Capítulo 39

julio 26, 2018


El polvo acepta el insulto y, a cambio, ofrece sus flores.
‒Rabindranath Tagore, Pájaros Perdidos.

Casi nadie sabía cuándo era el cumpleaños de Xu Ping, la única excepción era el editor jefe, Wang Zedong que le hizo pasar a su despacho y le regaló una corbata.  Para sorpresa de Xu Ping, se trataba de una corbata de seda roja con un patrón diagonal envuelto exquisitamente y con una etiqueta en italiano.
Xu Ping sabía que Wang Zedong odiaba las corbatas coloridas y que las prefería azules o negras.
‒Lo ha elegido mi mujer, es italiana. El nombre es muy largo… No sé qué de “la”… No me acuerdo. ‒ Se rascó la cabeza. ‒ Yo quería comprar la azul, pero ella me dijo que la roja era mejor. Ya conoces a mi mujer. Es despiadada con las compras, así que tengo que hacer caso de lo que me diga. Eres joven y delgado, a lo mejor te queda bien.
Xu Ping sabía que Wang Zedong tenía mujercitis: se retractaba al mínimo signo de disgusto de su mujer.
‒¿Qué te parece si vamos a cenar?
Xu Ping sacudió la cabeza.
‒Ya conoces a mi hermano… Hoy no puedo.
Wang Zedong asintió con la cabeza, no esperaba que Xu Ping aceptase su invitación, tenía asuntos más importantes que atender.
‒Mi esposa ya se ha ocupado de lo de la señora Fang. Os conoceréis el viernes que viene. Os buscaremos un sitio.
‒¿Quién es la señora Fang? ‒ Xu Ping hizo una pausa.
Wang Zedong se frotó las manos.
‒Ya te había dicho que te iba a presentar a la contable de mi mujer.
Xu Ping sonrió con ironía.
‒¿Tienes un buen traje? ‒ Wang Zedong le repasó con la vista. ‒ Te puedo encontrar uno si no tienes.
‒Sí que tengo. ‒ Xu Ping asintió.
‒Pues decidido; ve a asearte. Córtate el pelo, limpia tus zapatos de cuero… Dale una buena primera impresión a la señorita.
Xu Ping no se molestó con replicarle. Wang Zedong señaló la caja de la corbata.
‒Y ponte esta; mi mujer tiene buen un buen ojo. Eres paliducho y el traje negro quedará de lujo con esta corbata.

Xu Ping llegaba tarde a recoger a su hermano. El señor Feng le había llamado para decirle que tenía que ocuparse otras cosas y que tendría que irse antes de tiempo, así que dejaría a Xu Zheng en la tienda de bicicletas de al lado. Xu Ping no se preocupó, no era la primera vez que ocurría. El hombre salió de la editorial justo a tiempo. La mayoría de sus compañeros eran mujeres de mediana edad que disfrutaban de parlotear sobre sus maridos; Xu Ping no tenía nada que aportar, así que pocas veces le invitaban a salir después del trabajo. Y tampoco es que le importase, su vida era muy simple. Hallaba en la monotonía que tiende a aburrir a la mayoría, la estabilidad que le hacía feliz.
Ya estaba oscureciendo cuando se subió al bus a rebosar de gente que volvía a sus hogares; el aire estaba saturado por la humedad y el sudor.
La ciudad estaba creciendo cada día más y más. Los trabajadores habían abandonado sus pueblos y se habían mudado a las ciudades para buscarse la vida. Había edificios nuevos y señales de obras por todas partes.
El bus hizo su parada.
La persona que había detrás de Xu Ping se levantó y se bajó del vehículo. Un chiquillo de uniforme intentó alcanzar el asiento, pero Xu Ping le paró y un anciano se lo quitó.
‒¡Joder! ‒ Murmuró el muchacho.
Justo entonces, un rayo cruzó el cielo y en cuestión de segundos los truenos parecían intentar acabar con la Tierra.
La lluvia empezó a caer a caudales. El conductor pisó el freno y todos los pasajeros se tambalearon para adelantes. Al parecer, había un atasco y no iban a poder moverse durante un buen rato.
El impaciente conductor saltó a la carretera y fue a investigar. Volvió al cabo de unos minutos empapado y anunció:
‒Ha habido un accidente, han atropellado a un trabajador y ha muerto. Hay sangre por todas partes.
Hubo un minuto de silencio y entonces, todos los que estaban a bordo empezaron a discutir y hablar, incluso hubo alguno que sacó la cabeza por la ventana para ver la escena en vano.
Xu Ping tuvo un mal presentimiento.

