Capítulo 22

mayo 27, 2018


Luego empezaron a subir. Parecían dirigirse hacia el Este. Después se oscureció todo y se encontraron en medio de una tormenta en la que la lluvia torrencial daba la impresión de estar volando a través de una cascada, hasta que salieron de ella. Compie volvió la cabeza sonriendo y señaló algo. Harry miró, y todo lo que pudo ver fue la cima cuadrada del Kilimanjaro, ancha como el mundo entero; gigantesca, alta e increíblemente blanca bajo el sol. Entonces supo que era allí a donde iba.
                                      ‒ Ernest Hemingway, Las nieves del Kilimanjaro

‒¡Hasta la próxima!
La puerta de cristal se cerró a sus espaldas. Xu Ping había entrado en calor después de comer y estaba perezoso.
‒Vámonos a casa. ‒ Le dijo a su hermano.
‒Vale.
La luz brillaba más de lo normal aquella noche y el suelo parecía estar cubierto de una fina capa de nieve gracias al aroma de los jazmines que flotaba en el aire.
La semana había sido dura y la que viene no iría mejor, pero Xu Ping se alegraba de haber podido disfrutar de un merecido respiro.
‒¿Quieres subirte en la bicicleta o caminar? ‒ Dijo mientras le quitaba el seguro a la bicicleta.
Xu Zheng bajó la cabeza en reflexión. Xu Ping miró la luna y comentó:
‒Hace mucho tiempo que no paseamos de noche. Será mejor que caminemos, así digerimos la comida.
Xu Zheng se adelantó para coger de la mano a Xu Ping que siempre solía estar caliente a diferencia de la suya. Hace unos años Xu Ping podría haberse zafado de él fácilmente, pero ahora le daba la sensación de que no sería capaz. ¿Cuándo había crecido tanto su hermano?
‒También hace mucho tiempo que no te medimos, ni te pesamos. Recuérdame que tenemos que entrar al médico cuando pasemos por delante a la próxima.
‒Vale.
Llevaba toda su vida montando en bicicleta con su hermano detrás, pero últimamente le había empezado a incordiar. Ya no podía subir la subida si cargaba con él.
Xu Ping puso una mano sobre el hombro de Xu Zheng e intentó calcular la diferencia de altura.
‒Creo que has vuelto a crecer. Antes te llegaba a los ojos, ahora sólo te llego a la nariz. Si sigue así…  para verano llegarás al metro ochenta.
Xu Zheng le cogió la mano y se la colocó sobre el pecho. Xu Ping la retiró después de unos instantes de titubeo.
‒Bueno, se está haciendo tarde. Vámonos a casa. Venga. ‒ Empezó a empujar la bicicleta hasta que se dio cuenta de que su hermano no le estaba siguiendo. Sorprendido, miró para atrás.
Xu Zheng seguía parado en el mismo sitio. La forma con la que le miraba le aceleró el corazón.
‒¿Qué pasa, Xiao Zheng?
Xu Zheng fue hasta él, le abrazó y empezó a frotar su cabeza contra el hombro de Xu Ping como un perro en busca de la atención de su amo.
