110: La aparición del espíritu maligno

marzo 25, 2019


 Una fragancia embaucadora y agradable impregnaba la corte. La Emperatriz descansaba en su trono al lado del de su marido. A otro nivel más bajo, las consortes Wu, Zhang, Mei y Ruo entre otras gozaban de sus buenas posiciones ante la fila de invitados importantes. Tal y como marcaba la etiqueta, a continuación del séquito imperial principal se sentaban a la izquierda los príncipes, los miembros reales y, por último, los oficiales ordenados según su rango. A la derecha las mujeres seguían el mismo orden y por eso mismo, Wei Yang estaba tan lejos de Li Zhang Le, algo que la última aborrecía con todo su corazón. La joven había creído que su aparición captaría todas las miradas, sin embargo, apenas logró conseguir unos escasos minutos de gloria.
Si Li Zhang Le no poseyese esa belleza descomunal, pocos se molestarían en cederle un segundo de su tiempo ahora que sus “hazañas” habían llegado a oídos de todos los de la Capital. ¿Quién osaría casarse con semejante mujer? ¿Qué oficial dejaría a manos de alguien así la administración de sus bienes? Zhang Le era consciente de esta verdad y eso la enfurecía. Además, el olor a podrido amenazaba con superar el perfume con el que se había prácticamente bañado.
Li Wei Yang no la miró ni una sola vez, en lugar de ello, se dedicó a responder cada una de las muchas preguntas con las que la Novena Princesa la estaba ametrallando y Tuoba Zhen tampoco conseguía apartar la vista de ella. Hacía muchísimo que no la veía y aunque sólo era capaz de apreciar su perfil tan puro y magnánimo, la tranquilidad reflejada en sus expresiones, su melena negra que resplandecía bajo las luces, su tez nívea y sus curvas eran fascinantes. No podía ni parpadear. A sus trece años, la muchacha era mucho más hermosa que antes a pesar de no estar completamente desarrollada. Los capullos habían florecido y quizás por ser algo negado, su belleza se le antojaba hechizante. Tuoba Zhen continuó observándola mientras pensaba la pena que sería acabar con una joven como esta.
Li Wei Yang notó su mirada y se la devolvió para sorpresa del príncipe que se sintió en un sueño. No lograba comprender por qué la muchacha fruncía el ceño y sus ojos se cubrían de frialdad y disgusto cada vez que posaba la vista en él. Le enfurecía.
Entre todo el alboroto una mujer se acercó al Emperador y se sentó en el hueco que le dejó éste. La multitud estudió a la muchacha con un asiento más próximo al Emperador que la propia Emperatriz.
–¡La consorte Lian! – Exclamó alguien.
–¡Dicen que los Cielos se la ha enviado a Su Majestad para ayudarle! – Aseguró otro.
–¡Sí, los Cielos han bendecido a Da Li!
Paparruchas. Nadie creía en los Cielos, pero si el Emperador estaba tan seguro de su existencia, ellos fingirían devoción para contentar. Li Wei Yang sonrió burleta ante la situación. Neng You Lian no era sino una artista del engaño y la víctima de su teatro no era otro que el mismísimo monarca. La mujer era bella, tanto que, los más extravagantes atuendos se volvían insulsos. Era la primera vez que Li Wei Yang conocía a alguien con una belleza par a la de su hermanastra.
Li Zhang Le escudriñó con la mirada a la concubina. Analizó cada centímetro y se comparó mentalmente con ella. Había aparecido una rival que la superaba, ¿qué le quedaba entonces?
–Qué bonito es tu collar… Pero no parece obra de nuestros artesanos. – La consorte Wu entabló una conversación amigable con la consorte Lian.
Neng You Lian llevaba un collar de gemas rojas a juego con los pendientes. Su apariencia era tan grácil como la luna y combinaba a la perfección con los colores de los ornamentos.
–¿No lo sabías? Es un regalo de un embajador extranjero. ¡Llevo pidiéndole a Su Majestad que me lo dé muchísimo tiempo! Es tan valioso que lo tenía guardado en el almacén con recelo.  – Dijo la Consorte Ruo, madre de la novena princesa y del octavo príncipe.
