Capítulo: 10 al 12

diciembre 11, 2018


10

–Cuando le pillemos le vamos a enterrar vivo. – Dijo Eun Jong frustrado y rechinando los dientes.
Yo sacudí la cabeza.
–Será mejor que lo atemos a una piedra y lo lancemos debajo de un puente. Es más sencillo.
Inconscientemente levanté el puño y entré al club. La persona que buscábamos tenía que estar por alguna parte.
La entrada del local era enorme y estaba decorada con luces de neón. Brillaba tanto que parecía de día.
Jeong Chan nos había llamado hacía cuarenta y cinco minutos pidiendo auxilio desesperadamente y ayuda para darle de palos a un grupo de hombres. Balbuceando como un borracho mencionó que el grupo de hombres contaba con ventaja en número, pero nosotros estábamos demasiado ocupados con la televisión como para preocuparnos por las tonterías de Jeong Chan.
Eun Jong y yo llegamos a la conclusión que nuestro colega se había emborrachado y comportado como un imbécil. Así que evitamos sus llamadas sin sentirnos demasiado culpables. Sin embargo, cinco minutos después un chico mayor que nosotros de nuestro pueblo natal nos llamó diciendo que se habían llevado a Jeong Chan a rastras. Entonces, saltaron todas las alarmas y salimos corriendo del piso de alquiler para el club.
Ayudar a un amigo, aunque significase correr descalzo era algo obvio, pero mi relación con Jeong Chan iba más allá de una simple amistad: me debía cincuenta dólares. ¡No pensaba dejarle morir hasta recuperar mi dinero!
–¡Jung Eun Jong! – Le llamamos bien alto y claro con la esperanza de encontrarle, pero no quedaba ni rastro de él.
El chico mayor se nos acercó corriendo con la respiración acelerada.
–¿Qué pasa? ¿Dónde está?
–Ah… Es una larga historia…
El chico guardó silencio durante unos instantes, pero vaciló, se apoyó en nuestros brazos y empezó a andar.
–Jeong Chan… – Dijo mientras nos llevaba a la parte trasera del edificio. – Estaba bebiendo y ha empezado a discutirse con un tío… Ah… Entonces…
Detrás del hotel que estaba pegado al club había un edificio de diez plantas. El chico que conocíamos de nuestro pueblo se detuvo ante la entrada de éste y se rascó la cabeza con frustración.
–El tío ese ha llamado a sus amigos… Parecían de la mafia.
–¡¿Qué?!
–¡Menuda locura! – Exclamó Eun Jong, atónito.
–Por eso… Le han encerrado aquí. – Continuó el chico mayor y señaló el edificio que teníamos al lado.
El edificio, engullo por la oscuridad, era sospechoso desde lejos y de cerca daba todavía más mal rollo.
–Pues será mejor que llamemos a la policía.
–Sí, claro, eso he hecho. Pero… Ya sabes… Esto es… –Le insistimos para que continuase hablando. – Bueno, han venido y tal, pero no han hecho nada.
–¿Qué? ¿Por qué?
–No sé… El jefe de la banda ha salido y le ha dicho un par de cosas a los policías, y entonces, se han ido como si nada…
–¡¿Se han saltado la ley así como así?!
–Joder… – Eun Jong escupió un par de maldiciones.
–¿Y ahora qué hacemos? – Preguntó el chico mirando de reojo el edificio gris.
Una mafia no era suficiente motivo como para ceder mis cincuenta dólares. Me di la vuelta y miré a Eun Jong que estaba sumido en sus pensamientos, entristecido. Él tampoco tenía pinta de querer perder el traje de imitación que le había prestado a nuestro amigo.
–¿Qué dices? – Suspiré.  – Lo único que podemos hacer es rezar por su el bienestar de Jeong Chan. – Dicho esto, me di la vuelta y me alejé del edificio.
Sí, a pesar de que cincuenta dólares era mucho dinero, mi vida era todavía más importante. El problema vino por el cariño que Eun Jong le tenía a su traje.
–¡No! ¡Quiero mi traje, aunque tenga que arrancárselo a un cadáver! – Chilló.
Justo cuando me preparaba para replicarle que acabaría siendo un fiambre antes de poder tocar el traje, alguien escuchó el vocerío.
–¡Joder! ¡¿Quién coño son estos tíos?!
Un grupo de hombretones salieron de una esquina del edificio riéndose a carcajadas.
–Estamos jodidos. – Murmuramos nosotros tres.

