Capítulo 6: ¿Nos casamos? (parte 4)

diciembre 27, 2017

Lucia dejó a Hugo esperando en la sala de espera mientras se cambiaba en su dormitorio.
–Princesa, ¿y sus criadas?
–Mmm… Veréis…
Las criadas que la siguieron empalidecieron al escuchar los motivos que la joven les relató. Las criadas de palacio solían ser las que se repartían los deberes, por lo tanto, ellas serían las que recibirían el castigo por lo sucedido aquel día.
Las criadas se esforzaron en cuidarla mientras se cambiaba, hicieron todo lo posible para hacer más llevadero su castigo.
Lucia fingió ignorancia. Ellas fueron las que escogieron no llevar a cabo sus deberes y ella no tenía ninguna intención de regañarlas por ello, sin embargo, tampoco protestaría si las castigasen.
Las criadas allí presentes no habían ido por estar preocupadas por ella, sino porque temían al invitado. En otras palabras, temían a la princesa que tenía a un poderoso duque como apoyo.
Una vez en la sala de estar, Lucia observó asombrada el té que les habían servido las criadas de palacio. ¡Con que tenían talento! Allí no tenía té y, sin embargo, se las habían apañado para prepararlo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cuánto hacía que no bebía el té que preparaban esas criadas?
Él observó a las criadas que seguían en la habitación preparadas para llevar a cabo cualquier orden y evitar que una princesa soltera estuviese a solas con un hombre.
–¿Cómo ha estado? Parece estar bien a juzgar por lo de antes.
Lucia se sonrojó al escuchar el saludo del duque.
–Sí, mi señor. ¿Ha estado bien? Su visita me ha sorprendido.
–Sólo he seguido tu ejemplo.
Él señaló cómo se había colado en su mansión para hacerle una visita. Ella era quién había cometido el error, por lo que no podía decirle nada. Qué rencoroso que era este hombre.
O sea que cuando haya gente… me va a hablar formalmente.
No era algo sorprendente, pero así parecía estar siendo muy amable con ella y ese cambio repentino en su tono de voz la sorprendió bastante.
–Tengo asuntos importantes que discutir con usted, así que será mejor que reemplace a esas criadas por sus sirvientes de confianza.
–¿Eh? Ah… En estos momentos no tengo criadas…
–¿Han ido a hacer algún recado? ¿No hay ni una?
Para ser precisos, ella no tenía ni una sola criada. No obstante, Lucia se limitó a asentir con la cabeza. Él reflexionó unos instantes y se levantó.
–¿Le apetece dar un paseo?
Lucia les dedicó un vistazo rápido a las dos criadas que montaban guardia y también se levantó. El único lugar en el que podían hablar era en el pequeño jardín que había al lado de su palacio, y si se alejaban un poco podrían hablar sin que los escuchasen.
–¿Por qué estás haciendo las obligaciones de tus criadas? ¿Te crees criada? Hasta sales de palacio con uno de sus permisos.
En cuanto estuvieron a solas, él abandonó toda formalidad. Parecía que hablarle de manera casual cuando estaban solos era su propio estilo. La primera vez la había sorprendido, pero ahora que le oía hablarle de esa forma por segunda vez le dio la sensación de que se habían acercado y no era tan malo.
–… Sino no lo hará nadie.
–¿Entonces qué hacen tus criadas?
–Mmm… Bueno… La verdad es que… aquí vivo sola.
–¿…No tienes criadas?
–No.
–¿Vives sola en este sitio tan alejado?
–Sí.
–¿Y la comida y la limpieza? ¿Lo haces todo tú?
–…Sí. No cansa demasiado, después de todo, sólo me ocupo de mí misma…
–¿Te parece que eso tiene algún sentido? – Había estado conteniéndose, pero de repente, estalló en carcajadas. – ¿Desde cuándo?
–…Pues ya hace muchos años.
–Increíble.
¿Eso era lo que quería decir Fabian con lo que no había más criadas viviendo con ella? El duque había asumido que la muchacha tenía una personalidad única y que por eso todas acababan huyendo.