Xu Ping salió corriendo del bus y se dirigió a la tienda maletín en mano. Llovía con tanta fuerza que las gotas le hacían daño cuando picaban contra su espalda. La calle estaba cubierta de pequeños charcos. Había unos cuantos peatones y la mayoría de las tiendas habían cerrado sus puertas. El agua caía y resbalaba por los tejados hacia el suelo.
Su hermano, que se refugiaba de la lluvia con ayuda de un plástico claro, le esperaba delante de la tienda. Tenía la ropa pegada y estaba completamente empapado.
‒¿Qué haces aquí solo? ‒ Preguntó Xu Ping.
‒Se ha ido todo el mundo. ‒ Respondió Xu Zheng.
La puerta de la tienda de bicicletas estaba cerrada, se habían llevado hasta el cartelito que solía estar colgado afuera. Xu Ping miró a su hermano. Estaba tan mojado que parecía que acababa de salir de una piscina.
‒¿No te han dado un paraguas?
Xu Zheng negó con la cabeza. Xu Ping se enfureció momentáneamente por la idea de que hubieran abandonado a su hermano como si fuese un perro, pero su ira pronto se convirtió en pena. Le tocó las manos: estaban heladas.
‒Vámonos a casa ahora mismo. ‒ Tiró de él.
Xu Zheng cubrió la cabeza de su hermano con el plástico. Xu Ping se dio la vuelta. El cuerpo de su hermano pequeño estaba bajo la lluvia, totalmente expuesto a sus elementos y apenas era capaz de abrir los ojos. Se quedó ahí, incapaz de decir palabra.
El viento dobló una de las esquinas del plástico, pero Xu Zheng se apresuró a volverlo a poner bien. Xu Ping le cogió la mano y tiró el plástico, permitiendo que la fuerza del aire lo barriese.
Ambos se quedaron de pie bajo la lluvia. Xu Zheng se lo quedó mirando atontado y sonrió.
Un taxi giró la esquina y entró en la calle; Xu Ping levantó la mano.

Aunque Xu Ping tenía pensado salir a cenar con su hermano para celebrar su cumpleaños, la tormenta lo echó todo a perder. Ambos estaban totalmente empapados, así que el conductor del taxi se pasó el trayecto quejándose por cómo le estaban dejando el coche.
Xu Chuan le había dejado una casa y una modesta suma de dinero a sus hijos. En realidad, su intención había sido darles una gran fortuna, pero su enfermedad se había llevado más de la mitad de sus ahorros. El sueldo de Xu Ping no era alto y tenía que ocuparse de su hermano, por eso era tan frugal, tanto, que jamás iba en taxi para ir o venir del trabajo.
Los hermanos llegaron a casa cuando el sol ya se había puesto.
Xu Ping apremió a su hermano para que se diese un baño caliente mientras se cambiaba y hacía la cena.
La cena fue ligera: tofu, verdurita y sopa de algas; no había tenido tiempo de ir a comprar carne.
Afuera los truenos resonaban. El televisor no se encendía.
Xu Ping se dio cuenta que su hermano no dejaba de echarle miraditas, pero que, cada vez que se la devolvía, él desviaba los ojos.
Le puso un trozo de tofu en el tazón que Xu Zheng devoraría rápidamente.
‒¿Sabes qué día es hoy? ‒ Preguntó con una risita. Xu Zheng levantó la cara de la mesa. ‒ Es mi cumpleaños; ya tengo treinta y cinco años.
No hubo pastel. No hubo velas. Xu Zheng asintió con la cabizbajo. Xu Ping se levantó y fregó su tazón y palillos. Comía menos y mucho más rápido que su hermano. Cuando pasó por al lado de su hermano le acarició la cabeza.

Su hermano pequeño se pasó la noche con la cabeza en las nubes. De vez en cuando miraba de soslayo el reloj de la pared con nerviosismo: parecía un adolescente a punto de irse de cita. Xu Ping lo descubrió, pero no dijo nada.  Poco antes de las diez, Xu Ping empezó a bostezar. Se levantó y le dio las buenas noches a Xu Zheng, que estaba mirando la televisión, pero éste le cogió.
‒¿No estás cansado? ‒ Preguntó el mayor inclinándose un poco. ‒ Quiero irme a la cama.
Xu Zheng se aferró a la muñeca de su hermano mayor con fuerza.
‒Mira la tele conmigo, gege.
Xu Ping estudió su rostro unos instantes y acabó sentándose. Cada viernes en ese canal emitían películas extranjeras rodadas en lugares como Italia o Francia, países que ni siquiera soñaba llegar a pisar algún día. Para Xu Ping el dolor, la alegría, el amor, el odio, el anhelo, la música lenta, los planos, el idioma misterioso y elegante… Todo fue como una canción de cuna.
Xu Zheng se colocó la cabeza de su hermano mayor en su regazo. Xu Ping abrió los ojos durante un segundo, envuelto por ese aroma tan conocido y las caricias en su cuello por unos dedos callosos. Tranquilo y en paz, se quedó profundamente dormido.

