Capítulo 22: La pareja ducal (parte 10)

mayo 21, 2018


Jerome depositó una caja envuelta con un lujoso lazo de terciopelo sobre la mesa y Lucia la abrió expectante.
‒¡Caray! ‒ Jadeó la criada que la acompañaba sorprendida.
Aunque la sirvienta no era la única atónita, Lucia tampoco daba crédito. Dentro de la caja había un deslumbrante collar de diamantes. La joven duquesa no estaba del todo segura del precio, pero obviamente, era un tesoro. ¿Serían comunes los diamantes? Solía verlos en medio de los collares colgando de cadenas de oro y demás. En el caso del suyo, era difícil adivinar si la enorme piedra que había en medio era un diamante o cristal. Nunca había visto nada similar y supuso que ninguna mujer se atrevería a ponérselo como si nada.
Lucia vaciló al tocarlo.
‒Pruébeselo, señora.
Una criada le acercó un espejo mientras Lucia se emocionaba más. Se ató el collar y se miró. El collar pesaba tanto que era como si alguien estuviese tirándole del cuello.
‒Le queda muy bien, señora. ‒ Jerome la llenó de cumplidos.
‒¿Esto… qué es? ‒ Lo que había estado esperando era un detalle bonito, no un tesoro real. ‒ ¿De verdad me lo ha comprado? ¿Para mí?
‒Mi señor lamentó que llegase tarde, quería dárselo antes de marcharse.
‒Es… bastante excesivo.
Jerome se quedó perplejo ante el comentario de su señora.
‒No lo es, señora.
‒Es excesivo, me siento abrumada. Jerome, si… le dijese a mi marido lo que pienso, ¿le sentaría mal?
‒Sí. ‒ Contestó el mayordomo con firmeza.
Jerome había sido testigo de la alegría con la que su señor había estado eligiendo el regalo para su esposa. De hecho, había sido la primera vez que escogía un regalo para una mujer personalmente. Hasta ahora siempre le había pedido a Jerome que se encargase de conseguir lo que la mujer del momento quisiera.
‒No se sienta abrumada, señora. ‒ Jerome no estaba seguro si hablar de las anteriores relaciones de su señor sería un problema, por lo que decidió callarse. Sobretodo después de la reprimenda que había conseguido la última vez. ‒ Esto no es nada para mi señor.
Lo que el criado pretendía decir era que su señor era extremadamente rico, no obstante, Lucia lo malinterpretó como que ese collar estaba al mismo nivel que un cepillo para el pelo.

La duquesa se sentó en la sala de estar sola y contempló la caja con el collar. Intentaba analizar el significado que podría tener.
Tal vez sólo es un regalo para celebrar la fiesta; como es rico debe ser lo mismo que darme un anillo.
Esa fue su primera teoría, pero Lucia ignoraba que a pesar de lo rico que fuese, ese collar no lo había conseguido con demasiada facilidad. Alguien de la monarquía ya le había echado el ojo, así que Hugo había tenido que pasar por una subasta para tenerlo.
El dinero no deja de ser dinero, y lo que el duque quería era darle algo especial, pero como se lo había dado con tanta modestia Lucia lo malinterpretó todo.
¿Será un premio…? Como le gusta acostarse conmigo…
Esa fue su segunda teoría, no obstante, la idea de entregarse y que le pagaran como si fuera una prostituta le hizo sentir fatal.
A lo mejor es una manía. Tiene muchas amantes, a lo mejor es parte de su rutina.
Esa fue su tercera teoría y al igual que la anterior, le sentó fatal. La más fácil de tragar era su primera teoría.
Se esmeró en encontrar más teorías, pero no se le ocurrieron más opciones y desechó por completo la idea de que el collar tuviese algún sentimiento escondido.
Lucia suspiró pesarosa.
El regalo era tan valioso que era difícil llevarlo. El matrimonio con él era diferente a lo que esperaba. Esperó vivir rodeada de angustias, pero la realidad es que su vida estaba plagada de alegría y felicidad.
Nunca le dedicaba palabras dulces, pero era cariñoso. No tenía cambios de humor, ni decía nada que pudiese afectar de mala manera sus sentimientos y tampoco era violento o terrorífico como aseguraban los rumores.
Prometí que no me enamoraría de él.
Pero su corazón vacilaba. A pesar de que intentaba controlarse cada vez que la rodeaba con sus brazos, que reía picaronamente o que sus labios se posaban sobre los suyos, su corazón gritaba: “¡no puedo!” y se sacudía.
Se regañó a sí misma mientras estudiaba el collar.
¿Qué haces? ¿Por qué estás tan raro?
Había estado aguantando el sonido ensordecedor de su pecho. Temía que algún día acabase aferrándose a los pantalones de su marido como una sanguijuela y recibiese el ramo de rosas amarillas.
Sólo imaginarlo era horrible.
Hugo era un noble cortés y refinado, además, la trataba como se debía a una mujer de su estatus. No debía malinterpretar su amabilidad. A él no parecía disgustarle Lucia, era consciente que le gustaba su cuerpo, pero no había nada más allá del deseo.
Que no se te vaya la pinza.
Cogió aire.
Hasta ahora has estado bien, no vaciles. Tu corazón debería estar hecho de piedra. Puedo quedarme con él como he estado hasta ahora.
Estaba bien, hasta ahora, había estado bien.

