Capítulo 19

mayo 25, 2018


Los dos amigos se quedaron sentados en silencio un rato. Xu Ping rebuscó por su bolsillo cuando se acordó del panfleto que le habían dado antes.
‒El país es de la gente, y nosotros somos la gente. ¿Quién va a quejarse si no somos nosotros? ¿Quién va a actuar si no lo hacemos nosotros? La democracia es la mejor forma de gobierno y la libertad es un derecho nuestro desde el día en que nacemos. ¿Tenemos que echar a perder nuestra juventud por los derechos? ¿Esto es lo que nos enorgullece a los chinos? ¡Madre China, mira a tus hijos e hijas! El hambre carcome su juventud y la muerte les acecha. ¿Te vas a quedar de brazos cruzados?
‒¿Qué es eso? ‒ Preguntó He Zhi.
Xu Ping le pasó el panfleto.
‒Me lo dieron en la plaza.
‒¿Vas a ir?
Xu Ping sacudió la cabeza.
‒Me lo dio uno que iba por ahí con mucha gente detrás coreando algo. No te lo vas a creer, pero le conocía. Fue conmigo al instituto.
‒¿Sí? ¿Quién?
‒Huang. Huang Fan. Era un año mayor. En primero fui miembro del consejo estudiantil. Él era el jefe de comunicaciones y le acabaron eligiendo como presidente. Siempre era quien nos dirigía cuando teníamos que organizar concursos y cosas así. Le he reconocido en cuanto le he escuchado la voz. El año pasado se fue a la universidad X y le he pedido cosas. Bueno, se lo pedí hace un par de meses.
‒¿No le has saludado?
‒Llevaba a Xu Zheng. ¿Y si le pierdo? Además, había muchísima gente.
‒¿Tanta gente había?
‒Sí, y estaba llegando todavía más. Diría que había unas diez mil personas.
‒Últimamente hay muchos estudiantes que montan trifulcas de noche con antorchas. ‒ He Zhi asintió. ‒ También van trabajadores que se quejan sobre la burocracia o sobre la inflación de los precios y demás. Mi cuñado ha tenido tanto trabajo que no se ha podido pasar por casa. Los policías tienen las manos llenas con tantos protestantes. Hasta han parado las investigaciones criminales. ‒ Bajó la vista al panfleto. ‒ Exigencias de los protestantes: un debate sincero, concreto e igualitario entre los representantes estudiantiles y el gobierno; un nuevo nombre sin prejuicio para el movimiento estudiantil y una confirmación de que es un movimiento patriótico y democrático.  Llevan en huelga de hambre casi una semana, ¿no?
Xu Ping murmuró una afirmación.
‒Muchas universidades han parado las clases y en las noticias sólo se habla de esto.
‒Me pregunto cuándo acabará. En realidad, quería ir, pero mi padre y mi cuñado me han dicho que ni lo sueño. Mi hermana hasta me pegó cuando se enteró y me dijo que era un imbécil y que acabaría dándole problemas a mi cuñado. Así que al final no he ido.
‒Qué bueno es tu cuñado, hasta te quiere enchufar. No deberías liársela.
‒¿Y tú qué? ¡Si conoces al líder de los estudiantes!
‒Sí, voy a dejar a Xu Zheng en casa solo y voy a ir a la huelga. ‒ Respondió con sarcasmo.
‒Hace tiempo que quería decírtelo, Ping zí, pero me parece que pones a tu hermano demasiado arriba en tu lista de prioridades. ¿Y tu vida qué? ¿Nunca te has parado a pensarlo? Tiene casi dieciséis años y ya es más alto que tú. ¡Si no os conociera pensaría que el mayor es él! Vale, tiene un problema en la cabeza, pero tú ya has hecho suficiente por él. No malgastes toda tu vida por él.
Xu Ping no contestó. Cogió la pelota de baloncesto del suelo y llamó a su hermano.
‒¡Xiao Zheng, ven! ¡Te voy a enseñar a jugar!

‒Abre la mano… Vale, ahora suavemente apunta a la red… Muy bien, justo así. Ahora sujeta la pelota con el pulgar, el índice y el del medio. No toques la pelota con la palma de la mano. Como si fuera una copa. Ahora levanta la pelota con el brazo derecho y haz un ángulo, así. Muy bien. Ya puedes tirar. Usa la muñeca para darle potencia y el dedo índice y el del medio para apuntar…
He Zhi observaba cómo su amigo enseñaba a su hermano a jugar con toda la paciencia del mundo. Xu Zheng era un muchacho alto y atractivo; si mantenía la vista baja parecía normal, pero sus reacciones lentas le delataban.
La pelota cayó al suelo haciendo un ruido sordo.
‒¡Genial! Pero has usado demasiada fuerza. Recuerda usar la muñeca, no el brazo. Así.  ‒ Xu Ping posicionó bien a su hermano. ‒ ¿Lo notas? Usa la muñeca.
Xu Zheng asintió. Xu Ping le sonrió y le pasó la pelota.
‒¿Quieres volver a probar?
La pelota caía el suelo una y otra vez. He Zhi contemplaba a su amigo ir a por la pelota y desviar la vista cuando su hermano tiraba. No entendía cómo había conseguido llegar tan lejos teniendo que cuidar del retrasado cada día: enseñándole a comer, a vestirse, llevándole a clase y jugando con él.
La pelota por fin entró en la canasta y Xu Ping empezó a animar y a aplaudir a su hermano.
‒Hey, mira ‒ Xu Ping llamó a He Zhi mientras le daba palmaditas en la espalda a Xu Zheng. ‒ ¿a qué lo ha hecho genial?
He Zhi asintió rápidamente, aunque Xu Zheng no le miró en ningún momento. El joven ladeaba la cabeza y estudiaba a su hermano con toda su atención, con cariño mientras que el sol bañaba su piel.
Xu Ping rodeó a su hermano con el brazo y le dijo algo. Parecía que algo les envolvía, una burbuja invisible que les separaba del resto del mundo.
Ese ambiente dulce y armonioso le hizo sentir a He Zhi que algo estaba pasando delante de sus ojos, algo que no sabía ver. Siempre había respetado a su amigo de la infancia. A pesar del cuerpo menudo de Xu Ping le parecía valiente y responsable, un hombre de verdad. Su madre había muerto y su hermano era retrasado. Cualquier otra persona habría desistido hacía mucho tiempo, sin embargo, Xu Ping no se quejaba nunca. Sinceramente, He Zhi no creía ser capaz de poder dar a alguien ni una décima del amor que Xu Ping le daba a su Xu Zheng.
He Zhi sacudió la cabeza y se obligó a olvidar la extraña sensación que se había apoderado de su cabeza.
Xu Ping recogió la pelota, se puso en pie y tiró dando un salto a la canasta. No tenía estamina, pero sí intuición y talento. He Zhi recordó la primera vez que jugaron juntos al baloncesto y las risas de los mayores que pasaban por ahí y los veía.
El tiempo había pasado muy deprisa. Ahora ya eran mayores y sus caminos se separarían sin saber si podrían volver a encontrarse alguna vez.
He Zhi sintió cierto dolor, estrujo el panfleto y lo dejó en el banco.
‒Hey, Ping zí. ¿Jugamos otra? Uno contra dos, tu hermano y tú contra mí. ¿Qué te parece?
‒¡No te tenemos miedo! ¡Danos con todo lo que tengas!

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