Capítulo 52

julio 26, 2018


A pesar de que hay muchas hojas, sólo hay una raíz; a lo largo de todos mis falsos días de juventud, mecí mis hojas y flores bajo el sol y ahora me marchito ante la verdad.
‒Percy Bysshe Shelley, La comprensión de la sabiduría con el tiempo.

Cuando volvieron a la cabaña ya era un poco tarde. La tía Lin les había dejado la cena sobre la mesa y una nota avisando que Ah Qiang se pasaría por la tarde del día siguiente para llevarlos al aeropuerto.
Xu Ping cenó delante de su hermano. Le dolían los brazos de tanto remar y apenas lograba sujetar los palillos, así que los cambió por la cuchara sopera.
‒Tú a tu ritmo. ‒ Le dijo a su hermano con una sonrisa. ‒ Voy a la ducha.
Cuando el agua caliente le tocó la espalda, Xu Ping tuvo una sensación ardiente. Se tocó la piel y, al parecer, se había quemado por el sol. No le prestó mucha atención y se vistió como siempre.
En la mesa quedaron los tazones y los platos vacíos, y su hermano estaba sentado en el sofá mirando la televisión.
‒¿Qué miras? ‒ Xu Ping se le acercó lentamente y se sentó a su lado.
Xu Zheng estaba demasiado concentrado para contestar. A Xu Ping no le importó. Le dolía cada uno de sus músculos, pero no quería irse a dormir. Cada minuto, cada segundo era un tesoro si podía pasarlo con su hermano, aunque fuera mirando la televisión o charlando. Desvió parte de su atención a la televisión y el resto a su hermano. Observó como la luz verde teñía su rostro.
Xu Zheng se giró hacia él, le sonrió y volvió a centrarse en la televisión. Estaba viendo una película de una década atrás: aroma a mujer. El papel de Al Pacino era de un coronel ciego que bailaba en la pista de un restaurante con una mujer.
‒¿Te gustaría aprender a bailar el tango, Donna?
‒Creo que me da un poco de miedo.
‒¿El qué?
‒Equivocarme.
‒En el tango no hay equivocaciones, no como en la vida. Es simple. Es lo que hace tan bueno al tango. Si te equivocas y te enredas, sigue.
Xu Ping le acarició el rostro a su hermano que se volvió para él. Xu Ping le besó en los labios, su hermano bajó la cabeza y lo hizo más profundo. Xu Ping descansó la cabeza en su hombro con la música de fondo. No supo la razón, tal vez la música era demasiado triste, pero se le enrojecieron los ojos. No quería que su hermano viera sus lágrimas. Cogió aire y se serenó.
La habitación estaba a oscuras, la única luz venía de la pantalla. Xu Ping alzó la cabeza y le sonrió.
‒¿Quieres bailar conmigo? ‒ Tiró de su mano.
‒No sé. ‒ Su hermano vaciló.
‒No pasa nada. ‒ Susurró Xu Ping. Se envolvió con los brazos de su hermano pequeño. ‒ Sígueme.
La alfombra bajo sus pies era suave y mullida, como las hierbas de las orillas. Su hermano tenía sus brazos tensos a su alrededor y sus pies fuera de sincronización. Seguro que no había peor bailarín sobre la faz de la tierra.
‒Gege…
Xu Ping le puso un dedo en los labios.
‒Shhh.
Giraron lentamente por la habitación oscura. La música se desvaneció, pero ninguno prestó atención. Xu Zheng envolvió a Xu Ping con su fragante y salado aroma a hombre adulto.
Giraron y giraron como las olas y en ese momento Xu Ping se percató que tal vez su destino, el motivo por el cual vivía en esa época era para estar con la persona que tenía aquí y ahora.
Xu Ping sollozó en silencio sobre el hombro de su hermano. La oscuridad lo escondió mientras que como la lluvia, caía y desaparecía en silencio.

