Capítulo 50

julio 26, 2018


Una vez los corazones se han unido, el amor deja un nido bien hecho; el débil se queda a soportar lo que cierta vez poseyó. ¡Oh, amor, que lloras la fragilidad de todo! ¿Por qué has escogido al más frágil para ser tu hogar, tu cuna y tu féretro?
‒Percy Bysshe Shelley, Cuando la lámpara se destroza

‒Agárrate fuerte al flotador, no te sueltes.
‒Me da miedo, papá.
‒¿El qué? Si estoy aquí.
‒Pero es muy hondo…
‒Tú agárrate y relájate, vas a flotar. Si algo pasase, estoy aquí. Venga, agárrate y patalea.
‒No, no va a funcionar, papá.
‒Que sí, Xu Ping eres un niño muy valiente.
‒¡No puedo! ‒ Tosió.
‒Sólo lo has intentado una vez. ¡Venga, repite!
‒…Papá, no quiero aprender.
‒¡Repite!
‒Quiero subir, no quiero aprender.
‒¡Tu hermano te está mirando! ¡Repite!
‒¡Que no quiero!
‒Hasta Xu Zheng sabe nadar. ¿Cómo puede ser que el mayor de los hermanos no sepa?
‒Xu Zheng esto, Xu Zheng lo otro… ¡Todo es sobre él! ¡¿Por qué tengo que ser su hermano?!

‒Gege.
Xu Ping estaba tumbado en la playa bajo una sombrilla. Abrió los ojos holgazanamente y vio que su hermano pequeño estaba delante de él, empapado.
‒¿Qué pasa, Xiao Zheng?
‒Te has quedado dormido.
‒Sí. ‒ Xu Ping se irguió y miró a su alrededor. Encontró una revista debajo de la silla y le quitó la arena. ‒ Quería leer un rato, pero me he quedado dormido. A lo mejor he trabajado demasiado últimamente.
‒Has hablando dormido.
‒¿Ah, sí? ‒ Xu Ping sonrió. ‒ ¿Qué he dicho?
‒No lo he oído. ‒ Xu Zheng sacudió la cabeza.
‒He tenido un sueño. ‒ Xu Ping se inclinó contra el respaldo de la silla. ‒ Papá nos llevaba a nadar, pero a mí me daba tanto miedo que no me atrevía y sólo lloraba.
Xu Zheng se sentó en la otra silla y se cubrió la cabeza con la toalla.
‒¿Y entonces?
Xu Ping esbozó una sonrisa.
‒Y entonces, aparecías tú, ¡claro! Y me decías que querías enseñarme a nadar. Y me cogías de la mano y me enseñabas. Entonces, pensaba que quería ser tu hermano mayor el resto de mi vida.
Su hermano bajó la cabeza avergonzado y preguntó:
‒¿Y qué más?
Xu Ping rió.
‒Nada, me he despertado.
‒Oh. ‒ Parecía decepcionado. Tiró la toalla. ‒ Te voy a llevar a nadar, gege.
‒Ve tú, yo voy a dormir un poco más. ‒ Xu Ping sacudió la cabeza.
‒Te pasas el día durmiendo.
‒Oh, sí. ‒ Sus palabras le pillaron desprevenido. ‒ Es por el calor, me da sueño. ‒ Acarició a su hermano. ‒ Vuelve en diez minutos, le he dicho a la tía Lin que no nos haga la cena. Iremos de paseo y comeremos en el restaurante del pueblo.
Su hermano asintió con la cabeza, se puso las gafas de bucear y se dio la vuelta despidiéndose de él.
‒¡Me voy!
Xu Ping sonrió. Observó a su hermano surcar las aguas marinas y, entonces, se tiró directamente a una ola sacando la cabeza varios metros a lo lejos.