Aunque fuera de un rango bajo, no dejaba de ser parte de la realeza. No tenía sentido que una descendiente real no tuviese ni un solo criado y eso era un error gravísimo por parte de los administradores. Era increíble que administrasen el palacio tan mal. Si sus subordinados hubiesen llevado a cabo sus tareas de esta forma, los habría matado allí mismo sin decirles nada más.
–¿Qué quería discutir conmigo?
–Su Majestad ha dado permiso para nuestro matrimonio. Te haré saber cuándo será la fecha exacta con tiempo; no tendrás que esperar más que un mes.
Hugo estaba fatigado tras una larga mañana de debate con el Emperador para conseguir la mano ganadora del trato. El Emperador no se había molestado jamás con aquella princesa, pero en su discusión había hablado de ella como si fuera su hija más querida de todo el palacio. La mente del Emperador estaba llena de codicia por la intensa guerra que llevaba en marcha tanto tiempo y, al final, llegaron a un acuerdo.
Ella le había dicho que el Emperador no la recordaba y durante su discusión quedó claro que el Emperador no sabía quién era, sus mentiras fueron demasiado obvias. Hugo se había referido a ella como: “décimo sexta princesa” desde el principio hasta el final siendo extremadamente cauteloso de no revelar su nombre. Y como resultado, el Emperador había llamado a su propia hija: “décimo sexta princesa” de principio a fin, siendo incapaz de decir su nombre en todo el procedimiento.
El Emperador, en esos momentos, debía estar ocupando descubriendo quien era esa princesa y los criados debían estar corriendo por todo el palacio como si tuvieran los pies en llamas.
Hugo no comprendía la razón, pero le irritaba. Nunca le había gustado el Emperador para empezar, pero no le guardaba rencor. ¿Cuán negligente debía ser aquel padre que daba la mano de su hija a un hombre de esa manera? En su palacio tenía que hacer la colada y fregar con sus propias manos. Claramente, la estaban discriminando.
Empatizaba un poco con su angustia y estaba de acuerdo con las críticas de Kwiz al Emperador; lo único que sabía hacer ese monarca era cabrear a sus descendientes.
–Usted es… increíblemente rápido encargándose de los asuntos.
A Lucia le costó un rato comprender sus palabras. Creía que finalizarlo todo tardaría medio año, esa velocidad era asombrosa.
–Me encargaré de lo de las criadas.
–No hace falta. Aunque no haga algo, acabarán castigando a alguien. Si su señor se involucra, acabarán con un castigo más duro. No deseo tal final.
–Los que no llevan a cabo sus deberes como se debe tienen que ser castigados. Estás siendo tolerante en vano.
–Eso piensa usted, pero a mí me gusta vivir sola en este palacio. Tengo completo control de mi libertad, y al final, usted también se lucra de esto.
–¿Cómo…?
–Este matrimonio. ¿No está satisfecho con nuestro trato? Creo que ese es el motivo por el que ha cerrado el trato con tanta rapidez. Si me hubiese quedado tranquilamente en este palacio, no habría podido ofrecerle el matrimonio.
La joven era de espíritu fuerte. ¿Cómo un cuerpo tan pequeño podía contener una voluntad tan fuerte? Parecía una buena candidata para ser la señora de la casa. Hugo empezó a imaginársela en trance como la futura duquesa Taran, la mujer de su casa.
–En cuanto nuestro matrimonio sea oficial, planeo volver al Norte. Nos quedaremos allí un tiempo.
El territorio del duque estaba en el norte. Era una tierra amplia y árida con un sinfín de guerras.
–No tengo intención de tener una ceremonia. ¿Qué opinas tú?
Sin ceremonia, todo lo que tenían que hacer era conseguir un par de testigos y firmar en el certificado de matrimonio. Ella no quería caminar al altar de la mano de su padre y la única persona que podría felicitarla sería Norman, pero, a causa de su bajo estatus, no podría asistir. Siendo así, a Lucia no le importaba como se resolviese lo de la boda.
–Sí, de acuerdo.
