacio?
–Los soldados la conocen como criada. Hay demasiados hijos en la realeza, así que hay demasiadas criadas que entran y salen de palacio como para contarlas. Sólo comprueban si se están llevando algo de palacio y ya.
El duque se había estado preguntando qué hacía cada semana, pero al parecer, siempre iba al mismo sitio: cada semana iba a la casa de una novelista famosa. La autora también vivía una vida de ermitaña y tan sólo conocía a una persona: la criada.
–¿Supongo que ha conseguido la información del mocoso de ella?
La existencia de Demian, su hijo, no era un alto secreto, pero tampoco era algo que una princesa pudiese saber por capricho. Hugo tenía sus dudas de cómo se había enterado y, por eso mismo, ordenó que la investigasen.
–Es una autora famosa. Por sus novelas se sabe que entiende muy bien la alta sociedad y parece tener conexiones con algún informante que le detalla los rumores más recientes. No he podido confirmar la identidad de esta persona, pero si así lo desea, continuaré investigando.
–Da igual, eso no importa. Al final, lo que quería confirmar era si es o no una princesa.
La mayoría del informe era fruto de especulaciones. Era una princesa sin nada bajo su nombre, pero al mismo tiempo, todo lo que la envolvía era un misterio. Volvió a revisar el lamentable documento una vez más.
–¿Por qué no tiene criadas viviendo con ella?
–Muchas han trabajado con ella… Pero la mayoría se han ido o las han reasignado a los pocos días por razones desconocidas.
–¿Estás seguro de que no hay nadie moviendo los hilos?
–Sin duda. He investigado arriba y abajo, y no tiene ninguna conexión con ninguna facción de la realeza.
Era imposible conseguir un informe mejor. Hugo se perdió en sus pensamientos momentáneamente y no tardó mucho en llegar a una conclusión. Siempre se encargaba así de sus responsabilidades: de una forma rápida y ordenada.
–Como cada semana sale del palacio, seguramente salga mañana. Tráela.
–¿Eh…? ¿Mañana…?
Era su día libre.
–¿Algún problema?
–…No. Mi señor.
El karma le quitó su día libre por su terquedad. Fabian rechinó los dientes. Estaba completamente seguro de que eso también formaba parte de la maldición de la bruja.

*         *        *        *        *

–¿Cómo fue aquello? – Preguntó Norman mientras le echaba un ojo a Lucia.
–¿El qué?
–Lo de los dos caminos que me preguntaste la semana pasada. ¿No era sobre ti? No conozco muy bien los detalles, pero ¿es algo difícil de contarme?
–Sí… Perdona.
–No pasa nada. Todo el mundo tiene uno o dos secretos. A veces hay que guardar un secreto de tu familia y la gente a la que quieres. Pero parece que te preocupa algo… Quería saber si estás bien.
El trabajo de Norman era comprender las emociones y los pensamientos de los demás por eso entendía al resto con exactitud. A pesar de que la señorita Phil siempre tenía una expresión amarga, Norman no tenía ningún problema en entenderla, mientras que Lucia no conseguía ver nada más que su amargura.
–Lo que dijiste me ayudó mucho. He decidido apostar y ahora mismo espero el resultado.
–Ya veo. Si tienes buenas noticias, dímelo.
–Sí, lo prometo. Pero Norman, mi corazón a veces no parece mi corazón últimamente. Esa persona está… Te contaré lo que ocurre: es mi padre.
Incluyendo la vez que le vio con doce años y cuando se lo encontró en sus sueños, sólo había visto dos veces. Para ella su padre era un misterio.
–Mi padre es negligente conmigo. No me mata de hambre, y me da de comer. Pero, sólo le vi una vez a los doce años y ya. Nunca lo he pensado demasiado. Es como si no tuviese padre. – Un año. Sólo quedaba un año. En un año el Emperador iba a morir. – Siempre he pensado que no tenía nada que ver conmigo, pero últimamente no puedo evitar odiarle… o algo así.
Quería entrar en el palacio donde residía el Emperador y soltarle: “morirás pronto” en la cara. Continuaba con ese atroz deseo de ver cómo se le torcía la cara.
