Capítulo 41: Damian (parte 13)

septiembre 26, 2018


Había más de cien personas allí reunidas, pero no se escuchaba ni un suspiro. Nadie abría la boca, reía o tocaba sus tazas de té. Todas las mujeres ofrecían la misma expresión y todo por la condesa de Wales.
‒¿Qué ocurre, condesa de Wales?
‒Tenía entendido que la de hoy era una fiesta de mujeres. Esto no me parece adecuado.
‒Sólo es un niño. Aunque sea un chico, no hay nada escrito en contra. Sobretodo en la capital. ‒ Lucia se explicó enfatizando las últimas palabras.
La sociedad del norte no tenía ni punto de comparación con la de la capital, ni en cuanto a gente, ni a escala. Cualquiera que presumiese de ser un pez gordo en el norte, no era más que un pez gordo en un estanque diminuto. Lucia había escogido esas palabras para herir el orgullo de la condesa y, a la vez, advertirle que tal vez fuese mejor retirarse.
‒Dicho así, no tengo objeciones. ‒ Contestó la condesa con mala cara.
La provocación de la duquesa le pareció ridícula y le dejó claro que la joven era una loba con piel de cordero. Su apariencia dócil y amable era todo una fachada con la que fingía no interesarse por la sociedad del norte. Era imposible que no quisiera controlar a la alta sociedad haciendo uso de su estatus. Sin embargo, el rango y el estatus no lo eran todo. De la misma manera que la reina no podía gobernar la alta sociedad de la capital con solo su estatus y nombre, en las tierras del norte ocurría lo mismo.
La condesa sabía muchas cosas que las gentes del norte ignoraban. Como que la duquesa no tenía ni un solo pariente y que era una princesa más del castillo o las incógnitas de su matrimonio con el duque. Los rumores aseguraban que el duque y el rey habían formado un contrato.
Que la condesa de Corzan hubiese sido la primera en conocer a la nueva duquesa le había disgustado. Ella contaba con mayor influencia y experiencia, pero saber que la otra no iba a asistir a la fiesta la animó y decidió, pues, que sería su oportunidad para elevar su presencia ante la duquesa. No obstante, todos sus planes se esfumaron en cuanto había aparecido el joven amo. Todo el mundo sabía que nadie podía cuestionar que Damian hubiese sido elegido como heredero del duque, por lo que el resto de las invitadas sabían que el nombrar el propósito de la fiesta había sido una justificación para quejarse.
Al principio, el resto de las ancianas había empezado a susurrar entre ellas, las jóvenes siguieron su ejemplo y, en cuestión de minutos, todas las invitadas habían empezado a cuchichear como muñecas sin expresión.
Kate intentó suavizar la situación o, al menos, desviar la atención comiendo y sorbiendo su té con poca modestia, sin embargo, no lo consiguió. La condesa de Wales era una enemiga demasiado fuerte y no podía enfrentarse a ella.
Que uno de los invitados entrase en conflicto con el organizador o que el organizador cometiese un error por el que pudiese ser públicamente criticado social o éticamente se conocía como: “ruptura de fiesta”. Era un castigo muy simple, los invitados guardaban silencio. Si la ruptura venía por un problema de la fiesta, los invitados callaban hasta que se resolviese, como si quisieran declarar su ausencia. A no ser que la otra persona fuese de una influencia similar a la que empezaba el conflicto, la norma no escrita dictaba que el resto debían seguir y callar.
A Kate la abrumó la culpa. Si su tía abuela hubiese estado presente las cosas no habrían acabado así. La ruptura de una fiesta era una guerra de mujeres. A diferencia de las guerras entre hombres, no se escuchaban gritos o muertes, pero era mucho más cruel y sangrienta. Contraria a la guerra masculina, en esa el rango y el poder no era absoluto. Si la situación se complicaba, el perdedor podía incluso convertirse en un marginado de la sociedad.
Lucia repasó a la multitud con una expresión helada. Las criadas estaban pálidas de miedo y se habían reunido en una esquina. Damian, parecía tranquilo.
Lucia había presenciado una ruptura semejante en su sueño. Esta practica era imposible en una fiesta pequeña o en la que hubiesen invitados de ambos géneros, sólo era plausible en una reunión de mujeres. Como aquella, la ruptura de fiesta de su sueño había sido provocada por un propósito totalmente irracional. La joven sabía cómo solucionar aquello. Si el organizador y las invitadas parecían reconciliarse, la fiesta podía terminar en paz. Y normalmente era la organizadora quien retrocedía porque, sino, podía acabar en desgracia.
