Capítulo 49

julio 26, 2018


Al igual que la música y el esplendor no sobreviven a la lámpara y al laúd, los ecos del corazón no permanecen en ninguna canción cuando el espíritu se queda mudo: no hay canciones, sino cantos fúnebres como el viento que se cuela en la celda arruinada o los impulsos de luto que suenan en el doble del difunto hombre del mar.
‒Percy Bysshe Shelley, Cuando la lámpara se destroza

Ah Qiang les enseñó la casa a Xu Ping con quien conversó amenamente hasta que sus tíos decidieron que era el momento de marcharse. Xu Ping les pidió que se quedasen a cenar repetidas veces, pero al notar la expresión lúgubre de la tía, no insistió más.
Xu Ping los acompañó a la puerta y se despidieron en el patio. Entonces, regresó a la cabaña y cerró la puerta. En cuestión de segundos escuchó un quejido de Ah Qiang al otro lado de la puerta y sacudió la cabeza sonriente.
En el segundo piso había dos dormitorios. A la izquierda había una sala de estar y a la derecha un comedor conectado a la cocina. En la sala de estar también había una pequeña escalinata para bajar a la playa.
Su hermano pequeño le esperaba para cenar. Xu Ping anduvo hasta la mesa cargando dos tazones de arroz caliente, pescado al vapor, verduras fritas y cocido. Xu Ping levantó la tapa de la olla. El vapor era tan fuerte que le obligó a cerrar los ojos. Una vez se hubo disipado, vio la sopa blanca.
Xu Zheng engulló la sopa muy deprisa, apretó los labios para saborearla y pidió otro plato. Xu Ping le cogió el tazón y le dio la vuelta.
‒Con uno basta.
‒Oh. ‒ Su hermano hizo una breve pausa antes de pasar al tazón de arroz.
Xu Ping le quitó las espinas a su pescado y lo depositó en el tazón de su hermano.
‒Pruébalo, es pescado de agua marina.
Xu Zheng le pegó un bocado.
‒¿Qué tal?
‒Soso. ‒ Espetó después de reflexionar unos segundos.

Para cuando terminaron de cenar ya había anochecido. Xu Ping le ordenó a su hermano que se duchase mientras él fregaba los platos, pero Xu Zheng parecía en otro mundo. Después de haberse pasado un buen rato admirando el mar, dijo:
‒Quiero nadar, gege.
Xu Ping dejó el último tazón en el escurridor y se secó las manos.
‒Es muy tarde, ya está oscuro. Ir a nadar a estas horas es peligroso. ‒ Contempló como el viento movía las hojas de los cocoteros. ‒ Estás pegajoso de tanto sudar. ‒ Le levantó la camiseta a su hermano.
Xu Zheng, sintiendo que el trato que estaba recibiendo era injusto, se dio la vuelta, cogió a su hermano mayor y pegó la cara en su pecho.
‒Tú también estás pegajoso, gege.
Xu Ping soltó una risita. Le revolvió el pelo a su hermano y tomó su rostro con las manos.
‒Ha sido un día largo, ¿no estás cansado?
Xu Zheng sacudió la cabeza y cogió a Xu Ping en brazos.
‒Quiero nadar.
‒No. ‒ Rechazó Xu Ping rodeándole el cuello con las manos. ‒ Vete a la ducha. ‒ Ordenó yendo a por una muda limpia para él.
Xu Zheng, insatisfecho y molesto, se fue dando pisotones.
Xu Ping subió las maletas al segundo piso y lo ordenó todo. Abrió la puerta del dormitorio principal, pero se detuvo. La cama negra estaba cubierta de sábanas blancas como lirios. La luz suave envolvía la escena. En el vestidor encontró dos copas y una cubitera con champán. Más allá de las cortinas beige se extendía el océano oscuro.
Xu Ping entró en el cuarto y levantó el dosel blanco. Olío las rosas y las dejó en el vestidor.
Debajo de la almohada había una tarjetita. “Felicidades, os deseamos cien años de matrimonio feliz.” Xu Ping estrujó la carta y la tiró al suelo. Se sentó en el borde de la cama y saltó. Era un colchón bueno. Pasó la mano por el bordado, notando cada puntada con la palma.  Se preguntó cuántos recién casados habrían gozado de esa cama. Abrió los brazos y se dejó caer en la cama. Recordó el momento en el que la tía Lin había salido de la cocina para saludarle y su expresión al ver su hermano pequeño entrando con el equipaje. Sonrió. Los hombres eran densos, pero las mujeres poseían una intuición natural. Vio el disgusto de su cara al posar la mirada en él y su hermano. Tal vez lo había adivinado, pero no dijo nada. Sin embargo, Xu Ping no se molestó. No hubo ningún ápice de cambio en sus emociones. La envidiaba. Se había casado felizmente y tenía una vida maravillosa con la que Xu Ping no podía ni soñar.
Oyó el sonido del agua de la ducha y se cubrió el rostro con las manos. Pensó en lo feliz que había estado su hermano cuando había girado con él en brazos unos minutos antes.