Ella era sólo uno más de sus hijos, no algo fruto del amor. Si tan sólo le hubiese profesado un poco de afecto, no la habría vendido a semejante matrimonio.
–Siento que estaré muy agradecida si muere, aunque sea mi padre… No debería pensar así, ¿verdad?
–¿Qué dices? ¿A eso le llamas padre? – Norman miró a Lucia con ojos tranquilos y tristes.  – No pasa nada por odiarle, no pasa nada por maldecirle con una copa de agua. Mientras el dolor de tu corazón desaparezca, no pasa nada. Mientras ese sentimiento no se coma tu corazón, puedes odiarle.
Los ojos de Lucia enrojecieron. Todo por culpa de Norman. Jamás en su vida había sabido lo que era el afecto y, pesé a ello, una completa desconocida como Norman la había tratado con muchísimo cariño y afecto. No se le podía comparar con su padre. La semilla de odio por su padre había crecido a través de la amistad y del cariño de Norman.
Norman se sentó a su lado con cuidado y la abrazó entre sus brazos.
–Lucia, siempre pretendes ser mayor de lo que eres. La vida es corta. No podrás hacer todo lo que quieres, aunque vivas haciendo lo que te venga en gana. Mientras no vayas a matar a alguien, no te contengas, haz todo lo que quieras. Este es mi consejo.
Lucia estalló en carcajadas. Técnicamente, Lucia era mayor que Norman. La muchacha abrió los brazos y la abrazó. A pesar de que Norman era muy delgada, su abrazo fue acogedor y abrigado. Lucia era mucho más feliz en esta vida que en su sueño. Para ella, con sólo haber conocido a Norman ya había triunfado en su segunda vida.

*         *        *        *        *

Conforme se dirigía al palacio real, un hombre le barró el paso. El joven castaño le hizo una reverencia y le entregó un sobre. Ella vaciló unos instantes antes de aceptarlo.
El sobre estaba vacío, pero delante tenía el emblema de un león negro. No era raro que adivinasen a qué hora solía marcharse de palacio en esos momentos, ya debían haber terminado su investigación.
–He venido a escoltarla.
Reconoció quién era este joven de ojos azules por su sueño.
Fabian.
Era el ayudante personal del duque de Taran. En la mesa del duque, donde se evitaban los privilegios, sólo había unos pocos nobles. Roy Krotin estaba entre los nobles más famosos del ducado de Taran y justo debajo de él, estaba Fabian que se ocupaba de todas las tareas diarias del duque: era el secretario y ayudante de mayor rango.
Se decía que Fabian era quien se ocupaba de aceptar y rechazar las invitaciones a las fiestas, por lo tanto, todo noble, sin importar cuan poderoso fuera, se postraba ante él.
–¿Ahora… mismo?
–Nuestro señor ha solicitado una discusión más detallada que la última. Puede rechazar la invitación.
Lucia vio que, en el carruaje, que no tenía ni el emblema ni una simple ventana, la esperaban dos personas más. Nadie sabría que se trataba del duque de Taran si la metieran dentro y la hicieran desaparecer.
Qué minucioso. Me da un poco de miedo.
Lucia subió al carruaje sin decir nada más. El coche partió y se detuvo al poco tiempo. Alguien le abrió la puerta desde fuera y Lucia pudo reconocer la mansión del duque. La muchacha sólo había estado ahí una vez pero reconoció los símbolos.
–Por aquí, por favor.
Otro hombre con los mismos ojos de Fabian escoltó a Lucia a la mansión y mientras ella esperaba en la sala de espera, Fabian fue a llamar a la puerta de su señor.
–La hemos escoltado hasta aquí.
–¿Está sola?
–Sí.
–¿Ha venido tranquilamente?
–Sí.
Hugo soltó una risita. Era una señorita graciosa. Desde la primera vez que se había invitado a la mansión había sido una persona peculiar, y hoy también, iba a ser secreto que la habían llevado a su mansión. Parecía no tener miedo de lo que pudiera pasarle.
Hugo se sujetaba la barbilla con una mano mientras tamborileaba la mesa con la otra. El matrimonio había atraído su interés, pero no estaba tan desesperado como para casarse de inmediato. A pesar de la investigación, todavía había muchos misterios sobre aquella mujer. No parecía sospechosa, pero eso no significaba que pudieran pasarlo por alto. Tampoco era la gran cosa, él nunca confiaba en nadie.