*         *        *        *        *

Su segunda fiesta ya estaba acabando. En esta ocasión tan sólo había invitado a jóvenes solteras.
‒Soy Kate Milton ‒ una jovencita pelirroja se acercó a ella. ‒ La he saludado antes. Mi tía abuela me ha hablado mucho de usted. Ah, bueno, mi tía abuela es la condesa de Corzan.
‒Ah, ahora ya me suena. La señora Michelle ha presumido mucho de su sobrina y me ha asegurado de que sería una buena compañera.
‒¿Ella? Cuesta de creer. Cuando me ve suele mirarme mal.
‒Estoy segura de que es su manera de mostrar afecto, señorita Milton. Fue muy clara con que, si no nos llevamos bien, ella también dejará de brindarme su amistad.
‒Bueno, ella es así. Aunque no sé yo si quiero tener a alguien tan problemático en mi círculo de amigos… Pero bueno, supongo que me postraré y haré lo que tenga que hacer.
Las dos muchachas intercambiaron miradas y estallaron en sonoras carcajadas. Las palabras de Kate encajaban perfectamente con su personalidad.
‒Llámame Kate, por favor.
Era la primera vez que una noble quería estrecharle la mano a modo de saludo. Kate, al ver la sorpresa de Lucia, se sobresaltó y retiró la mano.
‒Ah… Lo siento. Qué grosera. Es una manía mía.
‒Llámame por mi nombre también. ‒ Contestó Lucia con una risita y extendió la mano. Le gustaba esta joven directa y alegre.
Todavía vacilaba al pronunciar su propio nombre. Hugo la llamaba así por lo que ya no le disgustaba tanto, pero sentía que el hecho de que su amiga le llamase así sería como poner una pared entre ambas.
‒Lucia. Llámame Lucia. Es como me llamaban de pequeña.

Las dos muchachas se hicieron amigas muy deprisa. A Kate le gustaba la femenina duquesa y a Lucia le encantaba la alegre y energética Kate; se complementaban.
Kate solía ir a la mansión para conversar mientras disfrutaba del té. Era dos años mayor que Lucia y la duquesa estaba maravillada por tener una amiga. Tardaron menos de diez días en volverse mejores amigas.
‒¿No le gusta salir, señora?
‒Jaja. No es eso. Pero a él no le va.
Si Hugo estuviese presente, habría respondido de inmediato que no le gustaba. Su marido no controlaba sus movimientos; si salía o no; pero tampoco tenía motivos para ir al exterior.
‒¿No te agobias?
‒No. De vez en cuando hago fiestas y tú me vienes a ver bastante a menudo.
‒Ah, no digas eso. ¿Quieres aprender a montar a caballo? Yo me desestreso así.
Kate quería que Lucia descubriese el encanto de las actividades exteriores. El mundo era vasto y enorme, había muchas formas de divertirse.
‒¿Montar? ¿Eso no es peligroso?
‒Para nada. Ya verás que no hay animal más manso. Claro que al principio te parecerá que van muy rápido, pero ya te acostumbrarás. Ah, también es un buen ejercicio.
‒¿Ah, sí? ‒ Musitó Lucia. ‒ Le pediré permiso a mi señor.
‒Ah… Vale.

