Capítulo 54

diciembre 25, 2017

Era poco ingenioso. Disfrutaba del silencio y le gustaba leer libros, y no le gustaba presumir. Cuando me convertí en el delegado me di cuenta de que me había dicho aquello porque le gustó mi habilidad de ocuparme de los asuntos, y porque también descubrió mi debilidad. Por eso me mintió para hacerme ser el delegado, para que le ayudase a hacer cosas.
Como persona, tenía una memoria terrible. Tiraba las cosas después de usarlas. Una vez su mujer le envió un paquete, su casa estaba en el campo a lo lejos, por lo que vivía en el campus, mientras yo estaba a su lado ayudándole a apuntar las notas de todos los de clase. Dejó el paquete en la mesa y empezó a revisar el contenido en busca de unas tijeras. Buscaba y murmuraba a la vez.
–¿Y las tijeras? ¿Y las tijeras?
Con el bolígrafo toqué la mesa.
–¿No te las dejé en el estuche?
–Pero las volví a usar.
El pelo lo tenía negro, despeinado y rizado. Se subía las gafas con los largos dedos delgados de vez en cuando. Rebuscaba por la desordenada mesa y por toda la información que tenía por el suelo. A un lado también había más cajas llenas de libros y papeles. En comparación con el resto, la mesa era tolerable a la vista.
Cuando calculé mal la nota por tercera vez, no me quedó de otra que levantarme, empujarle a una silla y ordenar:
–¡Siéntate, ya las encontraré yo! ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? Pon las cosas donde estaban cuando las termines de usar, así las encontrarás la próxima vez que las quieras. ¿No te recogí el escritorio anteayer? Ya está desordenada en tan poco tiempo… ¿Cómo te lo haces? ¿Mmm? ¿Profe? ¿Cuándo me escogiste como delegado lo hiciste por cómo soluciono los problemas o por cómo limpio…? ¡Di algo! ¿Eh…? ¡Las tijeras están en el estuche!
Saqué las tijeras y se las pasé. Estaba a punto de sentarme cuando le oí murmurar algo:
–¿Y el paquete?
Los días de mi primer año de universidad pasaron así, discutiendo con él.  Durante mi segundo año de universidad ya había empezado a llamarle XiaoFu. Seguía con esa apariencia holgazana de la típica persona que intenta simplificar los asuntos lo máximo posible.
Si no le recogía el escritorio cada día, se convertía en una cuadra. Le encantaba beber té negro. Solía sentarse al lado de la ventana, sosteniendo un libro y bebiéndose el té mientras me observaba trabajar.
Era habitual que, cuando terminaba mi trabajo, me lo encontrase dormitando echo un ovillo en la esquina. En aquel momento no sabía el motivo por el que me quedaba a su lado y le contemplaba durante, al menos, medio día…
Sus ojos eran muy infantiles y carecían de la crueldad de los hombres de treinta años. Supongo que era por su falta de tristeza y su temperamento holgazán.
Era muy hermoso, sobretodo cuando dormía bajo la luz del sol.
No era el tipo de apariencia que se podía comprender del todo de una sola mirada, sino un encanto que aparecía con el paso del tiempo y dejaba un regusto en la gente. Y su falta de ingenio daba ganas de encerrarle y disfrutarle lentamente.
Aquel día llevaba una camisa blanca con el cuello ligeramente abierto mostrando la clavícula, delicada y delgada. Bajo el sol, su piel brillaba y parecía suave y blanca. Sentí como una sensación diferente aparecía en mi interior.
Tras ese nacimiento de emociones fui incapaz de arreglar mis sentimientos nunca más.

Provenía de una familia famosa, y esta persona es la que me había dejado vivir como alguien normal. No sólo me enseñó a sobrevivir, también me enseñó a vivir felizmente. 

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