Capítulo 7: Primera noche (parte 1)

diciembre 27, 2017

No hubo procesión, ni invitados que les felicitasen, ni bendiciones. Se sentaron el uno enfrente del otro en una mesa donde Hugo Taran y Vivian Hesse firmaron su certificado matrimonial.
Ella firmó con su apellido: “Hesse”, en los documentos y sólo escribió la inicial de su nombre de pila: “V” de “Vivian. Esa también era la regla para los certificados matrimoniales, sin embargo, Lucia firmó con su nombre completo y tan sólo se aplicó la norma en la parte final del documento.
Vivian. Ese era su nombre. Había vivido con ese nombre durante los cinco años de enlace con el conde Matin y, tras su divorcio, eligió continuar el resto de su vida como “Lucia”. Pero ahora, tendría que vivir el resto de su vida como “Vivian”.
Jamás creyó que ese nombre le perteneciera. Vivir con ese nombre sólo le provocaba angustia y sufrimiento. Lucia y Vivian eran como dos personas distintas y le angustiaba si el nombre que había escrito en ese documento realmente fuera el suyo.
Le frustraba que su cáscara vacía de Vivian se le quedaría pegada el resto de su vida por culpa de aquel matrimonio, pero al mismo tiempo, sentía cierto alivio. Por un lado, tenía la pequeña esperanza de poder romper aquella cáscara y escapar al mundo exterior; por otro lado, Lucia no podría ver el punto más hondo del agujero negro al que estaba a punto de caer.
Lucia no podía expresar sus sentimientos con una sola palabra. Dos hombres que no había visto en su vida estaban allí de pie como testigos, el proceso fue simple y la ascendieron a mujer oficial del duque de Taran rápidamente: así es como terminó su boda.
Lucia no tenía ningún apego especial a cosas como bodas, pero le entristeció un poco que se omitiera el clásico beso nupcial a pesar de que después de aquel beso él no hubiese vuelto a tener ningún tipo de contacto físico con ella nunca más.
La joven fingió mirar a otro lado mientras les echaba un vistazo a sus labios. Él cerró los labios en una línea recta reflejando su naturaleza terca en ellos. No eran demasiado gruesos, y cuando los presionaba contra los suyos eran suaves. De hecho, él ya le había lamido los suyos y su lengua había entrado en su boca…
–Mañana nos iremos al norte.
–Sí… ¡De acuerdo!
Lucia se sobresaltó cuando él abrió la boca de repente. Él la observó con una mirada extraña, así que ella se distrajo rápidamente mirando hacia otro lado. Le preocupaba si su rostro estaba o no rojo en aquel instante.
Ah, debo estar loca. ¿Qué estoy haciendo? De verdad.
–Si deseas quedarte en la capital, está bien.
Su corazón acelerado se calmó un poco y el viento sopló sobre ella, aullando en la distancia. Todavía no se había secado la tinta sobre el documento matrimonial y él ya estaba pensando en separarse de ella por algo trivial.
La muchacha se dio cuenta de que el duque no la veía como a una mujer. No es que esperase una vida amorosa y cálida de pareja casada, pero no pudo evitar sentir cierta amargura. Su corazón se estrujo adolorido. Él había declarado que su matrimonio jamás sería algo que les ataría y la poca esperanza que Lucia había tenido se tiró a la basura. En su corazón no había ni un ápice de frustración.
–…Le seguiré. Pero si mi señor desea que me quede aquí, eso haré.
Ella bajó la vista al suelo y habló con voz suave, haciendo todo lo posible para no mezclar sus emociones con sus palabras. No intentaba desafiarle ni nada por el estilo, pero no había ningún beneficio en quedarse allí. La muchacha sintió la mirada él inspeccionar su cuerpo.
Lucia había esperado vivir tan relajada tranquilamente como fuera posible. No le veía como a un hombre capaz de abusar físicamente de una mujer, pero no había nada de malo en ser extremadamente prudente. Ya había experimentado lo impotente que podía ser una mujer contra un maltratador.
–Allí no hay nada divertido como en la capital. Decídete con firmeza para que luego no te puedas arrepentir.
–Estaré bien.
