Capítulo 108: Un caso perdido

diciembre 11, 2018


Li Zhang Le se quitó la gasa a la mañana siguiente. El quinto hijo de los Jiang se pasó la noche en vela por el miedo de lo que podría ocurrir.
–Lu Gong. – Una criada le sacó de su ensimismamiento. – La señorita… La señorita… – Vaciló.
El médico se llevó la mano al rostro para comprobar que su disfraz seguía intacto. Le preocupaba que Li Wei Yang le descubriese. Sabía que, de conocer la verdad, la cosa con ella no acabaría bien.
Se aseó y salió al patio. Recorrió las muchas puertas desde el ala este donde le habían alojado hasta los aposentos interiores.
Todavía quedabas vestigios de la tormenta de la noche anterior en las plantas. El falso doctor estaba tenso e inquieto, deseaba dar media vuelta y salir corriendo. Sin embargo, ya estaba ante la puerta por lo que le sería imposible evitarlo.
Li Zhang Le se había madrugado y le esperaba sentada. Llevaba una falda naranja adornada con flores, y se cubría el rostro con un velo de seda.
El quinto hijo de los Jiang recordó la pesadilla que había tenido aquella noche. El miedo se le clavaba como una daga en el pecho y los escalofríos le recorrían la columna vertebral.
–Fuera. – Ordenó Li Zhang Le a las criadas allí presentes. Su voz era agradable como si tratase de demostrar que seguía siendo hermosa.
Todas las criadas se retiraron en silencio. La mirada de Li Zhang Le parecía atravesar el velo y clavarse en él que, haciendo tripas corazón, se sentó en una silla junto a una mesa. Encima de la mesa descansaba una tetera ya fría, unas velas aromáticas y un par de pastelitos. Tan apetecible como era aquella escena, el silencio sepulcral que la acompañaba era terrorífico.
–Voy a quitar la gasa. – Anunció con prudencia.
–¡Deprisa!
El joven se hizo con las tijeras y cortó la gasa teñida de sangre hasta que cayó al suelo. Jiang Tian no se atrevía a mirar el rostro de la muchacha, no podía. Bajó la cabeza y fijó la vista en sus mangas.
Li Zhang Le se levantó de la silla y se acercó al espejo. Entonces, gritó. Lo último que se esperaba era verse la cara cubierta de cicatrices. Furiosa, cogió el espejo y lo lanzó al suelo.
–¡Señorita! ¡Señorita! – Tan Xiang la llamó angustiada.
Li Zhang Le se giró y empezó a romper absolutamente todo lo que conseguía tener entre manos. La hermosa habitación quedó hecha trizas en cuestión de minutos. La criada Liu y Tan Xiang intercambiaron miradas: ninguna se atrevía a intervenir por miedo a que Zhang Le ordenase que las mataran a golpes o que las despellejasen como solía ser costumbre últimamente.
–¿Por qué…? – Zhang Le se miró al quinto de los Jiang durante unos segundos después de acabar de destrozar su cuarto. – ¿Por qué me miras…? – Se arriesgó a preguntar él.
–De pequeño tu cara no era así. – Dijo Zhang Le lentamente. – Déjame verte la cara.
El quinto de los Jiang miró de reojo a la criada Liu que, atónita, no comprendía nada.
–Quiero verla. ¡Quítate la máscara!
–¡De acuerdo! – El quinto de los Jiang accedió a regañadientes. – ¡Pero tranquilízate! – Dicho esto, ordenó a Tan Xiang que le trajera agua y unos paños para lavarse.
El joven se retiró al vestidor y, al cabo de una hora, apareció de entre las cortinas. Jiang Tian era muy atractivo. Poseía un encanto natural, mucho más elegante que la rudeza que eximía su cuarto hermano. Cualquiera del montón se sorprendería al ver unos ojos tan hermosos.
Tan Xiang, que lo veía por primera vez, se tensó y la criada Liu se quedó sin palabras, aunque le preocupaba que Li Zhang Le se enfureciese todavía más al ver semejante belleza.
Li Zhang Le se quedó parada sin moverse.
