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diciembre 30, 2018

Keitel era muy atractivo y además ostentaba un alto estatus y poder, por lo que obviamente había un sinfín de mujeres detrás de él. Aun siendo el peor tipo de calaña, era un Emperador, un monarca. Muchas mujeres se colaban en sus aposentos en cueros en un intento desesperado de seducirlo, pero ninguna había dado a luz a ningún bebé y cualquiera que osase usar la natalidad para aferrarse a él se encontraba con una muerte horripilante. ¡Vaya hijo de perra!
–Buenas noches.
–Calla, que la vas a despertar.
Precisamente porque era un hombre a quien los vínculos de sangre no le importaban hasta el punto de asesinar a cualquier mujer en cinta, mi nacimiento había la mayor de las sorpresas.
–¿Se ha despertado, princesa? –La nodriza, una joven preciosa, sonrió.
–Es adorable. – Elaine acercó su rostro redondo a la cuna y me estiró los mofletes como si fueran de goma.
La odiaba con todas mis fuerzas.
Cerera le dio un golpecito en la mano y Elaine se encogió de hombros y apartó la mano.
–¿Por qué me odia? – Por desgracia, mi condición me impidió contestarle. – Es tan bonita… Me da envidia.
–Es idéntica a su padre.
–Sí, tiene hasta su pelo.
Elaine me observó por encima del hombro de la nodriza. Como no quería hacerla llorar, le aguanté la mirada.
–Ah… ¡Es adorable!
–No le faltes al respeto a la princesa.
–Sólo es un bebé. – Se rio la sirvienta.
La nodriza frunció el ceño.
Sinceramente, que halagasen mis buenas cualidades no me molestaba, por lo que le sonreí a la criada. Su incesante parloteo me había servido para descubrir lo monstruoso que era mi padre, pero su obsesión por toquetearme la cara me fastidiaba.
De repente, la puerta se abrió de par en par para dar a paso a un grupo de gente. Yo yacía en mi cuna viendo la expresión atónita de la criada y la nodriza. ¿Qué pasaba? Cerera cogió en brazos con una expresión extraña. Tal vez había llegado m hora.
–¿Qué ocurre? – Preguntó la nodriza asustada, como si estuviese ahogando un grito.
Escuché el inequívoco sonido del metal, sin embargo, la joven me había enterrado la cara en su pecho, por lo que me era imposible adivinar quién había entrado.
–Son órdenes de Su Majestad.
–¿Órdenes?
–La princesa Ariadna debe mudarse al Palacio Soleil. – Explicó el soldado.

En Palacio Soleil era, en resumen, la residencia del Emperador. El lugar donde se tomaban las decisiones políticas más importantes, desde donde se movía el país. Soleil era tan enorme que se podía confundir por un pueblo.
–Supongo que el Emperador ha decidido aceptar a la princesa. – Determinó Elaine.
La muchacha parecía desanimada, asustada incluso. Era fascinante cómo aquella doncella de tan sólo dieciocho años había cambiado radicalmente con oír las noticias.
–Cuidado con lo que dices. – Le advirtió Cerera. – Ya no estamos en Ethelon.
–Sí…
Volví a cerrar los ojos mientras la voz de Elaine se desvanecía. Todo lo que sabía de Ethelon, donde solía vivir, era que mi madre también había estado allí.
–Qué pena da la princesa Zerina.
–¿No te acabo de decir que te andes con cuidado?
Elaine se mordió los labios. Adiviné que mi nodriza acababa de fulminar a su compañera con la mirada y, sabiendo lo disgustaba que estaba, le tiré del pelo para que sus ojos azules se posaran en mí.
–No se preocupe, no pasa nada. – Me consoló.
Yo me la quedé mirando confundida y ella sonrió apenada. A Cerera la envolvía siempre un aire melancólico, tristón e incluso trágico.
–Su Majestad no haría algo tan horrible como matarla. No, claro que no…
La nodriza me intentaba consolar una vez más mientras yo le daba vueltas a la información que tenía de mi presunto padre, un hombre que había acabado con cada hombre, mujer y niño a su paso sin pestañear. Era un hijo de perra, un bastardo.
–No es ahí. – Uno de los caballeros nos echó de una habitación que habíamos encontrado.
–¿Eh? ¿No?
Yo estaba harta, me daba igual cuál iba a ser mi habitación. Todo lo que quería era volver a mi cuna y descansar.
–¿Tiene sueño?
–Uugh. – Me quejé.
–¡Oh, no! – Cerera se sorprendió al escuchar mis quejidos. – Creo que está cansada.
Se me cerraban los ojos. Los brazos de mi nodriza eran lo más cómodo que existía en el mundo y, por desgracia, no podría seguir disfrutándolos cuando creciera.

