Capítulo 48

julio 26, 2018


Cuando la lámpara se destroza la luz yace muerta en el suelo; cuando la nube se destroza, la gloria del arcoíris se pierde. Cuando el laúd se rompe, las dulces melodías no se recuerdan; cuando los labios han hablado, los acentos amorosos se olvidan rápido.
‒Percy Bysshe Shelley, Cuando la lámpara se destroza.

Las puertas automáticas se abrieron dando paso un viento fuerte que atacó a Xu Ping. El sol arrollador le obligó a apartar la vista. Xu Zheng iba detrás de él con las maletas y se secó el sudor del cuello con la mano.
‒Qué calor hace, gege. ‒ Se quejó.
Xu Ping asintió. Se ajustó la tira de la mochila que llevaba en el hombro izquierdo y le cogió la mano.
‒No te separes de mí, no te vayas a perder.
Había árboles de palma por todo el pasillo. Sus copas eran grandes y boscosas, sin embargo, sus troncos eran delgados. Afuera había limusinas del aeropuerto blancas y taxis amarillos aparcados en la carretera. Unas empleadas de agencias de viajes se dedicaban a preguntar a todo aquel que pasaba por delante si necesitaba un lugar en el que hospedarse mientras que  los agentes de seguridad patrullaban con armas en la cintura.
Xu Ping escaneó la escena.
‒¿Están de viaje, señores? ‒ Un hombre se les acercó rápidamente. ‒ Conozco este sitio requetebién. Puede ser su guía, sólo pido ciento ochenta yuanes al día. Así tendrán coche y guía. Mi coche está por ahí. El blanco, ¿lo ve? Es un buen trato. Considérelo.
‒No, gracias. ‒ Xu Ping empujó al hombre un poco. ‒ Ya lo tenemos todo reservado.
El hombre hizo caso omiso y continuó insistiéndole.
‒¿Con qué agencia está, señor? Algunas sólo reservan el hotel y no el transporte. Estoy seguro de que ningún coche le llevará hasta su destino con un mejor trato que el mío…
Xu Ping acercó a su hermano y miró para todos lados hasta que vio a un hombre moreno con una camiseta roja y un cartel cerca de allí. Tardó unos segundos en poder leer su propio nombre en el cartel.
‒Apártese, por favor.
Iba a marcharse, cuando el hombre le agarró por la muñeca.
‒Señor, mi coche está justo ahí. Eche un vistazo, está muy limpio. Llevo trabajando en esto mucho tiempo, no voy a engañarle… ‒ Dijo mientras intentaba arrastrar a Xu Ping para allá.
Xu Zheng empujó con fuerza al desconocido, casi haciéndole caer. El insistente vendedor recuperó el equilibrio e hizo ademán de empezar a maldecirles, pero Xu Zheng le dedicó una mirada feroz.
Xu Zheng era un hombre alto, fortachón, vestido con una camiseta blanca y pantalones grises que dejaban a la vista sus musculosas piernas.
‒No la líes. ‒ Le recordó Xu Ping. ‒ No necesitamos ningún coche. Nuestra agencia ya ha enviado a alguien para que nos recoja.
El hombre miró a Xu Zheng y escupió al suelo antes de irse remugando.

‒Soy Xu Ping. ‒ Tiró de su hermano. ‒ Y este es mi hermano, Xu Zheng.
El hombre moreno se los quedó mirando como atontado unos minutos.
‒Hemos venido de vacaciones.
El hombre miró su propio cartel y a ellos. En su trozo de cartón había escrito: “bienvenidos señor y señora Xu”. Xu Ping soltó una risita. El hombre se rascó la cabeza antes de esconder el cartel y ofrecerle un apretón de manos a Xu Ping.
‒Soy Chen Zhiqiang. Meigui me ha enviado para darles la bienvenida. Llámeme Ah Qiang, señor. ‒ Ya que estaba, cogió la bolsa que Xu Ping cargaba. ‒ El coche está justo ahí.
‒¿La señorita Liu no se lo ha dicho? ‒ Xu Ping arrastró a su hermano.
‒Ah Qiang sonrió arrepentido.
‒Me ha dicho que había reservado la cabaña de luna de miel y me pidió que me preparase para ello, así que pensaba que sería una pareja de recién casados.
El moreno abrió la puerta del coche y le indicó a Xu Ping que se subiera. El mayor de los hermanos esperó a que el menor se subiera antes de meterse. Ah Qiang se sentó en el asiento del conductor y encendió el coche.
El sol se clavaba en el coche y el viento revoloteaba.
‒¿Quema? ‒ Preguntó XU Ping tocando la piel que su hermano pequeño tenía en el sol.
Su hermano asintió. Xu Ping sacó una chaqueta y le tapó con ella.
‒¿Cuánto se tarda en llegar?
‒Pues hay una hora hasta el tren y luego otros treinta minutos de viaje en tren.
Xu Ping asintió.
‒Debe ser de aquí.
Ah Qiang sonrió.
‒Mi piel lo deja bastante claro, señor… Míreme qué negro estoy, no como ustedes que son del norte. El sol aquí es matador. La última vez que una pareja vino, llegaron muy paliduchos y cuando me pasé a buscarles, madre mía, casi ni les reconozco.
Xu Ping estalló en carcajadas.
‒¿Es su primera vez aquí, señor?
‒Sí, siempre hemos vivido en la ciudad X. Es la primera vez que venimos al sur.
‒Pues le diré a mi tío que os lleve a los mejores sitios. ‒ Ah Qiang hizo una mueca.
‒¿Oh? ¿No es usted nuestro guía?
‒No vivo en la isla. Crecí ahí, pero cuando mi madre murió mi familia se mudó aquí. Mi tío y su familia sí que viven allí. Una vez ustedes se suban al tren yo tendré que volverme para aquí e ir a trabajar.
‒Pensaba que trabajabas para la agencia de viajes.
‒Sí, pero el otro es mi trabajo principal. De vez en cuando ayudo a Meigui.
‒¿No te da miedo que tu jefe te baje el sueldo?
‒Mi hermano mayor es el jefe; todos somos familia.
Xu Ping soltó una risita y miró a su hermano discretamente. Xu Zheng ladeó la cabeza para verle antes de volver a estudiar el paisaje por la ventana del coche. Ah Qiang sacó un cassette viejo y entonces empezó a sonar la voz estoica de una mujer. Ah Qiang movía la cabeza al ritmo de la canción y tarareaba.
El sol brillaba majestuosamente mientras el coche avanzaba por la carretera. El camino se convirtió en una S y pasó un túnel negro como la boca de un lobo y, de repente, a lo lejos, se empezó a ver algo de claridad.

