51: El médico de familia de los Taran

abril 06, 2019


Anna le preparaba a Lucia un tazón de medicina cada día después de cenar y, como siempre, la joven se lo llevó a los labios.
–¿Vainilla…? – Lucia apartó la taza como reflejo.
Volvió a intentar captar el aroma y, sin lugar a duda, era vainilla. Era la cura que había tardado tantísimo en hallar en su sueño.
–No es la misma medicina de siempre. – Lucia había llamado a Anna para pedirle explicaciones.
–Sí, es un nuevo remedio.
–¿Lo has descubierto tú?
–…Sí.
Lucia no daba crédito, no podía creer que hubiese encontrado la cura ella sola.
–Yo también he estudiado algo sobre las hierbas medicinales porque me interesaban. – Entonces, pronunció una lista de hierbas que debían recetarse con sumo cuidado por el bien del paciente. – ¿Sabes qué pasa si mezclas estas tres plantas?
Anna no lograba comprender lo que trataba de decir su señora.
–No se deben mezclar bajo ningún concepto, son veneno.
–¿Sí? Entonces, me estás intentando envenenar.
–¿Disculpe?
¡Veneno! Anna se tensó. La joven parecía haberse convertido en una pared de acero. Como la duquesa solía perdonar el decoro y no ejercía su autoridad, Anna había olvidado que aquella muchacha era una noble de alto rango que ni en sus mejores sueños hubiese tenido la oportunidad de atender. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral.
–¿Sabías que olía a vainilla?
–Sí, señora.
–¿Sabes por qué? – Anna guardó silencio y Lucia prosiguió. – Si mezclas estas hierbas y las hierves, acaban oliendo así. Parece que no lo sabías.
–¿…Eh?
–Me has dicho que lo habías descubierto tú, ¿cómo puede ser que no lo sepas?
Después de que en su sueño recuperase la menstruación, Lucia se había interesado por las plantas medicinales. Y cada vez que compraba las hierbas necesarias para su remedio el arbolario le advertía que no debían mezclarse jamás. Nunca alcanzó el nivel de un profesional, tan sólo aprendió el tipo y la eficacia de las hierbas que Philip le recetó.
Anna empalideció. Ignoraba qué plantas contenía la mezcla, Philip le había dado la medicina en polvo.  Confiaba en el anciano y había estado tomando la medicina durante una semana para probarla hasta que el duque la llamó a su despacho y le exigió una explicación. Para su sorpresa, el gobernante la hizo retirarse con un gesto de aprobación a sus investigaciones en búsqueda de una cura. Ahora se daba cuenta que había fracasado como doctora: le estaba dando a su paciente una droga cuya composición desconocía.
–No tengo excusa, lo siento, mi señora. No es cosa mía. He estado tomándome la medicina una semana para comprobar que no sea dañina.
Lucia suspiró.
–Debes haber consultado mi condición con alguien en quien confías mucho. ¿De quién se trata?
–Lo siento, mi señora. No puedo darle los detalles.
–¿Te lo ha pedido esa persona? – Pensando en ello, el doctor de su sueño no quería llevarse el crédito. – No voy a tomarme una medicina en la que no confío, ¿entiendes?
–Sí, mi señora. Lo siento mucho.
–Sé que lo has hecho porque querías ayudarme, pero no vuelvas a mentirme.
–Sí, señora.
Lucia había adoptado una actitud pasiva en cuanto a la cura hasta que se enteró del motivo por el que Hugo no quería hijos. No estaba preparado para ser padre y de serlo, acabaría en tragedia. Lucia no quería un niño que Hugo no fuera a amar. Quería un hijo que contase con todo el cariño de su padre.
Hugo creció ignorando el amor paternal y el padre de Lucia la había ignorando toda su vida. Ambos carecían de familias normales y estaba segura que para poder compensar las faltas del otro tenían que entenderse a la perfección.
Estaba enamorada de él y le daba pena pensar que tener un hijo no iba a ser un acontecimiento feliz, pero todavía no había llegado el momento.