El único restaurante en la isla se parecía al Dai Pai Dong de las películas de Hong Kong ‒ sillas de plástico rojas, mesas plegables, techos altos; un vasito lleno de palillos y un rollo de papel higiénico. Había una hilera de jaulas llenas de pollos y patos, y el otro lado de la sala estaba cubierto con tanques a rebosar de cangrejos y otros mariscos vivos. El dueño salía de la cocina y cocinaba en los fogones que había en medio de la sala.
El menú era simple, apenas llegaba a rellenar una página. Era un negocio familiar y la camarera era la hija del dueño. Iba vestida con un vestido de estampado floral.
Xu Ping tardó unos minutos en descifrar la letra del dueño, pero acabo pidiendo un plato de gambas, uno de verduras y sopa de almejas. Sin embargo, la chica se quedó allí después de recoger las cartas.
‒¿Le gustaría beber algo, señor? ‒ Preguntó mirando a Xu Zheng.
Xu Zheng estaba concentrado en el vaso de los palillos.
‒¿Tenéis cerveza?
‒Sí, ¿la traigo fría?
‒Claro, una botella.
La chica no se rindió y se giró hacia Xu Zheng.
‒¿Usted también tomará cerveza?
Los otros clientes empezaban a echarles miraditas. Xu Zheng parecía no haberla escuchado y Xu Ping intentó apaciguar la situación.
‒Con una será suficiente, la compartiré con mi hermano.
El resto de los clientes parecían ser regulares. Uno de los más jóvenes estalló en carcajadas sonoras y le sacó la lengua a la muchacha. La chica se indignó tantísimo que se le llenaron los ojos de lágrimas. Xu Ping estaba a punto de levantarse para dar explicaciones, pero ella tiró la carta al suelo, la pisoteó y salió a grandes gambadas del edificio.
Xu Ping se quedó sentado. La chica no volvió a aparecer.
La que trajo los platos fue la madre de la chiquilla, que debía rondar los cuarenta. Se sacó un abridor del delantal y abrió la botella de cerveza.
‒¿Está bien? La señorita de antes… ‒ Preguntó entre susurros.
‒Oh, ¿mi hija, Ah Zhi? ‒ La mujer rio de buena gana. ‒ Está bien, está bien.
Xu Ping se quedó callado unos segundos.
‒A mi hermano no le gusta hablar con la gente. No pretendía avergonzarla…
‒Los adolescentes son lo peor, no dejan de dar guerra. ‒ Sirvió la cerveza en las copas. ‒ Lo superará. ‒ Le echó un vistazo a Xu Zheng. ‒ Oh, ¿qué tenemos aquí? Señor, su hermano es muy apuesto. Se parece a ese famoso. ‒ Xu Ping hizo una mueca. ‒ ¿Le está gustando la isla?
‒Sí, llevamos aquí un par de días. ¿Cómo lo sabe?
‒Llevo viviendo aquí toda mi vida. Conozco a todas las familias, me es fácil adivinar quienes son turistas.
‒Eso es maravilloso. ‒ Comentó Xu Ping. ‒ Tener a los amigos y a la familia a tu alrededor.
‒Los de mi edad creemos que la isla es encantadora. Hay buena comida, buen ambiente… Pero los jóvenes quieren irse a ver mundo. Como mi niña, no deja de repetir que quiere apuntarse a ese programa de la televisión. Ya sabe, ese en el que la gente se pone ropa vistosa. Dice que quiere ser famosa, tener mucha pasta. Cielos, todo lo que quiere hacer es arreglarse, nunca ayuda a la familia-… ‒ Un estruendo la interrumpió. ‒ Parece que mi niña está enfadada. Ya hablaremos. ‒ La mujer soltó una risita. ‒ Enseguida les traigo su comida, señores.