Cualquier otra mujer habría estado furiosa si su boda fuese firmar documentos. Un matrimonio era algo con lo que las mujeres soñaban toda su vida, sin embargo, este no era un matrimonio normal y como uno de los conyugues lo estaba dirigiendo todo, el otro aceptó como si de algo trivial se tratase.
–Mi señor, tengo una petición. Es sobre Norman… La autora que conoce. Le he escrito una carta. ¿Podría enviársela? No hay información importante. Puede leer el contenido. Si vamos a ir al Norte pasará tiempo hasta que pueda volverme a poner en contacto con ella y no quiero que se preocupe por mí.
–De acuerdo, dame la carta, se la enviaré por ti.
Todo se volvió incómodamente silencioso y Hugo apartó la vista mientras fruncía el ceño. Lucia le había estado mirando con los ojos rebosantes de una gratitud abrumadora y con las manos juntas. Eran los mismos ojos que le daban las mujeres a las que les regalaba joyas, de hecho, los ojos de Lucia resplandecían con todavía más alegría.
–Gracias, mi señor. Es mucho más considerado de lo que pensaba-… O sea, más grácil de lo que pensaba.
Esta mujer no le temía, pero le tenía como a un villano desvergonzado. No obstante, cambiar su imagen prejuiciosa de él de un malvado a una buena persona no parecía difícil.
Al duque le confundió si eso era algo que celebrar o no, pero, de todas formas, se sintió extraño. Sin embargo, no era una sensación desagradable.
Al parecer no tendré que gastar mucho dinero.
Se aclaró la garganta y habló:
–Tendrás que mudarte. Este palacio está demasiado aislado y tiene muy poca seguridad. Los rumores de que me he dejado caer se sabrán rápidamente y aquellos interesados en mí no te dejarán en paz. Vendrán muchos invitados a verte.
–Ya veo…
–No te vayas por ahí tú sola, sé buena y quédate en casa. No aceptes ver a nadie.
¿Cómo podía alguien hablar con tan poca amabilidad? Le hablaba como si fuera una chica estúpida o su lacayo. Lucia le había visto con buenos ojos hacía unos pocos minutos, pero ya no era así. Todos los puntos encantadores que había conseguido se habían esfumado.
Es raro… no le odio…
¿Ese era el encanto por el que todas las mujeres se le aferraban? Era grosero y egoísta, pero no desagradable.
–Sí, ¿alguna otra orden?
Hizo una pausa y contestó negativamente con una sonrisa.
Esa mujer era distinta. Siempre le decía lo que pensaba, pero en los momentos importantes era obediente y al mismo tiempo, no era servicial. Los desvergonzados le eran desagradables, pero desdeñaba a los que le lamían los zapatos. Era difícil encontrar el equilibrio entre aquellos dos. Esa muchacha había sido una persona satisfactoria con la que hacer un contrato.

*         *        *        *        *

El duque volvió a su mansión y se dirigió al recibidor seguido por Jerome y Fabian. Hugo se quitó el abrigo y Jerome se lo llevó saliendo de la habitación. Fabian, que había estado callado todo el rato, abrió la boca de repente y escupió una inundación de palabras.
–¿Dónde ha ido? Le dije que no se fuera en secreto. ¿Tan difícil es dejarnos saber donde va?
Fabian era la única persona lo suficientemente valiente como para quejarse de Hugo. Ni siquiera los vasallos de cabello cano tenían las agallas para hacerlo.
–¿No era tu día libre?
Fabian seguía sus horarios como si fueran la ley. Después de trabajar durante cinco días seguidos se aseguraba de tomarse uno libre. Era el único que se atrevía a afirmar delante de la cara del mismísimo duque que su familia era tan importante como su trabajo. Aun así, Fabian jamás vaciló en seguir al duque durante meses de guerra. No era un hombre calculador y nunca se negaba a cumplir con sus deberes, aun así, se aseguraba de conseguir beneficio por el camino. Jerome y Fabian eran totalmente opuestos en ese sentido.
–Ayer no dijo nada de salir. Si lo hubiese dicho, le habría acompañado.
–He ido a palacio.