11

Siempre he tenido un problema desde que acabé el servicio militar[1], y es que cada vez que me pongo nervioso mis emociones desaparecen de mi cara y por eso parece que este fulminando con la mirada a cualquiera que se me acerca, lo que provoca muchos malentendidos.
Por eso yo era el único capaz de fingir serenidad cuando nos arrastraron a los tres a un sofá del edificio que tanto habíamos temido hasta hacía escasos instantes.
Los miembros del grupo eran todos hombres toscos. El más rudo parecía pasar de los treinta.
–Hey, gilipollas. ¿A quién coño te crees que estás mirando? – Me preguntó con toda la dulzura del mundo. – ¿Eh? ¿A qué viene esa cara de mierda?
Hubiese deseado ser capaz de contestarle que no me apetecía morir, pero estaba petrificado. Intenté comunicarme con él a través de mi mirada, pero resultó fatal.
–¿Qué? ¿Ahora me miras todavía peor? ¿Eh? ¡Serás hijo de puta!
–¡No, no es eso! – Grité.
Por desgracia, mis labios se cerraron para no volverse a abrir de nuevo.
–¿…Te has vuelto a quedar de piedra? – Me susurró Eun Jong al oído.
Los dos fuimos al mismo instituto y nos mudamos juntos a Seúl para ir a la universidad.
Intenté explicarle con la mirada a mi amigo que me ayudase a dar explicaciones al jefazo con una cicatriz en forma de media luna que estaba gritándome y ofendiéndose, pero dicho hombretón claramente enfadado se me acercó.
–No. – Es todo lo que conseguí balbucear.
Sin embargo, el jefe con la cicatriz no comprendió lo que intentaba decir y su expresión empeoró todavía más. Noté como mis dos amigos contenían la respiración y, dado que ya no tenía nada que perder, me armé de valor y pregunté:
–¿Dónde está… mi amigo?
Supe que mi vida acabaría allí mismo, pero por algún motivo el jefe de aquellos hombretones soltó una risita con el ceño fruncido.
–Ja. ¿Pero cómo de tonto puedes llegar a ser? Hey, traed al tío de antes.
Dos de los hombres que estaban apoyados contra la pared, se incorporaron y desaparecieron por una puerta durante unos instantes hasta que regresaron con Jeong Chan. Le arrastraron como si fuera una mochila y nosotros tres nos acercamos corriendo.
–¡Jeong Chan! –Exclamamos cuando los dos hombretones le dejaron caer al suelo.
Estudiamos el estado de nuestro amigo y él reaccionó rápidamente.
–Jaja… Cariñito… –Musitó.
Al chico que era mayor que nosotros le cambió la cara de repente cuando escuchó sus tonterías. Mucha suerte tuvo Jeong Chan de no acabar con la cabeza en los cimientos del suelo.
–No hemos podido darle de palos porque se ha quedado fritísimo. – Empezó el jefe. – Me alegra que hayáis venido, estoy de bastante mal humor. – Su tono era duro. – ¿Quién quiere reemplazar a su amiguito? ¿Eh?
Los otros miembros del grupo nos rodearon mientras se petaban los nudillos. Alarmados, nosotros tres intercambiamos miradas. ¿Por qué teníamos que aguantar una paliza por este imbécil?
–Voy a contar hasta tres. SI nadie se ofrece, daos por muertos. Uno… – Nosotros volvimos a mirarnos. No sabíamos qué hacer. – Dos…
–¡Un momento! – Cuando el jefe estaba a punto de abrir la boca para seguir con la cuenta, Eun Jong gritó.
–¿Qué?
Eun Jong se puso en pie, determinado. Me sorprendió que fuese tan valiente. ¿De verdad iba a sacrificarse por Jeong Chan?
–No hay ninguna ley que diga que no se le puede dar una paliza a un borracho. – Anunció con total seriedad.
El jefe del grupo esbozó una mueca divertida como quien está mirando a un montón de gilipollas y ordenó:
–Matadlos.