Xu Ping se despertó cuando el reloj sólo marcaba las cuatro y diez de la mañana. Se quedó tumbado en la cama. Todavía estaba oscuro. Se oían las olas chocando contra la playa y la brisa oceánica soplando entre los cocoteros.
Su hermano estaba tumbado a su lado desnudo y profundamente dormido. Su aliento cálido le acariciaba la oreja.
‒Xiao Zheng. ‒ Llamó.
Pero su hermano siguió durmiendo. Xu Ping se dio la vuelta y le tocó la frente. Aunque el otro hombre parpadeó, no se despertó.
La ventana estaba abierta y la brisa se colaba a su habitación haciendo danzar las delicadas cortinas blancas.
Xu Ping contempló a su hermano durante un buen rato antes de besarle la comisura de los labios. Con cuidado, se apeó de la cama, recogió las ropas del suelo y se vistió. Entonces, se dirigió al baño y empezó a ordenarlo. Bajó a la primera planta sujetándose en la barandilla. El sofá estaba hecho un desastre y todavía quedaban platos sucios de la cena.
Xu Ping ordenó el sofá, se arremangó y se puso en la pica. El agua salpicaba por todos lados y arrastraba consigo los pedazos de comida. Xu Ping giró el grifo y dejó la vajilla limpia en el escurridor. Se secó las manos con un trapo y prosiguió a esperar pacientemente. El cielo seguía negro, pero se trataba de una oscuridad transparente, como un pincel de caligrafía en agua. La luz y la oscuridad se destrozaron y se abrazaron hasta ser uno.
Xu Ping sabía que se acercaba el amanecer.

El agua hervía ya, así que Xu Ping retiró la olla del fogón y vertió su contenido en una taza. El vapor subió como una pantalla delante de su cara y se desvaneció rápidamente.
Xu Ping abrió la puerta corredera de cristal que llevaba al mar, se quitó los zapatos y anduvo por los viejos escalones de madera. Había tres gaviotas volando sobre el mar. El horizonte estaba teñido de un rosa extraño y la noche desaparecía como agua diluida. Empezaron a aparecer varios tonos de azules y nubes blancas.
Xu Ping aguardó el amanecer de pie en la playa. El aire albergaba un cargado aroma amargo y salado. Tenía granitos de arena bajo las uñas de los pies y su camiseta revoloteaba violentamente por el viento.
El hombre no recordaba la última vez que había contemplado el amanecer. Se había pasado toda su vida ocupado, luchando una guerra contra sí mismo, contra el mundo, cada día; ocupado yendo a trabajar, saliendo del trabajo, ocupándose de su hermano, yendo a la compra, cocinando y ocupado luchando por sobrevivir. Había vivido su vida como un torbellino y sólo ahora se daba cuenta que jamás se había tomado su tiempo para ser humano.
Se llevó la cabeza a las manos, lentamente. Había dejado de recordar el pasado en cierto punto. Se lo guardaba en su pecho, bajo muchas capas.
Su vida había muerto en su seno antes de empezar, sus sueños, como pétalos, habían sido aplastados por las ruedas del destino sin haber llegado a florecer.
Su décimo octavo año de vida fue oscuro como la boca de un lobo, e incluso lo había llegado a encerrar en su pecho como una bestia terrorífica que se transformaba usando la oscuridad. Alguien le aseguró que había sido sólo cuestión de mala suerte. Luchó por volver en sí, pero perdió muchas cosas en el proceso. Ya no creía en el destino y no albergaba esperanza alguna. Sobrevivió a la catástrofe a duras penas. Vivía por el bien de vivir y ayudar a Xu Zheng. Creía que su vida terminaría de una forma penosa, pero le arrebatarían hasta eso.

El sol se alzó por el horizonte. Una luz dorada a la que nadie podía mirar directamente salió disparada hacia todas las direcciones acabando con la oscuridad y, en ese momento, el mundo parecía nuevo.
Xu Ping estiró las manos y contempló la luz matutina en sus palmas. Movió la mano derecha y admiró cómo la luz danzaba sobre su mano como elfos. Las olas le acariciaron los tobillos una y otra vez dejando a su paso una espuma blanca y la arena. Las pechinas yacían atrapadas en la húmeda arena como huellas pálidas.
Un cangrejo diminuto se escabulló de un agujero, se sacudió la arena de la concha y corrió al agua. En apenas unas olas, había desaparecido.
Los últimos atisbos de oscuridad desaparecieron al cabo de poco tiempo. Ahora el cielo era de un azul claro increíble manchado por mullidas nubes blancas.
Su hermano se despertaría dentro de poco, desayunarían juntos y fregaría los platos. Entonces, Ah Qiang les recogería en ese coche suyo, les ayudaría con las maletas de buena gana y los llevaría al aeropuerto.
Xu Ping era consciente que debía volver a la cabaña y entrar en la habitación de la segunda planta donde descansaba su hermano pequeño. Y que al hacerlo, se sentaría sobre la cama y le acariciaría el rostro para que no se despertase de mal humor.
Pero no lo hizo.
Se despojó de su camiseta y pantalones y los tiró a lo lejos.
Quería bañarse una última vez antes de que se despertase su hermano.
Cogió aire y se zambulló en el océano.
Notó cómo las algas lo levantaban con suavidad.
Inclinó la cabeza a un lado y empezó a chapotear.