Para empezar, nada de la capital me ha parecido divertido.
Cuando su carruaje partió no conversaron hasta llegar a su destino. En cuanto llegaron, él se bajó y se encerró en su oficina oval y a ella la dejaron sola delante de la puerta junto a Jerome quien le enseñó la finca.
–Saludos, señora. Soy el mayordomo que sirve al duque de Taran. Llámeme Jerome, por favor.
Parecía estar alrededor de los treinta. Lucia conocía a este hombre de ojos azules y una apariencia limpia y ordenada. Es quien le había servido el té cuando había visitado al duque.
Con que era el mayordomo.
Parecía demasiado joven para ser el mayordomo jefe del duque.
–Encantada de conocerle. El té de la última vez estaba delicioso, Jerome.
Jerome se la miró extrañado, pero todo rastro de sus sentimientos desapareció rápidamente y le respondió con un tono amigable y gentil.
–Gracias. Hable sin ser tan formal, por favor, señora.
–Me siento más cómoda hablando así. Oh, si no es apropiado como señora de la casa, arreglaré mis malas manías.
–No es eso. Lo que usted diga serán las nuevas normas de la familia Taran. ¿Cenará o prefiere descansar primero? ¿Le gustaría que le enseñase la finca?
Le acababan de decir algo increíble, pero le dolía la cabeza y no podía darle vueltas al tema durante demasiado rato. Lucia comentó lo que preferiría hacer primero.
–Quiero descansar.
–Le mostraré el camino a su dormitorio.
Jerome la escoltó hasta el dormitorio y le presentó a dos mujeres de mediana edad.
–Estas serán las dos criadas que se encargarán de sus necesidades.
Jerome se apresuró a decir sus nombres y experiencia, entonces, las criadas procedieron a ayudarla a desvestirse y se retiraron.
Lucia se metió en la cama con su vestido interior esperando a que se le fuera el dolor de cabeza y cayó en un profundo sueño hasta que, un buen rato después, la despertó una voz, pero por suerte, ya no le dolía la cabeza.
–Señora, ¿Por qué no come algo antes de volver a dormir? – Preguntó su criada con un tono muy prudente. No conocía el temperamento de su señora y temía que le fuera a pegar o a gritar.
–Mmm… ¿Cuánto tiempo llevo dormida?
–Seis horas.
–…He dormido mucho.
–Le estamos preparando la cena.
–¿Su Excelencia ya ha comido?
–Comerá en su oficina después. Suele comer en la oficina cuando tiene mucho trabajo del que ocuparse.
En conclusión, eso significaba que Lucia tenía que comer sola. El día de su matrimonio la joven se sentó totalmente sola en una enorme mesa llena de deliciosos manjares. Estaba algo decepcionada. Comer juntos no era algo tan difícil de hacer y, después de todo, vivían en la misma casa.  Se sentía algo hosca, pero hizo todo lo que puedo por olvidarse de todo aquello.
No esperes nada. Será mejor no esperar nada en absoluto.
Si se iba a decepcionar por un detalle tan pequeño, su vida matrimonial se convertiría en un infierno.
He conseguido una casa cómoda y no tendré que preocuparme durante el resto de mi vida, además, también he escapado de ese hombre.
Eso era lo que había deseado, pero el deseo humano es algo verdaderamente interminable. Se acababa de casar y ya había sembrado ciertas expectativas en su corazón.
–Jerome, las criadas que me sirven…
–Sí, ¿han cometido algún error?
–No es eso. Parecen ser las más antiguas y experimentadas, ¿hay algún motivo por el que estén a cargo de mis necesidades?
En sus sueños, Lucia había vivido una vez como la criada de una familia noble y, por tanto, comprendía el tipo de tareas de las que se encargaban las sirvientas dependiendo de su edad y experiencia.
–Lo siento, no se lo he explicado antes. Señora, dormirá aquí sólo por hoy. Mañana nos marcharemos a nuestro territorio y mientras nos movemos de un lado a otro, ellas serán quien le atiendan. Cuando volvamos a nuestro territorio las criadas que le servirán serán otras.
