Capítulo 5: ¿Nos casamos? (parte 3)

diciembre 27, 2017

La única razón por la que este hombre precisaba una esposa en nombre era porque tenía un bastardo. Era algo común entre nobles, pero el duque quería que su bastardo le sucediera.
Xenon era un país indulgente con los bastardos: mientras el bastardo apareciese en el registro familiar, no había ninguna ley en su contra. Sin embargo, para que el niño pudiese entrar en el registro, ambos padres tenían que estar de acuerdo. Por lo que recordaba Lucia, el Duque nunca tuvo otro hijo con su mujer. Nadie supo si se trataba de un acuerdo de no tener descendencia o si no eran fértiles, pero ella suponía que debía tratarse de la primera opción.
–No he puesto ningún espía en sus facciones, mi señor.
Para el duque sus palabras sonaban a chiste. ¿Un espía? ¿Una décima sexta princesa? De ser verdad lo primero que harían los que estaban a cargo de la seguridad sería pagar el precio con sus vidas.
–Aunque lo hubiese hecho, no importaría. Continúe.
Ella estaba inquieta porque creía que él la presionaría para que explicase de dónde había sacado toda esa información de peso que tenía. No obstante, sus respuestas fueron inesperadamente tranquilas. En realidad, en aquel momento parecía divertirse. Ella le miraba con ojos extrañados; él se comportaba muy diferente a la última vez que se habían visto. Era sorprendentemente paciente y de temperamento tranquilo. No se puede juzgar a alguien por tu primera impresión. Un rayo de esperanza se iluminó en ella: tal vez podría transmitirle su mensaje.
–Ah… Sí. Como decía… Si desea que su hijo le suceda, mi señor tendrá que casarse.
–Y por tanto, princesa, ¿insinúa que debería casarme con usted?
–…Sí.
Él se rio en voz baja.
–Que tengo un bastardo no es ningún secreto. Es una información a la que se puede acceder con poco esfuerza. ¿A no ser que pretendas guardar ese hecho como un secreto?
–¡No! No intento amenazarle. No me atrevería ni a pensarlo. Como le he dicho, estoy aquí para proponerle un contrato. Quiero mostrarle los beneficios de casarse conmigo.
Él estudió a Lucia en blanco y abrió los labios.
–¿Cuáles son? ¿Cuáles son los beneficios de casarse con usted, princesa?
Su tono era seco y de negocios.
–No tengo familiares. No hará falta que mi señor se preocupe con esas cosas. Mi estatus como décimo sexta princesa es muy bajo, por lo que tampoco tendrá que molestarse con una dote cara. Aun así, como soy una princesa, soy más atrayente que una noble de a saber dónde. Aunque supongo que a mi señor no le importan esos detalles. Jamás interferiré con su vida privada: puede jugar con todo su corazón, no, viva su vida como lo ha hecho hasta ahora. Si así lo desea, hasta podemos establecer una fecha para el divorcio. – Él la escuchaba en silencio, pero su expresión era algo extraña. – Oh, y por último, no seré una molestia para su hijo. Verá, no me puedo quedar embarazada.
 Él dejó escapar un largo suspiro y mantuvo la boca cerrada porque se sentía muy incómodo. La expresión que mostró en aquellos momentos fue la más viva que Lucia le había visto hasta el momento.
–¿Qué demonios? – Su expresión volvió a helarse. – Princesa, si yo tuviese su cabeza iría a que me lo mirasen. De verdad…  No, piérdase. ¿De verdad cree que eso me beneficia?
–¿Eh…?
–Vayamos una a una. Princesa, si se casase conmigo se convertiría en la esposa del Duque de Taran: mi poder no es tan débil como para que unos meros nobles pueden eliminarme. En el gobierno hay una rama que se encarga de los matrimonios concertados, por lo que no me tengo que preocupar por nada de eso, aunque sería otro cuento si decidieran cometer alguna traición. Aun así, no me sería muy difícil encargarme del asunto. En cuanto a la dote… Ya se lo he dicho, no soy pobre: no hay ninguna necesidad de ser escrupuloso. Tampoco me estreso en cuando a cómo gustarles a los nobles. La familia Taran no cree en el divorcio: si desea separarse, sólo hay una forma y es la muerte. No, seguramente ni así… En cualquier caso, en cuanto a mis asuntos personales… – Frunció el ceño como si le doliese la cabeza. – Supongo que sé sus intenciones al proponer algo así. Sin embargo, ¿me está diciendo que después de casarme debería continuar jugando por ahí, de mujer en mujer, y dañar mi reputación?