Era una piedra de un rojo precioso.
–Por supuesto, no hay ni punto de comparación entre la Consorte Lian y tú. – Comentó la Consorte Zhang con una gran sonrisa en los labios. – ¡Es la favorita!
–Ni siquiera yo puedo quitarle los ojos de encima. – La Emperatriz miró a todas las mujeres desde arriba. – ¿Recordáis lo jóvenes que eráis cuando entrasteis a palacio? Ver a la consorte Lian me recuerda los viejos tiempos. Qué rápido pasa el tiempo.
En pocas palabras la Emperatriz recordó al resto de mujeres del Emperador que eran mayores y que no les quedaban armas que poder desplegar frente a una amenaza joven como era la consorte Lian. Indirectamente, les acababa de dejar claro que lo único inamovible era su trono.
La consorte Lian esbozó una sonrisa tímida y repasó la sala centrándose en los Jiang hasta que un eunuco anunció la llegada del príncipe heredero.
–¡El príncipe heredero ha llegado!
El príncipe entró acompañado de dos bellezas: la princesa heredera y la consorte Jiang Lan. La princesa heredera era hija de los He y de la casa del duque Wen. Era una muchacha menuda, rostro ovalado, pestañas cortas, nariz alta y boca caída. Sin embargo, poco podía hacer frente a Jiang Lan que había heredado la frente alta, los ojos brillantes y el rosto pequeño típico de su familia. No obstante, a diferencia de la matriarca y de la mujer del duque Wei, su semblate era mucho más dulce y elegante. Sorprendentemente, no le dirigió una sola mirada a  Jiang Xu ni a los Jiang, como si no tuvieran buena relación cuando se quedó parada detrás de la princesa heredera.
Li Wei Yang recopiló toda la información que tenía de su vida pasada sobre esa consorte. El príncipe heredero la había amado hasta el punto de ser uña y carne y llegar a la negligencia para con el resto de sus mujeres. La princesa heredera en su vida anterior se había quejado a la Emperatriz en un sinfín de ocasiones, pero la monarca, sedienta del apoyo de los Jiang, también se puso de parte de Jiang Lan. La anécdota terminó en tragedia cuando la princesa heredera murió al cabo de dos años a causa de una terrible depresión. Si el príncipe heredero hubiese ascendido al trono como se esperaba, Jiang Lan habría sido Emperatriz. Por desgracia, los Jiang siempre mostraron indiferencia por esta consorte, no la ayudaron jamás ni apoyaron al príncipe heredero hasta el punto en el que lo llegaron a acorralar en un callejón sin salido. Y en cuanto a Jiang Lan, que siempre le había parecido la prueba de que el matrimonio perfecto y amoroso existía, fue la primera en abandonar a su esposo y volver a la casa de los Jiang. Los Jiang no eran pues mas que leales al trono y ser el heredero legítimo no aseguraba la capacidad de poder sentarse en lo más alto.
–¡Menuda educación! ¡¿Cómo osas hacer esperar a tu padre cuando el banquete está por empezar?! – Regañó la Emperatriz con una gran sonrisa en la cara que delataba su intención nula de castigar al príncipe.
El heredero fulminó con una mirada glacial a la princesa heredera. Si no fuese por el alboroto que había montado antes de partir, habrían llegado a tiempo y ahora quien parecía carecer de toda etiqueta era él. La princesa le devolvió la mirada con la misma fuerza y repleta de quejas. ¿Cómo podía permitir que una de las concubinas tuviese trato preferencial a ella que hasta la había traído para darle la bienvenida a un embajador extranjero? ¡La había dejado en evidencia, así que ella se lo pensaba pagar con la misma moneda!
Li Wei Yang sacudió la cabeza con desaprobación ante el espectáculo de los conyugues. Tuoba Zhen se aprovecharía de la discordia de la pareja en un futuro. Los dos estaban tan centrados en mirarse de mala manera, que ninguno había tenido en cuenta la impaciencia del Emperador.