–Oh, las otras criadas están asentadas en la capital y no pueden venirse con nosotros, ¿cierto?
–Así es.
–Entonces, ¿qué será de las criadas cuando volvamos a nuestros dominios?
–Se les otorgarán tareas apropiadas según su edad y experiencia.
–Comprendo. Gracias por su explicación.
–No hay problema.
Jerome consideró que Lucia, a juzgar por este evento, no tendría ningún problema en ocuparse de los asuntos de la casa. De haberlo sabido, Lucia habría negado sus afirmaciones.
Lucia se familiarizó con la mansión del duque mientras una criada se la enseñaba. Era una casa enorme, ni siquiera podía pasear por todo el lugar. Y, si la casa era enorme, el jardín que la rodeaba era muchísimo más grande.
–¿Esta mansión ha sido de la familia Taran desde hace mucho tiempo?
–No, la familia Taran nunca ha tenido una mansión en la capital. La preparamos hace unos cuántos años.
–¿Ah, sí? ¿Quién era el dueño original? Tanto la casa como el jardín son enormes, deben haber pertenecido a una familia muy prestigiosa.
–Nuestro señor tiene muchas mansiones. Debe haber comprado unas diez. Esta es la única que ha guardado, el resto fueron destruidas.
–Ah…
Debía ser un hombre más rico de lo que Lucia pensaba.
El baño era espacioso y lujoso. No era de porcelana como la mayoría, sino que había una pared que llegaba desde el suelo para que las sirvientas no tuvieran que llenarlo manualmente y así, se había remodelado como un spa. Había un tanque de agua caliente conectado y agua corriente.
Era la primera vez que veía ese tipo de baño en persona, aunque sí los había oído nombrar. Normalmente, sacar y llenar el agua era el trabajo de los sirvientes y en la ciudad no había ningún sistema de aguas, por lo que la mayoría no se molestaba en construir algo de este estilo.
Dudo que este sistema de aguas les facilite la vida a los criados…
Todo aquello lo había pedido Jerome, que estaba a cargo de las instalaciones de la casa para encontrar un sistema más eficiente, no el duque.
Después de bañarse, Lucia volvió a su habitación. Las criadas la sirvieron con sumo cuidado: la ayudaron a secarse el pelo y le pusieron una loción floral para suavizarle la piel. Esa sería su primera noche después de la boda.
Él… no va a venir a mi habitación.
De eso estaba segura. Al día siguiente iban a volver a sus dominios, por lo que el duque iba a preferir pasar una buena noche de reposo. De hecho, no había ninguna garantía de que fuera a visitar su habitación jamás ni siquiera después de llegar al norte. Para empezar, no deseaba un niño y cabía la posibilidad de que no pisase el cuarto de la muchacha en toda su vida.
Ya tiene un hijo.
Se había casado por el bien de su hijo. Si Lucia se quedase embarazada, el asunto se complicaría. Aunque su hijo estuviese legalmente admitido por ley, el hijo de la esposa tenía más poder y, por supuesto, el duque iba a hacer todo lo que tuviese en sus manos para evitar esa situación. Era imposible demostrar que ella no podía tener hijos, por lo que él sospecharía de ella siempre.
Cuando las criadas se marcharon la habitación se quedó en silencio. Ella se tumbó en la cama una vez más sola, sin embargo, había dormido demasiada siesta y no tenía nada de sueño. Por lo que se dedicó a dar tumbos y vueltas por la cama, perdida en sus pensamientos.
Es mejor así…
Se había prometido no amarle y, cuanta más distancia hubiese entre ellos, más fácil sería cumplir su promesa. Con sólo el corto beso que habían compartido su corazón había latido muy rápido; si hacían algo más, entonces… Lucia tuvo más y más calor. Se abanicó con las manos rápidamente, intentando disipar todos sus pensamientos.
Pensemos en otra cosa, otra cosa… ¿Qué voy a hacer ahora que soy la esposa del duque…? ¿Qué puedo hacer…?
Lo primero de su lista que beneficiaría a su esposo sería participar activamente en las reuniones sociales. El conde Matin siempre se había esforzado por introducir a Lucia entre la sociedad, pero ella jamás cumplió con sus expectativas. Siempre estaba cansada y todo lo que podía hacer era quedarse allí quieta viendo las horas pasar.