Era una cabaña de ladrillo rojo, paredes blancas, columnas altas y arcos redondos. Había un caminito pavimentados de suelo blanco que se extendía hasta la entrada principal, árboles altísimos, flores rojas y hasta una piscina privada a los pies de la playa.
Xu Ping se apoyó contra la ventana hasta que Ah Qiang se marchó conduciendo.
‒¿No era esa? ‒ Xu Ping se sentó derecho.
‒Todo el mundo pregunta lo mismo, es preciosa, ¿verdad? ‒ Ah Qiang soltó una carcajada alegre. ‒ Es una pena que sea privada. Ya lo preguntamos, pero no está abierta al público. El dueño se pasa por la isla en invierno.
Xu Ping sonrió.  Bajó la ventanilla y permitió que la brisa entrase en el vehículo. El sol no era tan fuerte y de vez en cuando se escondía detrás de las nubes. Las aguas eran azules y verdosas y también empezaba a oscurecer.
Ah Qiang apagó los motores y les dedicó una mueca a los hermanos.
‒Ya estamos.
Xu Ping saltó del coche. Ante él había una cabaña pintoresca con un jardín de césped. En el centro había un jardincito bien cuidado, dos sillas y una mesita de café. Xu Ping guardó silencio durante un buen rato con la mano de su hermano entre las suyas.
‒No es tan magnifica como la de antes, ‒ empezó Ah Qiang. ‒ pero creo que es más acogedora.
La puerta de madera rechinó al abrirse y un anciano saludó a su conductor.
‒¿Por qué has tardado tanto?
‒El tren ha tenido problemas y se ha retrasado una hora. ‒ Miró para todos lados. ‒ ¿Y la tía?
‒Haciendo la cena. Ya la conoces, cuando se pone a cocinar no hay quien la saque de ahí.
Ah Qiang se rió.
‒Oh, sí. Tío, déjame que te presente a nuestros invitados. Señor Xu, este es mi tío.
Xu Ping corrió a saludar al hombre.
‒Señor Chen.
‒Llámame tío Lin. ‒ Le pasó un collar de flores por el cuello y miró a Xu Zheng. ‒ ¿Y tu mujer?
‒Este es mi hermano, Xu Zheng. ‒ Xu Ping se explicó con torpeza. ‒ Estamos de vacaciones juntos.
‒¿Tu hermano se ha sumado a la luna de miel? ‒ Preguntó el anciano.
‒No, ‒ Ah Qiang se metió en la conversación. ‒ sólo han venido ellos. El señor Xu no está casado, ¿vale?
El tío Lin hizo una pausa antes de asentir lentamente.
‒Oh. Oh, vale. Vale.
Se acercó a Xu Zheng para ponerle el otro collar de flores. Xu Ping tiró del brazo de su hermano para que se agachase.
‒Serás gilipollas. ‒ El tío Lin le espetó a Ah Qiang. ‒ ¡¿Cómo te has podido equivocar con algo así?!
Ah Qiang lloriqueó mientras esquivaba los golpes de su tío.
‒¡No es culpa mía! ¡Ha sido Meigui que no ha aclarado nada! Sólo me dijo que habían reservado la oferta de luna de miel. ¡Cómo iba a imaginarme que vendrían dos hombres!
‒¡Mírale poniendo excusas! ‒ El anciano estaba furioso. ‒ ¡Pues muy bien! Ve y cuéntaselo a tú tía. Ya se había puesto a cocinar y había comprado los ingredientes para los próximos diez días.
‒¿Y qué? Puede cocina-… ‒ Entonces, se detuvo como si acabase de acordarse de algo.
‒Sólo somos dos. ‒ Comentó Xu Ping. ‒ Comeremos lo que la tía Lin haga, no hay problema.
‒¡Ese no es el problema, señor Xu! ‒ Exclamó Ah Qiang. ‒ No lo entiende. Como nuestros invitados siempre son recién casados, mi tía les cocina cosas especiales. Ya sabe. Para los hombres. Para que… ¡Sabe!

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