–¡La princesa heredera está rabiosa porque mi hermano mima mucho más a Jiang Lan! – Le susurró la novena princesa a Wei Yang mientras los eunucos seguían las órdenes de la Emperatriz de preparar la mesa. – Las dos se casaron el mismo día con él, pero él pasó la noche en los aposentos de Jiang Lan, por eso le guarda tanto rencor. Se ve que mi madre imperial siempre se pone de parte de Jiang Lan y eso todavía la enfada más. ¡Me han dicho que cada día hay una discusión y cada tres una pelea! Se ve que la princesa ha destrozado la cama de los aposentos de Jiang Lan.
Li Wei Yang estudió la menuda figura de la princesa atónita. ¿Cómo podía llegar a ser tan abrumadora? Nadie podría ser feliz compartiendo marido con otra mujer, mucho menos con una capaz de monopolizarle. Las facciones dulces de Jiang Lan le dejaron claro que debía ser hija de una concubina y que la actitud de los Jiang variaba según qué miembro era, lo que confirmaba sus sospechas.
–Tu maquillaje hoy es precioso, querida. – La Emperatriz tiró de la mano de Jiang Lan y la halagó.
–Muchas gracias. –Contestó la joven.
La Emperatriz y Jiang Lan conversaron animadamente mientras que la princesa heredera se quedó a un lado, incapaz de unírseles. Poco después, Jiang Lan volvió a su asiento y miró de soslayo la mesa donde se encontraba Wei Yang.
–Jiang Lan es increíble. – Continuó explicándole la princesita a Wei Yang. – Tiene a mi hermano loco por ella y es preciosa… – Sin que le importase la etiqueta y el saber estar que toda princesa debía llevar en mente en toda situación, la niñita se le arrimó para seguir chismoseando. Sus ojos, sin embargo, se toparon con los del general Wei Wu, Jiang Nan.  – Increíble… – Murmuró.
En efecto, el joven general de la familia Jiang se había ganado la estima del mismísimo Emperador. A pesar de que los oficiales eran de rango superior a los generales, en este caso en particular se hacía una excepción. Los banquetes de los Jiang excedían a los de cualquier otro general e incluso eran equiparables a los de un duque. Li Wei Yang miró a Jiang Lan y Jiang Nan fijó la suya en Jiang Xu. Seguía igual: cuerpo robusto, bien ejercitado y una sonrisa tremendamente amable. No parecía un general.
Li Wei Yang esbozó una leve sonrisa. La presencia de Jiang Nan evidenciaba que la mala fortuna estaba de camino y se preguntó cuál sería la mejor táctica para ganar el mayor beneficio de los planes de sus enemigos. Repasó uno a uno los rostros de los presentes – Jiang Xu, Jiang Nan, el príncipe heredero, Jiang Lan, Tuoba Zhen, la consorte Wu, la Emperatriz… Les estudió con la mirada y decretó que cada uno de ellos era poco mejor que una molestia. Una molestia con el poder de afectar el desenlace de los acontecimientos.
Los hombres de los Jiang raramente hacían acto de presencia en la Capital por su deber de proteger las fronteras, así que el tener a dos de los jóvenes amos en el banquete bastaba para el regocijo de las jóvenes invitadas. El semblante frío de Jiang Hai evocaba a Jiang Xu. Un hombre talentoso, alto, decidido y varonil, pero como ya estaba casado las mujeres casaderas se centraban en sus tres hermanos más pequeños. Los Jiang eran una familia aristocrática rebosante de méritos y cada uno de sus hijos era destacable y un partido magnífico para cualquier mujer.
La matriarca principal de los Jiang sonrió con orgullo: sus hijos no tenían nada que envidiarles a los príncipes.
–¿La del rostro pálido tranquilo y ojos profundos es Li Wei Yang? – Preguntó Jiang Hai a su hermano. Era la primera vez que la veía.
–¿Qué otra joven se sentaría en al asiento de segundo rango de la Xianzhu? – Respondió Jiang Nan divertido.
