Capítulo 31: Damian (parte 3)

julio 03, 2018


‒Encantado de conocerla. Espero sepa perdonarme que me presente tan tarde, soy Damian. ‒ Damian se acercó a la duquesa, inclinó la cabeza y se mantuvo a una distancia apropiada.
‒Ah… Encantada.
Damian la miró de reojo al escuchar el tono suave de la mujer.
¿Está tan sorprendida que no entiende esta situación?
En la mirada ámbar de la duquesa no había ni rastro de disgusto ni de hostilidad. Una de dos, o era una actriz increíble o todavía no había ordenado muy bien sus sentimientos.
Su apariencia ya era diferente a lo que esperaba. Se había imaginado a una mujer voluptuosa, orgullosa y grácil. No obstante, esta muchacha parecía más ingenua y dulce que orgullosa.
Ahora, Damian se preguntaba por qué Ashin no había respondido cuando le había preguntado si era hermosa, porque lo era.
‒Mi señora, el joven amo acaba de llegar de un viaje muy largo y ha dicho que le gustaría descansar.
‒Oh, pues que así sea. Sé lo agotadores que son los viajes en carruaje. Ya es casi hora de comer, ¿ha comido?
‒…No le apetece.
‒Aun así, no puede estar con el estómago vacío, está en la estapa de crecimiento. Mayordomo, preparadle algo ligero y llevádselo. Que la cena también sea algo fácil de digerir.
‒Sí, mi señora.
El chico, que había estado estudiando a Lucia en silencio, inclinó la cabeza y siguió al criado. Cuando el niño ya no podía verla, Lucia se cogió la cara sonrojada con ambas manos.
¡Dios mío! ¡Qué monada!
¡Era un duque en pequeñito! Era la infancia del duque que Lucia no había podido ver. Hasta sus expresiones frías y rígidas eran una copia perfecta.
‒¿Mi señora…?
A Jerome le preocupaba que Lucia estuviese estupefacta, pero cuando la muchacha se dio la vuelta le brillaban los ojos.
‒Me has dicho que tiene ocho años, ¿no, Jerome?
‒Sí, nació con un físico bastante grande.
‒Ya veo… Sí, bueno, un hijo pequeño no sería propio de él.
‒¿Está… bien?
‒¿Qué?
‒…Ah, no, nada.
‒Es mucho más adorable de lo que me esperaba. También parece amable.
‒¿Señora…? ‒ Jerome no daba crédito.
El adjetivo “adorable” no era adecuada para el joven amo. Tal vez cuando era más pequeño sí, pero ahora no. ¿Y amable? ¿Dónde le veía la amabilidad? El joven amo era tan parecido al duque que aunque le apuñalasen, no sangraría. Los ojos de su señora no debían funcionar muy bien.
‒¿Crees que sería malo que le ofreciera cenar conmigo…?
‒…Si usted lo quiere…
‒Sí, será incómodo. Bueno, espero la cena con ganas.
Jerome vio como la duquesa se marchaba de la habitación más contenta que unas pascuas y empezó a reflexionar. La reacción de su señora había sido totalmente opuesta a la de cualquier otra persona normal. Aquella era una situación trágica en la que la nueva esposa descubría el hijo ilegítimo de su querido marido, nadie hubiese estado de tan buen humor. Quizás no comprendía el calibre de la situación.
‒¿Qué demonios está pasando, señor Ashin?
‒¿A qué se refiere?
‒¿Por qué no me dijiste que iba a traer al joven amo?
‒Bueno… Pensé que ya lo sabría.
‒Aun así, deberías haber avisado a la señora o a mí.
‒Mi señor… No me ordenó hacerlo…
Jerome lo cogió por el cuello. Ashin no era nuevo. ¿Qué clase de administrador cometería un error tan fatal y diría algo así? Siendo alguien que llevaba tanto tiempo trabajando allí, debería haber adivinado cómo funcionaba el duque.