12

Ahora que estaba seguro de que iba a morir no tenía nada que temer, así que me levanté y me puse al lado de Eun Jong. A pesar de que la última vez que había usado mis puños fue en el colegio, no hacía más de un mes desde que había terminado mi servicio militar. Supuse que sería capaz de hacer algo.
Eun Jong debió comprender mi razonamiento, porque su actitud cambió de repente. Asintió y me miró a los ojos.
Parecíamos un par de hombres valientes tratando de proteger a su amigo por el poder su maravillosa amistad, pero en realidad, sólo éramos dos adultos temblando de miedo. No nos matarían de verdad, ¿no? Nos consolábamos creyendo eso.
El grupo de hombretones nos rodeó siendo todo sonrisas. Era cuestión de segundo que la pelea empezase. Sin embargo, el chasquido de la puerta eliminó la tensión del momento.
Todos los presentes nos volvimos para mirar la puerta que se abrió lentamente.  ¿Sería otro miembro de la banda? Intenté no parecer muy asustado y me tensé. No obstante, en cuanto vi al hombre entrajado inhalé como nunca.
Medía metro ochenta, poseía un cuerpo bien esculpido que cubría con una camisa blanca e iba peinado hacia atrás. Pero lo más impresionante eran sus ojos: le brillaban como si de un cuchillo afilado se tratase y los párpados le caían perezosamente como un gato. ¿Las miradas mataban? Su mirada me aterrorizó. Me recorrió un escalofrió, como si hubiese encontrado un monstruo dentro de una caja. Era un hombre inexpresivo con un aura peligrosa.
Para confirmar mis mayores temores, todos los hombres del grupo hicieron una reverencia de noventa grados en cuanto le escucharon entrar.
–¡Bienvenido! – Saludaron a unísono. El eco de sus voces repicó contra la pared de la estancia y tardaron un buen rato en volverse a enderezar.
–¿A qué debemos tal agradable sorpresa, jefe? – El hombre con la cicatriz en el ojo titubeó.
El recién llegado escaneó la estancia sin abrir la boca hasta que posó la vista en mí. Sus ojos se clavaron en mí como unas garras y, sorprendentemente, yo no aparté mi mirada. Era como si unos hilos invisibles me imposibilitasen la huida.
–¿Qué pasa aquí? – Se lo preguntó al hombre de la cicatriz, pero no me quitó la vista de encima en ningún momento.
Era como un concurso de miradas. Para empezar, no debería haberle mirado.
–Ah, sí. Nos la han liado, así que los hemos traído para-…
¿Eh? De repente, noté un cambió en su mirar. Tenía sudores fríos y sus ojos eran gélidos, pero por algún motivo, empecé a detectar cierta emoción en ellos. Me lamí los labios y parpadeé un par de veces. No daba crédito, aquel hombre parecía sonreír. Sin embargo, no me dio tiempo a confirmar mis sospechas.
–Soltadles. – Ordenó.
–¿Señor?
La sorpresa del hombre con la cicatriz retumbó en mis oídos. El recién llegado no dijo nada, tampoco respondió. Se le quedó mirando y, sin necesitar nada más, el de la cicatriz empalideció.
–¡Perdóneme! ¡Se lo ruego! – Imploró tirándose al suelo. – ¡Ahora mismo les soltamos! ¡Sentimos muchísimo no haberle entendido!  – Entonces, se volvió para sus secuaces. – ¡Soltadles ahora mismo!
Nosotros tres nos quedamos con cara de pazguatos y, en cuestión de segundos, ya estábamos fuera de la habitación y nos arrastraban para la calle.
–¿Le conoce, Seung Pyo? – Preguntó una voz de treintañero.
¿Seung Pyo? De repente, el nombre que había enterrado en las profundidades de mi subconsciente emergió. Ignoré al miembro que tiraba de mí para echarme, me di la vuelta y nuestras miradas se encontraron ahora siendo consciente de quién era. Y por última vez, vi como sus labios se movían.
–…Un poco.
Ese sería el primer imponente reencuentro entre Cerdo Seboso y yo en diez años.


[1] El servicio militar o conscripción es el desarrollo de la actividad militar por una persona, de manera obligatoria en algunos países (servicio militar obligatorio o SMO) y voluntaria en otros. En algunos casos, la actividad es remunerada y en otros casos no.

You Might Also Like

1 comentarios

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images