Fabian suspiró. ¿Cómo podía el duque entrar a semejante lugar sin un solo acompañante? No es que le preocupasen los peligros, seguramente no existía ni un alma capaz de deshacerse de él por fuerza física. Aquello no era el campo de batalla y, aún sin espadas, era un lugar con muchas maneras de matar a alguien. Cualquier pequeño contexto podía desencadenar un gran desastre.
La familia Taran era neutra en cuanto a facción política, pero esa vez era distinta. Era la primera vez en la historia que la familia había decidido apoyar a un lado. Todavía no se había anunciado públicamente, pero el duque iba de la mano con el príncipe heredero y eso era lo mismo que saltar a una piscina de luchas por el poder.
El príncipe heredero tenía muchos enemigos. Todo el mundo se vigilaba buscando el más mínimo error para causar estragos. Los nobles con poder político fuerte nunca iban solos: siempre debía haber un testigo por si acaso.
En ocasiones, el duque era demasiado monstruoso y quien tenía que ir por ahí atando todos los cabos era Fabian. Su señor no se preocupaba por las circunstancias y después de ordenarlo ocuparse de todo, no volvería a pensar en ello. Lo más molesto que existía era enterarse de que el duque había estado yendo por ahí él solo.
–¿…Fue a visitar al príncipe heredero?
–¿Mmm? Ah… Tendría que haberlo hecho ya que estaba.
–Si no ha ido a verle, ¿por qué…?
–Me voy a casar, he ido a tener el permiso de Su Majestad.
Fabian cogió aire y mantuvo la boca cerrada hasta que dejó de estar llena de maldiciones.
–¿Con la princesa?
–Sí.
–¿Cuándo?
–Seguramente en un mes.
¿Un mes? Fabian hizo todo lo posible por calmar la ira de su pecho.
Era su ayudante en la guerra y en su vida cotidiana, y siempre había sabido que el duque se lanzaba a una situación aleatoria sin explicación alguna. En otras palabras, el duque es quien tomaba todas decisiones y él era quien se ocupaba de hacerlas una realidad.
–No dejes que se sepa por el reino.
–¿Eh…?
–En cuanto tengamos los documentos necesarios, nos iremos al norte.
–¿Y cuándo lo ha decidido? – A Fabian le desalentaba el tener que mover a toda la compañía al norte. Por suerte, tenía un mes para encargarse de todo.
–No hace falta que venga gente del ducado. Con que se les anuncie mi matrimonio será suficiente.
Había decidido que ninguno de sus ayudantes tenía que asistir a su enlace. Fabian recordó a unos cuantos que se sorprenderían y les tendría pena.
El actual señor y duque de la familia Taran gobernaba como un dictador. Nadie más era tan orgulloso y santurrón como el duque de Taran.
Fabian le honraba por ser su duque, pero no quería tener nada que ver con él como ser humano. Era un hombre que pisoteaba las vidas ajenas con suma facilidad. No se podía esperar benevolencia o consideración por su parte.
Le tenía simpatía a la princesa que se iba a convertir su mujer. Si su esposa buscaba algo de aquel matrimonio, viviría una vida muy triste.
–¿No teníamos una isla? ¿Con una mina?
–¿…Se refiere a la mina de diamantes en los archipiélagos de Santo?
–Sí, prepáralo como dote.
–…Mi señor, es demasiado…
Fabian no pudo quedarse callado como siempre. Aquello no era extremo, era severo. Fabian era quien se había encargado de investigar por lo que estaba al corriente de cada detalle de la situación. Ella era una princesa a quien su padre no recordaba, la identidad de su madre era ambigua y no tenía ni un solo familiar.
–Ya he terminado la discusión con el Emperador. No haremos ninguna boda, sólo firmaremos los documentos.
El lacayo estaba atónito. ¿Cómo podía el duque de la nación no organizar una ceremonia? No era una simple factura.  Aunque no era alguien de nacimiento real, seguía siendo una princesa. ¿No preparar una boda no era lo mismo que burlarse de la realeza? Fabian estaba igual de atónito por aquel padre que había vendido a su hija por una mina de diamantes.
No era raro que un matrimonio terminase informalmente. A veces la situación era demasiado urgente, como durante épocas de guerra.