–Puedes ayudarme, ¿no, Jiang Tian? – Zhang Le se abalanzó a los brazos de Jiang Tian. – Yo también puedo llevar una máscara, ¡¿no?! ¡¿Crees que voy a poder vivir así?! ¡No puedo! ¡No voy a poder! ¡Prefiero morirme! Jiang Tian… No, queridísimo hermano, ¡ayúdame! ¡Tienes que ayudarme! Por favor… – Sollozó y enterró el rostro en el pecho de él.
Jiang Tian hubiese estado encantado de tener una mujer entre sus brazos de no ser que había presenciado personalmente la crueldad de Li Zhang Le durante estos últimos días. Había obligado a todas las criadas de pelo largo a raparse para hacerse una peluca y había encontrado excusas baratas para arrancarle los ojos, echar o vender a un burdel a cualquier muchacha hermosa. Detestaba tener que ver a otras mujeres bellas ahora que su propia hermosura había desaparecido.
Li Zhang Le alzó la vista. Él se reflejó en la profundidad de sus ojos e intentó soportar el hedor de carne podrida que emanaba de ella. Había conseguido salvarle la vida, pero le sería imposible eliminar el veneno de su organismo; su piel no volvería jamás a su estado original.
–¡Ayúdame! ¡Ayúdame! ¡No puedo permitir que esa zorra de Wei Yang se salga con la suya!
Jiang Tian sentía nauseas. Quería apartarse, pero ella lo tenía bien sujeto.
–¿Qué quieres que haga?
–Tu otra cara… ¡Puedes hacer una cara como antes! ¡No, una todavía más bonita! ¡Quiero ser aún más bonita! Sabes cómo, ¿no?
–Tranquilízate, prima. ¡Ya lo había pensado! – La mirada de Zhang Le se llenó de esperanza y Jiang Tian continuó. – Pero… Mi máscara es muy cara y, además, muy pegadiza, no se puede compara con una de verdad. No tengo heridas en la cara, por eso me la puedo poner, pero… Si tú te pusieras la máscara… No puedes ni imaginarte hasta qué punto se te pudrirían las cicatrices. – Jiang Tian compadeció a su prima. – Sólo se puede llevar unas cuántas horas al día. ¿Quieres que se te pudra la cara? Te pasarías el resto de la vida tomando medicina para la hinchazón y… podrías acabar muriendo. ¿Entiendes?
Tan Xiang abrió los ojos aterrorizada. Si su señorita se ponía algo tan monstruoso no volvería en sí jamás. Sería como beber veneno para saciar la sed.
–¡No, señorita! – Suplicó. – ¡¿Y si se te pudre la cara?! ¡Y el señor Jiang acaba de decir que podrías morir!
–¡Me da igual! – Le espetó Zhang Le con frialdad. – ¡Lo que no necesito es esta cara! ¡Ayúdame! ¡Pónmela ya!
Jiang Tian se la miró horrorizado. No lo entendía. Salvarle la vida había sido muy complicado… ¿Cómo podía querer acabar con todo de esa manera? Sí, la belleza era importante, pero tirar por la borda tu vida era peor.
–¡No! ¡Podría hacerte daño! La abuela tampoco estaría de acuerdo.
–¿Te niegas?
Jiang Tian asintió con la cabeza. Li Zhang Le le soltó de repente y se acercó a la mesa, entonces, cogió un pedazo de porcelana rota y se lo llevó al cuello.
–¡Pues ya veremos cómo le dices a la abuela que estoy muerta! – Amenazó. – ¡No te lo pienso perdonar!
La señora del duque, su abuela materna, quería a Li Zhang Le sobre todas las cosas, mucho más que al resto de sus nietos. Si no fuese porque del impacto de la noticia de que Li Zhang Le había perdido su belleza había caído enferma y necesitaba guardar cama, la anciana se habría plantado allí con un ejército. Pero a Zhang Le no le importaba, no le interesaba la salud de aquella anciana, lo único que tenía en la cabeza era su propia cara.
–De… acuerdo…
Si tanto quería la máscara, la tendría, pero acarrearía con las consecuencias ella sola. ¿Acaso pensaba que lo único que se pudriría sería su cara? No. En el momento la piel muerta que le recubría el rostro y que se aguantaba gracias a las medicinas no pudiese respirar, el malestar se extendería por el resto de su cuerpo.