El duque solía daba ordenes sin definir el proceso. No le interesaba si se sabía o no, era problema suyo, de los sirvientes. Hasta los vasallos del duque solían poner en común lo que sabían para asegurarse de que no se perdían nada.
‒¿Tengo que explicárselo todo a estas alturas, señor Ashin?
Jerome escuchó que llamaban a la puerta e iba a continuar hablando cuando Fabian apareció.
‒¿Qué pasa? Oh, señor Ashin, cuánto tiempo.
‒¡Fabian! Cuánto tiempo. Bueno, pues creo que ustedes pueden solucionar el asunto… Yo voy a…
El administrador y el hermano del mayordomo se dieron un apretón de manos, una palmadita en el hombro y Ashin se escabulló como si le fuera la vida en ello.
‒¿Qué pasa?
Jerome suspiró.
‒Nada del otro mundo. El señor no está ahora mismo, ¿qué pasa? ¿No te has enterado de que se ha ido a lidiar con los bárbaros?
‒Sí, pero tengo otras órdenes para eso venido. El joven amo ha llegado, ¿no?
‒Hace un rato.
‒No tienes buena cara. ¿La señora no está contenta?
‒No es eso.
¿No estar contenta? A su señora le gustaba tanto el hecho de tener al bastardo de su marido allí que parecía volar en lugar de caminar. No obstante, decidió no intentar explicárselo a su hermano. Después de todo, Fabian se limitaría a decir que era una tontería, prefería esperar a que lo viese con sus propios ojos.
‒De repente me ha pedido que traiga el registro familiar, me pregunto qué pasa. El joven amo ha vuelto, ¿eh?
‒¿…El registro?
‒No sé si mi señora ha dado el visto bueno. ¿Cómo van? ¿Siguen en la fase de luna de miel?
‒Cuida tus palabras. ‒ Jerome frunció el ceño a pesar de no sorprenderse por el tema y Fabian se encogió de hombros. ‒ ¿Qué tal por la capital? ¿Algo nuevo?
‒Siempre hay algo nuevo.
Fabian le contó un acontecimiento bastante reciente en el que Roy Krotin, el escolta del príncipe heredero, había dejado medio muerto a un caballero de la familia de un conde. Si hubiese sido un duelo legal no habría sido ningún problema, pero al parecer, había sido informal y había armado un gran revuelo.
Roy no se había molestado en desenvainar la espada hasta el final. Fabian estalló en carcajadas cuando se enteró. Su señor solía moler a palos a Roy para que entrase en razón. Y así fue como Roy se convirtió en el centro de atención de la clase alta.
‒Ah, sí. Últimamente corre un rumor sobre que la dote de la señora ha sido una mina.
‒¿Por qué es un rumor?
La dote era una parte privada de un matrimonio. Era el precio de la hija de alguien y el de la esposa de un comprador, por lo que normalmente, no se solía hablar de ello por pura cortesía.
‒¿Qué crees? Está claro quien lo ha soltado. El rey debe haber presumido de ello.
‒Ese…
Los dos hermanos chasquearon la lengua en desaprobación.
‒Bueno, hay todo tipo de rumores. Dicen que la señora es un bellezón y que cualquier hombre se enamora de ella a primera vista.
La verdad es que la duquesa no era tan hermosa. Aun así, Jerome chasqueó la lengua otra vez al ver cómo se reía Fabian.
‒Mi señora es bellísima.
‒¿Te has comido algo en mal estado o algo…?
‒Mmm, reírte de otros porque sí no es bueno.
‒¿Qué? A mi señor no le importan esos rumores.
¿De veras? Jerome estaba convencido que al duque no le iban a hacer ni pizca de gracia esos rumores sobre su esposa.