Ah… Participar en fiestas. No tengo seguridad en este aspecto…
¿Esconder ese hecho contaría como una brecha en su contrato? La mujer del duque de su sueño había sido muy talentosa en conseguir conexiones y en integrarse. Se compraba los vestidos más a la última y se decoraba con todo tipo de joyas. La duquesa se recorría toda la ciudad participando en los eventos sociales con pose carismática. Todas las nobles a su alrededor la rodeaban de elogios.
Pero a sus espaldas no paraban de criticarla.
La duquesa no tenía antecedentes espectaculares. Sólo era una piedra que se las había apañado para rodar hasta allí y no había nada agradable en una piedra. No tenía nada en común con las nobles que habían nacido y crecido con una cuchara de plata.
Por supuesto, nadie era tan grosero en su cara.
Lucia jamás había hecho nada fuera de lo que solía para participar en las fiestas, simplemente había ido a alguna de vez en cuando. Así es como había conseguido ver tantas cosas. Se solía quedar un paso detrás del resto por lo que tuvo muchas oportunidades de estudiar al resto con objetividad.
Nunca envidió el glamur de la duquesa y de vez en cuando la vio preocupada. Al principio, la duquesa era modesta, pero conforme fue pasando el tiempo se embriagó de su propio pedestal.
Cuando su matrimonio con el conde Matin terminó, se distanció de las reuniones sociales, entonces, Lucia se dedicó a trabajar como criada para algunos nobles y acabó conociendo al duque de Taran.
La duquesa no había cambiado nada en los años posteriores a aquel, pero su reputación había empeorado muchísimo más con el paso del tiempo. Cuando se reveló la verdad de su matrimonio, todas las nobles se rieron, se burlaron de ella y escamparon la noticia. La duquesa cavó su propia tumba, pues se había creado muchos enemigos durante los años.
Después de eso…
No estaba segura de lo que le ocurrió después de aquello. Lucia se esforzó en ahorrar dinero trabajando para comprarse una casita para ella y, después de dimitir, vivió una vida tranquila dejando todas aquellas fiestas glamurosas de la alta sociedad atrás.
Raramente se cruzaba con algún cotilleo y, aunque entre los cuchicheos había información sobre el duque de Taran, recordaba el contenido borroso.
¿Por qué… me he casado con él?
Lucia se asustó a sí misma.
Entonces… ¿Qué pasará con su verdadera esposa…?
Sólo ahora se ponía a pensar en ello y su propio egoísmo la sorprendió.
Ya no se puede hacer nada.
Su culpabilidad no duró mucho.
Si tuviese que preocuparme por los problemas y preocupaciones de todo el mundo, no conseguiría sobrevivir en este mundo.
Lucia se sobresaltó una vez más al darse cuenta de su personalidad cruel y egoísta. Sin embargo, no es que quisiera transformarse en alguien amable. Había aprendido que la gente amable era pisoteada de mala manera.
No tenía sueño ni después de pensar en esto y aquello. Todo lo contrario, estaba más despejada. Después de dar vueltas por la cama, se levantó y encendió las luces de su habitación.
Echemos un vistazo por la habitación.
Todo en aquel dormitorio era enorme. Su cama, el sofá y los muebles. Era una habitación terrorífica y parecía demasiado fría para una mujer. Si tuviese que quedarse en aquella estancia más de un día, la tendría que redecorar. En general, había un buen equilibrio excepto una cosa que lo tiraba todo por la borda.
¿Qué demonios es… ese cuadro…?
Un enorme cuadro vanguardista estaba colgado en medio de la enorme pared blanca. No tenía ni idea de qué trataba de transmitir el cuadro, pero no pegaba en absoluto con la habitación.
Se trataba de una de las pinturas que había enviado el príncipe heredero, Kwiz. Hugo se había encogido al verlo, pero cuando Jerome le preguntó qué debía hacer con la pintura con docilidad, el duque se limitó a contestar: “cuélgalo”.