*         *        *        *        *

La mano con la que Lucia le acariciaba el rostro sudoroso intentó aferrarse a su hombro, pero se resbaló y cayó sobre las sábanas. La muchacha temblaba de placer y Hugo gruñó mientras la penetraba.
‒¡Ung…! ‒ Jadeó su marido al correrse.
Lucia dejó que las lágrimas que llevaban rato cubriéndole la vista rodasen por sus mejillas. Le parecía estar flotando en el aire y, entonces, de repente, fue como si se hundiese.
Él gruñó otra vez, le cogió los cachetes y entró en su húmedo interior. Iba despacio para dejarla experimentar y notar su longitud. Entonces, empezó a acelerar. El interior de la muchacha le estrujaban y se aferraban a él, oponiendo resistencia a su dominancia.
‒Uh… Hugh, por favor… ‒ Le rogó Lucia.
Su marido se movía con mucha más fuerza que antes y la muchacha no conseguía reunir más energía. Tenía el cuerpo sensible y apenas lograba moverse.
‒¿Qué quieres que haga…? Uh… ‒ Preguntó levantándola y penetrándola más hondo.
Ambos estaban a punto de volver a alcanzar el clímax otra vez por el continuo contacto de sus partes íntimas.
‒¡Ah! ¡No! ‒ Lucia no podía soportarlo. ‒ ¡Para!
Hugo miró a la mujer que se revolvía debajo de él. Tenía las pupilas dilatadas por el terror y los párpados húmedos. Bajó la cara y le lamió las lágrimas. La besó y le abrió la boca con la lengua. Compartieron un beso corto. Lamió, chupó y acarició los labios rojos de ella. Un beso apasionado que no se molestó en ocultar su pasión.
‒¿Quieres que pare? ‒ Preguntó volviendo a penetrarla.
‒Sí… Nn…
‒De acuerdo.
A Lucia se le volvieron a dilatar las pupilas mientras que a él se le curvaban las esquinas de los ojos al sonreír.
‒Un poquito más.
Por supuesto, se lo tendría que haber esperado. La había vuelto a engañar.
‒Esto es peligroso. ‒ Hugo murmuró esto con una expresión de sed y avaricia. Era como una bestia hambrienta frente a su presa. Cuánto más sollozaba ella, más reaccionaba su parte baja.
Lucia notó como el miembro de su marido se endurecía una vez más por la sangre, frunció el ceño y cerró los ojos cuando él se enterró en las profundidades de su cuerpo.
Hugo rió de buena gana al ver la adorable reacción de la muchacha. La penetró dando donde le gustaba para hacerla jadear y estremecerse.
‒Una vez más.
Ella jadeó y se lo miró con incredulidad.  “No te creo”, declaraba su mirada. Pero a pesar de lo hambriento que estaba Hugo y las ganas que tenía por comérsela una y otra vez, cuando la muchacha gruñía y afirmaba que era “no”, el juego se acababa.
‒Más te vale.
Los ojos de su esposa eran dóciles como cada vez que creía que era la última. Había cometido el mismo error demasiadas veces como para llevar al cuenta. La muchacha asintió con la cabeza y él hizo una mueca.
Ah, es adorable.
‒Túmbate boca abajo y levanta el trasero.
La muchacha se encogió al notar cómo él sacaba su miembro. Titubeó al ver el entusiasmo de su marido, pero se dio la vuelta y se tumbó tal y como le había indicado.
Hugo admiró las apetecibles curvas de su mujer desde atrás antes de tomarla desde atrás.
‒Nnn…
‒¡Nn! Ah… Me estoy volviendo loco.
Da igual las veces que la saborease, no era suficiente. Cada vez que la tomaba parecía la primera vez, no se cansaba. Semejante mujer era suya y nadie podía tocarla.
Si pudiese, marcaría cada parte de su cuerpo para demostrar que le pertenecía. Últimamente, sus ojos albergaban una luz posesiva y peligrosa cada vez que se la miraba.
Sin embargo, la oscuridad silenciosa era un secreto que guardaría a buen recaudo de ella.

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1 comentarios

  1. Gracias por mi droga >o< estuvo buenísimo y ese collar bárbaro OoO

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