Diez minutos antes de medianoche, Xu Zheng despertó a su hermano.
‒¿Ya se ha acabado la película? ‒ Preguntó Xu Ping frotándose los ojos.
Xu Zheng sacudió la cabeza.
‒Tengo un regalo para ti, gege.
Xu Ping sonrió, no le sorprendía.
‒¿Dónde?
‒Cierra los ojos.
Xu Ping usó su corbata a modo de venda para los ojos y dejó que su hermano pequeño le guiase. Sonrió. Sentía los nudillos de las manos de su hermano enredados con su mano. Xu Zheng le llevó al dormitorio y le quitó la venda. Cuando Xu Ping abrió los ojos se encontró un reloj de madera de roble con forma de casa sobre el escritorio. En la cara izquierda había un bus azul y detrás edificios muy altos; en la cara derecha había dos personas cogidas de la mano.
Xu Ping se volvió para su hermano, pasmado.
Justo entonces, la ventana de arriba de la casa se abrió y una paloma blanca apareció, pioló doce veces y empezó a sonar una melodía. Las ruedas del bus se movieron y se adentraron en los enormes edificios mientras que los otros dos personajes anduvieron hasta el vehículo y se subieron. Así, tan rápido como había empezado, terminó.
‒¿Lo has hecho tú? ‒ Preguntó Xu Ping.
Xu Zheng asintió con la cabeza.
‒Gege. ‒ Señaló las figuritas. ‒ Yo.
Con que este era el secreto de su hermano.
Xu Ping acarició el reloj. La expresión de los personajes no era perfecta y todavía quedaba pulirlos. El más bajo llevaba pantalones de traje negro y una camisa de manga corta; el más alto llevaba tejanos y una camiseta.
Xu Ping estalló en carcajadas. Se calló que regalar un reloj para el cumpleaños de alguien daba mala suerte[1], le daba igual. Sinceramente, era el mejor regalo que le habían hecho nunca.
‒Gracias, me encanta. ‒ Dijo XU Ping con una sonrisa.
Xu Zheng depositó el reloj en los brazos de su hermano mayor con solemnidad.
‒Tengo otro regalo. ‒ Susurró. Xu Ping se sorprendió, su hermano parecía nervioso. ‒ Cierra los ojos.
Xu Ping lo hizo, pero no pasó nada durante un buen rato, así que entreabrió uno para echar un vistazo.
‒¡No me mientas, gege! ‒ Se quejó Xu Zheng.
‒Vale, vale, ya los cierro. Perdona. ‒ Xu Ping rió.
Pero su hermano no le creyó y volvió a vendarle los ojos con la corbata. Xu Ping aguardó en la oscuridad. El reloj no era precisamente ligero y al cabo de poco tiempo empezaron a dolerle los brazos. La oscuridad le hizo alucinar. Se sentía desnudo en un campo de nieve con alguien acariciándole con ternura.
Justo en ese momento sintió la palma de su hermano en su cara. Le olía. Era un aroma inconfundible para él. Sintió como le acariciaba los ojos por encima de la corbata, como le tocaba la nariz, las mejillas, las orejas… El aire albergaba la calidez de su hermano pequeño.
Xu Ping contuvo la respiración. Inclinó la cabeza hacia la derecha, ignorando si estaba evitándole o acercándose. Ese movimiento añadió más encanto a su pálido, delgado y limpio cuello.
‒Xiao Zheng. ‒ Murmuró.
Su hermano le besó y el tiempo pareció detenerse.
Sus sentidos se agudizaron en la oscuridad. La presión de los labios de su hermano contra los suyos; su calor, su aliento húmedo… Las caricias parecían rebosar ternura, pero la alegría temporal en la oscuridad parecía más efímera de lo normal. Xu Ping pensó que podía estar soñando como en tantas noches, deseando algo que no podría tener jamás.
Perdió la noción del tiempo, no sabía cuánto tiempo había estado su hermano besándole. Pareció largo y dulce, pero corto. Sucumbió a las sensaciones y se perdió en la fantasía, en el espacio entre la realidad y la mentira.
Hasta que Xu Zheng no le quitó la venda no consiguió volver en sí. El tic tac del reloj continuaban inquebrantables.
‒Gege.
Xu Ping seguía siendo Xu Ping; Xu Zheng seguía siendo Xu Zheng.
Su hermano le sujetó la cara con la intención de volverle a besar, pero Xu Ping retrocedió y se quedó en silencio con el pesado reloj en las manos.
‒Gracias por el regalo. ‒ Mantuvo la mirada fija en la pared. ‒ Buenas noches.


[1] En chino la palabra “reloj” suena exactamente igual que “final”, así que “regalar un reloj”, suena igual que “dar el último adiós”.

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