–¿Por eso va a volver a nuestro territorio de inmediato?
El territorio de los Taran estaba rodeado por un grupo de barbaros violentos. Nunca había momento de paz y gracias a eso, siempre tenían la excusa de tener asuntos urgentes que atender en su reino.
–Estaría bien.
–¿…De verdad está pasando algo en nuestro territorio?
El duque le respondió con una leve risita. Fabian le conocía perfectamente: en su territorio no pasaba nada. El motivo por el que se estaban saltando la boda era porque al duque le parecía demasiada molestia. Una boda apropiada duraba, como mínimo, medio día y su señor no quería pasar por algo así bajo ningún concepto.
–Te pasaré las cosas de las que te tienes que encargar. No me gustan las cosas molestas, así que asegúrate de que no se extiendan rumores.
–Sí, señor.
Fabian se subyugó fácilmente a las decisiones de su señor. Conocía muy bien su lugar y lo único que tenía que hacer era ayudar al duque a atar cabos. Su deber no era ayudarle a tomar decisiones. El motivo por el que había podido servir al duque durante tanto tiempo era porque nunca había cruzado la línea.
¿Es por… su hijo…?
Ese era el único motivo por el que el duque podría plantearse el matrimonio.
Qué lástima da la princesa.
Se imaginó a una princesa solitaria llorando cada noche en la mansión del monstruoso duque. Si Jerome supiese que su hermano consideraba a su señor un monstruo le castigaría y eso se debía a que Jerome nunca le había visto en acción. Si viese al duque luchar con sus propios ojos… Fabian se estremeció de repente y escalofrío le recorrió la columna vertebral. No quería que su hermano viese ese lado de su señor, de hecho, esperaba que sólo le tuviese que ver como a un noble.
¿Cuánto tiempo sería la princesa capaz de soportar aquel hombre cruel y egoísta? Las mujeres vivían por amor. Eso es lo que su mujer le había enseñado durante todos aquellos años. La muchacha sería como una flor y se marchitaría mientras el duque la ignoraba. Seguramente, la joven acabaría alcohólica para aguantar su soledad. Tal vez intentaría llenar su vacío con lujos. Lo único seguro era que, sin importar lo mucho que su esposa cambiase o se desesperase, al duque no le importaría en lo más mínimo.

*         *        *        *        *

El día en que el duque visitó a Lucia fue el día de la mudanza. La cambiaron de aquel aislado palacete a un palacio hermosísimo cercano al palacio central donde residían aquellos de alto estatus. Aunque era considerado un lugar pequeño, era mucho más espacioso que el palacio aislado donde había vivido durante todos aquellos años. Era una pequeña esquina del palacio central conocido como: “el palacio de la rosa”. El Emperador le profesaba gran amor a aquel sitio, pues representaba el respeto y el honor que albergaba por sus seres queridos. El pequeño palacio estaba rodeado por un enorme jardín de rosas y a finales de primavera, se podía apreciar todo tipo y color de rosa en viva coloración.
Lucia seguramente no sería capaz de ver aquel espectáculo.
Qué lástima, pensó.
Su vida en el palacio interior era muy cómoda. Todas las criadas funcionaban como sus piernas y sus brazos y se sentía como una persona extremadamente importante cuya vida rebosaba lujo. A diferencia de lo que le había advertido el duque, no tuvo ningún visitante a excepción de un molesto personaje.
–Decidle que estoy enferma, por favor.
El chambelán estaba ahí pasando por momentos duros mientras Lucia estaba sentada, como siempre, en la terraza tomándose un té y fingiendo estar enferma.
–Princesa, Su Alteza no se encuentra bien y espera que la princesa vaya a visitarle.
–Qué pena. Enviadle mis mejores deseos. Espero que se recuperé pronto. Yo también me encuentro mal y no me puedo mover.
–Princesa.
–Ya te puedes ir, por favor. Vamos a dejar de malgastar energía. Ya sabes que no pienso ir.
A Lucia no le importaba que el chambelán fuera a recibir una regañina del Emperador. A pesar de lo trivial que fuera, era su método para la venganza.