–¿Eh…? – Lucia se quedó en blanco. – P-Pero por lo que escuché…
–Ahora mismo no estoy casado, a nadie le importa lo que haga o deje de hacer un soltero. – Sus palabras eran considerablemente razonables. – Ha sido inmaduro por su parte el pensar que podría captar a alguien con razones tan simples. – A pesar de que no pretendía ser sarcástico, sus palabras enfadaron a Lucia.
–Bien pues, mi señor, ¿acaba admitir que le será fiel sólo a una mujer cuando se case durante el resto de su vida?
Por un instante él no pudo responder. Claro que ese no era el caso, no podía admitir algo tan absurdo. ¿Jugar de vez en cuando estaría tan mal? Sin embargo, no comprendía por qué trataba de justificarse.
–Eso no es algo que le incumba, princesa.
–Sí, por supuesto que no. Pero no niega mis palabras.
–No importa si ese es el caso o no, no es algo de lo que deba preocuparse una princesa.
–Por supuesto que no, ¿acaso me he quejado?
De repente el silencio cayó sobre la pareja. Lucia se serenó y cerró la boca educadamente. Había dicho un par de cosas inútiles y por ello se volvió algo hosca. Si él no iba a ganar nada del matrimonio, entonces, no había ningún motivo para firmar el contrato.
–Y… ¿sobre la sucesión de su hijo? ¿El que no me pueda quedar embarazada no es un beneficio?
¿No poder tener hijos no era un problema grave para una mujer? Se quedó confuso por el tono que ella empleó; parecía que preguntaba qué color del vestido era más bonito.
–Sí deseo que mi hijo sea mi heredero, si mi esposa se quedase embarazada sería una molestia, pero… No tengo por qué darle explicaciones sobre esto. De todas formas, no gano nada de esto. Además, ¿puede demostrar que es estéril?
–No…
Aunque un doctor la examinase, no podrían verificarlo por completo porque en el caso de que ella se llegase a quedar embarazada, el médico tendría que pagar su resultado falso con la vida.
–Si no puede demostrarlo, no lo puedes sumar a la lista de beneficios.
–Ah…
Lucia suspiró pesadamente. Acababa de utilizar todo lo que había preparado. ¿Por qué se caso con aquella mujer en su sueño, pues? Debía haber alguna condición… ¿Acaso los rumores de su matrimonio de conveniencia habían sido todo un engaño y en realidad estaban locamente enamorados? A Lucia, desesperada, de repente se le ocurrió una cosa y alzó la cabeza.
–¿Qué le parece esto? No me enamoraré de usted.
–¿Qué…?
–Me aseguraré de no amarle jamás. Me guardaré mi corazón para mí.
Él, súbitamente, estalló en sonoras carcajadas. Lucia le observó con la mirada vacía, era la primera vez que le oía reírse. Con que este hombre también sabía reír… Pensó en lo estúpido que había sido su pensamiento de que él jamás había reído.
–Este es el beneficio que más me gusta. – Qué divertida. Esta mujer era verdaderamente divertida. –Bien, considerémoslo su mérito. Bien, princesa, no le importa que yo juegue con otras mujeres e incluso está dispuesta a establecer una fecha para el divorcio. ¿Qué saca usted de todo esto?
–Con conseguir el título de esposa del Duque… me vale.
–No le permitiré tener una vida de lujo sólo por eso, tampoco le permitiré utilizar el nombre del ducado para sus luchas de poder.
–No deseo nada por el estilo.  Yo sólo… Ya le he dicho que soy la décimo sexta princesa, ni siquiera usted sabía de mi existencia. – él no intentó consolarla con palabras como: “eso no es cierto”, simplemente sonrió. – Una princesa debe estar preparada para que la vendan por el bien del reino en cualquier momento. Nadie se pensará dos veces el venderme al mismo infierno si se les ofrece una dote adecuada. Da igual lo viejo que sea o cuántas veces se haya casado; da igual lo mala que sea su reputación. Mi señor, al menos usted es joven y no está casado. Antes de que el reino me venda… Quiero venderme yo misma. Al menos así habré escogido mi posición yo misma y no me sentiré victimizada sin importar lo que pase.
