Capítulo 21: La pareja ducal (parte 9)

mayo 21, 2018


Lucia descansaba sobre los detallados músculos del cuerpo desnudo de su marido. Le gustaba cuando él le acariciaba la espalda y le fascinaba la firmeza de la piel de su pecho.
‒Mañana me voy de viaje unos días.
‒¿Dónde vas?
‒A hacer una inspección. Voy a empezar a hacer rondas una o dos veces al mes. ‒ Estaba sumergido en el dulce sueño de un recién casado, pero sus obligaciones seguían ahí.
‒¿Un señor tiene que hacer eso?
‒Claro, tengo que mantener el orden.
El norte era un territorio repleto de gente a la que si se le alflojaba la correa empezaban a revolverse.  Aunque la verdad es que a Hugo le gustaba advertir a los idiotas que trataban de rebelarse.
En su sueño, el Conde Martin no había hecho ni una sola inspección a su condado y, como es obvio, Lucia tampoco. Sin embargo, de vez en cuando había súbditos que se acercaban a su finca para entregar la recogida de los impuestos.
‒¿Durará mucho?
‒Unos tres o cuatro días. Aunque puede que se alargue.
Lucia se sentía rara. A pesar de que al principio había estado un mes entero sola en Roam, ahora lo natural para ella se había convertido el estar alrededor de su marido. La muchacha se preguntó si a Hugo le molestaría que le dijera algo como: “vuelve pronto”.
‒Tú vas a hacer otra fiesta de aquí dos días, ¿no?
Ya había pasado un mes y medio desde la primera fiesta. Le había encantado la idea de repetir la experiencia pero, ahora que se había enterado de que su marido no iba a estar presente, le dejó de hacer tanta ilusión.
‒Sí.
‒Tengo una cosa para ti. Debería llegar mañana o pasado.
‒¿El qué?
‒Un regalo. Creo que al de la otra fiesta le faltaba algo. ‒ La tranquilidad con la que hablaba agitó el corazón de Lucia.
‒¿Puedo preguntar qué es?
‒Un collar.
La voz de su marido fue tan seca que consiguió que el corazón de Lucia se calmase de inmediato. Sólo era un regalo por formalidad, nada más. La joven ignoraba que Hugo jamás había regalado nada por voluntad propia.
‒¿No te gustan las joyas?
‒¿A quién no le gustan?
‒Me alegro. ¿Tienes algún plan para cuando me vaya?
‒La fiesta y ya está.
‒¿Nada más? Bueno, que no te dé por precipitarte y hacer algo que no debas mientras no estoy; pórtate bien.
‒¿Precipitarme?
‒Lo que trato de decir es que estés como siempre y que no salgas.
Lucia se preguntó por qué motivo le mencionaba lo de salir cuando llevaba encerrada en el castillo desde su primer día. En la mansión tenía todo lo que podía desear y, por tanto, no había motivos para salir al exterior. Tal vez su personalidad fuese aburrida, pero prefería quedarse en su rutina.
‒¿Por qué?
‒¿Quieres salir?
Lo que realmente pretendía decir Hugo era que no saliese mientras él no estuviese por su territorio.
‒No, pero no sé. Será mejor que me cuentes el porqué.
‒Como no estoy, mi duquesa tendrá que encargarse de todo, ¿no? ‒ Contestó satisfecho por haber conseguido una respuesta razonable.
‒Ah, sí.
No hacía falta que se quedase en Roam para ocuparse del trabajo de su marido, pero a la muchacha le fue imposible encontrar fallos en su argumento. No dijo nada más, se giró para mirarle y le descubrió estudiándola.
‒¿Hay algo que quieras decirme?
Hugo soltó una risita y bajó la cabeza para capturar sus labios y besarlos. Su obediente e inocente esposa era preciosa. No verla durante tanto tiempo le preocupaba.