Li Zhang Le estaba loca, pero no intentaría detenerla. Ya había hecho todo lo que había podido, esto había sido decisión suya. Estaba harto de esta señorita tan hermosa por fuera, pero tan cruel por dentro. ¡Qué hiciera lo que le viniera en gana! ¡Qué se aferrase a su belleza con todo su ahínco! La máscara sólo le duraría un año como mucho, y cuando se rompiese… Su vida también…

Jiang Tian se encerró en su estudio y continuó trabajando sin parar durante catorce horas. Li Zhang Le le aguardó sentada hasta que le vio aparecer con una caja que contenía una capa de piel tan fina y delicada como el ala de una cigarra.
–La piel más fina es la humana, pero la más ligera es la gamuza. El problema es que no permite respirar a la piel y se rompe al cabo de un tiempo. Es importante que te la quites cada noche y la vuelvas a dejar en la caja de incienso… Ten cuidado, esto no es piel humana.
Li Zhang Le bajó la vista a la caja y estudió su contenido con esmero. Esbozó una sonrisa y se aferró a la caja como si fuera su salvavidas sin prestarle la más mínima atención a su primo.
–Por fin podré volver a ser lo que era… –Soltó una risotada. – Qué sorpresa se va a llevar Wei Yang…
–Eso espero. – Jiang Tian suspiró pesarosamente.

–¡¿Cómo puede ser?! – Exclamó Lao Furen que se hallaba en medio de su té vespertino bajo el sol del mediodía cuando vio aparecer a Zhang Le con una sonrisa de oreja a oreja.
–¿Qué ocurre, Lao Furen? – Preguntó la joven con fingida inocencia.
–¿Estoy alucinando, Wei Yang? – Le susurró a su otra nieta.
Al ver a su hermanastra, la primera reacción de Wei Yang fue de sorpresa, no obstante, se serenó y se extrañó. ¿Cómo podía haberse curado en un mes? Era absurdo. Creía en los milagros, pero no en la magia. Un rostro tan maltratado como el de su hermanastra tendría que haber tardado muchísimo más en sanar.
–Es gracias a Lu Gong. – Explicó la criada Liu regocijándose.
Li Chang Ru y su madre tampoco daban crédito a sus ojos.
–¡Menudo… milagro! – Lao Furen fingió alegría. – ¡Qué habilidoso es ese Lu Gong! – Alabó, visiblemente disgustada. – ¡¿Cómo podéis permitir que vuestra señorita camine tanto después de haber estado un mes entero enferma?!
–Hace tan buen tiempo que quería salir a pasear un poquito. ¿Qué pasa? ¿Acaso no querías verme, Lao Furen? ¿O es que mi querida hermanita no se alegra de que me haya recuperado?
–Claro que sí… – Contestó Li Wei Yang lentamente. – No quepo en mí de la emoción. Le debemos mucho a Lu Gong… – La muchacha enfatizó cada una de sus palabras. – Pareces hasta más radiante que antes. – Dijo con una gran sonrisa. – ¿Qué pastillas mágicas habrá usado Lu Gong?
–Si tanta curiosidad tienes, siempre puedes rajarte la cara. – Se burló Zhang Le.
–¡Qué tonterías dices, Zhang Le! – Le reprochó Lao Furen.
Que Li Wei Yang contaba con el favor de Lao Furen no era ningún secreto, así que, Li Zhang Le hizo una pequeña reverencia y sonrió. Entonces, levantó la vista con la mirada llena de odio reprimido y se dirigió a su hermanastra una vez más.
–Sólo era una broma, hermanita. ¿Hay algo que no nos podamos decir? – Dicho esto, se di ola vuelta y se marchó con toda la solemnidad del mundo. – Vámonos, Tan Xiang.
¿Qué significaba esto? La joven había aparecido tan rápido como se había marchado.
–¿Puedo ir al banquete de la Emperatriz, Lao Furen? – Le preguntó Li Zhang Le a Lao Furen antes de irse de verdad.
La anciana se la miró sorprendida, pero asintió afirmativamente.
–¡¿Cómo puede ser?! ¡Si se había quedado sin cara! – Exclamó la segunda esposa. – ¡Lu Gong hace milagros!
–También supo curar a Min Zhi. – Lao Furen reflexionó unos segundos. – Ahora entiendo a aquellos que le llaman curandero de los cielos. ¡Es extraordinario!