Ya fuera antes o después, el hecho que tenía que casarse no cambiaba. Si se subía al carruaje y llegaba a su casa, era un sí; si lo rechazaba, sería un no. Así había elegido tomar su decisión.

Lucia estaba disfrutando de unos aperitivos y té que le había servido el hombre que la había escoltado hasta allí. El té era muy aromático y los aperitivos estaban tremendamente deliciosos. La joven pensó que con sólo esas dos cosas ya podría vivir feliz.
–Eres un buen cocinero. Es lo más rico que he probado en mi vida.
El hombre hizo una breve pausa antes de responder al elogio de Lucia.
–Me alegra que sean de su agrado.
Jerome observaba a Lucia pensando en lo única que era esta joven señorita que ya se había terminado la mitad de los aperitivos que le había servido.
Era la primera vez que se encontraba con una invitada tan relajada como ella. Normalmente, las visitas estaban demasiado nerviosas para tocar la comida y apenas sorbían su té. Si el mayordomo hubiese sabido que era una princesa, hubiese estado todavía más estupefacto.
Mientras Lucia se llenaba la boca de aperitivos felizmente, la puerta se abrió. Ella se levantó deprisa para encontrarse con el duque de Taran. Él la saludó con su habitual expresión glacial y se sentó delante de ella, le hizo un gesto a Jerome, que asintió y salió de la habitación. Sólo quedaban dos personas en la habitación.
–Siéntese, por favor.
Lucia se dejó caer sorprendida. Tenía la boca hasta arriba de aperitivos y no podía escupirlos, así que intentó masticarlos lo más deprisa que pudo. No obstante, se los tragó demasiado deprisa y se ahogó, así que empezó a engullir el té. Él esperó en silencio, sin decir nada, cosa que la abochornó más y provocó su sonrojo.
Cuanto ella terminó de ingerir los aperitivos, él dejó un sobre enorme sobre la mesa y se lo pasó. Entonces, asintió y le hizo una seña de que lo mirase. Así lo hizo ella y les echó un vistazo a los documentos dejando a un lado su vergüenza y leyendo los documentos tranquilamente.
Debe tener unos dieciocho años.
Su apariencia física era adecuada para su edad, pero a veces parecía más madura. Es cierto que la realeza maduraba rápidamente, pero ella tenía algo distinto.
Hugo empezó a inspeccionar a la señorita de verdad por primera vez. Hasta ahora sólo había confirmado sus rasgos físicos como el color de su pelo y la estructura general de su rostro, esta vez, la iba a inspeccionar como mujer.
No era fea, pero tampoco era una belleza implacable. Lo único que destacaba era el color de sus ojos que, a primera vista parecía dorado, pero luego eran más del color de una calabaza.  Pero ya está. Ni su cuerpo, ni su apariencia le atraían y seguramente esa la razón por la que había decidido tomarla como esposa.
Dentro del sobre había dos documentos: una renuncia de la custodia parental y el acuerdo del registro familiar. Eran los documentos más valiosos para una mujer. Las mujeres normalmente no conocían la ley, pero se les enseñaba esas dos cosas y la dote. Además de los papeles del divorcio, esos eran los documentos que simbolizaban el poder que albergaba una mujer.
–Estos son los documentos que, por petición de la princesa, debe firmar.
–¿Esto…? ¿Y lo que hablamos la última vez?
–No hay nada más que debamos documentar oficialmente a parte de estos dos.
–¿De verdad? ¿No necesita libertad personal? ¿Podré aferrarme a ti y amarte? – Ella abrió los ojos como platos como una niña cuando lo preguntó y él sintió una gran cantidad de estrés arremolinándose en su corazón.
Aborrecía las conversaciones estúpidas y los chistes malos. Odiaba cuando la gente probaba las aguas y no quería dejar ningún agujero en el contrato.
–Lo añadiré en un contrato verbal.
Inesperadamente, ella no se sorprendió en absoluto. Se limitó a asentir y, con una expresión totalmente seria, cogió la pluma para firmar, sorprendiéndole a él en su lugar.