Lucia que no tenía ni idea de esa situación se preguntó si sería un cuadro famoso. Su suposición no estaba tan mal. El príncipe heredero siempre había tenido una personalidad traviesa, pero se había tomado el esfuerzo de escoger personalmente algo que le gustase para el duque.
Una bodega.
Lucia examinó las docenas de botellas de vino que habían colocadas y ordenadas según su clase en la pared desde detrás del cristal. Era raro que la habitación de una mujer tuviese su propia bodega. Como mucho las ancianas sí que podían tener algo así.
Lucia no conocía mucho sobre vinos, pero recordaba un vino particularmente dulce que era totalmente de su gusto por un recuerdo de su sueño. Lucia dio un salto de alegría al descubrir la misma marca. Vaciló uno momento sobre si cogerla o no.
–Es una bebida de celebración. Como mínimo me puedo felicitar con esto.
Era una boda sin bendiciones, así que no había nada de malo en bendecirse y felicitarse a sí misma.
Al lado de la bodega había una mesa para dos preparada perfectamente con un par de copas de vino y un sacacorchos para ella. La escena era perfecta. Lucia sacó el corchó y bebió poquito a poquito brindando en el aire.
–Buenísimo… ¿Eh? ¿Ya está vacía?
Sólo había bebido un par de copas, pero la botella ya estaba vacía. No le pareció haber tenido suficiente, por lo que movió los labios y se levantó a por más, pero estaba tan mareada que tuvo que volverse a sentar.
–Ah… ¿Por qué?
Cogió un par de bocanadas de aire e intentó volverse a levantar. Tenía el estómago caliente y las paredes le daban vueltas.
–Ah… Yo… Debo estar borracha…
Lucia consiguió llegar a la cama a duras penas y, al cabo de un par de suspiros, se quedó dormida. Pero ni con la ayuda del alcohol consiguió dormirse del todo. Un rato después se despertó sedienta.
Qué calor… Y tengo mucha sed…
Era la primera vez que Lucia bebía alcohol. El vino que la había conseguido emborrachar tenía poco porcentaje, pero, para una primeriza, era bastante fuerte. Aunque la habitación estaba fría, su cuerpo ardía.
Lucia dio tumbos y vueltas por la cama hasta que decidió quitarse el pijama. De todas formas, estaba sola en la habitación. Esa era su habitación.
Lo he conseguido. Ya no me tengo que casar con él. He cambiado mi futuro.
El alcohol exageró la sensación de libertad de su corazón. Se envalentonó y también se quitó la ropa interior. Todo su cuerpo ardía y estaba sonrosado.
Lucia dio vueltas disfrutando de la sensación fría de las sábanas contra su piel. Unos instantes después, se levantó y se peleó con la mesa del centro de la habitación. Allí había una jarra con agua y un vaso sobre una bandeja de plata. Se sirvió un vaso y se lo tragó para apaciguar su sed.
Click.
El sonido resonó como un trueno en la silenciosa habitación. Ella giró el cabeza medio segundo después y, para cuando miró hacía allí, la puerta ya estaba abierta. En cuanto vio a la persona en la puerta, dejó caer el vaso de agua y se quedó paralizada como una estatua.
Hugo se acababa de bañar y entró en la habitación con un albornoz. Se detuvo al ver a la invitada totalmente desnuda. Un silencio pesado y rígido acaeció en la habitación. Él la miró de soslayó e inspeccionó su cuerpo de arriba abajo.
Estaba fatigado después de trabajar siete horas sin descansar, pero de repente, su cabeza se alivio de inmediato. Al principio se preguntó quién era esa mujer, y al siguiente segundo recordó que se acababa de casar. Entonces, asumió que aquella mujer debía ser su esposa.
Tenía el cuello largo y delgado, hombros redondeados, pechos de apariencia suave con pezones rosados que parecían dulces y una cintura delgada, sin embargo, sus caderas tenían la forma redondeada de una copa. La luz de la habitación estaba encendida así que podía apreciar cada detalle con facilidad. Pero para su pesar, la parte justo debajo de su ombligo estaba escondida detrás de una mesa y no la podía ver. Se preguntó si debía ordenarle que se apartase un poco para verla.