‒¿Qué pasa? ‒ Xu Ping estaba entre molesto y divertido. Le levantó la cara.
Xu Zheng no contestó. Le olió el cuello y el hombro como un chucho y volvió a enterrar la cara en él. Xu Ping le empujó un par de veces, pero él no se movió.
‒¿Qué pasa? ¿Quieres que te compre algo?
Xu Zheng sacudió la cabeza en negación. Xu Ping apoyó la bicicleta contra si mismo y rodeó a su hermano con los brazos.
‒¿Sabes, Xiao Zheng? A mí puedes contármelo todo. ‒ Le acarició la espalda afectuosamente. ‒ Si puedo hacer algo para volver tus sueños realidad, lo haré.
‒Vale. ‒ Musitó Xu Zheng en voz baja.
‒¿Se han metido contigo en la escuela? ‒ Xu Zheng sacudió la cabeza. ‒ ¿Te ha regañado la profesora? ‒ Xu Zheng volvió a sacudir la cabeza.
‒No me gusta.
‒¿Eh? ‒ Xu Ping estaba confundido. ‒ ¿El qué?
‒¡No dejaba de tocarte el hombro! ¡No me gusta! ¡No me gusta! ‒ Repitió mientras se restregaba contra su hombro como si intentase borrar el rastro de otro perro que había invadido su territorio.
Xu Ping tardó unos segundos en comprender la situación. Le cogió por el cuello de la camisa y exclamó:
‒¡¿Te estás portando así por eso?! ¡Me tenías preocupado! ‒ Explicó pellizcándole las mejillas a su hermano. ‒ Ese era un amigo mío, ¡y yo no soy ninguna obra de arte que no pueda tocar nadie!
Xu Zheng no dejó de abrazarle. No entendía su propio disgusto y, aunque Xu Ping sí, no podía explicárselo.
El mayor de los hermanos volvió a darle unas palmaditas en la espalda al menor con un regusto amargo y dulce a la vez.
‒Ya está, ya está. ‒ Le consoló. ‒ No eres un perrito, ¿a qué no? Bueno, y aunque lo fueras, yo no soy tu juguete.
Xu Zheng no entendió la metáfora, obviamente. El muchacho levantó la cabeza y volvió a abrazarle. Exhaló el aroma de Xu Ping una y otra vez, insaciable. Repasó su columna vertebral con la mano y notó como su cuerpo se calentaba. Sus venas, su carne y sus huesos parecían estar declarando la pasión y su deseo por la persona que mantenía entre sus brazos.
La bicicleta cayó al suelo con un ruido sordo.
‒Vamos. ‒ Ordenó Xu Ping, acabando con el silencio y tirando de Xu Zheng. Sin embargo, Xu Zheng le estrechó con más fuerza. ‒ ¿No me vas a hacer caso? Voy a contar hasta tres, más te vale soltarme antes de que acabe. Uno… Dos…
Xu Zheng acabó soltándole cabizbajo, como un niño que se ha portado mal. Xu Ping suspiró pesarosamente percatándose del estado de su hermano. Se quitó la chaqueta y se la ató alrededor de la cintura para taparle.
‒No te pongas cachondo en la calle. ‒ Le regañó.
Xu Zheng seguía quieto sin moverse. Xu Ping fue a cogerle la mano, pero se tropezó y acabó cayendo sobre él.
‒Me encuentro mal, gege.
Xu Ping volvió a suspirar y le revolvió el pelo.
‒Estás hecho todo un hombre.