Los ojos de la muchacha parecían llorar tristemente. Él no era alguien que empatizase fácilmente con los demás, no se preocupaba de los problemas ajenos sin importar su situación. La propuesta de la muchacha no tenía ningún plan o fundamento, por lo que no se fiaba, pero, aun así, esa era la primera vez que se divertía tanto.
–Bueno, es hora de irme. Perdone las molestias y por mi grosería. Perdóneme, por favor. – Lucia se levantó e hizo una reverencia. Cuando levantó la cabeza su expresión estaba como nueva.
Había dado lo mejor de sí para luchar contra su propio destino: fuera bien o mal, había hecho todo lo que había podido.
–Pensaré en ello. – Lucia abrió los ojos como platos. – Todavía no puedo darle una respuesta definitiva. Tal y como usted misma ha dicho, princesa, es un contrato que puede cambiar una vida.
–Ah…
Era difícil de creer. Parecía un sueño.
–Sólo he aceptado pensar en ello, todavía no he aceptado hacerlo.
–Ah… Lo entiendo.
–Su expresión era de haber conseguido algo, así que estoy confirmando que entiende lo que digo.
Lucia frunció el ceño y puso un poco de mala cara. ¿La estaba molestando? Empezó a enfadarse de repente. Aparte de su apariencia externa, no había nada que le gustase de él.
–Bien, pues…
Cuando se levantó y extendió las manos sobre ella, Lucia se quedó allí de pie, perpleja y sin reaccionar. Él le cogió la barbilla con su enorme mano y aplastó sus labios contra los de ella. Lucia, hasta ese momento, no se había percatado de qué estaba ocurriendo. Un pedazo de carne caliente invadió sus labios y tocó las zonas más profundas de su boca. Ella cerró los ojos con fuerza y apretó los puños hasta que le empezaron a temblar.
El beso repentino no duró mucho. Su lengua exploró su boca antes de separar los labios temblorosos y él se rio al ver el rostro sonrojado de ella.
–Sólo confirmaba.
–¿El… qué…?
–Al menos no deberíamos sentir rechazo al contacto físico si nos casamos. Ese no es nuestro caso, por suerte.
–Oh… Ya veo.
–Espere un momento, por favor. Prepararé un carruaje para que la escolten hasta las puertas de palacio.
Él se dio la vuelta y se marchó mientras que Lucia se dejaba caer en el sofá masajeándose las mejillas rojas con la mano. Por supuesto que habría momentos que requerirían algo así como pareja casada. El contacto físico de hacía unos instantes era un hecho, sin embargo, Lucia cerró las manos en puños y empezó a pegarse a sí misma.
–Idiota. Eres una idiota.
Era realmente increíble, pero Lucia no había pensado nada más allá de la palabra: “matrimonio”. Realmente no pensaba nada del estatus de una pareja casada. Le había dicho que podría tener amantes, aunque se casasen, no pensaba nada más de aquello, no pensaba que tendría que dormir en la misma cama que él.
–…Nadie me puede aconsejar sobre esto.
Se manoseó mientras pensaba en su inconsciencia.

*         *        *        *        *

Para variar se le habían presentado unos problemas en los que tenía que pensar.
–Matrimonio…
En esos momentos tenía veintitrés años, la edad óptima para el matrimonio. A pesar de ello, no tenía intenciones de casarse. Tenía más problemas de los que ocuparse a parte de casarse y no quería gastar su tiempo en algo tan molesto como una esposa. Para empezar, ni siquiera quería ocuparse de la boda, nunca le habían faltado mujeres. Pero si quería que su hijo fuese su heredero tendría que casarse ya que los únicos capaces de suceder su posición eran aquellos inscritos en el registro familiar. Daba igual que el duque se divorciase o muriese, tenía que casarse oficialmente para añadir a su hijo al registro. La ley de Xenon establecía que los solteros no podían adoptar ni admitir a nadie en su registro familiar.
El mocoso todavía era pequeño, así que no corría prisa por casarse, pero algún día tendría que pasar por ello y tendría que encontrar a una mujer comprensiva que le dejase aceptarle en el registro. Esa princesa que le había ido a buscar era bastante atrayente si tenía este asunto en mente.