Li Wei Yang no picó el anzuelo. ¿Cómo iba a curarse su hermana en un abrir y cerrar de ojos? Y, si de verdad estaba curada, ¿por qué se había marchado de esa manera? Allí había gato encerrado y la joven ignoraba que lo que sufría Zhang Le era un tormento peor que el vivir con un rostro desfigurado.

Ya en sus aposentos, Wei Yang se pasó un buen rato reflexionando. Li Min De entró y la vio en su sillón con la mirada fija en la distancia, absorta. Bai Zhi hizo ademán de anunciar su llegada, pero Li Min De le indicó que no hacía falta con un gesto.
–¿Qué pasa? – Preguntó el muchacho con suavidad cuando se acercó.
Li Wei Yang volvió en sí, le miró entristecida y después a la bolsa que traía.
–¿Cómo puedes tener tiempo para estar por aquí?
–Enséñame las manos. – Li Min De la examinó con la mirada.
Li Wei Yang siguió sus órdenes y le tendió las manos. Li Min De sonrió y abrió la bolsa, sacó un pastelito y se lo dio.
–Recién sacado del horno. Come.
–Oh… – Li Wei Yang se llevó el pastelito dulce en la boca.
Li Min De la contempló durante unos instantes, y entonces, le ordenó a Bai Zhi que se acercase con un bol. Entonces, el muchacho abrió la bolsa otra vez y vertió todos los pastelitos en el recipiente: pasteles de azufaifo, cortezas, etc.
–Come. – Repitió.
Li Wei Yang comió dócilmente, todavía fuera de sí.
–¡Me estás tratando como si fuera una niña! – No se dio cuenta hasta que terminó de tragarse el pastelito.
Li Min De suspiró. No podía engañarla.
–¿Es por Zhang Le?
Li Wei Yang se sorprendió y asintió.
–¿Rompes una colmena y ahora te da miedo? – Sonrió.
–¿Colmena? ¿Zhang Le? Bueno, sí que es una descripción adecuada… Pero si es por Min Zhi estaría dispuesta a quemar todas las colmenas que hagan falta.
Li Min De soltó una carcajada y Li Wei Yang se lo miró pensativa. En esos momentos sólo le llegaba a las cejas y para mirarle tenía que levantar la vista. A diferencia de antes, Li Min De vestía ropa más elegante y su apariencia – telas de seda, colores dorados y cabello negro azabache – era extraordinaria. Era un muchacho atractivo de ojos brillantes y sinceros, nariz alta y sonrisa amable.
–¿Dónde vas tan bien vestido? – Preguntó Wei Yang con curiosidad, olvidándose por completo de Zhang Le.
–Voy al banquete contigo.
–¿Al banquete conmigo? – Li Wei Yang se sorprendió. Entonces, miró a Bai Zhi.
–¡Ya te lo he dicho tres veces, Xiaojie! ¡El banquete es hoy! Todavía no te has lavado la cara, ni peinado, ni maquillado. Vas a llegar tarde.
–Oh. – Le dedicó una mueca a Li Min De. – ¿Te has puesto tan guapo para ver a la princesita?
La novena princesa llevaba dos años detrás de Li Min De. Si no fuera porque le era casi imposible abandonar los muros de palacio, seguramente la habrían tenido en casa cada pocos días. Por desgracia, Li Min De no sentía el mismo apego o cariño por ella.
–Vístete de una vez o llegaremos tarde.
Li Wei Yang se levantó, pero a medio camino, se dio la vuelta para mirar a Li Min De.
–¿Qué pasa, Xiaojie?
–Antes era yo quien daba las órdenes, – se lamentó. – y ahora mira, el niño este viene y empieza a mandar como si nada.
Zhao Yue resopló divertida, pero disimuló cuando notó la mirada fulminante de Wei Yang.
Li Wei Yang no solía acudir a los banquetes de palacio. Sin embargo, la Emperatriz había invitado a su familia personalmente y, por tanto, debía asistir. No obstante, a la joven le aborrecía maquillarse y se limitó a adornarse el cabello con una pinza de jade muy simple. El contraste entre el negro de su melena y su piel era como el de las estrellas y la noche. Su vestido era de un color violeta bordado con gracia y que revoloteaba a su alrededor cuando se movía.