–Espera. ¿Qué hace?
–Me ha dicho que lo firme…
–Le he dicho todas mis condiciones para el contrato, usted debe tener las suyas, ¿no?
–¿Yo también puedo añadir condiciones?
–Por supuesto. Para empezar, un contrato tiene que beneficiar a ambas partes.
Quería un contrato, no engañar a alguien. Lucia se sumió en sus pensamientos. Jamás se lo había planteado, su único objetivo era casarse con él, pero ya que se lo había ofrecido, no iba a rechazarlo, sería una lástima.
–¿Necesitas tiempo? Para su información, si no completamos el contrato hoy mismo, lo cancelaré todo.
–¿Por qué?
–Hay muchas variables sobre si este contrato es o no beneficioso.
Había tenido que reorganizarlo todo y encontrarse con esta princesa otra vez para mover su vida alrededor de la joven; era mucha molestia. El contrato era fruto de un capricho, tal vez cambiaba de parecer al día siguiente.
–¿Puedo preguntar algo? ¿Por qué odia el amor de las mujeres?
Él la observó sin decir nada y Lucia se preguntó si había puesto las manos en algún recuerdo doloroso, por lo que le devolvió una mirada dócil.
–¿He preguntado algo… de lo que no quiere hablar?
–Es la primera vez que una mujer me pregunta algo así y me parece interesante. No me disgusta. Normalmente las mujeres esperan que corresponda su amor. Pero soy incapaz de hacerlo, así que les digo que no lo hagan.
¿Recuerdo doloroso? Él era egoísta hasta la médula. Podían amarle si no esperaban que les correspondiese. Debería experimentar un amor doloroso que le hiciera llorar.
Para su pesar, ella no tenía esa clase de habilidades y parecía imposible cambiar su forma de pensar pues era un hombre con el mundo en sus manos.
–Se me ha ocurrido algo.
–Aquí hay un documento en blanco que puede usar para escribir sus condiciones.
–Da igual, no necesito documentación. Todo lo que necesito es una promesa por su honor.
Él fingió reír.
–¿Por mi honor? Eso es peor que un documento. ¿Cuáles son sus condiciones?
–Sólo tengo dos. La primera es que no abusarás de mí física ni mentalmente. No pretendo insultar a su señoría con esto, entiéndame.
Lucia quería una pared de seguridad para protegerse por los recuerdos de sus sueños.
La expresión glacial con la que la había estado mirando empeoró visiblemente. ¿De verdad creía que era un hombre que dañaría físicamente a su mujer y la insultaría? Era algo desagradable, pero la joven le había dicho que no pretendía insultarle, por lo que decidió creerla. Al fin y al cabo, era una condición de su contrato.
–¿Y la segunda?
–La segunda… Haré todo lo que pueda. Sin embargo, a veces los humanos son incapaces de controlar sus corazones. Tal vez sea fácil para usted, pero si en algún momento cree que soy incapaz de controlar mi corazón, deme una rosa, por favor.
¿Qué demonios? Era imposible saber en qué pensaba esa mujer. Una vez más, Hugo pensó que le gustaría abrirle la cabeza para ver qué tenía dentro. Era obvio que nunca había hecho ningún contrato con nadie.
Este contrato beneficiaba a ambos lados. Hasta el momento, Hugo sólo había establecido contratos que le beneficiaban sólo a él y siempre había sido así. Él tenía la mano ganadora en el contrato, pero no por sus habilidades de negociación fueran sublimes, sino porque la persona que tenía delante de él era demasiado inmadura para notarlo. Si firmaba ese contrato unilateralmente beneficioso sería culpa suya y él no tenía motivo alguno para convertirse en su consejero o alguien justo. Ser moralmente justo no era obligación de nadie, así había pensado toda su vida. Pero al menos tuvo un poco de mala consciencia al tratar con ella y decidió avisarle que era un mal pacto.
–¿Por qué no escoge condiciones más realistas? Princesa, no es consciente del precio de estos documentos.
Normalmente, cuando un hombre le pedía a una mujer que firmase una renuncia de custodia parental y un acuerdo del registro familiar había una gran cantidad de dinero cambiando de manos.