–Es hermosa, aunque no se la puede comparar con Zhang Le. – Comentó Jiang Hai asintiendo con la cabeza.
Como cualquier hombre, su primera impresión se basaba únicamente en la apariencia de la mujer. El tono de Jiang Hai indicaba que la muchacha le parecía atractiva. Todas las mujeres que le habían ofrecido habían sido siempre increíbles bellezas. Por supuesto, Wei Yang no apreciaría sus comentarios de haberse enterado.
–Deja de meterte líos. – Jiang Hai alzó su copa como el resto de hombres que le rodeaban para brindar y susurró.
Jiang Nan miró disgustado a Wei Yang que estaba sentada delante de él, se tocó las cejas y dijo:
–Tranquilo, hermano, esto no tiene nada que ver con los Jiang.
–Te lo vuelvo a repetir: no te metas en líos. – Repitió el mayor frunciendo el ceño.
–Ha hecho enfadar a la abuela tanto que ha caído enferma, ¿y tú me dices que me quede de brazos cruzados? – Sonrió Jiang Nan.
Jiang Hai esbozó una mueca divertida como si estuviese charlando alegremente con su hermano, pero su tono delataba su desaprobación.
–Es una don nadie, padre no quiere que lo echemos todo a peder por su culpa.
Jiang Nan no pudo evitar echarse a reír.
–¿Crees que la abuela me dejará hacerlo? Tonterías. – Tocó la copa de su hermano con la propia.
La señora del duque quería vengarse de Li Zhang Le, pero no permitiría bajo ningún concepto que Jiang Nan fuese quien lo hiciera. Por mucho que anhelasen destrozar a Wei Yang, su familia fingiría lavarse las manos en el asunto. Deseaban que desapareciera, pero otra persona se encargaría del acto y ellos serían meros espectadores. Por eso mismo Jiang Nan había preparado una última humillación para la joven. No volvería a presentársele una oportunidad de verla nunca más.
Li Wei Yang notó la hostilidad de la sonrisa que Jiang Nan le dirigió, pero no vaciló. A diferencia de cualquier otra moza de su edad, era imperturbable.

Tuoba Yu, sentado a escasa distancia de Li Wei Yang, por fin comprendió porque ella aborrecía a los Jiang. Era innegable que todos los hijos de la familia eran hombres destacables en sus campos, pero pecaban de orgullo y pisoteaban a quien les rodeaba. Al príncipe se le escapó una sonrisa expectante: Li Wei Yang había enviado a Zhao Nan para informarle que pensaba dar un golpe. No dio detalles de sus planes, pero desde luego, sería una obra de arte. El banquete no era más que un campo de batalla repleto de dagas voladoras y estratagemas.
Las criadas sirvieron todo tipo de manjares, calentaron el vino[1]y distribuyeron los platos.
Li Wei Yang vio a Zhou Tian Shou de pie cerca del Emperador y con las manos a los lados y notó la ausencia del favorito del Emperador, Yin Tian Zhao. Miró inquisitivamente a Li Min De que dedicó un gesto para indicarle que se tranquilizase.
–¡Qué ocasión tan peculiar el poder ver a todos mis súbditos juntos! Los esfuerzos de mi Emperatriz no han sido en vano. – Dijo el Emperador jocoso. – Gracias, Emperatriz.
La salud de la Emperatriz había mejorado con el tiempo. Su humor volvía a ser tan pacífico como de costumbre y respondió con una gran sonrisa.
–Complaceros es mi deber, mi señor. Me alegra que todos se lo estén pasado bien. – Hizo una pausa y continuó. – Vaya, recuerdo la primera vez que vi al cuarto hijo de los Jiang y al mayor. El cuarto vino con su madre a por melocotones y no se quería ir, tenía sólo cuatro añitos. ¡Y ahora en un abrir y cerrar de ojos, ya está hecho todo un general!
–Sí, – El Emperador repaso la cara de Jiang Nan entre risas. – ya me acuerdo. Si no fuera porque la novena princesa es demasiado joven, la casaría con él.