La bicicleta Fénix que le había comprado su padre era de segunda mano. Se le había pelado casi toda la pintura negra después de tantos años, el cuero falso del sillín estaba echo polvo y ya habían tenido que cambiar el timbre tres veces. Ni siquiera se distinguía el logo de lo oxidado que estaba.
Xu Ping empujó la bicicleta por el tenue camino hasta que escuchó un ruido. Seguramente se la habría salido la cadena, pero con la poca luz que había era imposible comprobarlo bien. Lo que debería haber sido un paseo, se había convertido en un desfile del ejército.
Xu Ping decidió descansar un poco cuando llegaron al Parque Central. Ese parque no era nada más que unos cuantos árboles y flores embutidos entre dos caminos y rodeados de verde. En medio de todo esto había la estatua de una madre y un hijo; al lado, había un tobogán, un columpio y un balancín. No estaba muy lejos de su casa y muchos traían a sus hijos por la tarde, pero a esas horas no quedaba nadie.
La deslumbrante vida nocturna de las últimas décadas era un reflejo de la corrupción y la decadencia de aquellos días. La mentalidad antigua ‒ pureza, conservadores, locos, radicales, el bien y el mal ‒ estaba fuertemente arraigada y no parecía haber indicios de que fuera a desaparecer, sino que se estaba preparando para una lucha contra la nueva era.
Xu Ping dejó la bicicleta, se sentó en el balancín y recordó cómo había jugado con su hermano por allí. Xu Zheng siempre tenía que sentarse más para el centro del balancín porque pesaba más que él, y siempre había disfrutado como un bebé cada vez que se subía. Xu Ping estalló en carcajadas.
Pegó un saltó y se bajó arrastrando a Xu Zheng consigo. Después, se subieron al columpió y se balanceó hasta que sus pies dejaron de tocar el suelo. Contempló, entonces, los pequeños puntitos brillantes del cielo y recordó las lejanas noches de su infancia cuando toda su familia se reunía en el patio. Solía tumbarse en el suelo con Xu Zheng para recorrer la vía láctea maravillado.
Xu Ping se giró para mirar a Xu Zheng, que estaba allí sentado. A esas horas ya no había coches, sólo se veía alguna bicicleta de vez en cuando. La valla que delimitaba el camino estaba llena de yedra.
‒Xiao Zheng.
‒¿Mmm?
‒Voy a ir a la universidad.
Xu Zheng murmuró algo en afirmación, sin acabar de entender el significado de esa declaración.
‒No me voy a ir ya mismo, pero si todo va bien, me iré de casa en setiembre y me mudaré al dormitorio que hay allí. ‒ Xu Zheng abrió los ojos y centró toda su atención a su hermano. ‒ Voy a quedarme allí cuatro años y puede que acabé haciendo algo más cuando me gradúe. Si hago un máster o un doctorado puede que me tenga que tirar allí otros seis o siete años. Como soy de letras, haré algo relacionado. ‒ Xu Zheng continuó guardando silencio. ‒ Todavía no lo he hablado con papá, pero creo que me dará el visto bueno porque estudiar es algo noble.
Xu Zheng reflexionó unos instantes y respondió:
‒Pues me voy contigo, gege.
‒A lo mejor no lo entiendes, Xiao Zheng, pero este mundo tiene sus reglas. ‒ Explicó Xu Ping tras un largo silencio. ‒ Hay cosas que se pueden hacer y otras que no. Ir a la universidad es una de las que no se puede.
Xu Zheng caviló unos minutos, pero acabó sacudiendo la cabeza.
‒No lo entiendo.
‒No pasa nada. ‒ Xu Ping soltó una risita. ‒ Este mundo es un lugar extraño. Cada persona tiene sus propias reglas invisibles. No se pueden ver, pero son muy fuertes. Si se rompen, los demás te atacan. A veces yo tampoco lo entiendo. ‒Xu Zheng bajó la cabeza y empezó a golpear la arena con la punta del zapato. ‒ ¿Hay alguna cosa que te guste hacer? ¿Pintar? ¿Cantar? ¿Lo que sea?
‒Quiero estar contigo, gege.
Xu Ping no supo qué contestar. Tenía el corazón en un puño.
‒¿Qué te gustaría hacer si estuvieras solo? ‒ Preguntó armándose de valor.
‒No sé. ‒ Xu Zheng respondió con un hilo de voz. ‒ ¿Dónde irías tú, gege?
Xu Ping contempló el cielo nocturno un rato.
‒Si algún día no estoy, ¿qué harías?
‒Irte a buscar.
‒¿Y si me voy muy, muy lejos donde no me puedas encontrar?
‒Te buscaría. ‒ Xu Zheng vaciló.
‒¿Y si no me encuentras?
Xu Zheng paró. Se inclinó y se abrazó la cabeza con ambas manos. Un coche pasó por la carretera de al lado y asustó a un pájaro que había anidado en uno de los árboles.
‒Da igual. ‒ Xu Ping se quitó el polvo de los pantalones y se levantó. ‒ No te ralles, son preguntas sin sentido. ‒ Cogió la mano de su hermano. ‒ Vámonos a casa, ya es tarde y tengo que repasar.
Pero Xu Zheng no se movió. Alzó la cabeza y le llamó.
‒Gege…
‒¿Mmm? ‒ Murmuró Xu Ping risueño.
Xu Zheng se precipitó sobre él pillándole desprevenido. Xu Ping dio un respingo y retrocedió un par de pasos antes de caerse de espaldas. Los dos hermanos cayeron al suelo.
‒¡¿Qué cojones?! ‒ Exclamó Xu Ping dándole un puñetazo a su hermano.
Xu Zheng abrazó a su hermano con todas sus fuerzas sin decir nada más.

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