Capítulo 19: Pareja ducal (parte 7)

mayo 19, 2018


La primera fiesta de té de Lucia fue modesta y contó con apenas ocho invitados ‒ la mayoría esposas de los vasallos del duque y nobles de ya avanzada edad. Siguió los consejos de Jerome y, gracias a ello, el ambiente fue amigable de principio a fin.
Al principio la muchacha estaba nerviosa, pero en cuanto se sentó, se dio cuenta que no era necesario. El sistema social era diferente al de la capital donde lo más seguro era estar preparada en todo momento para sacar las garras. En el norte ella era la que gozaba la posición más alta por ser la duquesa.
Fue un encuentro armonioso. Si Lucia hubiese hecho gala de su autoridad y hubiese ofendido a alguna de esas mujeres, éstas no habrían tardado ni un segundo en burlarse de ella y criticarla sin descanso a sus espaldas, sin embargo, la nueva duquesa fue cortés.
En su sueño, el Conde Matin le insistía en que debía socializar, pero jamás llegó a apoyarla. Así que sólo pudo preparar una fiesta de té y este tipo de veladas, una vez que empezabas, no podías parar a pesar de lo caras que eran y el Conde Matin era un tacaño.
Lucia había asistido a un sinfín de banquetes y, aunque toda la experiencia con la que contaba eran las palabras que había captado aquí y allí, era suficiente para ponerlo en práctica.
Todas las invitadas eran señoras con experiencia, así que Lucia no necesitó ocuparse de dirigir a nadie. De hecho, las más mayores le parecieron más fáciles de llevar que las jóvenes.
Lucia escuchaba atentamente las conversaciones de las mujeres y, de vez en cuando, se unía a ellas, añadía algún comentario e incluso reía con ellas, hecho que sorprendió a las invitadas. La duquesa apenas tenía dieciocho primaveras, pero parecía un pez en el agua. Sus hijas y nietas en comparación aún eran inmaduras.
‒Una princesa, sí.
‒Qué elegancia.
‒Qué sensata.
Lucia era una de las muchas princesas de palacio en la casa real, sin embargo, en el círculo norteño seguía siendo alguien admirado para los nobles. Además, la extraña serenidad de la muchacha se ganó el respeto de todas las presentes. Era difícil acercarse al tosco y duro duque, pero la duquesa era encantadora.
‒¿Hará un baile? Mi nieta me ha dicho que se lo pregunte.
‒No, todavía no he preparado nada. Prefiero esto: que ustedes, señoras, me acompañen una tarde para charlar sobre temas sin importancia. Un baile es demasiado ruidoso y complejo.
‒Tiene razón. Si hace un baile, las jóvenes vendrán a jugar.
‒Sí. A mí tampoco me agrada la idea de beber hasta el amanecer hasta que no se puedan tender en pie.
Las nobles apoyaron la decisión de Lucia, después de todo, hacía muchísimo tiempo que habían olvidado su propia juventud.
‒Perdónenme.
Jerome se acercó a su señora mientras parloteaban. Era una reunión exclusivamente para mujeres, por lo que no estaba bien visto que apareciesen hombres por ahí.
‒¿Qué ocurre?
‒Discúlpeme por interrumpirla, señora. Mi señor ha traído un regalo para celebrar su primer evento social, ¿lo traigo?
Los rostros de las señoras se llenaron de excitación e intercambiaron miradas. Lucia aceptó algo sonrojada y Jerome dio paso a las criadas que cargaban con montones de flores. Era un festín de flores: rosas rojas, rosas, tulipanes, crisantemos, geranios…
Las criadas depositaron los regalos en cada rincón de la terraza en jarrones y, cuando no había más espacio, empezaron con la mesa.
‒¡Oh, dios mío!
‒¡Jamás me habría imaginado que el duque fuera tan romántico!
Las mujeres amaban las flores sin importar su edad. Las señoras ignoraron toda etiqueta y se animaron. Sus corazones ya no revoloteaban como antaño en su juventud, sin embargo, ser testigos de semejante romanticismo revivió parte de la pasión que habían perdido.
‒¿Hay algún mensaje?
‒Espera que le guste. ‒ El mayordomo no entró en pánico.
‒Bien hecho. ‒ Lucia abrió los ojos como platos y sonrió. ‒ Le daré las gracias en persona.