–Libertad para mi vida privada, ¿eh? Es un buen añadido.
Estalló en carcajadas. Le había mostrado una reacción fría a la princesa, pero todos los factores eran, en realidad, muy llamativos.  Sin embargo, había varios aspectos sospechosos. Tenía que descubrir si de verdad era una princesa y quién era el cerebro detrás de todo aquello. ¿Cuál era su propósito? Había supuesto que todo lo que le había dicho aquel día había sido una mentira. Siempre se ponía en las peores cuando sospechaba algo.
–Mi señor, soy Jerome. – En cuanto el duque le dio permiso, su fiel mayordomo entró. – Estoy sin palabras, mi señor. Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir algo como lo de hoy.
–No es culpa tuya. No puedes pasarte la vida vigilando a Roy.
–Eso haré desde ahora.
Jerome jamás se habría imaginado que un accidente tan grande podría suceder en el poco tiempo que se ausentó. ¿Cómo iba a dejar a su señor a solas con una persona de antecedentes misteriosos? Jerome siempre se cuidaba de no darle problemas a su amo. En esos momentos sentía como si una cantidad incontrolable de ira se acumulase en su pecho. El mayordomo rechinó los dientes y dirigió su ira ardiente hacia Roy.
–Ordena a Fabian que venga a verme en cuanto llegue.
–Sí, señor.
Hugo decidió indagar todo lo que pudiese sobre la princesa.

*         *        *        *        *

Jerome saludó a Fabian, que acababa de llegar de la mansión del duque, bien entrada la noche. Fabian era el ayudante personal del duque y siempre hacía todo lo posible para evitar horas de trabajo fuera de su horario habitual, sin importar lo ocupadas que estuvieran las cosas. Por lo que, de no ser un asunto urgente, no habría ido hasta allí a esas horas de la noche.
–¿Qué ha pasado?
Fabian le dio una palmadita en el hombro a su hermano, Jerome, cuya cara estaba tan rígida como una piedra. Eran gemelos de misma madre y mismo día, pero no se parecían en nada a parte de tener ojos azules como la media noche. Todos los que descubrían este hecho se quedaban estupefactos.
–No es nada demasiado serio, relájate. Su señoría tiene mucha curiosidad sobre esto y como mañana es mi día libre, he decidido pasarme hoy. ¿Sigue despierto?
–No está.
–¿Y eso? ¿Se ha ido de viaje nocturno? Justo y llego, y no hay nadie. Bueno, no hay remedio. Ah, no le digas a su señoría que me he dejado caer, por favor. Mañana es mi día libre, no quiero que me llame.
Fabian era un subordinado honesto, pero siempre estaba medio paso por detrás por culpa de su holgazanería. Jerome chasqueó la lengua, pero no le refutó: confiaba en su hermano. Si el trabajo fuese urgente se habría asegurado de terminarlo cuanto antes.
Fabian se dio la vuelta para irse, pero de repente, se detuvo.
–¿Dónde ha ido?
Jerome titubeó un momento.
–A casa de la condesa Falcon.
–Falcon… Falcon… ¿Quién es…? ¿Qué? ¿Todavía la visita?
–Baja la voz. Todo el mundo duerme.
–¡Ese no es el problema! ¿Qué haces?
–¿…Qué debería estar haciendo? No tengo derecho a preocuparme con quién duerma.
–¿No debería importarte? ¡Sus tres maridos han muerto! ¡Es una mujer maldita!
–¿…Eres un niño? ¿Una maldición? ¿Eso existe?
–¿Qué tal las cosas con la hija del barón Lawrence?
–Ya le he enviado las rosas siguiendo los deseos de mi señor.
–¿Por qué no me cuenta nada? Si lo hubiese sabido…
–¿Qué habrías hecho? ¿Ibas a dejar que entrasen mujeres a su dormitorio? Si sobrepasas tus límites, perderás la vida. ¿Sabes a cuántos tienes detrás de tu cuello?
–Ah, de verdad. – El cuerpo entero de Fabian se estremeció de la frustración mientras se rascaba la cabeza furiosamente.
–¿Por qué te pones tan sensible cuando escuchas el nombre de esa mujer?
