48: Verdades y Mentiras (parte 4)

febrero 04, 2019


Lucia continuó con sus actividades sociales al cabo de un tiempo. No cambió mucho su forma de proceder: celebraba quedadas para tomar el té a gran escala y excluía a las instigadoras del incidente que prefería no volver a nombrar. En su última fiesta había demostrado su autoridad como duquesa y ahora había llegado el momento de apaciguar sus temores. No era su intención ser soberana de la sociedad norteña, pero debía alzarse como una figura destacada para que nadie pudiese menospreciarla.
–¿Cuándo va a celebrar otra fiesta grande, duquesa?
–En eso mismo estaba pensando. La última vez no pude asistir, pero a la próxima me aseguraré de estar allí. ¿Podré conocer al joven amo cuando llegue el momento?
–Mucho me temo que el niño ya no está en Roam. –Respondió Lucia con una gran sonrisa y estudiando su entorno disimuladamente. – Se ha ido a estudiar, pero cuando se presente la oportunidad, así será.
La mayoría de las damas allí reunidas que habían acudido a la fiesta parecían inquietas, como si algo las estuviese persiguiendo y se abstenían de participar en la conversación. Era la tercera vez que celebraba una quedada para tomar té, pero todas continuaban comportándose igual. Había dos lados: las señoritas que habían asistido y las que no. Las que habían asistido parecían incómodas y desamparadas, arrepentidas y agradecidas porque Lucia les estuviera dando una segunda oportunidad. Al contrario de éstas, aquellas que no habían asistido a la fiesta del jardín sacaban el tema de Damian como para presumir de ello. No demostraban ninguna renuencia y se referían al muchacho como: “joven amo”. El cambio de actitud de las mujeres fue asombroso. ¿Tal vez fuera porque lo habían añadido oficialmente en el registro familiar? Eso era la única suposición que le parecía viable.
El duque fue infalible como siempre y Lucia ignoraba la conmoción que había provocado su marido en la alta sociedad norteña por la fiesta. Se decía que la condesa de Wales y el resto de las instigadoras estaban encerradas en sus casas, que habían herido el orgullo de la duquesa y que habían determinado que la mejor salida era esconderse. Se extendió el rumor de que el duque de Taran había asesinado y atrapado a todos aquellos lores que habían osado rebelarse contra él y el miedo hacia su persona había alcanzado el máximo. Por lo cual, el incidente de la fiesta del jardín aconteció en un momento de pánico y así relacionaron el humor de la duquesa con el orgullo del cabeza de familia.
Ninguna generación de los Taran se había interesado jamás por relacionarse con el resto de los nobles del territorio ni con sus políticas. El duque era un gobernador intangible, siempre batallando. Por lo tanto, para aquellos nobles que anhelaban hacerse un hueco en el corazón de su sanguinario líder para garantizar su seguridad y la de los suyos, establecer una conexión con la duquesa era crucial. Todas las señoritas de alta cuna recibieron órdenes explícitas de sus maridos y padres para asistir a la fiesta. Conseguir figurar en la lista de invitadas se convirtió en una guerra.
Y pesé a estar en el ojo del huracán, Lucia, seguía tranquila y Kate, su informante, mantenía la boca sellada porque, aunque eran amigas, Kate no podía decirle que su marido era tan aterrador que todo el territorio no se atrevía ni a mirarle a la cara.
–Cada día está más hermosa, duquesa.
–Oh, sí. Yo la admiro desde que la vi por primera vez.
Los halagos revoloteaban a su alrededor como si fuera una competición.
–El físico no lo es todo. Nuestra duquesa goza de una mente envidiable.
Lucia hizo caso omiso a toda esa palabrería. No era una muchacha inmadura que fuese a crecerse por algo por el estilo. En su sueño había sido testigo de aquella situación en un sinfín de ocasiones. Nunca había sido el centro de semejante ovación, pero como espectadora siempre le había parecido un espectáculo lamentable y patético.
¡Cuán increíble era el título de duquesa! Si Lucia no reaccionaba, todas las mujeres cerraban la boca.
–Os agradezco los cumplidos. Pero me pregunto si ha pasado algo interesante últimamente.
–¡Oh! ¡Déjeme contarle que hace poco-…!
–Eso no es interesante. Mire, yo he oído que-…
Y así, las invitadas empezaron una discusión por ser quien contase alguna anécdota divertida.