Como tú nunca te diste la vuelta para mirarme, yo tampoco ir a mirarte a ti.
Cuando el Emperador empezó a enviar gente a buscarla ya había tomado esa decisión. Aquel hombre no quería verla a ella, sino a la prometida del duque de Taran. Pero como ahora su posición albergaba gran prestigio, ni siquiera él podía arrastrarla.
Las criadas todavía no parecían ser conscientes de que ella era la prometida del duque, aun así, a pesar de la rudeza con la que trató al Emperador no le pasó nada y por eso las criadas dieron lo mejor de sí para evitar ofenderla.
Era cómico. Su estatus había cambiado de la noche a la mañana. Empezaba a comprender por qué el duque era tan arrogante. Si alguien se pasase toda la vida rodeado de esta gente acabarían como él.
El tiempo pasó y nadie era conocedor de que la muchacha iba a casarse al día siguiente. Lucia no deseaba esparcir rumores innecesarios, por lo que no le dijo nada a nadie.  Da igual lo mucho que las criadas intentasen ganarse su favor, Lucia mantenía las distancias.
Ya era bien entrada la noche y la joven no conseguía conciliar el sueño. Se sentó al lado de la ventana y contempló la luna en el cielo nocturno. Su corazón estaba inquieto.
El duque no la había ido a visitar en todo aquel tiempo, aunque de vez en cuando enviaba a alguien para comprobar si necesitaba algo y como ya tenía todo lo que precisaba en el palacio sólo pidió una cosa: “no quiero ver al Emperador, protéjame de él, por favor”.
Temía que el monarca fuese su testigo durante su boda informal así que esa fue la petición que había enviado hacía dos días y de la que no había obtenido respuesta. Sin embargo, él parecía haber recibido el mensaje y había enviado a gente para conseguirlo.
La luna brillaba con fuerza aquella noche. Estaba un poco arrepentida porque uno de sus deseos siempre había sido vivir felizmente junto a su marido y sus hijos.
Yo soy la que ha escogido este camino.
No iba a arrepentirse de nada. Da igual lo que viniera en su dirección, no se arrepentiría. En su sueño ya se había arrepentido lo suficiente.

*         *        *        *        *

–¿De verdad vas a ser así?
Kwiz gritó con toda la fuerza de sus pulmones. El acercamiento pacífico y suave no había funcionado, por lo que esa vez iba a usar la ira. Si fallaba otra vez, probaría el acercamiento pacífico de nuevo. Esta situación se llevaba repitiendo días.
–Nada de lo que digas va a servir de nada, me voy.
Hugo se bebió el té tranquilamente mientras Kwiz continuaba dando brincos en su asiento.
–¿Por qué ahora? ¿No sabes cuánta gente quiere mi cuello…?
Kwiz había estado comportándose como un niño desde que Hugo le había anunciado su retorno a su territorio. “No puedes irte así”, “por encima de mi cadáver”, “¿cómo puedes ser así?”. Si alguien los escuchase pensarían que estaba intentando cortejar a una amante.
Los criados del príncipe heredero estaban avergonzados, pero como Hugo, mantenían una expresión ausente.
–La familia Taran lleva controlando el norte desde hace decenas de miles de años. Porque te vayas un tiempo no va a desaparecer.
–Si el dueño de una tienda la deja sola tendrá problemas.
Llevaba demasiado tiempo fuera de su territorio a causa de la guerra y Kwiz se aferraría a él y no le dejaría marcharse si le contaba que sólo quería descansar. Había prometido ayudar al príncipe heredero, pero no tenía la menor intención de salvarle de cada uno de sus enemigos políticos.
–¿Te irás en dos días?
–Ya te lo he dicho muchas veces.
–¿Aunque te lo ruegue?
–Deja de llorar ya, por favor. Que no esté aquí no significa que te vaya a pasar nada, y aunque me quedase, no te podría ayudar con nada.
–¿Por qué no? ¡La gente va con más cuidado conmigo cuando estás aquí!
–¿Y eso te gusta? Deberían tener cuidado con el príncipe heredero. ¿Por qué lo tienen conmigo?