Ella se había quedado paralizada y el vaso de cristal se le había resbalado de las manos, haciéndose añicos contra el suelo de mármol. Lucia se sobresaltó y bajó la mirada. Intentó moverse, pero él le ordenó:
–¡No te muevas!
El cuerpo de Lucia volvió a paralizarse. No movió ni un músculo y se limitó a observar como él se le acercaba. Ella retrocedió inconscientemente, pero él no dejó de mirarla de mala manera por lo que la muchacha se quedó quieta una vez más. Cuando él llegó hasta ella, le pasó las manos por la espalda y las piernas y la levantó.
A cada paso los cristales se clavaban en sus zapatillas y hacían un ruido afilado. Los pocos pasos hasta la cama parecieron una eternidad.
–¿Te has hecho daño en algún sitio?
Ella se dio cuenta de que estaba sentada en la cama al escuchar su voz grave.
–N…o…
Lucia sacudió la cabeza y rápidamente escapó de su abrazo. Se apresuró a envolverse en una sábana y escondió la cara en su almohada. Sentía arder los lugares donde la había tocado y tenía la mente en blanco.
Él la observó divertido mientras ella se retorcía en la sábana como una oruga y escapaba a la esquina más alejada de la cama.
–¿Me recibes con desnuda y ahora pretendes ser una chica inocente?
Ella quería que la tierra se la tragase de la vergüenza, pero se serenó al escuchar su tono de burla. Era demasiado malo. Debería estar disculpándose y preguntándole si la había asustado, pero no. Lucia sacó la cabeza y gritó:
–¡Ha venido sin avisar!
–Qué grosero por mi parte. De ahora en adelante me aseguraré de informarte desde fuera.
Lucia no estaba segura de si estaba bromeando o burlándose de ella, sin embargo, su reacción había sido demasiado exagerada y volvió a sentirse incómoda. Lo único que había hecho él había sido preocuparse por que no se le clavase ningún cristal, de no ser por él tendría los pies llenos de cristales.
–…No imaginé que vendría.
Lucia expresó sutilmente que no le había estado esperando desnuda para seducirle.
–Es mi dormitorio, claro que voy a venir.
–…El mayordomo me ha dicho que duerma aquí. No me ha dicho que era su habitación. ¿Es tradición familiar que la pareja comparta habitación?
Hugo recordó algo vagamente. Jerome le había dicho algo de que la habitación de la señora todavía no estaba lista y él se había limitado a asentir. El matrimonio había sido demasiado repentino y ellos sólo iban a quedarse allí una noche, por lo que el mayordomo le había preguntado si la señora podía quedarse en su dormitorio. Como Jerome era un perfeccionista si las preparaciones no estaban perfectas para él era como si no estuviera ni empezado. Y como estaban casados había pensado que no pasaba nada porque compartiesen lecho una noche.
–No hay ninguna costumbre como esa. Parece que ha habido algún error.
–Entonces… No me va a malinterpretar, ¿verdad?
A Lucia le preocupaba que la viese como a una mujer vulgar, pero, para empezar, él ni se molestaba con ese tipo de pensamientos. No veía a las mujeres de esa manera. Para él sólo había dos tipos de mujer: con las que quería acostarse, y con las que no. Juzgar su modestia o vulgaridad no servía de nada.
–¿Tienes el pasatiempo de dormir desnuda?
No parecía ser de ese tipo y su descubrimiento le divirtió. El rostro de Lucia se tornó rojo y le miró con arrogancia.
–No, tenía calor…
Su respuesta no tenía ningún sentido en aquella habitación fría, pero cuando los ojos de él se posaron sobre la botella de vino de la bodega, la esquina de sus labios se torció.
–¿Has bebido vino?
–Sí… – Ella respondió dócilmente.
Si esa era su habitación, Lucia había cogido una botella sin el permiso del dueño.
Ah… ¿Por qué he hecho eso?
Por primera vez después de despertarse del sueño pensó en lo maravilloso que sería si todo aquello fuera un sueño.
–Una mujer borracha y desnuda esperándome en mi habitación… La coincidencia es demasiado astuta…
El divertimiento del tono de su voz molestó a Lucia. Sus burlas arruinaron su buen humor.