El sabor era del montón, sin embargo, los ingredientes eran lo más frescos que se podía conseguir. El dueño los metió en un cubo para que Xu Ping pudiese ver que estaban vivos antes de cocinarlos. A mitad de la comida el resto de los comensales abandonaron el establecimiento. La madre era encantadora y se les acercó en varias ocasiones para rellenarles el vaso del agua y preguntar sobre la comida. El dueño, por otra parte, era mucho más callado.
Los insectos revoloteaban por las bombillas y de vez en cuando ardían y morían. La segunda planta era donde habitaba la familia. Alguien estaba viendo un programa de la televisión. Empezó a refrescar, aunque la brisa era distinta a los vientos del norte: era húmeda y salada.
‒Hasta la próxima. ‒ Se despidió la buena mujer que los había estado atendiendo cuando Xu Ping hubo pagado.
Temeroso de que su hermano mayor se cayera al suelo, Xu Zheng se adelantó y le sujetó por los hombros: sonriéndole. Detrás de ellos, el dueño y su mujer habían empezado a guardar las mesas y las sillas para plegar.
La mayoría de las tiendas de la única calle comercial del pueblo estaban cerradas, con la excepción de una tiendecita de conveniencia en la que el encargado estaba totalmente absorbido en una película de la TVB que a saber cuantísimas veces habían repetido ya.
‒Su Majestad, yo, Siu Fung, soy Khitay y ahora que le he amenazado me he convertido en un pecador y no puedo seguir dando la cara en este mundo. ‒ Entonces, el actor se apuñalaba el pecho.
‒¿Quieres helado? ‒ Xu Ping le preguntó a su hermano.
Xu Zheng consideró su oferta unos segundos y acabó asintiendo.
‒Señor, ¿me puede dar dos de esos conos?
El hombre deslizó la puertecita del congelador con la vista pegada a la pantalla del televisor.
‒Ocho yuanes.
Xu Ping pagó y el hombre le regaló un paquete de fuegos artificiales.
‒Invita la casa.
Xu Ping lo aceptó.
Encima del mostrador había un paquete de tabaco sin terminar y una caja de cerillas. Xu Ping cogió lo segundo y lo movió delante del dueño de la tienda. El hombre lo fulminó con la mirada y le hizo un gesto impaciente con la mano. El dúo de hermanos dejó la tienda mientras abrían los conos de helado dejando a sus espaldas a los héroes en batalla.
‒¿Te gusta? ‒ Xu Ping probó su helado de nata y se inclinó.
Xu Zheng asintió con la cabeza y Xu Ping sonrió a modo de respuesta.
Aquella noche la luna resplandecía en el firmamento. Anduvieron por la orilla de la playa hasta alcanzar la cabaña, bañados por la luz de la luna.
‒Toma. ‒ Xu Ping le ofreció lo que le quedaba de helado a su hermano.
‒¿Y tú, gege?
‒No me gustan las cosas frías.
Xu Zheng lo aceptó, aparentemente perplejo. Xu Ping se agachó y se limpió la nata de los dedos en el agua marina.
‒No tenemos prisa, nos podemos sentar aquí a comer. Luego podemos jugar con los fuegos artificiales. ‒ Dijo.
Ejerció algo de fuerza en los hombros de su hermano para obligarle a sentarse, se arregló el atuendo y se tumbó a su lado. Alzó la vista a las estrellas. La isla poseía un ambiente ideal: no había ni pizca de contaminación lumínica. El cielo nocturno veraniego era claro y limpio, se apreciaban hasta las más débiles de las estrellas.
‒Xiao Zheng.
‒¿Mmm? ‒ Gruñó mientras masticaba.
‒¿…Te acuerdas de papá?
‒Sí.
‒¿Sabes… ‒ Xu Ping giró la cabeza lentamente. ‒ dónde se ha ido?
‒De viaje, como tú y yo.
Xu Ping levantó la vista al cielo y tardó un buen rato en proseguir.
‒Bueno, en realidad no… Papá, él… ‒ Se le atragantaron las palabras, pero consiguió reunir el valor suficiente para seguir. ‒ Él…
‒Papá se ha ido de viaje a un sitio muy, muy lejano, tanto que no nos puede hablar. Me acuerdo. Me lo dijiste tú. ‒ Xu Zheng pasó a lamer el cono.
‒Sí, eso te dije. ¿Le echas de menos? ‒ Susurró mirándole.
Xu Zheng habló al cabo de un buen rato.
‒Sólo te necesito a ti.
Xu Ping no dijo nada más durante un buen rato. Contempló el cielo nocturno casi sin parpadear.
‒Vamos a por los fuegos artificiales.
Xu Zheng vaciló. Xu Ping abrió la caja. Dentro sólo había dos petardos del tamaño de un pulgar. Los colocó a una distancia de seguridad y advirtió:
‒Aléjate.
Xu Zheng se levantó y se separó de él unos pasos. Xu Ping encendió las mechas y corrió al lado de su hermano tapándose los oídos.
‒Va a sonar muy fuerte.
Xu Zheng sonrió.
Observaron cómo se acababa la mecha, pero no explotó nada.
‒Deben haberse roto por haber estado por ahí tanto tiempo. ‒ Comentó Xu Ping decepcionado. ‒ Voy a ver. ‒ Dijo dándole una palmadita en el hombro.
Al buen hombre sólo le dio tiempo a dar dos pasos antes de que los petardos explotasen. El mundo le dio vueltas y le pitaban los oídos, para cuando volvió a abrir los ojos tenía a su hermano encima.
‒Gege. ‒ Su hermano le sujetaba la cara. ‒ ¡Gege! ‒ Gritaba.
‒Estoy bien. ‒ Xu Ping rió. ‒ Estoy bien, Xiao Zheng. Sólo me he asustado, ya está.
Su hermano le abrazó con fuerza. De los fuegos artificiales sobresalían chispas rojas y azules, pero ninguno de los hermanos lo vio.
Xu Ping se quedó tumbado sobre la arena de la palaya abrazándose al cuello de su hermano, atrapado en un silencioso y apasionado beso.

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