Capítulo 39: Damian (parte 11)

agosto 23, 2018


Aquella tarde Hugo se hallaba trabajando en unos documentos a sabiendas de que alguien había entrado en su despacho. Le llegó el aroma del té, pero continuó centrado en sus deberes un buen rato. Entonces, dejó la pluma en el escritorio, se acomodó en su butaca y miró la taza de té que Jerome había depositado sobre la mesa.
El duque se levantó de su mesa con la taza en la mano y salió al balcón para dar un respiro. El jardín estaba atestado de trabajadores por la fiesta, hecho que le dificultó encontrar a su esposa. Lucia estaba en una esquina del jardín bien acompañada por Damian.
‒Qué bien se llevan. ‒ Murmuró en voz baja.
Objetivamente, no tenían una relación en la que pudieran acercarse demasiado. Le preocupaba que la gente sospechase de las verdaderas intenciones de su mujer por haber traído a Damian a la fiesta, sin embargo, no tuvo corazón de decírselo. Además, sabía muy bien que Lucia no era necia.
Era interesante ver como aquel niño tan poco sociable se había convertido en un perrito faldero en cuestión de semanas. Hasta el mismísimo Jerome había pasado a hablar únicamente de su señora.
Lucia parecía contar con la increíble habilidad de encandilar a cuanto la conocía. Que la quisieran era algo bueno, pero por alguna razón, no le hacía tanta gracia.
‒¿Qué hacen?
La pareja llevaba un buen rato agazapada en el suelo, cara a cara. Desde donde estaba era imposible que el buen duque pudiese estudiar sus expresiones.
‒¿Qué demonios hacen? ‒ Gruñó. ‒ Sin mí.
Esas últimas palabras contaban la verdad de su corazón. Era demasiado infantil y no lo soportaba.

Lucia y Damian estaban tan centrados en el cachorro de zorro que casi no prestaban atención al resto de acontecimientos que los rodeaban. Cada vez que el animalito intentaba escabullirse, le barraban el paso con una mano. Y, al cabo de poco rato, la bestia terminó resignándose y empezó a jugar a perseguirse la cola.
Todos los criadores que Kate le había enviado para que la ayudasen a entrenar a la criaturita repitieron lo mismo: era un animal muy dócil, sería pan comido.
‒¿Ya has decidido el nombre, Damian?
‒Lucia, de verdad… ¿De verdad puedo ponerle yo el nombre?
‒Claro, me encantaría que lo hicieras.
Cuando Lucia le pidió que eligiera el nombre de su nueva mascota, Damian se preocupó y se dedicó a vagar por todo tipo de diccionarios y enciclopedias.
‒Pues… Asha.
‒¿Asha? ¿Significa algo?
‒Pues como el nombre indica… Quiero que dure mucho y sea vivaz.
‒Asha. ‒ Repitió ella. ‒ Es un buen nombre. ‒ Lucia levantó el zorro y se lo ofreció a Damian. ‒ Le has puesto nombre, así que cógelo. No te quedes ahí mirándolo.
‒Lucia, yo-…
‒Si no te das prisa se me caerá.
El zorro empezó a resistirse por estar demasiado tiempo en volandas. Damian, al escuchar la sutil amenaza de Lucia, corrió a extender las manos para coger al animal.
Asha levantó el morro, miró al niño y, finalmente, se relajó entre sus brazos. El rítmico latido y la calidez de la mascota sorprendieron al muchacho; era una senación nunca vista. Damian se estremeció ante la nueva oleada de emociones. Era como si fuera la primera vez que entendía lo que significaba estar vivo.
‒Me siento… raro.
‒¿Por qué?
‒Es que… No es que no me guste, pero me siento raro. Tengo un cosquilleo en el pecho…
Lucia sonrió al ver que el niño no sabía cuánta fuerza debía usar para sujetar al animalito.
‒Eso significa que te parece encantador, Damian.
‒¿En… cantador?
‒Sí. Es la sensación que debió tener tu madre al darte a luz. Cuando algo te parece encantador, te duele el corazón.
Damian se quedó mirando al zorro pensativo un buen rato, con una expresión indescifrable. El animalito se revolvió entre sus brazos hasta que encontró la posición más cómoda y parpadeó. Damian levantó la cabeza para mirar a su madrastra con una gran sonrisa en los labios. Aquella era la sonrisa de un niño, sin ninguna nube a la vista. Esa sería la primera sonrisa despreocupada del muchacho que siempre solía sonreír con cierta inquietud.
Lucia le miró a los ojos y le sonrió.