*         *        *        *        *

El Capitán Elliot entregó el informe sobre el envenenamiento que se diagnosticó erróneamente como epidemia. El asunto se resolvió sin mucha demora. Se deshicieron de las setas en mal estado y se multó al responsable con una gran suma para expiar su negligencia.
–¿Algún civil herido?
–Ninguno a parte de los dos que descubrimos. No creo que vuelva a haber problemas con esto.
Para poder dar por zanjado el tema, Hugo tenía que aprobar el informe. Si así lo hacía, el responsable debería pagar la compensación antes de poder reanudar sus actividades comerciales. Sin embargo, que tu nombre pasase por los ojos de Hugo era lo mismo que un suicidio para tu negocio.
–¿…Wales? ¿El dueño es el conde de Wales?
–Sí, señor.
La ley estipulaba que todo problema debía solucionarse basándose en la ley comercial. Mientras que el dueño no cayese en bancarrota, todo asunto de transacción se resolvía con dinero.
A Hugo se le iluminó la mirada. Resentía al instigador del silencio en la fiesta, a aquella persona que había hecho llorar a su esposa. No obstante, la terquedad de su mujer le había impedido interferir y eso le consternaba. Sabía que la culpable había sido la Condesa de Wales, pero, ¿cómo darle un buen tirón de orejas a esa harpía?  El duque conocía los detalles de lo acontecido indirectamente y ahora le había caído del cielo una oportunidad espléndida.
–No podemos pasar por alto algo así. – Comentó con severidad.
–¿Entonces…?
–Mucho me temo que aquí hay gato encerrado. Investiga cada detalle de la transacción, incluidos los impuestos.
–Por investigar, se refiere a-…
–Quiero saberlo todo. No te dejes nada.
Elliot era un caballero típico: no vacilaba ante enredos y maquinaciones. Conocía a su señor y estaba seguro que por alguna razón aquel hombre que debía investigar se le había cruzado.
–Así será. – Respondió sintiendo cierta simpatía por su objetivo.
La mayoría de los subordinados del duque conocían su personalidad. Eran conscientes que no era un hombre magnánimo o virtuoso, era indiferente a la mayoría de casos, no obstante, cuando decidía algo era persistente y obstinado. En otras palabras, era una persona rencorosa.

*         *        *        *        *

Apenas había pasado medio mes desde que Damian había partido que Lucia ya le había escrito una carta y había recibido la respuesta en escasos veinte días.
A Lucia la sensación que el corazón se le desbordaría mientras habría el sobre de la segunda carta de su hijastro. La primera frase la saludaba con un: “para madre”, y esas palabras le provocaron un estremecimiento. La joven era todo sonrisas mientras leía aquella carta que parecía más un informe sobre qué había comido o qué había aprendido en clase. Le entusiasmaba la poca emoción que transmitían las palabras de Damian.
–Me alegra que esté bien.
Año Nuevo estaba a la vuelta de la esquina, así que Lucia estaba preparando un regalo para Damian.
–Tiene visita, mi señora. – Le anunció una de las criadas.
–¿Quién? – La sirviente no hubiese dicho nada si se hubiera tratado de la señorita Milton.
–La Condesa de Wales.
Lucia frunció el ceño. No comprendía porque una mujer que había sido tan grosera en su fiesta querría visitarla de repente. Se planteó el rechazarla, pero decidió escuchar lo que tuviera que decirle.

La sirviente les sirvió el té sin mucha ceremonia y Lucia no se molestó en llamar a Jerome. No quería ofrecerle el delicioso té de Jerome a esa mujer que, a diferencia de ella, parecía intimidada ante su presencia.
–¿Qué le trae por aquí? – Empezó Lucia observando la tez gastada de la anciana.
–Permita que me disculpe por haber llegado sin avisar. ¿Cómo ha estado últimamente?
–Perfectamente. Si le soy sincera, estoy disgustada con usted. Era la primera vez que preparaba algo tan grande. No creo que se atreva a negar que el desastroso desenlace de la velada tuvo algo que ver con usted.
–¿Qué puedo decir? La edad no perdona y a veces nubla la razón. He venido a verla con la esperanza de que sepa perdonarme.
La modestia de la condesa ablandó el corazón de hielo de la joven.
–¿Por eso ha venido?
–Sí, señora. Para disculparme.
Lucia no se hubiera imaginado que aquella mujer que era la líder del círculo social se dignaría a postrarse ante ella con tanta facilidad.
La actitud de las otras damas la sorprendió, pero la aparición de la condesa en persona acabó de dejarle claro que algo no andaba bien.
–Si eso es todo, lo acepto. Sin embargo, no deseo alargar nuestra conversación hoy.
–Ah… Yo… – Empezó la condesa.
–¿Tiene algo más que decir?
–Me gustaría pedirle… Algo… Duquesa…
¿Una petición? ¡Qué caradura! Lucia se rio para sus adentros. La Condesa la tomaba por una niña ingenua y dócil, a pesar de ser una mujer de armas tomar.
–No acepto favores personales.
–No es nada del otro mundo, duquesa. Sólo le ruego que apacigüe la ira de mi señor el duque.
–¿De qué está hablando?
La Condesa explicó que sus posesiones pasaban por un mal momento y, aunque fue una justificación para sí misma, Lucia logró captar el punto principal.
–Metisteis la pata y se os ha castigado acorde. ¿Acaso insinúa que mi marido, el duque, no está siendo profesional?
–No, no. En absoluto, no osaría negar nuestra responsabilidad. Sé que el duque es alguien sabio que separa el trabajo del placer. Pero es demasiado estricto y todo lo que le pido usted, duquesa, es que nos tenga piedad. Perdone a esta anciana por haberse presentado aquí sin avisar.
Lucia empezó a reflexionar cuando la condesa se marchó. No creía que existiera un castigo justo para aquellos que lo recibían y que mucho menos caería sobre un hombre inocente. La dureza del castigo era responsabilidad del Duque de Taran y a la joven no se le cruzó por la cabeza que su marido estuviese siendo más estricto de lo normal por ella. No era tan creída.  De hecho, como nunca había vivido ese lado suyo, ignoraba que la mayoría de damas habían estado intentando ganársela para evitar su furia.

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1 comentarios

  1. Muchas gracias por el capítulo n_n este duque se pasa de duro jajajaja

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