La solución, pues, estaba clara: Damian debía abandonar la fiesta. No obstante, Lucia no tenía ni la más mínima intención de consentirlo. La condesa de Wales se había equivocado desde el principio, a Lucia no le podía importar menos la sociedad del norte. En su sueño ya se había hartado de cumplir con su deber de ser sociable.
‒Mucho me temo que hoy no podremos disfrutar de una maravillosa tarde. ‒ Lucia se enfrentó a las invitadas en un tono helado. ‒ Cancelo la fiesta. ‒Las señoritas se sobresaltaron. ‒ No voy a despedirme, no os lo merecéis. ‒ Entonces, se volvió hacia las criadas. ‒ Acompañad a las señoras a la puerta, por favor.
Las criadas se irguieron y asintieron. La seguridad de sus señoras las enorgulleció. Las invitadas intercambiaron miradas entre ellas al ver cómo las sirvientas se ponían manos a la obra.
‒Todas me habéis decepcionado hoy, a mí, la duquesa y señora de los Taran. Pronto os daréis cuenta de que no ha sido una buena jugada. ‒ La amenaza fría de Lucia no seguía las normas de la alta sociedad.
La expresión de las más mayores se ensombreció, sin embargo, nadie osó expresar su disgusto. Por poca influencia que la duquesa ostentase en la alta sociedad, ignorar su rango significaba tener que acatar consecuencias.
‒Algún día mi hijo será el señor de vuestros hijos y vuestros nietos. Ahora entiendo lo de que los padres son los que echan a perder el futuro de sus hijos. ‒ Declaró la joven duquesa con total frialdad. Entonces, se dio la vuelta y abandonó a la multitud sin mirar atrás.
‒¿Eh? ¿Qué significa esto?
El bullicio del jardín aumentó en cuanto Lucia las dejó a solas.
‒No me había parado a pensar en las consecuencias…
‒La duquesa no suele enfadarse. ¿Qué vamos a hacer? Cuando una persona amable se enfada, da miedo.
Las criticas se centraron en las diez ancianas que había entre la multitud, sobretodo en la condesa de Wales que era quien había iniciado la ruptura de la fiesta. Las mujeres se echaron las culpas unas a otras, ignorando sus propias faltas. Pero ninguna se atrevió a nombrar directamente a la condesa de Wales por miedo.
Incómodas, las líderes abandonaron el lugar con amargura.
La expresión de la condesa de Wales se endureció. Cualquiera que llevase tanto tiempo asistiendo a fiestas sabría predecir el desenlace más obvio de un acto como ese. A sabiendas de que la nueva duquesa no contaba con experiencia en el campo de la socialización, había preparado una ruptura con la que no podría lidiar para ponerla nerviosa y que acabase echando al joven amo para arreglar la situación. Después de todo, aquel era solo un bastardo, no su hijo legítimo. La anciana estaba segura de que la pareja ducal era toda una patraña y de que Lucia había intentado asegurar su posición ganándose al joven amo. ¿Qué clase de mujer antepondría a un desconocido a su propio hijo?
La condesa había planeado usar esa ruptura para, en realidad, estrechar lazos con la duquesa. Al cabo de un tiempo todas las invitadas habrían llegado a la conclusión que la joven e inexperta duquesa habría intentado todo lo posible para aceptar al bastardo por lo que la adorarían y, por eso mismo, el incidente habría acabado pasando a la historia como algo positivo. No obstante, la condesa había malinterpretado a Lucia. De hecho, no la comprendería jamás porque tanto sus convicciones como sus pensamientos eran paralelos.
‒¿Qué hacemos? Como mi marido se entere de esto, voy a pasarlo fatal.
‒¿Por qué lo hemos hecho? Si ya sabemos cómo es el duque…
‒Es cosa de mujeres, un hombre no debe intervenir.
‒¿Desde cuando se siguen las reglas? Dicen que la relación conyugal de los duques es muy buena… ¿Qué hombre se resistiría a los susurros amorosos de su mujer?
‒Ah, no sé. Creo que voy a dejar de salir durante una temporada.
‒¿Por qué la condesa de Wales ha tenido que ir a por el heredero del duque se esta manera?
‒¿No lo sabes? Se ve que adoptó a una bastarda y que hasta salía con ella, pero al final, el conde se lío con ella.
‒¡Vaya! O sea que el conde y la hija-…
‒Lo mejor es que la hizo llorar y que, al cabo de unos meses, le aparecieron un par de nietos más en el registro familiar.
‒Dios mío.
Los ojos carmesíes de Damian grabaron las acciones de todas aquellas mujeres. El chico estaba siendo testigo de sobre qué clase de calaña iba a tener que pisotear en un futuro.
La lección, a pesar de no ser la que Lucia había pretendido dar, era buena.
Algunas de las invitadas cruzaron miradas con el niño y vacilaron. Pronto, todas se levantaron y dejaron sus asientos vacíos.

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1 comentarios

  1. Oooh pero que buena jugada les dió la duquesa estuvo de lujo muchísimas gracias por el capítulo n_n

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