Los ojos rojos de Hugo se estremecieron ante la escena a lo lejos. Incapaz de soportar el no saber, decidió salir de su despacho, se dirigió hasta la esquina del jardín donde estaban agachados y, por fin, se dio cuenta de que la pareja se había aislado del mundo.
¿Qué pasa aquí?
Les descubrió observando a un cachorro de zorro como si fuera el mayor tesoro del mundo.
Al acercarse fue capaz de escuchar su conversación.
¿Un nombre para la bestia? Menuda tontería.
Ni siquiera el caballo blanco que llevaba montando años tenía nombre todavía.
¿…Lucia?
Hugo frunció el ceño.
La primera vez que escuchó ese nombre en la cena creyó habían sido imaginaciones suyas, pero esta vez estaba seguro de que no se equivocaba. ¿Por qué Damian la llamaba así?  No era ni “duquesa”, ni “madre”, ni su nombre. Dejó de andar para reflexionar y aun así no halló respuesta alguna, así que continuó caminando. Sin embargo, al cabo de unos pasos más volvió a parar. La sonrisa del chico le provocó un dolor punzante en el corazón.
‒Ah… ‒ Suspiró. ‒ Con que eres tú. ‒ Sonrió impotente.
La sonrisa del chico se parecía muchísimo a la que su hermano le había dedicado la primera vez que se conocieron. Hasta el momento no se había dado cuenta, pero al parecer, el hermano al que tanto añoraba siempre había estado a su lado.

*         *        *        *        *

Hugo recordaba al detalle la primera vez que vio a Damian.
Un día, Philip acogió a un niño torpe que apenas había aprendido a caminar. No necesitó explicar nada, su melena negra y ojos carmesíes le delataban. Hugo dejó el niño a cargo de Jerome mientras él se quedaba a solas con Philip.
‒¿Esto qué es? ‒ Preguntó furioso.
‒Es el hijo del joven amo Hugo. ‒ Respondió el médico.
Al principio el duque se puso furioso. ¿Un hijo varón? ¡¿Cómo iba a nacer un hijo de los Taran fuera de la familia?!
‒¿A quién intentas engañar? Ese viejo carcamal debió plantar su semilla en otro lado.
‒¿No habías oído hablar de la amante del joven amo Hugo?
‒¡¿Qué?!  ‒ El duque estalló. Estaba tan enfadado que se sentía enloquecer.
‒No. El joven amo Hugo se enamoró de una muchacha y Damian es el resultado de su amor.
‒¡¿Amor?! ¡Tonterías! ‒ En ese momento maldijo a su difunto hermano. ‒ ¿Por qué no sabía que tenía un hijo?
Estaba seguro de que su hermano no se habría suicidado de haber sabido que era padre.
‒El joven amo murió antes de que Damian naciera.
‒¿Mi viejo también lo sabía?
‒Sí.
‒¿Cómo se llama? ¿Le has puesto tú el nombre?
‒No me atrevería. Fue su madre.
‒¿Madre? ‒ Inquirió Hugo con burla. ‒ Debe ser mi medio hermana. Creía que estaban todos muertos… Y resulta que no. ¿Cuántos hijos tuvo ese imbécil?
‒La señorita era de constitución débil y solía enfermar a menudo. El difunto duque decidió deshacerse de ella porque la veía incapaz de dar a luz.
‒Deshacerse de ella. ¡Ja! Sí, típico de ese viejo loco. ‒ Se burló él. ‒ ¿Y bien? ¿Cómo conoció a esta medio hermana mía que representa que debía estar muerta?
‒Sólo puedo decir que el destino es impredecible. Pero te aseguro que ninguno de los dos tenía otras intenciones.
‒¿El destino? Vaya mierda. ¿Dónde está la madre del niño?
‒Murió al dar a luz. Si quieres una explicación más detallada…
‒No.
Sería imposible determinar que todo lo que Philip le estaba contando era verdad. Ahora que ambos estaban muertos no se podía saber si había habido interferencias externas para que se conocieran o no.
‒¿Y bien? ¿Para qué me lo traes?
Por muy hijo de su hermano que fuera, no era su hermano muerto. Su hermano, hijo del difunto duque, poseía una personalidad y una forma de ser totalmente distinta a la suya y, además, nunca le había contado nada sobre tener un hijo hecho que le hacía sospechar.
‒La sangre del joven amo Hugo corre por sus venas.
‒No me infles la cabeza de tonterías, cógelo y llévatelo. Si se queda conmigo lo acabaría matando.
Sin embargo, Philip se marchó sin el chico y se escondió sin dejar rastro.
Hugo rechinó los dientes y prohibió que Philip se pudiese acercar a Damian. Al cabo de un tiempo, el doctor regresó para ver al chico, pero al ver a los soldados decidió volver a huir.