–Soy consciente. Son muy valiosos.
–…Exacto.
–Seré la mujer del duque, así que todas mis necesidades cuotidianas estarán cubiertas. Y a parte de lo cuotidiano, no necesito nada más.
Que las palabras: “necesidades cuotidianas” salieran de la boca de una princesa era algo novedoso y sorprendente.
–La primera condición… De acuerdo. Pero ¿cuál es el propósito de la segunda?
–Para mí lo tiene. En la vida hay muchas veces cuando lo que no puedes tocar se convierte en algo mucho más importante que lo material. A pesar de que no me disgusta lo material, no me tomo el dinero a la ligera. El dinero es, por supuesto, importante. Todo lo que se necesita es dinero. Sin el, vivir se vuelve difícil, pero mientras se tenga el suficiente para seguir viviendo, no hay mucha diferencia entre los que tienen mucho y poco.
Él volvió a fingir una risotada.
–Habla como si ya hubiese vivido una vez. Princesa, es mi conjetura basándome en su edad y experiencia, pero no es posible. ¿De dónde aprendió semejante basura de filosofía?
Lucia dio un brincó al escuchar que ya había vivido una vez.
–Puede llamarla basura. De todas formas, estas son mis condiciones y dudo de que sean demasiado difíciles.
¿Qué no fueran demasiado difíciles? Eran ridículamente simples. El contrato era unilateralmente beneficioso desde todos los puntos de vista.
–…De acuerdo. Comprendo y acepto las condiciones de la princesa.
Lucia, que había estado conteniendo el aliento nerviosamente, dejó escapar un largo suspiro de alivio. Inmediatamente firmó los dos documentos que tenía delante y se los devolvió deslizándolos por la mesa. Él los revisó rápidamente y los apartó.
–Con esto, estamos prometidos. Si desea un evento oficial de…
–No, no lo necesito. Mmm, ya lo entiendo. Asumiré que ahora estamos prometidos.
La palabra “prometidos” parecía demasiado grandiosa. Lucia se sentía rara.
Entonces… Ahora soy… la prometida del duque Hugo de Taran.
Aún no estaban casados, pero era muy poco probable que él fuera a cancelar el compromiso. Lucia había llegado hasta al final a pesar de las pocas posibilidades de tener éxito que había tenido. Su emoción se plasmó en su rostro.
¿Es del tipo que se obsesiona con el honor?, se preguntó Hugo que la había estado observando.
–Ya se ha puesto el sol, será mejor que vuelvas. No tienes un permiso de salida para dos días, ¿no?
¿Era sólo su imaginación o su forma de hablar…?
–Escaparte fingiendo ser una criada… Que no se te pase por la cabeza volver a hacer algo tan adorable.
No, no era su imaginación.
–¿Por qué de repente está…?
“hablando con tanto menosprecio”, es demasiado directo, será mejor decir “hablando de una forma tan grosera”.
Él pareció leerle la mente antes de tener la oportunidad de hablar y se relajó en el sofá.
–Con mi mujer no hablo formalmente ni uso honoríficos.
Lucia se sonrojó.
–¿Cuándo me he convertido en la mujer de… su señoría?
–Desde que has ascendido a prometida.
–¡Pero todavía no estamos casados! ¡Podría pasar cualquier cosa antes del matrimonio!
–¿No entiendes la definición de “compromiso”? En la familia Taran no existe el divorcio. Por supuesto, eso significa que tampoco existe algo así como “cancelar el compromiso”.
Si sus criados escuchasen aquella conversación se preguntarían si realmente existía tal costumbre.
–A-Aun así. ¿Cómo puede ser que no se dirija a su prometida con honoríficos? ¿Por qué no? ¿Esa también es una costumbre de la familia Taran?
–No lo pienso hacer.
Era imposible entender a este hombre. Al principio pensaba que era un hombre terrorífico, un don juan al que le gustaba jugar con los corazones de las mujeres. Entonces, pensó que era un hombre con modales básicos, de hecho, se preguntó si sería un hombre mucho más honorable de lo que le había hecho pensar su primera impresión y aquel día al verle había visto que era un hombre muy lógico que no permitía que sus emociones controlasen sus acciones, pero ahora… No tenía ni idea.