–Los que dicen que Zhang Le es la más hermosa es porque nunca te han visto bien vestida. – A Li Min De se le iluminó la mirada al verla.
La única persona en este mundo que osaría mencionar su belleza era este chico. Lo que más aborrecía era la hermosura que, para ella, no era más que una capa externa efímera, nada de vital importancia.
De haber gozado de la belleza de Zhang Le en su vida pasada, no habría sufrido tanto. No obstante, debía admitir que no le molestaba un cumplido de vez en cuando.
–El banquete es por la noche, hará frío, aunque sea primavera. – Advirtió Min De con suavidad.
–No, es en un sitio cubierto. Hará calor. – Replicó ella.
–Tráele un abrigo a tu señora, Bai Zhi. – Mn De se dio la vuelta.
–Ya he dicho que no hace falta. – Wei Yang frunció el ceño.
–Ve. – Min De hizo un gesto con la mano y Bai Zhi se retiró rápidamente. Sin embargo, sintió algo extraño. Hasta entonces, siempre había seguido las órdenes de su señora y, ahora, el joven amo parecía poseer cierta autoridad que la hacía obedecer sin pensarlo.
Hasta Wei Yang se sorprendió.
–¿Cuándo has comprado la lealtad de mis sirvientes? – Vaciló.
–Sólo hacen lo que saben que es correcto. – Min De sonrió.
Bai Zhi entró y entregó la capa con ceremonia. Zhao Yue intentó ponérselo a Wei Yang, pero Min De se lo quitó de las manos.
–Todos los miembros de los Jiang y Zhang Le acudirán también.
–¿Tienes miedo? – Wei Yang arqueó una ceja.
–¿Tú qué crees? – Li Min De rió de buena gana. – ¿Por qué iría si tuviese miedo? Son ellos los que deberían estar temblando.
Wei Yang supo que debería sentir la misma satisfacción que el muchacho exhibía en su atractivo rostro, pero sintió un dolor punzante en el pecho. ¿Estar a su lado habría hecho madurar demasiado pronto a Min De? Si no fuera por ella tal vez se habría convertido en alguien normal, un erudito de la literatura o un señor de las artes marciales. Quizás se habría casado y tendría hijos… Li Wei Yang olvidaba que Min De no disfrutaba de una identidad normal y esperaba que jamás tuviera que enfrentarse al odio y los rencores ajenos.
Ni Zhang Le, ni los Jiang, ni Tuoba Zhen, ni la consorte Wu tenían nada que ver con él, pero por su culpa Min De debía mantenerse alerta y ser prudente. Cualquiera de ellos podía girarse en su contra en cualquier momento. Wei Yang ignoraba los muchos retos y dificultades que Min De había tenido que superar a solas.
Wei Yang estudió los dedos delgados y la piel clara del joven. Tenía callos, signo de que había esgrimido la espada. Tal vez había sido demasiado egoísta. Nunca le había preguntado qué quería hacer, sólo se había centrado en sus propios problemas y mientras tanto, aquel muchacho había aprendido a usar una espada, había estudiado y había tenido planes por sí mismo. Todavía no había cumplido lo que le había prometido a su madrastra. Wei Yang no sabía quiénes eran sus amigos ni quién era él en realidad.
Li Wei Yang continuó con la vista clavada en él que parecía encantado y satisfecho por poder ayudarla a taparse del frío. Su corazón que hasta entonces había sido como un espejo se agrietó. ¿Cuánto tiempo llevarían tan cerca el uno del otro? Estaba lo suficientemente cerca como para poder escuchar sus latidos.
–¿Tienes amigos, Min De? – Preguntó Wei Yang con suavidad.
Él levantó la vista con la brisa nocturna susurrando entre ellos. La luna enmarcaba su cabellera en la que se reflejaban las estrellas y que revoloteaba como el rio.
–No, no tengo. – Contestó él con una mueca.
Li Wei Yang frunció el ceño a pesar de que el tono del adolescente era firme.
–Contigo me basta. – Añadió Min De, como si nada. Era consciente de que, si explicaba su vida o comentaba algo sobre su situación, Wei Yang se apartaría. – Ponte la capucha, vamos. – Min De parecía ignorar que la sonrisa de sus labios llevaba un buen rato sin desaparecer.