*         *        *        *        *

Damian creyó haber dormido durante muchísimo tiempo, pero cuando se levantó todavía seguía siendo de día.
Los aposentos del chico estaban en uno de los edificios conectados a la torre central, un lugar construido para los hijos del duque. Era bastante grande, de hecho, allí cabían hasta diez niños.
Cuando el muchacho miró por la ventana pudo apreciar que el jardín estaba repleto de flores.
Esto debe ser obra de la duquesa…
Damian siempre había pensado que las flores no le quedaban bien a la casa ducal, sin embargo, aquellas no parecían estar tan fuera de lugar. El chico no solía sentir nada por las plantas y, aun así, se le ocurrió que ver el jardín rebosante de flores sería fantástico.
Así fue como Damian se decidió a bajar al jardín donde el aroma de las flores le abrumó.
‒Damian.
Era la primera vez que el chico veía posible que alguien pudiese llamar su nombre con tanta dulzura. El joven amo se detuvo de repente y se dio la vuelt a para ver a la duquesa acercándosele.
¿Por qué está tan contenta?, pensó Damian con la cabeza ladeada observando a la duquesa.
‒¿Ha dormido bien? Se ha despertado muy temprano. ¿No tiene hambre?
Su voz era suave y clara. Una voz agradable llena de buena intención. Damian tiró de las riendas de su prudencia. Qué buena actriz era.
‒…Estoy bien por ahora.
‒¿Le interrumpo?
‒No.
Damian no recordaba a su madre y todos los profesores de su internado eran hombres; las mujeres que trabajaban en las cocinas o hacían las tareas de su colegio eran todas de mediana edad, por lo que nunca había tenido oportunidad de hablar con una joven. Se sentía terriblemente incómodo.
‒El jardín me pareció bonito, así que he venido.
‒Acabo de plantar unas cuantas flores, me alegra que le gusten.
‒Puedes hablarme con más familiaridad.
‒Mmm… ¿Seguro? No me importa mucho, pero… ¿Estaría más cómodo?
‒Sí.
‒Muy bien. ¿Te gustaría dar el paseo conmigo si es lo que has venido a hacer?
‒…Sí.
Lucia no dejó de mirar al chiquillo de reojo mientras caminaban por el jardín. Cuánto más le miraba, más se impresionaba. Era como si el corazón que tanto de menos echaba al duque se complaciera con sólo mirar a Damian. Hasta el porte rígido y educado del niño era como el de Hugo.
‒He oído que estudias en un internado. ¿Estás de vacaciones?
‒…No hay vacaciones, pero se puede salir. Mi señor me ha pedido que viniera, así que aquí estoy. También me ha pedido que te salude.
‒Ah…
Damian mantenía las distancias, Lucia lo sentía.
Aunque, la verdad, si me hubiese llamado “madre” habría sido todavía más incómodo…
Cuando los niños nobles llegaban a cierta edad, era bastante común que se obsesionaran con la idea de su título y fueran arrogantes o imprudentes. Había casos en los que después de madurar continuaban con esos comportamientos, pero con el tiempo lograban aprender a poner fachadas y ocultar su interior.
A pesar de que Damian había sido criado y educado como un soldado, Lucia sólo le veía como a un niño más. ¿Sería el internado quien lo había educado tan bien?
‒Damian, para serte sincera, ahora mismo no puedo pensar en ti como si fueras mi hijo. ‒¡Qué directa! Damian hizo una pausa sorprendido y miró a Lucia.‒ Tú tampoco puedes, ¿verdad? Es difícil que puedas pensar en mi como si fuera tu madre.
Damian, que no se esperaba esa estrategia, escogió sus palabras con suma prudencia.
‒…Lo siento. He cometido un error-…
‒No, no te culpo. Es normal. Nos acabamos de conocer, no nos conocemos, es normal que estemos cortados.
Los ojos rojos que miraron a la muchacha le recordaron a un animalito que acababa de descubrir el mundo. El chico alzó las cejas de una manera adorable y la estudió como si fuera algo nunca visto.
Para Lucia, que ya estaba acostumbrada a la mirada depredadora de una bestia llamada Hugo, la mirada aguda de Damian era sólo eso, un par de ojos.
¡Adorable, es adorable!
Lucia se moría de ganas por pellizcarle las mejillas o acariciarle la cabeza, pero se contuvo para que el chiquillo no estuviese tan en guardia.
‒Sólo nos llevamos diez años. Si hubiese tenido un hijo a los diez años, tu padre sería un criminal…‒Damian reprimió la sonrisa. ‒ Así que, quiero que nos vayamos conociendo. No hace falta que seas tan formal, no me llames: “duquesa”, llámame “Lucia”. Es un nombre de cuando era niña. ‒ El chico guardó silencio. ‒ Encantada de conocerte, Damian.
Kate había influencia a Lucia de varias maneras. Era difícil cambiar su personalidad, pero intentaba empezar a ser más directa como ella.
La duquesa le ofreció la mano para un apretón y Damian se la quedó mirando como ausente. No entendía lo que pretendía. ¿Por qué hacía algo así? Damian era el más débil de los dos. Era joven y un bastardo. Si la duquesa daba a luz, sería un obstáculo. No había ningún motivo por el cual la duquesa pudiese querer mejorar su relación.
‒¿Eso es un no?
‒…No.
Damian aceptó la mano que la duquesa había tendido ante él.
No sé cuál es su verdadera intención, pero… no me queda de otra, tengo que aceptar.
Aunque Damian era pequeño, no era tan tonto como para enseñar su as bajo la manga a un enemigo que no conocía. Ojo por ojo y diente por diente. Si ella escondía el cuchillo tras su sonrisa, él haría lo mismo. Todavía era joven y era consciente que no disponía de mucho poder. No estaba en una posición en la que pudiese ir ofendiendo a cualquiera.
Creo que será difícil acercarme a él…
Damian se creía capaz de ocultar sus pensamientos, sin embargo, Lucia era una maestra en ese sentido y para ella, su prudencia, era obvia. Aunque le dijera que no era una enemiga, el chico no pensaba creerla.
Cualquiera que se hubiese criado sin una madre que le abrazase ni un padre que le atendiera con cariño además de ser un bastardo no se fiaría.
No pasa nada, con el tiempo me creerá.
Lucia sabía que iba a amar a su hijo tanto como le amaba a él.

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1 comentarios

  1. Muchísimas gracias por los capítulos estuvieron muy buenos n_n ama demasiado a su marido jajaja

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