–Te he dicho que no puedes volver a marcharte de palacio con el permiso de criada. ¿No vas a hacer caso?
–¿…Y si salgo? ¿Qué hará?
–Si tanta curiosidad tienes, ¿por qué no lo intentas?
Sí, no había nada más preciso que su primera impresión. Amenazar era su forma de vida. Lucia se preguntó por qué había decidido casarse con este hombre y la incredulidad de antes se transformó en inquietud. Todavía era un misterio si le había tocado el gordo o había entrado en un campo de minas.
–Es muy repentino… ¿No puedo volver a ver a una persona una última vez?
En lugar de ignorar su petición, decidió pedirle permiso. Había decidido que esa sería la mejor forma de solucionarlo.
–¿Qué harás después de verla? Esa autora no sabe que mi amor es una princesa.
A Lucia la sorprendió dos veces de una sentada. La primera fue porque conocía a Norman, y la segunda porque la había llamado: “amor” con total naturalidad.
–Aun así… Quiero despedirme por última vez.
–No te estoy diciendo que la dejes para siempre. Todavía tenemos que anunciar nuestro compromiso y no quiero tener que ocuparme de ningún rumor innecesario que ande por ahí antes de que sea todo oficial.
–Entonces, ¿podré verla después de la boda?
Lucia le miró con ojos relucientes haciéndole estremecer.
–…Sí. Después sí. Pero no digas nada del contrato de hoy. Nunca.
–Por supuesto, nunca he tenido esa intención. Mi señor, es mucho más comprensivo de lo que pensaba.
–¿…La última vez era un promiscuo y ahora soy comprensivo? ¿Qué clase de hombre patético soy en tu cabeza?
–…Perdone, no era mi intención.
Hugo estudió a Lucia, que había estado vacilando todo este tiempo, con asombro. Después de pasar tiempo con ella comprendió la razón por la que se sentía incompatible con los demás. En general, ya fueran hombres o mujeres, la gente le temía o se encogía en su presencia. Las mujeres con las que salía se comportaban de forma coqueta por fuera, pero sus corazones seguían distantes. Sin embargo, esta muchacha conversaba con él con total tranquilidad. No obstante, todavía no era definitivo. Tal vez fuese porque no le conocía, cabía la posibilidad de que no hubiese escuchado sus rumores. Si se enteraba de, aunque fuera, sólo una pequeña fracción de los cuchicheos la forma cómo le miraba cambiaría. Después de todo, la gente le consideraba un monstruo y, además, él no tenía ninguna intención de refutar las habladurías.

*         *        *        *        *

Cinco días después de su regreso al palacio real, Lucia se enteró de un hecho increíble.
No se ha dicho si la boda será en seis meses o un año entero. No podré ver o hablar con Norman hasta que me case… Se preocupará muchísimo por mí.
Después de mucha contemplación, decidió escribirle una carta.
Le pediré que se la entregué en mi nombre.  Seguramente lo aceptará.
         “Norman. Siento tener que enviarte mi despedida a través de una carta. Por favor, no te preocupes por mí estoy viviendo una vida buena y plena. Sin embargo, a causa de ciertos asuntos importantes no podré ponerme en contacto contigo. Por favor, no me busques y espérame. Algún día nos volveremos a encontrar, estoy segura. Te prometo que no será por mucho tiempo. Nuestra amistad durará toda la vida.
Me preocupa que te quedes hasta demasiado tarde escribiendo. No es bueno para tu salud que tus días y noches vayan al revés. Por favor, cuídate.
                                                                  Con amistad eterna.”
Aunque alguien que no fuese Norman lo leyese no sería capaz de obtener ninguna información nueva y Norman podía reconocer su letra, así que estaría más aliviada cuando la recibiese.
Cuando terminó de escribir contempló el cielo azul por la ventana: no había ni una sola nube a la vista.
–Parece ser un buen día para hacer la colada.

*         *        *        *        *

Lucia estaba empapada de sudor por haber estado trabajando toda la mañana. Quitó todas las colchas y las cortinas del palacio para lavarlas; cogió barriles enormes de madera, los llenó de agua con jabón y los plantó delante de su palacio. Puso todas las cortinas y todas las sábanas en diferentes palanganas y empezó a pisarlos para quitarles todas las manchas. Así es como se pasó toda la mañana, trabajando y sintiéndose como nueva.