Li Wei Yang miró de soslayo a Bai Zhi que mantenía la cabeza gacha como el resto de los criados y cambió a una actitud solemne. ¿Por qué ninguno e sus criados le había anunciado la llegada de Li Min De?

Li Wei Yang fue la última en partir hacia el banquete al que Lao Furen no acudiría.
–El carruaje la espera, Xianzhu. – Le anunció el nuevo mayordomo.
La razón por la que el resto de su familia la había dejado atrás era precisamente el lujoso carruaje que le habían preparado acorde a su rango.
–¿Y mi hermana y mi madre? ¿Se han ido ya?
–Sí, señora. – El mayordomo sonrió. – La señora de la casa ha ordenado que te esperásemos todos aquí.
–Hoy asistirán más de cuarenta y ocho familias. – Explicó el conductor con sumo respeto. – Mucho me temo que habrá retenciones de una o dos horas por el camino. ¿Prefiere que demos un rodeo?
–Sí, no podemos permitirnos llegar tarde. – Li Wei Yang iba rechazarle porque no se fiaba de un camino inseguro, pero Li Min De se le adelantó.
Li Wei Yang se quedó pasmada momentáneamente. La decisión se tomo rápidamente sin darle opción a intervenir.
–¿Te ha molestado? – Preguntó Li Min De al notar cómo se lo miraba.
Li Wei Yang guardó silencio. ¿Qué podía decirle? Ya había ordenado que dieran el rodeo. ¿Cómo iba a pedir que dieran media vuelta? Da igual. La joven hizo un gesto y se apoyó en su propia mano.
Bai Zhi encendió una vela, sacó una pieza de bordado y continuó trabajando en ello. Zhao Yue, por su parte, bajó la cabeza y se quedó sentada en una esquina mientras afilaba su espada.
Wei Yang intentó dormir, pero, ¿cómo iba a conseguir pegar ojo con la sensación cálida que la abrumaba?
–Llegaremos dentro de una hora, descansa.
La muchacha murmuró una respuesta, cansada y notó cómo cada vez le pesaban más los párpados. Algo cálido se cerró sobre su mano y ella, inconscientemente, se le aferró.
A principios de primavera las noches seguían siendo frías. Pero, a pesar de saberlo, no había traído ningún calentador. Li Wei Yang entró en el reino de los sueños lentamente. La frontera entre la realidad y la fantasía se nubló. ¿Por qué nadie le había hecho entrar en calor hasta entonces? Cuán diferentes habrían sido las cosas si los Li se hubiesen ofrecido a echarle una mano cuando la destituyeron y enviaron al Palacio Frío. Hasta la más mínima expresión de preocupación la habría consolado, pero nada. No le llegó nada.
Lao Furen parecía quererla mucho en esos momentos, pero Wei Yang no creía en ese tipo de amor. En realidad, no creía en nadie y, sin embargo, fingía creer en la vida. Y, a pesar de todo, se aferró a ese calor que notaba.
–Señorita… – Bai Zhi la llamó.
No era apropiado, en absoluto. Llevaba viviendo con su señora varios años y había visto a muchos hermanos vivir juntos, pero nada comparable con aquello. Li Min De trataba a Li Wei Yang demasiado bien. A la pobre criada se le hacía imposible ignorar cómo al muchacho se le iluminaban los ojos cada vez que la miraba. ¿Pero cómo podía ser? Eran primos. Aunque el joven amo no compartiese lazos sanguíneos con los Li, mientras llevase el apellido el caos se cerniría sobre la pareja.
Bai Zhi quiso llamar a su señora y recordarle algunas nociones de propiedad, pero Li Min De se dio la vuelta y la fulminó con la mirada de tal manera, que la criada empezó a temblar incontrolablemente. En pánico.
Zhao Yue continuaba limpiando su espada como si de flores se tratase. Para ella Wei Yang era su señora a quien admiraba, respetaba e, incluso, adoraba hasta cierto punto. No obstante, su verdadero dueño era Min De. La guerrera notó la mirada del muchacho, pero se lavó las manos en el asunto. ¿Qué haría – se preguntó – si algún día su señora y Li Min De se enemistaban?
Li Min De señaló la vela y Bai Zhi la apagó aliviada de inmediato.