–Tengo una sobrina por parte materna que se llama Yun Yun. – Comentó la Emperatriz. – Es modesta y muy virtuosa. Sería la pareja ideal para el General Wei Wu.
–Su Majestad, – internivo la consorte Mei entre sonrisas. – no se olvida de que en el pabellón Liu tiene una nieta soltera de una edad parecida a la suya. Es preciosa y le prometió que le haría el honor de escoger su esposo.
Tanto la consorte como la Emperatriz intentaban conseguir el apoyo de los Jiang mediante un matrimonio. El Emperador las miró y dijo:
–¿Qué opinas, General Wei Wu?
Todas las miradas cayeron sobre el joven cuando se levantó de su asiento. Jiang Nana miró a Su Yun Yun, a Liu xiaojie y, sin querer, le echó un vistazo a Wei Yang que estaba disfrutando del espectáculo.
–¿Cómo voy a rechazar las buenas intenciones de mi señor Emperador? – Jiang Nan sonrió. – Yo sólo tengo cabeza para la batalla, escoger esposa no es mi fuerte. Tomaré como esposa a la mujer que usted crea idónea.
–¡¿Qué dices?! – Exclamó Jiang Xu, levantándose del asiento. – Perdone a mi hijo, Su Majestad, esto no son formas.
–No pasa nada, – el Emperador soltó una risotada. – me gusta lo directo que es. – En comparación con el duque Jiang o Jiang Xu, lidiar con Jiang Nan que apenas contaba con experiencia en situaciones como esta era mucho más fácil. – ¿Qué te parece si nos esperamos a que el general Wei Wu esté preparado para casarse? No creo que con lo imprudente que es vaya a conseguir no ofender a su nueva esposa.
Todos los presentes se rieron, pero Wei Yang comprendió el meollo del asunto. Los Jiang cada vez conseguían más fuerza y el Emperador no permitiría que nadie contase con el apoyo de semejante poder. Si elegía casarle con Su Yun Yun, ofendería al quinto príncipe; si lo casaba con Liu xiaojie, ofendería a la Emperatriz y al heredero de la corona. Era un asunto de peso que no podía tomarse a la ligera y lo mejor era que los Jiang continuasen siendo neutrales. Eran unos súbditos con ejército y poder suficiente como para destronarles, su estabilidad recaía en la neutralidad de esa familia.
–Siento ser tan ignorante y directo, Su Majestad. – Comenzó Jiang Nan. – Espero que no le importe, pero cuando volvía me topé con un par de gerifaltes que me gustaría regalarle. Espero que me haga el honor de aceptarlo.
–¿Sí? ¿A qué esperas? Déjame verlos.
En realidad, al Emperador no le entusiasmaba el obsequio. Lo que en día del anterior monarca había sido una reliquia por ser un ave difícil de atrapar, entrenar y manejar hasta el punto de que si un criminal presentaba uno ante él podía librarse de su condena, para él no era más que otro pájaro más del montón, un regalo que podía darle a sus princesas y a sus hombres cuando le viniera en gana. Sin embargo, cuando los criados entraron la jaula todos los presentes incluidos el desinteresado Emperador se quedaron pasmados: tenían plumas negras que era un indicativo de que eran la raza más noble de todas. Ninguno había poseído uno con alas negras, el Emperador sólo había conseguido unos con mezcla de blanco.
–¡Vaya par! – Exclamó el Emperador, jubiloso.
–Los gerifaltes son mágicos, mi señor. Son decididos y valientes; fuertes como una roca, rápidos como el relámpago. ¡No cabe duda de que es una señal de buen agüero!
Los oficiales observaron las aves con curiosidad y esperanza, como si fueran la paz en sí. Li Wei Yang no pudo evitar mofarse de ellos. Todo Emperador amaba escuchar la llegada de un buen presagio. El difunto monarca le había otorgado el título de Maestro de Rituales a un hombre que le había regalado una piedra roja y le había asegurado ue representaba el apoyo de las gentes. Hasta su propio padre, Li Xiao Ran, se había levantado a felicitar al Emperador.