La fiesta acabó. Las mujeres la rodearon para comentar la envidia que la tenían y Lucia se sonrojó, pero no se olvidó de regalarles a cada una de las asistentes un ramo de flores. Ni siquiera eso fue suficiente para acabar con la enorme cantidad de flores.
‒Ha tenido que ser duro, señora. Pero todas las señoras se lo han pasado bien, sólo hace falta mirar sus expresiones.
‒Yo también me he divertido, pero quiero preguntarte una cosa.
Jerome se puso rígido de inmediato. Últimamente su señora estaba a la defensiva.
‒…Sí, señora.
‒Mi señor no es quien me ha preparado las flores, ¿verdad?
‒¿Qué? ‒ Exclamó Jerome frenéticamente.
Lucia soltó una risita cuando vio lo pálido que se estaba poniendo su mayordomo.
‒Al principio me lo he creído, pero cuando me has dicho el mensaje… Él no es del tipo delicado. ¿Cómo puede ser que yo lo sepa mejor que tú?
Si Jerome hubiese dicho que no había mensaje, su señora se lo habría tragado.
‒Ah… Pues… Mi señora… Bueno, es que…
‒No pasa nada. ‒ Lucia le consoló con dulzura. ‒ Gracias por el regalo, Jerome.
‒¡Mi señora! ¡De verdad que no es eso! Mi señor quería enviar un regalo, pero no sabía qué. Por eso he enviado flores…
‒¿De verdad?
‒Sí, de verdad. Confíe en mí, mi señora.
Lucia estudió la complexión de Jerome que cada vez se volvía más pálida y rígida. Le dio tanta pena que decidió zanjar el tema.
‒De acuerdo.
‒Es verdad, mi señora, es verdad.
‒Vale, he dicho que de acuerdo. Le daré las gracias.
Era difícil lidiar con Jerome. Si le daba las gracias al duque personalmente, su marido sabría que había pasado algo… Pero llegados a este punto, no podía negarse.
‒Voy a quedarme aquí un rato más, las flores huelen muy bien.
‒Sí, señora. ¿Quiere té?
‒He bebido mucho. No hace falta.
Jerome se retiró dejando a Lucia sola en la terraza disfrutando del exquisito aroma de las flores.