‒Gege.
Xu Zheng salió del baño con una toalla en el cuello. Nadie le contestó. Buscó por ahí, pero no encontró a Xu Ping. Entonces, saltó los escalones de dos en dos, pero siguió sin encontrar a nadie.
‒¡Gege! ‒ Gritó con las venas sobresaliéndole del cuello y las manos en un puño.
Justo entonces, escuchó un golpecito en la ventana. Xu Zheng salió corriendo y corrió las cortinas para ver a su hermano mayor saludándole descalzo sobre la arena de la playa. Abrió la puerta trasera y corrió a gambadas hasta llegar a Xu Ping. Le abrazó por la espalda.
‒¿Qué pasa? ‒ Xu ping sonrió. ‒ Sólo he salido a ver el mar.
Xu Zheng continuó con la cabeza enterrada en él y sin aflojar su abrazo.
‒Shh. ‒ Xu Ping le acarició el brazo. ‒ No digas nada, escucha.
Las olas siseaban suavemente por la orilla.
‒Xiao Zheng, ‒ Xu Ping rompió el silencio que habían mantenido durante un buen rato. ‒ ¿me culpas?
‒¿Por qué? ‒ Le interrogó Xu Zheng.
Xu Ping no contestó, continuó con la mirada fija en el océano, entonces, bajó la cabeza y acarició la mano de su hermano.
‒¿Quieres dar un paseo conmigo?
Xu Zheng asintió con la cabeza.
Ese lado de la isla era desierto y tranquilo. No había ni un alma a la vista. La luna estaba colgada de un cielo nocturno mientras que las olas bañaban la orilla.
Su hermano corrió descalzo por la arena, persiguiendo la marea. Cuando retrocedía se acercaba, cuando volvía se alejaba de un salto. Xu Ping siguió ociosamente a su hermano con las chanclas en la mano.
Ambos dejaron sus huellas en la costa.
Xu Zheng, pasándoselo como nunca, terminó tropezando y cayendo al agua. Xu Ping soltó los zapatos y corrió a ayudar a su hermano.
‒¿Qué ha pasado? ¿Te has hecho daño?
Xu Zheng sacudió la cabeza.
Xu Ping se puso la pierna de su hermano pequeño en su regazo y le frotó el tobillo.
‒¿Te duele?
Xu Zheng sacudió la cabeza otra vez. De repente, el menor chilló y levantó el dedo donde tenía un cangrejo diminuto. Xu Ping se volvió a serenar y le pegó.
‒¿Qué es esto, gege? ‒ Preguntó Xu Zheng levantando el dedo a la altura de sus ojos.
‒Un cangrejo. ‒ Contestó Xu Pinp inclinándose para coger el cangrejo que apenas medía lo mismo que su dedo y tenía el lomo transparente. ‒ No te muevas. ‒ Dijo mientras lo dejaba en la arena.
El cangrejo se quedó inmóvil unos segundos antes de escapar por la arena de lado. Fue entonces, cuando Xu Ping se fijó y vio que toda esa zona de arena estaba cubierta de agujeritos.
Xu Zheng se emocionó y empezó a meter el dedo en los agujeritos.
‒Espera. ‒ Se fue a buscar un palo. ‒ Usa esto.
Su hermano metió el palo por el agujero y, antes de sacarlo, ya había salido un cangrejo pequeñito. Xu Zheng le dio la vuelta para estudiar su lomo transparente. Xu Ping soltó una carcajada alegre, se levantó, se sacudió la arena de la ropa y tiró de su hermano.
Su hermano quería seguir jugando.
‒Son cangrejos bebé, si no dejas de molestarles al final saldrá la madre que es tan grande como una casa y puede cortarte las piernas con las pinzas. ‒ Miró a su hermano. ‒ ¿No te da miedo?
Xu Zheng empalideció y asintió.
‒¿Entonces qué haces que no estás corriendo? ‒ Preguntó Xu Ping dándole un empujoncito.
‒¡Corre, gege! ‒ Exclamó el otro saliendo por patas.
‒Corre tú, yo estoy cansado, no puedo correr. ‒ Xu Ping recogió sus zapatos y los sacudió ociosamente.
Xu Zheng miró a derecha e izquierda frustrado antes de volver corriendo y agazaparse ante Xu Ping.
‒Súbete, gege. Yo te llevo.
Xu Ping apretó los labios.
‒Peso mucho, sálvate tú.
‒Puedo contigo. ‒ Contestó frenético. ‒ ¡Da igual lo mucho que peses! ¡Venga, gege, rápido!
Xu Ping dejó caer sus zapatos entre risitas y se inclinó sobre la espalda de su hermano pequeño. Xu Zheng le cogió las piernas y empezó a correr. Xu Ping se aferró al cuello de su hermano con fuerza y cerró los ojos para poder apreciar su latido mejor.
El sonido de las olas y el sonido de los pies de su hermano sobre la arena.
‒Eres un mentiroso, gege.
‒¿Eh? ‒ Xu Ping abrió los ojos.
‒No pesas nada. Puedo llevarte y correr y correr.
Xu Ping descansó la cabeza en la espalda de su hermano y se permitió cerrar los ojos. En la cabaña por la que habían pasado antes estaban las luces encendidas.
‒¿Nos está persiguiendo, gege?
Xu Ping se dio la vuelta. Todo lo que había en aquella noche era arena blanca, cocoteros y las olas atacando la orilla y resplandeciendo como diamantes de color azul marino.
‒¿Podemos parar ya, gege?
Xu Ping se dio la vuelta otra vez. Se agarró a su hermano más fuerte y murmuró intentando contener las lágrimas.
‒Un poco más, Xiao Zheng. Sólo un poco más.

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