–¡Es señal de buena suerte! – Exclamó la Emperatriz. – ¡Los Cielos han bendecido Da Li!
–¡Es muy difícil conseguir esta calidad de pájaros! ¡Eres un súbdito de mérito, Jiang Nan! – Añadió el príncipe heredero con una mueca disgustada.
–Yo también es la primera vez que veo unos de tanta calidad. – Tuoba Zhen brindó en honor a Jiang Nan.
–¡Oh, me halagáis! – Jiang Nan sonrió con modestia.
–¡Déjate de modestia! – El príncipe heredero hizo un gesto con la mano. – ¿Por qué no nos cuentas más detalles sobre cómo los has atrapado?
–No los he atrapado. – La expresión de Jiang Nan reveló una pizca de victoria. – Cuando volvíamos para la Capital, volaron con nuestro ejército y se posaron sobre la bandera de Da Li. ¡Fue increíble!
El Emperador jadeó de la sorpresa. Real o no, era una señal que no podía ignorarse.
–¡Has criado a tu hijo como Dios manda, Jiang Xu! – Felicitó el Emperador. – ¡Hasta me ha traído buena suerte!
–¡Es un honor cumplir con mi deber para con Su Majestad! – Jiang Xu mostró la más humildes de sus expresiones. Ni los eunucos de palacio veneraban con semejante actitud al monarca.
El Emperador ordenó que se les obsequiase oro y joyas, mientras que WeI Yang esbozó una sonrisa.
–¿Por qué sonríes, Wei Yang jiejie? – Preguntó la novena princesa.
–Me alegra, por supuesto, la bendición que ha acaecido sobre nuestro reino. – Wei Yang no pensaba explicárselo y la princesita no consiguió saciar su curiosidad.
El banquete se animó todavía más con la llegada de las aves. Todos se lanzaron a adular a los Jiang y Wei Yang estudió cada uno de los rostros de los miembros de esa familia que ocultaban su orgullo a la perfección.
–¡Su Majestad! ¡Mire! – EL grito de la consorte Wu resonó por toda la estancia rompiendo el buen ambiente.
El Emperador miró en su dirección y se levantó de su trono: las criaturas que representaban la buena suerte para su país acababan de morir delante de él en su jaula.
–Mi señor, los pájaros… – Anunció en pánico el eunuco. – …Están muertos.
Se escuchó un jadeo general por la sala.
–¡¿Cómo los has estado cuidando, Jiang Nan?! – Exclamó Jiang Xu furiosa.
Jiang Nan sonrió con la mirada.
–Yo… No sé… Estaban perfectamente, pero ahora… de repente han… – Se tiró de rodillas al suelo para rogar perdón. – ¡Es todo culpa mía!
El rostro del Emperador se desencajo. Creía que unos pajarracos no eran para tanto, pero después de escuchar las ovaciones de sus súbditos su opinión había cambiado para mejor. ¿Desde cuándo morían los buenos augurios? ¡Esto sólo significaba que se avecinaba una desgracia!
Reinó el silencio y las invitadas contuvieron el aliento.
–¡Su Majestad! – En ese momento, un sacerdote aparentemente taoísta intervino. – ¡Esto es un mal augurio! ¡En esta sala debe haber un espíritu maligno!
La gente miró atónita al sacerdote: era Yin el Taoista, el que se había esfumado desde el principio.
Li Wei Yang y Li Min De intercambiaron miradas, sonriéndose. ¡El momento había llegado!
–¿Recuerda mi última visión, Su Alteza? – Yin Tian Zhao vestía una capa revestida de joyas. – No conseguí descubrir quién era el espíritu maligno, pero ahora tengo una manera de hacer que se muestre solo.
–¡¿De verdad?! – El Emperador abrió los ojos como platos.
La consorte Wu repaso a todos los presentes con la mirada hasta acabar en Wei Yang. Esperaba que la joven no la odiase demasiado. La señora del duque le había prometido que, si se deshacía de ella, los Jiang apoyarían a Tuoba Zhen desde ese momento. Las apuestas estaban hechas. 
