Capítulo 51

julio 26, 2018


Sus pasiones te acunarán como las tormentas acunan a los cuervos arriba; la razón se burlará de ti como el sol del cielo marchito. Todas las vigas de tu nido se pudrirán, y el águila abandonará su hogar dejando al árbol desnudo cuando las hojas del invierno y los vientos fríos lleguen.
‒Percy Bysshe Shelley, Cuando la lámpara se destroza.

‒¡Más deprisa, gege! ‒ Su hermano le llamó con la mano en alto y un peto salvavidas naranja.
Xu Ping esbozó una sonrisa cansada.
El remo de metal cada vez le parecía más pesado, tanto, que sus músculos entumecidos amenazaban con rendirse. El peto salvavidas naranja le asfixiaba bajo el sol. Xu Ping paró para descansar y dejó el remo sobre su regazo. Quería gritarle a su hermano que no se alejase mucho, pero cuando abrió la boca descubrió que tenía cansadas hasta las cuerdas vocales. Xu Ping se giró hacia la orilla y notó que estaba muy lejos. A siete kilómetros al sureste había un montón de rocas lo suficientemente grande como para dos personas y el agua parecía más clara. Era un buen lugar para bucear, o eso le había asegurado el tío Lin.
Xu Ping se puso la mano en la frente. La luz dorada que se reflejaba sobre el agua era tan fuerte que apenas veía nada.
‒¡Por aquí! ¡Date prisa, gege! ‒ Escuchó la voz animada de su hermano.
Se miró las palmas de las manos. El agua estaba muy cerca, acunando su kayak como si fuera la cuna de un bebé. Desde donde estaba podía ver los peces nadando debajo de él en su tenue y callado mundo.
‒¡Gege! ¡Gege!
Xu Ping sonrió otra vez y volvió a tomar el remo.

‒Agua.
Xu Ping ató su kayak en una roca y se dejó caer, jadeante, al lado de su hermano. Xu Zheng abrió la mochila y sacó una botella de agua que su hermano mayor se tragó tan deprisa que la mitad le rodó por las mejillas.
‒Qué debilucho eres, gege.
Xu Ping le fulminó por el rabillo del ojo, pero no replicó. Después de girarse la gorra, le devolvió la botella y se dejó caer sobre la isleta de rocas. Xu Zheng se agazapó a su lado.
‒¿Qué miras? ‒ Le preguntó sin aliento.
‒Eres muy, muy blanco y tienes unas piernas muy, muy largas, gege.
Xu Ping le giró la cara.
‒Y un cuello muy, muy bonito.
Xu Ping murmuró algo a modo de respuesta. Su hermano le acarició la oreja y el cuello.
‒Quiero hacerlo con gege.
Xu Ping se ruborizó de inmediato, pero consiguió serenarse.
‒Pero si lo hicimos ayer.
‒No es lo mismo. ‒ Xu Zheng le abrazó por detrás y le coló una mano por debajo de la camiseta para poder pellizcarle los pezones. ‒ Ahora tengo muchas ganas.
Xu Ping se estremeció.
‒¿No estás cansado de tanto remar? ‒ Xu Ping se dio la vuelta. ‒ Yo casi no puedo ni levantar los brazos.
‒Sí, pero quiero de todas formas.
Xu Ping cerró los ojos y suspiró.
‒¿No puedes esperar a esta noche? Hasta que estemos solos en la habitación…
‒Pero no puedo esperar, gege. ‒ Xu Zheng le interrumpió. ‒ Llevo pensando en ti y en tu cuerpo todo el rato, pero remas muy despacio. ‒ Le besó el cuello. ‒ ¿Podemos, gege? No hay nadie. Ayer lo hiciste conmigo en la playa. ‒ Se quitó la camiseta rápidamente, dejando a la luz su musculoso torso.
Xu Ping se lo quedó mirando como atontado. Xu Zheng, sin vergüenza alguna, se puso de pie delante de su hermano mayor, se desabrochó los pantalones y se quitó la ropa interior. Lo tiró todo a un lado y expuso sus muslos y genitales al sol.
Xu Ping abrió la boca para decir algo, pero le temblaba tanto la voz que fue incapaz.
Xu Zheng se arrodilló y le quitó las deportivas y los calcetines blancos. Xu Ping intentó quitarle el pie, pero su hermano lo sujetó por los tobillos y le estudió los pies durante un buen rato antes de plantarle un beso ahí mismo.