–Ya te lo he dicho. Esa mujer es una bruja. Alguien con tanta mala suerte no debería estar cerca de su señoría. Lleva teniendo una relación con ella desde hace un año ya. Nunca ha estado así con sus otras mujeres. ¡Mi señor se ha enamorado de ella! ¡Sin duda!
–Te garantizo que si dices eso delante suyo perderás la vida.
–¡Lo sé! ¡Por eso me he quedado callado todo este tiempo!
La dirección de su lealtad se había desviado por una dirección amarga. A pesar de que Jerome no odiaba la situación tanto como Fabian, tampoco se sentía muy cómodo con esa relación. Todos los maridos de esa mujer habían fallecido al año siguiente de su matrimonio por causas desconocidas. Todos habían estado perfectamente sanos y, de repente, un accidente había acaecido sobre ellos. Por tanto, todo el mundo creía que ella estaba maldita. Además, la relación entre el duque y la condesa Falcon era distinta a las demás. Él mantenía relaciones sexuales con ella mientras salía con otras mujeres, tampoco le enviaba regalos caros como solía hacer y así habían mantenido sus ataduras.
Como hacía tres meses que había cortado con la hija del barón Lawrence, la condesa era su única pareja. Si Fabian se enterase, estaría muchísimo más furioso y por eso mismo, Jerome eligió guardárselo para sí.
–Me voy.
–¿Dónde vas?
Jerome agarró a Fabian. Tenía el mal presentimiento de que su hermano no se iría a casa como si nada.
–Voy a informar al duque de mis hallazgos.
Quería entrometerse entre aquellos dos sin importar qué. Hacía un mes que había recibido órdenes de encontrar lo que fuese sobre la princesa. No comprendía por qué el duque querría hacer una búsqueda tan cara por una princesa, pero no dejaba de ser una chica y pretendía usar su información para apartarle de la bruja.
El duque no le confirió ninguna orden en especial cuando le dio el trabajo y había preguntado cómo iba dos veces. Lo que significaba que estaba sumamente interesado en su informe.
–Quédate aquí, volveré.
–¿Vas a ir tú…?
–Le diré que tienes algo importante que decirle. Si está dispuesto a volver, lo traeré. Si quiere escucharte después, te irás a casa calladito. ¿Qué te parece?
–…Vale. Dile que es el informe por el que tanto me ha estado presionando.
–Vale.
Había un nueve de diez oportunidades de que volviese. Si el duque decidía escuchar el informe más tarde la situación sería muy rara, pero la probabilidad de que eso sucediera era escasa. Tal y como Fabian había afirmado, llevaban con esa relación mucho tiempo. Nunca hubo un caso como el de la condesa, pero no creía que el duque la amase sólo por eso.
El duque era una persona fría y cruel. Debía haber un motivo por el que el duque la fuera a ver, pero no uno emocional. Por eso a Jerome no le preocupaba el duque como a Fabian.

*         *        *        *        *

Un hombre estaba sentado encima de una enorme cama, apoyando la espalda sobre un cojín gigante mientras leía unos documentos. Encima de él había una mujer desnuda que se aferraba a su pecho y movía las caderas.
–Ah… Ugh… Ah… ¿Qué tal?
La mujer gemía seductoramente mientras movía las caderas y tomaba su pene duro, pero el rostro del hombre que revisaba los documentos continuaba inalterable.
–Útil.
–Ah… sí. Eres… demasiado… Me ha costado… dos meses… conseguirlo…
Anita frunció el ceño ante el comportamiento tranquilo del hombre, pero al menos no le había dicho que era “basura”, por lo que se lo podía tomar como un cumplido. Anita echó la cabeza para atrás mientras continuaba moviendo las caderas arriba y abajo. Cada vez que su miembro duro se enterraba en sus profundidades soltaba un chillido agudo.
–¿Qué… tal?
–Es útil.
–Hablo… de eso.
Tiró los documentos al suelo y rio. Le estrujó las nalgas con sus enormes manos para que sus profundidades le presionasen.
–Esto también es útil.
–Sí… ah… Eres… muy tacaño con tus notas. No… cres que no te voy a juzgar… yo también…
–¿Qué tal yo?
–Tú también… eres útil.
–Mmm.