¿Te crees que todas las mujeres están enamoradas perdidamente de ti?
Eso es lo que Lucia quería decirle a la cara, pero contuvo sus sentimientos y habló razonablemente.
–Ya se lo he dicho. No sabía que era su habitación y jamás me imaginé que iba a venir. No sé cuántas bellezas habrán esperado a Su Excelencia desnudas, pero, aunque tuviese semejantes ideas, seguramente soy la única mujer con el derecho de esperar en su lecho después de haber firmado esta mañana.
Cuando Lucia terminó de hablar, se mordió la lengua por las palabras tan atrevidas que acababa de soltarle. ¿Y si era un machista que no se podía quedar con los brazos cruzados al ver a una mujer responderle? Le preocupaba su reacción.
Cuando vivía con el conde Matin sólo podía responder “sí” o “no”. No mantenían conversaciones fuera de esos límites. Su nueva personalidad que replicaba y refutaba le era extraña.
Él vio su rebeldía y soltó una risita.
–Perdona si mis palabras insensibles te han molestado. Perdona. ¿Me tengo que poner de rodillas?
–Ah, no. Sólo me he sorprendido… Nunca pensé que… se disculparía.
Otra vez con esas. Él quería arrancarle todos los pensamientos que tenía de él uno a uno. Los repasaría todos y cada uno de ellos diciéndole: “esto no es así, deshazte de esto”.
–¿Qué clase de hombre soy en tu cabeza? ¿Lo dices por los rumores?
–No le juzgo por ningún rumor. Baso mis pensamientos y sentimientos en lo que veo y observo yo misma. En lugar de disculparse, creía que me ordenaría algo.
–Es la primera vez que escucho un comentario tan mordaz en persona.
–¿A qué se refiere con mordaz? Es mi opinión. No me acuse de algo así.
Su expresión era muy abierta y seria. La muchacha había sido así desde su primer encuentro. Sus ojos eran claros y sinceros, y precisamente ese había sido el motivo por el que se había tomado el tiempo de escuchar su irrazonable oferta; esos ojos le habían llevado a su situación actual.
Hugo se dio la vuelta sin pensárselo mucho. Ante esa acción, la sábana de ella se revolvió.
Mmm.
Él levantó las cejas, volvió a moverse y, una vez más, la sábana se revolvió.
¿Tiene miedo de que la asalte?
El animalito delante del depredador salvaje temblaba de miedo. Un depredador satisfecho seguramente no miraría dos veces a ese animalito. Si hubiese tenido su ración, no vería ningún beneficio en cazar a ese animalito, pero justo esa noche, le despertaba el apetito. Estaba de buen humor, así que cogió la sábana que ella usaba como escudo y tiró de la figura en forma de sushi.
–¡Ah…!
Lucia dejó escapar un gritó corto y rodó por el enorme colchón. Cuando volvió en sí, la joven estaba indefensa y desnuda. Él la miró mientras la atrapaba entre sus brazos. Lucia contuvo el aliento y no movió un músculo, temerosa de que su cuerpo se frotase contra sus manos.
–Si crees que eres la única mujer con el derecho de dormir en mi cama, ¿por qué crees que no te voy a visitar? Después de todo, es nuestra primera noche juntos.
Seguramente, de haber tenido habitaciones separadas él no habría ido a la suya. Si Lucia hubiese estado dormida, él no habría tocado ni un solo pelo de su cuerpo y se habría dormido a su lado. El motivo era simple: no tenía ganas de hacer esas cosas. Ella era diferente a las chicas que le gustaban. Le gustaban las bellezas voluminosas, en otras palabras, era inmune a esa joven. Pero a pesar de que pensaba así, tenía curiosidad por lo que pensaba. Llevaba bastante tiempo preguntándose que le rondaba por la cabeza. Quería saberlo.