Un avión surcaba los cielos azul claro dibujando una única línea blanca. La brisa marina les mecía dulcemente e inquietaba las aguas. Una grulla aterrizó.
Xu Ping parpadeó. Tenía calor. Abrió los ojos lentamente y vio el rostro moreno de su hermano y su rastrojo.
‒¿Qué hora es? ‒ Preguntó con voz ronca.
Su hermano lo estrechó entre sus brazos. Xu Ping sacó la cabeza por su hombro y vio que el sol se inclinaba hacia el oeste. El cielo se había transformado en un par de viejos pantalones gastados.
‒Se está poniendo el sol… ‒ Comentó en susurros.
Xu Ping bajó la vista y vio que ambos estaban desnudos. Su hermano estaba sentado en la roca, abrazándole. Movió las piernas y entonces descubrió que el agua le llegaba por las rodillas.
‒¿Por qué no me has despertado? Ya se está poniendo el sol.
‒Te has desmayado, gege. ‒ Respondió Xu Zheng.
Xu Ping se ruborizó y no insistió más. Por alguna razón su hermano estaba muy excitado. Lo había sujetado por las caderas y le había penetrado sin que le importase nada, hasta su miembro había parecido más grande de lo normal. A pesar de que Xu Ping alcanzó el clímax varias veces, Xu Zheng no tuvo intención alguna de detenerse y, al final, Xu Ping cayó agotado en sus brazos: pegajoso, hambriento y entumecido.
‒Para, Xiao Zheng, para. ‒ Se había retorcido para poder rogarle. ‒ No puedo más…
Xu Zheng había hecho una pausa al escucharle, sin embargo, el miembro enterrado en las profundidades de Xu Ping se endureció y su hermano pequeño volvió a la carga una vez más.
Los recuerdos de Xu Ping acababan ahí.
‒Qué débil eres, gege. ‒ Dijo Xu Zheng abrazándole. ‒ Soy más alto que tú, mis brazos son más dobles; soy más fuerte que tú, gege.
‒Vale, ¿y qué? ‒ Preguntó.
‒Quiero romperte, quiero seguir haciéndolo hasta que te rompas, gege. ‒Xu Ping le devolvió la mirada a esos dos ojos negros. ‒ Tengo miedo. ‒ Continuó Xu Zheng. ‒ Te has dormido, te he abrazado. ‒ Le tocó los ojos, la nariz y la boca con suavidad. ‒ Quiero comerte entero, gege. Aquí, aquí, aquí…
Bajó la cabeza y se metió los dedos de Xu Ping en la boca, uno a uno. Xu Ping abrió los ojos, que se le llenaron de lágrimas, como platos. Cabizbajo, permitió que las lágrimas corrieran. Le cogió la mano a su hermano pequeña, le abrió los dedos y se los metió en la boca.
‒¿Sabes? ‒ Murmuró. ‒ Yo también quiero, Xiao Zheng.

La marea hundió las rocas más bajas y el sol se inclinó todavía más al oeste. Xu Ping desvió la vista de su hermano mientras se vestía.
‒¿Tienes hambre?
‒Qué calor. ‒ Su hermano contestó a otra pregunta, entonces, saltó directamente al agua.
‒¡No entres, la marea está demasiado baja! ‒ Chilló Xu Ping.
La única respuesta que recibió a sus advertencias fueron el chocar de las olas contra la marea. Las ondulaciones causadas por el salto de Xu Zheng desaparecieron al cabo de unos instantes y no fue, hasta segundos después, que su cabeza emergió a diez metros.
‒Para ti, gege. ‒ Dijo llegando a las rocas y sacando la mano.
Le había traído dos canicas que tal vez algunos turistas habían perdido mientras buceaban.
‒Gracias. ‒ Sonrió.
Cogió a Xu Zheng por el brazo, tiró de él para sacarle del agua, lo secó y le vistió.
‒¡Volvamos mañana!
‒Tenemos otros planes. ‒ Contestó Xu Ping.
‒Oh.
Los diez días de vacaciones habían pasado volando y ya casi era hora de despedirse. Xu Ping sacudió la arena de los pantalones de su hermano y extendió la camiseta.
‒¿Te gusta? Esta isla.
Su hermano reflexionó unos segundos y acabó asintiendo. Xu Ping no continuó con la conversación, recogió su mochila de entre las rocas y anunció:
‒Será mejor que nos vayamos ya, si oscurece no encontraremos el camino.
Desató el cable, tiró del kayak y se subió de un salto. Llevaba puesta su chaleco salvavidas y remo en mano vio como su hermano se subía a su propio barquito de un salto.
‒Una carrera. ‒ Le dijo a Xu Zheng antes de empujarse y deslizarse por el agua.

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