–Es mejor así. La gente va a empezar a mover sus fichas ahora que ha terminado la guerra. ¿Sabes lo mucho que están peleando por los botines de guerra?
–¿Los botines de guerra?  – Hugo rio por la nariz. – Todo es mío.
–Sí, todo es mío.
–Te he dicho que es mío.
–Todo lo del duque es mío.
Hugo suspiró. Debía tener la cabeza llena de serpientes, pero a Hugo no le desagradaba la personalidad del príncipe heredero. Era mejor que los que eran demasiado cautelosos.
Kwiz era el primero que le trataba de la misma manera de cara que a sus espaldas entre las gentes de poder. Hasta ahora era el único con tal personalidad y por eso había decidido echarle una mano.
–Me quedaré allí durante uno o dos años.
–¡Demasiado tiempo! ¡Sólo un año!
–Dos años. ¿Quién sabe lo que pasará cuando el siguiente Emperador suba al trono? La salud de Su Majestad no parece muy buena últimamente.
–La edad de su cuerpo debe ser de ochenta o por ahí con todas esas enfermedades crónicas. Hace unos días tuvo a una chica a su lado en la cama. Ese viejo carcamal sólo tiene energía para esas cosas.
El teniente del príncipe fingió toser por la vergüenza y el heredero le miró de mala manera por interrumpir su charla.
El príncipe heredero siempre se refería al Emperador como: “viejo”, “viejo carcamal” o “terrible vice-emperador”. Nadie se podía acostumbrar a ello sin importar las veces que lo escuchase. La única persona que conseguía prestarle atención con una expresión neutral era el duque de Taran.
–Me voy.
–¿Por qué no cenas antes de irte?
–Estoy ocupado.
–Nunca dejas que te retengan.
–Oh, mañana me caso.
Por un momento la habitación se sumió en silencio y el príncipe heredero y el resto se paralizaron como piedras.
–¿Qué vas a hacer…? ¿Qué vas a hacer, duque…?
Un diamante en un estercolero no dejaba de ser un diamante. El Emperador había prometido guardar la fecha de su enlace en secreto y hasta el final el príncipe heredero no se enteró. Aunque le príncipe heredero hablaba mal del Emperador, nunca se enfrentaba a él. Si se precipitaba sólo conseguiría volver atrás.
–Ya lo he discutido con el Emperador. Será una boda informal, así que no hace falta que asistas. Oh, por cierto, me caso con una princesa.
–¡Duque!
El príncipe heredero gritó, pero Hugo se limitó a hacer una reverencia y abandonar la habitación. Una vez hubo marchado, el comportamiento infantil del príncipe desapareció con él. Su expresión era tan terrible como la de un demonio y se giró a su ayudante.
–¡¿Qué hacéis?! ¡¿Cómo puede ser que el duque de Taran se case mañana y yo no me entere hasta que me lo dice él?!
–Mis disculpas. – El ayudante empalideció.
–¡Corre y descubre qué demonios pasa!
–¡Sí, Su Alteza!
Sus ojos hervían de rabia y respiraba pesarosamente.
–¿Princesa? Gilipolleces. ¿Cuántas princesas hay en este palacio? Si le interesaban las princesas me lo podría haber dicho antes. Le habría dado a mi hermana tan contento.
Cuando Hugo le informó de que se iba a casar con una princesa, se imaginó lo que había podido pasar.
–…Ese maldito viejo.
Kwiz apretó los dientes. El Emperador parecía desentenderse de los asuntos de palabrería ya que escondía en el palacio interior, pero detrás de las puertas, lo controlaba todo desde las sombras. Imaginó el presumido rostro del monarca:
–Da igual lo que hagas, seguirás estando en la palma de mi mano.
Kwiz odiaba al Emperador, le odiaba hasta la médula y, a pesar de que su padre era plenamente consciente de ese hecho, le dio la posición de príncipe heredero a Kwiz mientras se reía burlonamente, como si buscase pelea.
A ver cuánto tiempo consigues seguir así.

Los ojos azules de Kwiz ardieron de rabia. 

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