Li Wei Yang ignoraba lo mucho que el poder contemplar su rostro y cogerle de la mano complacía a Min De.
El carruaje se sacudió violentamente, sacando de su ensimismamiento a Wei Yang.
–Hay muchos baches. – Li Min De sonrió. – Me he traído los pastelitos que han sobrado porque me daba cosa que no comieras lo suficiente en el banquete o te encontrases con gente desagradable. Tampoco es que hayas comido mucho… ¿Quieres comerte alguno?
Li Wei Yang todavía tenía la vista borrosa. Posó la vista en el atractivo rostro de aquel muchacho y pensó en que ni el masculino Tuoba Zhen, el refinado Tuoba Yu o el arrogante cuarto hijo de los Jiang tenían nada que hacer contra él. ¿Cómo podía alguien señalar a la novena princesa por intentar conseguirle?
El carruaje volvió a sacudirse y la joven cayó entre los brazos de Min De. El muchacho la protegió instintivamente y esperó a que el coche se estabilizase para ayudarla a sentarse.
–¿Estás bien? – Preguntó con una sonrisa.
–¡Li Wei Yang! – La voz de un hombre resonó desde el exterior.
Wei Yang se serenó completamente. Era, sin lugar a duda, la voz del cuarto hijo de los Jiang que andaba buscando problemas. La joven hizo ademán de correr las cortinas para salir, pero sin querer se tropezó con la bandeja de los pastelitos.
Li Min De le cogió las manos y la ayudó a reincorporarse y a limpiarse las manos.
Afuera el barulló empeoró y Wei Yang volvió a moverse con la intención de salir, pero Li Min De le cubrió los ojos.
–No te molestes, es una alimaña.
Zhao Nan, a lomos de su montura, aceleró y cargó contra Jiang Nan. Ambos cayeron al suelo por el impacto.
–¡Que salga tu señor! – Exigió Jiang Nan, erguido y altivo.
Las habilidades de Zhao Nan eran excelentes, pero, siendo sincero, nada tenía que envidiar su contrincante.
Los soldados de los Li se quedaron patidifusos. Jamás los habían humillado de semejante manera y la actitud de Jiang Nan sólo consiguió echarle más leña al fuego.
–¡General Wu Wei! ¡Este carruaje le pertenece a la Anping Xianzhu! – Zhao Nan se levantó del suelo y se limpió el polvo de los hombros.
–¡Que salga! – Jiang Nan se regocijó. – ¡Llamadla! – Quería humillarla.
Los ojos de Zhao Nan parecían echar llamaradas. Sonrió con frialdad y se cruzó de brazos. Entonces, silbó y en cuestión de segundos un grupo de hombres vestidos de negro apareció de entre las sombras.
–Serás cobarde. – Le acusó Jiang Nan. – ¿Acabas de llamar a tus amiguitos?
–¡Pues ya lo estás viendo! – Repuso Zhao Nan en tono burlón.
En el carruaje, Wei Yang escuchó atentamente la conmoción del exterior. Los soldados de Jiang Nan eran habilidosos y forjados en miles de batallas, aunque el general no fuera capaz de salir impune si osaba causar problemas, los soldados de los Li serían otro cantar.
–No te preocupes, tengo a los míos afuera. – Li Min De sonrió con dulzura.
–No lo entiendes. – Contestó Wei Yang con frialdad. – No son soldados del montón. ¡El cuarto de los Jiang sólo quiere verme! ¡No se atrevería a matarme! – La muchacha estaba convencida de que los Jiang iban a dar problemas en el banquete, no allí.
–No vale la pena. – Li Min De la sujetó por detrás.
Li Wei Yang se sorprendió. La luz que se colaba por la cortina dibujaba sombras en el rostro de Li Min De y resaltaba su fría indiferencia.
–Será mejor que dejes que se de cuenta que siempre habrá alguien por encima de él.

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3 comentarios

  1. Li min de no te pases de la esta o serás el próximo en su lista

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  2. Al principio shippeaba a Min De y a Wei Yang, pero ella lo veía como a su hijo y me sentí una enferma por seguir haciéndolo... Es genial que ella lo vea cada vez más como hombre.

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  3. Muchas gracias por el capítulo estuvo de lujo n_n

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