–Nunca se ha equivocado en sus predicciones. – La consorte enfatizo que los pájaros no habrían muerto si no fuese por el mal espíritu que les rondaba.
Li Xiao Ran se preguntó porque las palabras de esa mujer le irritaban tanto, era como si estuviese teniendo un mal presentimiento.
–Me subiré al estrado y haré que el espíritu maligno salga a la luz.
Tuoba Yu observó la escena sin que le acabase de gustar por donde iban los tiros. ¿Por qué habrían muerto los pájaros? La repentina aparición del sacerdote era sospechosa… Sería mejor andarse con cuidado.
El Emperador aceptó y ordenó a sus oficiales que dejasen espacio al sacerdote. Éste se subió al estrado, se sentó y rezó a la lluvia, bailó y rezó.
Los invitados empezaron a comentar lo que estaba ocurriendo. Li Min De aprovechó para acercarse a Wei Yang y susurrarle:
–Las cosas se van a poner interesantes.
–¿Está todo listo? – Wei Yang ladeó la cabeza.
–Me moría de ganas… – Li Min De sonrió. – Así que he cambiado un par de cosillas, te encantará. – Su atractivo rostro relucía.
Li Wei Yang sintió curiosidad, pero los ojos de Min De la miraron con tal intensidad, que se vio obligada a carraspear y darse la vuelta. Nadie conocía esa expresión tan astuta de Li Min De.
Zhou Tian Shou esperaba la señal de Li Min De y cuando la recibió – dejó caer la mano izquierda y puso el dedo corazón sobre el índex –  el subordinado se disipó entre la multitud para seguir el plan.

La ceremonia empezó cuando tocaron nueve veces las campanos de bronce. Un grupo de eunucos encendió los candelabros, la estancia estaba completamente a oscuras con reflejos de colores misteriosos y Yin Tian Zhao dijo:
–¿Por qué los Cielos que tanto adora nuestro señor Emperador no le bendicen con lluvias, viento y una vida tranquila para sus súbditos?
Unas nubes cubrieron los cielos como anunciando tormenta, además, el cuerpo del sacerdote temblaba violentamente, se estremecía sin parar.
Tuoba Zhen sonrió. Para acabar de un solo golpe con la Xianzhu, tendría que llevar a cabo el teatro a la perfección. Cuando los Cielos culpasen a Wei Yang, la joven no podría librarse del castigo. Si la hermosa muchacha hubiese tenido la astucia de aceptar sus afectos o sus favores… Tuoba Zhen simpatizó con ella y notó un escozor en el corazón. Por primera vez deseaba algo además que el trono y, por desgracia, tendría que sacrificarla para unirse a los Jiang. Menuda lástima. Miró a la muchacha por última vez despidiéndose mentalmente. Visto que la terca e inteligente doncella no estaba dispuesta a ayudarle a ascender al trono, sólo le quedaba convertirse en una piedra del camino.
Jiang Nan, al otro lado, también esbozó una sonrisa cruel. Los rayos cruzaron los cielos, el viento soplaba furiosamente golpeando las ventanas. Todas las cortinas del salón revoloteaban y los jarrones cayeron al suelo.
–¡¿Quién se atreve a quebrantar la paz de Da Li?! – Bramó Yin el Taoísta.


[1] Las bebidas alcohólicas se servían calientes para apreciar mejor los aromas del licor sin que perdiese el alcohol.

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4 comentarios

  1. Wow! que emocionante. Gracias por la traducción, me eh convertido en seguidora de este historia. Cada que tiempo se actualiza?
    Saludos y que sigas con este gran trabajo.

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  2. Dios! Quedó en la mejor parte!
    Había estado esperando con ansias el capítulo y valió la pena. Muchas gracias por tan excelente trabajo.
    Nos leemos después!

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  3. Que intriga!!! Ojalá que pronto este el capítulo 111.

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  4. Gracias estuvo excelente n_n
    Min de da miedo T_T

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