Él hizo una mueca y le cogió las caderas mientras se levantaba. La mujer yació en la cama mientras él la montaba. Él empezó a penetrarla con mucha fuerza. La habitación se llenó de los gritos de la mujer y del sonido de la carne chocando.
–¡Ah! ¡Uuuh! ¡Aah!
El suave cuerpo femenino se aferró a él, pero no la dejó descansar y continuó penetrándola. No se detuvo hasta que la mujer dijo que iba a morir. Siempre era la mujer quien levantaba la bandera blanca para admitir la derrota.
El ambiente continuó caliente en el dormitorio. Anita soltó una risita y se acurrucó contra su pecho con una sonrisa complacida. Podía sentir las cicatrices de batalla bajo los músculos firmes de él. Su semblante era hipnotizante y sus besos expertos y técnica de manoseo la hacían arder de calor. Aquel hombre podía durar una noche entera fácilmente. No tenía ni un solo fallo. Había conocido a muchos hombres pero él destacaba sobre los demás.
Al principio le había encantado sus antecedentes. Era el señor del norte, el duque de Taran. ¿Cuándo conseguiría otra oportunidad de dormir con semejante hombre? Sin embargo, su identidad ya no le importaba. De hecho, su estatus la frustraba.
Anita se enteró que su relación con Sofia había terminado cuando se encontró con ella en el baile y la muchacha la miró como si fuera su enemiga mortal. Anita no sentía ninguna enemistad por ella, irónicamente, le daba pena cómo la joven se había vuelto una más de su pasado. La condesa anticipó que Sofia podría robarle el corazón y es que su tenía la cabeza divida en dos: deseaba que se enamorase de otra mujer, pero al mismo tiempo, no quería que algo así sucediera.
El duque de Taran no era un mujeriego muy famoso en la alta sociedad. Inesperadamente, la gente ignoraba su enorme harén de mujeres. Nunca mantenía una relación con aquellos con poder, Sofia había sido un caso raro.
Sofia era una mujer conocida y con poco poder. El barón Lawrence tampoco tenía mucha fuerza así que, en otras palabras, era alguien él podía jugar y tirar cuando quisiera. La condesa sabía que el duque siempre pensaba de esa forma.
Aquellas que compartían una relación sexual con el duque nunca conseguían un matrimonio feliz y Anita comprendía el por qué: era muy bueno en el sexo. Podía llevar a una mujer al cielo varias veces la misma noche y, después de probarle, ningún hombre sería capaz de satisfacerlas.
La mayoría se le acercaban prendadas por su poder y estatus, pero con el tiempo, se enamoraban de él. Por eso, las mujeres no dejaban de aferrarse y obsesionarse con él y, al final, las tiraba a todas.
Era un hombre como un fuego helado. Les daba su cuerpo a las mujeres, pero nunca le daba ni un ápice de su corazón. ¿Cuándo empezó? Anita había intentado disfrutar de los placeres corporales, pero, para cuando se dio cuenta, ya le había entregado su corazón. Sin embargo, en cuanto lo exteriorizase, él la tiraría como a todas antes que ella.
Así pues, Anita nunca reveló su corazón. Se comportaba como si sólo le quisiera por necesidades materiales: su relación continuaría siendo de dar y tomar. Jamás le pediría volverle a ver, jamás se pondría en contacto con él primero y así es como su relación había durado un año.
–Firmarás un contrato conmigo, ¿no?
Anita tenía un grupo de mercaderes. De vez en cuando, él le daba alguna propinilla y ella disfrutaba de invertir aquí u allí. Ahora que su grupo había crecido hasta llegar a una escala mayor, había escrito un contrato para que él fuera uno de sus inversores. La condesa se comportaba como si le necesitase para sus vendas, y en realidad, sí que quería aprovecharse de él.
–Lo miraré.
–¿Qué? ¡Te he dado todos los secretos de mis vendas! ¿Te puedo ofrecer mejores bienes que estos? – Anita deslizó las manos por su pecho y le frotó las caderas. Movió las manos al centro suavemente y cogió lo que había.
–¿No soy yo quien te está mostrando buena voluntad?
–Oh, vaya. ¿Cómo puedes tener tanta seguridad?
Su miembro volvió a ponerse rígido por la estimulación de Anita. Ella se acercó a su pecho y le chupó los pezones, se los lamió y masajeó su extensión.