Xu Ping ignoraba a dónde iba o lo lejos que quería llegar, se limitaba a seguir nadando. Las olas le rodeaban como si el mundo entero tratase de evitarlo.
Xu Ping sacó la cabeza fuera del agua y cogió aire. Olía la pegajosa agua marina sobre su espalda. Todos sus recuerdos volvieron de golpe, los de su padre, los de su hermano… Pero desaparecieron en un pispas sin darle tiempo a centrarse. Recordó a su hermano llamándole “gege” mientras le tiraba de la camiseta después de aprender a hablar un poco tarde, recordó a su padre yéndose a trabajar fuera de la ciudad y dejando un Xu Zheng de cinco años esperando a que el Xu Ping de nueve le pasase a buscar; recordó la vez que llevó a su hermano al hospital en bicicleta por tener enteritis aguda y a Xu Zheng murmurando: “me duele, gege”.
Había hecho cuanto había estado en su mano para proteger a Xu Zheng, para darle un hogar cariñoso y evitar que le hicieran daño. Pero cuando muriese por su enfermedad todo se iría al garete. ¿Quién le protegería? ¿Quién le cuidaría, le cocinaría o le llevaría al médico?
Xiao Zheng, me voy a morir dentro de poco.
Una ola se abalanzó sobre Xu Ping y lo hundió. Él se secó el agua de la cara y se dio la vuelta, descubriendo que estaba a cientos de metros de la orilla. La cabaña se alzaba en silencio bajo la luz matutina. La playa estaba desierta.
¿Qué estoy haciendo?, pensó desesperado, ¿qué hago?
Quería gritar, quería llorar. Tenía la sensación de que su interior se había roto por la angustia, y sin embargo, era incapaz de pronunciar una sola sílaba. Se dio la vuelta de repente y se alejó todavía más.
Nunca le había rogado a nadie, ni a nada. No creía en dios ni en buda; ni siquiera veneraba a los espíritus y los demonios. Durante los momentos de disturbios físicos en la cárcel se había limitado a apretar los dientes y soportarlo. Pero aquí y ahora, Xu Ping deseaba que alguien o algo escuchase su suplica, se le acercase, le diera esperanza y valor, y le guiase a través de este alevoso hito.
Fue en ese instante cuando Xu Ping sintió un tirón en el muslo como si alguien le hubiese abierto los músculos e intentase sacarle los tendones. Se hundió bajo las olas y tragó agua salada antes de conseguir subir a la superficie. No paraba de hundirse y salir. Cada vez que intentaba pedir auxilio, el agua le acallaba.
No quiero morir. ¡Quiero vivir! Xiao Zheng me necesita. ¡Tengo que vivir!, pensó frenéticamente mientras luchaba por mantenerse a flote.
Su pierna derecha le dolía y tiraba de él como una roca.
Movía los brazos furiosamente, de arriba abajo.
Los brazos parecían piedras.
Se le metía el agua por la nariz, obstruyendo sus pulmones y su temperatura corporal cayó en picado.
Algo en el fondo del mar le llamaba.
Estiró los brazos en un intento de salir a la superficie una vez más.
Xu Ping se hundió más y más con los ojos abiertos.
Iba a morir.
Veía la superficie verdosa clara y brillante. Los peces jugueteaban por los arrecifes de coral, algunos se asustaban de esta enorme cosa que se estaba ahogando.
La superficie era de un turquesa precioso. El sol ya estaba en lo alto.
Pensó en su hermano profundamente dormido en la cabaña y lo mucho que deseaba poder besarle por última vez.
‒Xiao Zheng.

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