*         *        *        *        *

Hugo contrató a niñeras para que cuidasen de Damian porque él solía estar ocupado con la guerra. No era muy diferente a estar ignorándole. Muchos meses después, todo el mundo aceptó al niño como si fuera hijo suyo por lo mucho que se parecían. Sin embargo, la existencia de Damian ponía en peligro el plan de Hugo de exterminar su raza.
Sus sentimientos por él eran complicados: Damian era lo último que había dejado su hermano en este mundo y, al mismo tiempo, una amenaza para sus planes. No le odiaba, tampoco le quería: era indiferente. No obstante, cuando le vio sonreír exactamente como su hermano se percató de algo. La sangre de los Taran moriría con él porque su hermano gemelo era una mutación que no debería haber existido jamás. Su hermano Hugo había nacido sin la crueldad y malicia de los de su clan y Damian había heredado su sangre. Los Taran de Damian liderarían de una forma completamente opuesta.

Damian vio que Hugo se les acercaba y se levantó deprisa con el zorro en los brazos, nervioso. Le preocupaba que le regañasen por no estar estudiando.
‒¿Y ese zorro? ‒ Hugo miró al cachorro que el chico tenía en los brazos con indiferencia y se dirigió a Lucia.
‒La señorita Milton me dijo que me iba a regalar uno. Me lo dio hace poco.
A Hugo le disgustó la criaturita que se revolvía entre los brazos de su sobrino. Ahora su esposa también iba a pasarse el día con una bestia.
Primero fue Damian, y ahora un zorro. Cada vez era más difícil tenerla a su lado y, en lo más hondo de su corazón, anhelaba poderla tener solo para él.
‒Damian.
‒¿Sí? ¡Sí!
Era la primera vez que Hugo le llamaba por su nombre directamente. Hasta ese momento siempre había usado la palabra: “niño” o “chico”.
‒La caza de zorros no es un juego para hombres, sino para mujeres. Devuelve el zorro a su dueño. ‒ Ordenó con arrogancia.
Lucia lo fulminó con la mirada, atónita. ¿Un juego para mujeres?
Damian alternó miradas entre la pareja y le pasó el animalito a su madrastra rápidamente, pero esta vez, no mostraba ninguna emoción. Lucia sonrió apenada.
‒Sígueme. ‒ Ordenó Hugo.
‒Sí. ‒ El chico respondió como si fuese un cadete.
‒¿A dónde te lo llevas?
‒Vamos a tener una charla: de hombre a hombre.
Hugo reanudó la marcha y Damian, una vez más, alternó miradas, hizo una leve reverencia y siguió a su padre claramente emocionado.
‒Madre mía. ¿Ahora qué? ¿Me van a excluir?  ‒ Lucia se había quedado sin palabras.
Se sintió un poco traicionada porque Damian no miró atrás ni una sola vez, pero que su padre le hubiese prestado un poco de atención gracias a sus esfuerzos la animó. Verlos caminar lado a lado era adorable.
‒Llevaos lo suficientemente bien para que me entren celos, por favor. ‒ Susurró entre risitas.

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