–¿Puedes volvértelo a meter?
Anita se apresuró a levantar el trasero cuando él levantó el cuerpo. La mano de él se apoyó contra la de ella con fuerza mientras se metía en sus profundidades.
–Ah… Ung…
Entró y salió con vigor, mientras ella se lamía los labios imaginándose lo que iba a venir. Justo entonces, alguien llamó a la puerta del dormitorio.
–Señora, tengo un mensaje urgente.
La voz de detrás de la puerta tembló y Anita apretó los dientes. ¿Quién se atrevía a interrumpir su valioso tiempo con él? La azotaría y la echaría en cuanto llegase la mañana.
–¡Os he dicho que no me interrumpáis! ¡Fuera!
–El invitado busca a su señoría. Ha pedido una audiencia por un asunto urgente.
¿Un invitado para el duque? Anita le miró perpleja. Esperaba que rechazase al intruso, pero tras un breve instante de reflexión, salió de ella. Anita gañó por la estimulación momentánea.
–Adelante.
Anita escondió su decepción y miró afuera.
–Indicadle el camino.
Unos momentos después, un hombre abrió la puerta y entró. La mujer iba vestida con un atuendo transparente con el pecho al descubierto mientras yacía en la cama. Detrás de ella, el duque estaba sentado con el pecho desnudo. Jerome observó todo aquello con una expresión aburrida y sin parpadear, hizo una reverencia con la cabeza.
–Mi señor, me disculpo por interrumpir su tiempo libre.
–¿Qué ocurre?
–Fabian le espera con el informe que pidió. He venido para informarle.
–Comprendo. Espérame, voy a ir.
Jerome se marchó y Hugo se bajó de la cama mientras la cara de Anita empalidecía.
–¿Te… vas?
–¿Dónde está mi ropa?
Ella sintió como se le partía el corazón. Quería retenerle, quería pedirle que se quedase. ¿Si escuchaba el informe mañana se caería el cielo? No vaciló ni un poco en volver al trabajo, pero no podía detenerle. Si se aferraba a él, la apartaría y entonces, no volvería nunca más. La había frecuentado tanto que su corazón se había confiado.
Quería a este hombre. Le ansiaba mucho. A pesar de que sólo era un anhelo suyo y su sangre se le estaba secando.
–¿Vas a irte cuando estamos así de cachondos?
Le pasó los enormes pechos por encima. Pero los ojos de él no titubearon ante su seductora técnica de coqueteo: sonrió y la besó en los labios.
–Ordénales que me traigan la ropa.
Anita puso mala cara, pero ordenó a sus criadas que le trajeran la ropa que le habían guardado. La condesa le ayudó a vestirse y le tocó en ciertos lugares a propósito.
–Ya basta.
Anita reculó asustada por sus palabras. La estaba mirando con ojos gélidos. Normalmente, ella habría seducido a cualquier otro de esa manera, y esos hombres se hubiesen desnudado a prisa y se habrían lanzado sobre ella. ¿Cómo podía enfriar su cuerpo con tanta rapidez? Era como si la pasión de antes hubiese sido una mentira.
Anita se mordió los labios con un corazón amargo. No quería que aquel hombre abandonase su vida para siempre.
–Ya estás.
Anita retrocedió dos pasos y apreció su apariencia con un corazón feliz. Sus ropas acentuaban su alta estatura y cuerpo proporcionado. Ella amaba su cuerpo tanto como su rostro, sólo mirarle le encantaba.
–No estaré en casa durante diez días. – Dijo Anita engreída.
Si intentaba atar a semejante hombre, huiría. A veces, lo mejor era poner distancia. Su comentario era una venganza mezquina para el hombre que se iba a marchar como si nada, pero lamentó su comportamiento rápidamente. Él se rio como si pudiese ver a través de ella.
Anita le siguió hasta la puerta del dormitorio. Nunca le seguía hasta fuera de su casa y cuando él venía a visitarla nunca le daba la bienvenida en la puerta. Seguramente, era una acción para proteger su propio orgullo.

Después de quedarse en la oscuridad, Anita salió al balcón lentamente. El carruaje de él ya estaba a lo lejos y, incluso cuando ya no quedaba ni rastro de él, ella continuó contemplando la distancia.

You Might Also Like

0 comentarios

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images