*         *        *        *        *

Philip vio cómo el duque de Taran y su sequito de caballeros partían bien temprano desde su morada en una de las esquinas de la muralla. Al principio, la casa del doctor de los Taran se encontraba dentro de los límites de la muralla, pero cuando el líder de la familia cambió, la posición de su casa también. El nuevo duque no le perseguía, ni le favorecía, simplemente ignoraba su existencia.
Philip tenía claro que su vida dependía de la compasión de Hugo, aunque más que compasión, lo que estaba haciendo el joven era pagar su deuda.
En realidad, el anciano admiraba al cruel duque que carecía de lágrimas y sangre. Nunca le condenó por acabar con todos los que sabían el secreto de la familia y el motivo era, simplemente, que el nuevo duque era la personificación del legado de los Taran.
Hace muchísimo tiempo cuando el mundo estaba gobernado por la dinastía Madoh que habitaba en lo que ahora se conocía como Xenon, existía la magia y todo tipo de humanos extraordinarios. Los nobles de la dinastía Madoh poseían ojos y cabello negro y habilidades sobrehumanas. La familia Taran era el último vestigio de antaño.
Los nobles de aquella época sólo se casaban entre ellos con el fin de proteger su linaje y explotaban a los humanos. Todos y cada uno eran crueles y despiadados. Hasta que cierto día cayó un meteorito en una zona desierta. Nadie salió herido pero la magia y el mundo empezaron a derrumbarse, y los humanos se enfrentaron a los ahora debilitados déspotas para liberarse de su yugo. Desde aquel día empezó una persecución sanguinaria contra todo aquel con las características de los sobrehumanos.  Sin embargo, dos hermanos Taran sobrevivieron gracias a lograr esconderse. Curiosamente, los Taran no perdieron sus poderes porque eran mestizos, todo lo que les pasó fue que sus ojos se volvieron rojos.
Los supervivientes decidieron aguardar hasta que los humanos hubiesen olvidado su existencia y así fue. Poco después, los humanos empezaron trifulcas contra ellos mismos, separándose y, al cabo de unas cuantas décadas, la dinastía Madoh se había convertido en una leyenda o una vieja historia. 
Philip era uno de los pocos descendientes de aquellos humanos que había estado sirviendo a los Taran desde que volvieron a salir en público.
En los Taran corría una extraña peculiaridad y es que no eran capaces de concebir ningún descendiente con otros humanos. Muchas investigaciones después consiguieron un método: se necesitaba una mujer humana que todavía no hubiese menstruado, entonces, se le suministraba artemisa durante un año y medio para limpiar cualquier impureza. Seguidamente, el hombre de los Taran la tomaría y a la muchacha se le empezaría a dar un remedio para disminuir el efecto de la artemisa.
Cada mujer tardaba más o menos en que le volviese la menstruación. Era ese período cuando la mujer debía quedar en cinta; si la mujer volvía a menstruar y todavía no había conseguido concebir sería un fracaso. La familia de Philip estuvo involucrada en el proceso de principio a fin y, a lo largo del tiempo, ambas familias se volvieron inseparables.  
El anciano había cuidado de los gemelos desde su nacimiento y cuando el anterior duque había pretendido matar a uno de los dos, fue él mismo quien le disuadió. El anterior duque se preguntó algo cruel: qué pasaría si uno se ciaba en el mejor de los entornos y el otro crecía rodeado de adversidades. Y así lo hizo: vendió a uno de los niños como esclavo y se dedicó a observar su progreso desde la distancia, mientras que Philip iba salvándole la vida de vez en cuando sin que el niño se percatase de ello.
El bueno de Hugo no heredó el temperamento brutal propio de los Taran y el odioso Hugh mataba sin parpadear. Philip los quería a los dos, pero se sentía muchísimo más unido a Hugh. Los Taran fueron volviéndose más humanos hasta Hugh. El muchacho destacaba por destreza, inteligencia y crueldad. Era la imagen perfecta para los Taran.
Al padre de los gemelos también le gustaba más el niño al que había abandonado y decidió volverlos a intercambiar, sin embargo, no quiso matar a Hugo. Después de todo, albergaba cierta ternura por él. Lo que no adivinó fue que los gemelos acabarían conociéndose; no adivinó que al cabo de diez años los niños se conocerían y acabarían queriéndose más que a su propia vida.
Hugo falleció dejando Hugh sobreviviendo solo, soportándolo todo. El anciano fue testigo del odio y el rencor que albergaban los ojos del muchacho conforme crecía, fue testigo de las intenciones del muchacho por acabar con esa dichosa familia. Y de no ser por Damian, así habría sido.
Philip no lo reconocería jamás, pero quería a Hugo; para él los gemelos habían sido como sus propios nietos.
“Ni se te ocurre acercarte a mi mujer”.
Por eso no conseguía sacarse de la cabeza la expresión de Hugo cuando le había advertido aquello. No había sido una amenaza o un intento de intimidarle porque sí, sino la misma protección que se espera de una madre por sus crías. Era la primera vez que Philip se encontraba a Hugh tan decidido por alguien que no fuese su hermano.
¿Cómo será…?
Era mera curiosidad. No tenía intención de hacer nada, ni decir nada. Sólo quería saber cómo era la duquesa. Creyó que, si entraba a la residencia ahora que no estaba el duque, no habría problemas, pero un hombre le detuvo en cuanto se acercó.
‒Señor Philip, me temo que no puedo dejarle pasar.
Philip suspiró.
‒¿Me estás vigilando?
‒Mientras no entre en el castillo, no tiene restricción alguna, señor.
‒¿Por qué? ¿Hay algún motivo?
‒No sé los detalles, sólo sigo órdenes. Tengo orden de tomar cartas en el asunto si hubiese alguna protesta.
‒…Ya veo.
El médico volvió a su hogar en silencio, se sentó de cara a las murallas y se relamió y contempló el cielo.
‒¿Tendré que volverme a ir…? ‒ Murmuró con amargura.
Nunca se había quedado en ningún lugar demasiado tiempo porque no conseguía pillarle cariño. Anhelaba conocer a Damian, al menos una vez en su vida, pero había fallado.
El duque jamás le daría la oportunidad a Philip y quizás ni siquiera se molestaría en contarle el secreto de la familia.
‒¿Será una obsesión…?
Tenía que admitir que el deseo de los Taran de aferrarse a su linaje era una obsesión. Todos, el padre de Philip, su abuelo y los de antes, eran iguales. No era fácil cambiar una idea con la que le habían estado avasallando toda la vida.

You Might Also Like

1 comentarios

  1. Muchísimas gracias por el capítulo que rápido paso otro mes en la historia n_n ese duque viene de una familia muy loca OoO

    ResponderEliminar

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images