–Ya hemos llegado, princesa. – Cerera me sacó de mi letargo con una gran sonrisa.
Odié la nueva cuna. Quería la otra.
–Está es muchísimo mejor, princesa. Es mucho más grande. – Yo seguía lamentándome. – Esta es mucho más cómodo. ¿Ve? Así está mejor, ¿verdad?
Las manos de esa joven eran mágicas. No estoy segura de qué fue lo que hizo, pero de repente me sentí como en una nube.
–Qué mona. – Exclamó.

No recuerdo qué estaría soñando, pero sí la sensación de estar flotando en medio de las nubes. Era una sensación blanda como el algodón de azúcar y me mecía de un lado para el otro.
Solté una risita y, de repente, el ambiente se volvió pesado. Noté algo en el pecho que me dificultaba la respiración y me obligué a abrir los ojos. Intercambié una mirada con la persona que tenía delante y casi se me escapó un grito por la sorpresa. Se me aceleró la respiración, escaneé mis alrededores con los ojos y adiviné que debía ser ya de noche.
¿Por qué no estaba durmiendo? ¿Para qué había venido? Me lo miré intrigada. Sus ojos eran carmesíes, me arrinconaban, me ponían nerviosa. No supe descifrar si aquello era un gesto amistoso o una amenaza. De repente, soltó una carcajada y sonrió sin mucho sentimiento.
–Esto lo había sentido antes… – Me acarició la mejilla con su mano helada. – No lloras.
Cabía esperar que le extrañase que un bebé no llorase, aunque en realidad, sentía ganas de hacerlo, pero el temor a perder la cabeza despiadadamente me ayudaba a controlarme. Había llegado a la conclusión de que este hombre estaba loco y que lo mejor era no irritarle.
–Se porta muy bien. – Comentó la nodriza que creía desaparecida.
Moví la cabeza hacia el origen de la voz y la vi allí, apretándose las manos, pálida y vacilante. Temía que el Emperador decidiera acabar conmigo, no sabía qué hacer.
Keitel giró la cabeza para mirarla, pero perdió el interés rápidamente y volvió a centrarse en mí.
–Aun así… – Volvió a acariciarme con el dedo y recorrió mi rostro hasta llegar al cuello. – Seguro que tiene sed de sangre.
Quise asentir, pero tenía el dedo tan frío que no pude. Él rió de una manera tan inaudible como un suspiro.
–Qué indefensa es esta niña.
Levanté el mentón, orgullosa y algo irritada porque estaba hablando de mí como si fuera la hija de otra persona.
–Qué lástima que no se parezca a su madre. – Su cuerpo cubría la escasa luz de la habitación y su sombra se cernía sobre mí.
Me lo miré sin expresión alguna y, de repente, él volvió a reír como un hombre enloquecido. Yo continué mirándole y él me posó una mano en la frente.
–…Maldecirme… – Yo abrí los ojos como platos. – Me preguntó cómo vas a maldecirme.
Hasta los labios que posó sobre mi frente estaban helados, pero en ese momento, vi una llama en sus ojos.

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1 comentarios

  1. Muchísimas gracias por el 2 capítulo estuvo de lujo, Feliz año nuevo 😁

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