*         *        *        *        *

Mientras que Lucia disfrutaba de su agradable fiesta vespertina, Hugo se reunió con sus vasallos. Este tipo de reuniones mensuales bastaban para que el duque pudiese hacerse una idea de cómo andaban las cosas por sus dominios. El propósito de las juntas era solucionar problemas, y eso hacía: nadie abandonaba la sala hasta que todo quedaba en orden. Por eso, en la mayoría de las ocasiones, los asistentes no lograban volver a sus hogares hasta el alba.
Aquel día la reunión se alargó, pero terminó antes de la hora de la cena. De hecho, era un poco pronto para cenar y, como Hugo no tenía nada más qué hacer, le preguntó a Jerome dónde estaba Lucia.
‒Está en la terraza.
‒Ah, sí. La fiesta. ‒ Hizo una pausa y recordó lo del regalo. ‒ Maldita sea. ‒ Se lamentó.
Había querido darle algo a su esposa, pero el día anterior había tenido la cabeza en otro sitio y como se había pasado la mañana reunido no había dispuesto del tiempo necesario para ocuparse. Para su alivio todavía no era demasiado tarde, aún tenía tiempo para regalarle algo.
‒¿Todavía está de fiesta?
‒No, señor. Hace rato que no. Mi señora está pasando el tiempo y… Como usted no dio ninguna orden sobre el regalo, me he tomado la libertad de enviar flores para decorar la terraza.
‒¿Mmm? Bien hecho, vale. ‒ Su mayordomo era muy competente. ‒ Me has dicho que está en la terraza, ¿no?
Jerome no consiguió reunir el valor para confesar que su señora no se había tragado lo del regalo. Era culpa suya y era la primera vez que escondía sus errores a su señor.
Hugo se dirigió a paso ligero a la terraza ignorando el sufrimiento de su sirviente. La luz rojiza del sol bañaba la terraza y Lucia se hallaba sentada con los ojos cerrados y la barbilla apoyada en la mano. Todo a su alrededor parecía envuelto en un manto de silencio; un silencio sereno, tranquilo.
¿En qué estará pensando?
Hugo, que se había detenido, no deseaba interrumpir su tren de pensamientos, sin embargo, quería saber qué le rondaba por la cabeza y amenazaba por sucumbir a la tentación de hacerla volver en sí. Contempló a su mujer y su corazón se calmó. Verla tan tranquila, tan en paz, le dejó sin aliento.
El duque cerró los ojos y volvió a abrirlos lentamente. A veces sentía algo extraño cuando la miraba. Como si algo le apretujase el pecho y le impidiese distinguir lo que había ante él, como si algo le carcomiese por dentro. No era una sensación agradable, pero tampoco le disgustaba. Esta mujer era un rompecabezas que no conseguía armar.
De repente, Lucia abrió los ojos y, cuando notó su presencia, sonrió como el sol. Hugo frunció el entrecejo: fue como si le hubiesen dado un pinchazo en el corazón. Últimamente, no dejaba de sufrir síntomas extraños como este y, lo más raro de todo, es que jamás había enfermado.
¿Tendré que llamar a ese viejo…?
¡Pero en qué estaría pensando! No quería ver la cara de Philip ni en sueños.
En ese momento, Lucia se levantó y corrió hacia él. La fiesta, el aroma de las flores y el melancólico, aunque hermoso, fulgor solar habían mejorado su humor. La joven llevaba un buen rato disfrutando de la tranquilidad de aquel lugar y, justo cuando no podía ser más feliz, había llegado su marido, Hugo. Lucia expresó todas sus emociones corriendo a sus brazos.
‒Vaya…
Hugo se quedó aturdido unos instantes cuando ella corrió a él tan de repente. La sujetó por la cintura con firmeza mientras que ella frotaba la cabeza contra su pecho y se relajaba entre sus brazos. Él respondió abrazándola contra él y bajando la cabeza para besarle la frente. Su esposa nunca había hecho algo tan adorable. Si esto es lo que había aprendido en la fiesta, no le importaría celebrar una cada día.
Hugo sonrió con ternura, le cogió la barbilla y la besó con suavidad.
‒¿Te has divertido?
‒Sí, gracias por el regalo.
Hugo repasó la terraza y se fijó en las flores satisfecho. Al parecer el regalo que había enviado Jerome le había gustado.
¿Por qué a las mujeres les gustan las flores? Ni siquiera pueden comérselas.
No entendía eso, pero, para empezar, nunca había entendido a las mujeres en general. Repasó las flores con la mirada hasta detenerse sobre las rosas.
“Dame una rosa, por favor”. Se acordó de lo que Lucia le había dicho hace tiempo y tuvo un mal presentimiento.
¿Cuándo lo dijo…?
Él que presumía de recordarlo todo desde que nació, no conseguía ubicar esas palabras. Su corazón se inquietó y el duque rebuscó por todos sus recuerdos, intentando encontrar algo.
Ah, sí. El contrato… fue su condición.
“Si cree que no soy capaz de controlar mi corazón, deme una rosa a mí también, por favor”.
Maldita sea.

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1 comentarios

  1. Muchísimas muchísimas gracias estuvo genial y lo sentí muy corto T_T esperando el siguiente ya es droga quiero mas n_n

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