Lucia solía coger algo simple y lo complicaba a través de sus interminables reflexiones. No era un matrimonio por afecto, ella no era la mujer glamurosa y espectacular que los hombres codiciaban, y por encima de todo, estaba su hijo. No deseaba que su esposa quedase en cinta. Jamás iba a creerse que Lucia no podía quedarse embarazada sin pruebas, pero no quería sacar el tema de la maternidad. Si ella se lo sacaba, se iría de la habitación sin dudarlo. Sin embargo, ella no quería que se marchase. Aunque fuese un matrimonio por conveniencia, una boda sin su noche de bodas era miserable.
–Mañana… Dijo que iríamos a su territorio…
Aunque no mentía, le escondía mucho. La mirada de él pareció interrogarla.
El hecho de estar desnuda e indefensa en sus manos se acrecentó en su cabeza. Su cuerpo empezó a calentarse y Lucia se movió un poco para cubrirse los pechos con los brazos. Fue una acción fútil, pero era el reflejo de cualquier mujer a la que estaban humillando.
Qué reacción tan novedosa.
Siempre había pasado tiempo con mujeres que se tiraban a él; era interesante ver a alguien modesto para variar. No cabía duda de que esa mujer era virgen: una virgen inocente. La sospecha de que se había escondido y le había estado esperando desapareció por completo, y además, perdió todo su interés.
Las vírgenes eran una molestia. No sabían qué hacer con su cuerpo y no era divertido. Eran su último recurso para satisfacer sus deseos carnales. Una noche con una mujer experimentada y habilidosa era mucho más agradable. Disfrutaba de los frutos maduros que ya habían caído del árbol.
¿Qué podía hacer? Estaba aterrorizada y él no tenía ninguna intención de dormir con una mujer que no sentía lo mismo.
–Si no quieres, no lo haré.
–…Pero la primera noche… No podemos negarnos.
La primera noche era un derecho y una obligación. De hecho, estaba establecido por ley. Desde hacía mucho tiempo, se utilizaba el matrimonio para sellar la paz entre dos familias nobles en guerra y ahí era cuando esa ley era necesaria.
En el presente las fronteras entre los territorios del reino estaban estipulados y raramente se veía un acontecimiento así. El motivo por el que la ley seguía existiendo era por si se diese el caso de que en un futuro volviese a ser necesaria. El matrimonio podía anularse si se podía demostrar de que no habían pasado la primera noche juntos. En ocasiones se aplicaba cuando uno de los conyugues fallecía por algún motivo, aunque aquello sólo había sucedido una o dos veces en muchos años.
Esta princesa no tiene ni idea, mira que sacar la ley…
–Si no fuese nuestra primera noche, ¿me rechazarías?
–…Me lo pensaré después de hoy.
Le preguntó aquello categóricamente, pero al escuchar su respuesta estalló en carcajadas. Ella estaba pálida por el miedo y temblaba, pero, aun así, no le decepcionó y le contestó con atrevimiento. ¿De verdad no tenía ni idea? ¿Lo estaría haciendo a propósito?
–Mira, princesa. Si empezamos no podremos parar a la mitad. ¿Estás segura de que no te vas a arrepentir?
La primera noche de Lucia en su sueño brillaba. El conde Matin se había subido encima de ella y había intentado entrar en ella muchas veces a la fuerza, pero no consiguió que se le levantase y fracasó. No pudo calmar su enfado y empezó a beber hasta desmayarse. Él roncó toda la noche y ella tembló durmiendo al lado de aquel marido que no era mucho más que un desconocido. Era imposible que su situación pudiese ser peor que aquella. Mirando las cosas desde esa perspectiva, no tenía nada que temer.
–No es algo que se pueda arreglar con determinación. No intento empezar una guerra con mi señor.
Él se quedó callado unos instantes y soltó una risita. Entonces, de repente, el ambiente dio un giro de ciento ochenta grados y ella volvió a ponerse nerviosa. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral y se quedó quieta como una estatua. Él era un hombre y se acababa de dar cuenta de ese hecho en ese momento. Era un hombre que nunca perdía en cuanto a fuerza y, debajo de él, había el cuerpo desnudo de una mujer. No estaba en una situación en la que pudiese resistirse.

Él se levantó y se quitó el albornoz. Lucia le vio y cerró los ojos. Cuando la mano de él le acarició las caderas, ella contuvo el aliento. 

You Might Also Like

0 comentarios

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images