Mientras Lucia pisoteaba la colada y canturreaba una melodía alguien le habló desde detrás.
–¿Trabajas aquí?
Lucia levantó la voz al escuchar la voz de una desconocida. A juzgar por su uniforme, parecía una criada de palacio. Las criadas de trabajo y las de palacio llevaban uniformes diferentes, aunque su diseño era básicamente el mismo.
¿Qué hace una criada de palacio aquí?
Lucia observó a la criada de palacio sorprendida, sin saber qué hacer, mientras que la mujer la interrogaba con frialdad.
–¿Por qué no respondes? Pareces trabajar aquí, pero es la primera vez que te veo. ¿La princesa está dentro?
¿Me busca a mí…? ¿Por qué? No, espera, ¿qué voy a decir en una situación así?
Casi nadie sabía cómo era el rostro de la princesa Vivian y en su estado actual la criada no la iba a creer por mucho que se presentase como la princesa.
–Muy bien. Date prisa y responde. ¿No puedes hablar? Tenemos un invitado honorable que desea ver a la princesa.
¿Honorable invitado? ¿Un invitado para mí?
Era la primera vez que alguien la visitaba en su palacio.
–No sabía que hacer la colada era uno de los requisitos para ser una señorita refinada. – Dijo alguien desde algún lugar en un tono grave y familiar.
Lucia se quedó helada, era imposible que fuera él. Giró el cuello con mucha dificultad, era como si todos sus huesos se hubiesen oxidado. Una persona que no debería estar ahí estaba. Pelo oscuro y ojos escarlata; un abrigo negro sobre una camisa azul que exaltaba su melena oscura. El hombre la observaba sin mucha expresión.
El alma de Lucia la abandonó en ese preciso instante.
–¡Qué terrible que esta criada haya sido incapaz de reconocerla, princesa! Es por el pasatiempo tan extraño que tiene…
Cuando a todas las criadas de palacio presentes se les reveló la verdad, sus rostros empalidecieron. Lucia las vio y estaba segura de que su cara estaba del mismo color.
–H-Hola… ¿Qué está… haciendo aquí…?
–Para empezar, será mejor que hablemos cuando salgas de ahí.
Lucia estaba atónita y en el proceso de salir corriendo se había tropezado y caído al suelo. No se había caído de una forma embarazosa y tampoco se había hecho daño, pero era bochornoso.
Tenía la cara ardiendo y alzó la vista con un corazón precavido. Él la miraba de brazos cruzados y continuaba tan inexpresivo como siempre, pero ella no pudo evitar pensar en lo patética que debía parecerle en aquellos momentos.
Lucia se quedó paralizada cuando él se le acercó. El duque se puso al lado de la palangana de madera y le ofreció la mano. Ella le miró la mano confundida y levantó la vista, estirando mucho el cuello, para mirarle a la cara. Si para empezar ya era alto, en ese momento era como un gigante. Era muy alto y de cuerpo robusto, pero eso no afectaba a sus rápidos reflejos.
Él se preguntó por qué no aceptaba su mano y frunció el ceño en una expresión de regañina. Lucia le cogió la mano rápidamente por impulso. Su mano era enorme y la suya parecía la de una niña en su palma. Él la hizo fácilmente de una sola tirada.
Lucia escapó de la palangana, pero ahora estaba descalza y la mirada del hombre se clavó en sus pies. Lucia siguió su mirada hasta sus pies y sus orejas se pusieron rojas de la vergüenza.
–¡Ah! – Lucia gritó de la sorpresa al ver su cuerpo suspendido en el aire. – ¡Se te va a mojar la ropa!

Ella continuó gritando temiendo mancharle la ropa tan cara que llevaba, pero él hizo como si no la escuchase y entró a su palacio. Lucia no luchó en su abrazo y dejó su cuerpo dócilmente en sus manos. Hugo la miró y se le formó una leve sonrisa en los labios que desaparecería en ese mismo instante al ver cómo la muchacha parecía querer llorar.

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