*         *        *        *        *

Philip no pudo ocultar su sorpresa cuando Anna le contó que la duquesa había rechazado el remedio.
–¿Sabe… cómo se consigue el aroma de vainilla? – Murmuró para sí. – Déjame verla. Esto es la cura.
–Sabes que no puede ser. ¿Qué has hecho para que te tengan vigilado?
–Es un asunto personal, no tiene nada que ver con la medicina. ¿Vas a rendirte tan fácilmente?
Anna sacudió la cabeza.
–Pienso igual que tú, lo suyo sería que la pudieras ver, pero es imposible.
–No puedo dejar un paciente así como así.
–…Pues le pediré permiso al señor duque cuando vuelva.
El duque de Taran se había marchado a inspeccionar el feudo, así que Philip pensó que era una oportunidad dorada. Si el duque regresa, no podría ver a la duquesa. El duque ignoraba el secreto de la artemisa, pero si él le recetaba una cura y la duquesa se quedaba en cinta, Hugo sospecharía de él de inmediato y haría cualquier cosa para evitar que ese niño viera la luz. Por tanto, el duque no debía enterarse de que él estaba involucrado.
–La voluntad del paciente es una prioridad. Lo más importante es si la paciente quiere dar a luz a un hijo. ¿Crees que el duque querría un hijo cuando a él lo apartaron del trono una vez? Los nobles son crueles. Son diferentes a nosotros. Los afectos a sus esposas y el deseo de descendencia no tienen nada que ver. ¿No te parece que sería una lástima si la señora no tuviera a nadie que la cuidase cuando se haga mayor? –Philip intentó persuadir a Anna con todo lo que pudo.–Puede que ahora se lleven bien, pero…
Todos los de alta cuna eran iguales: tenían amantes y lo único que estaba de su lado eran sus hijos. Anna también creía que la duquesa debía sentirse fatal por haber tenido que adoptar a un bastardo.
–Lo hablaré con mi señora.
Anna sólo pensaba en el bien de su señora.

*         *        *        *        *

–El doctor del que te hablé me ha pedido una cita con usted, señora.
–¿Sí? Me parece bien.
–En realidad es… El doctor del duque.
–¿Del duque?
–Sí, eso me dijo el mayordomo. Lo tienen vigilado y tiene prohibido encontrarse con usted, tampoco se le puede mencionar en vuestra presencia. Es una orden del señor duque. – El tono de Anna era firme.
–Entonces, ahora mismo estás cometiendo un error gravísimo. – Lucia empezó a perder el sentimiento de esperanza por su benefactora. – Me lo acabas de mencionar.
–Soy plenamente consciente de ello y pienso asumir la responsabilidad de mis actos. Pero, señora, el doctor me ha asegurado que puede curaros. Quiero venir a explicarte cómo.
–¿La responsabilidad? ¿Cómo?
–…Voy a dimitir. No estoy capacitada.
Lucia estudió la expresión penumbrosa de Anna.
–Si cumples con tu cometido no pasarán cosas como la última vez o como esta.
–Sé que me he pasado de la raya. Sólo quiero que mi señora pueda dar a luz a un niño.
Lucia suspiró. Anna no era una mala persona, todo lo contrario, encontrar a alguien tan puro y dedicado como ella era muy difícil, por eso le gustaba. Sin embargo, no tenía mucho tacto.
–¿Cómo se llama el doctor?
–…Señor Philip.
–¿Señor?
–Es un barón.
¿Acaso el doctor de su sueño era este tal Philip? ¿Por qué el doctor del duque se dedicaría a vagar por el mundo? ¿Tal vez algo sucedió con el duque en su sueño? En la última parte de su vida en el sueño, Lucia renegó de todo lo relacionado con los altos cargos y se negó a escuchar las habladurías.
¿Por qué Hugo no querría que conociese a este hombre? Era un doctor y si Hugo le aborrecía siempre podía desterrarle. ¿Por qué complicarse tanto?
–¿Cuánto lleva trabando para el duque?
–Muchos años, señora.
Entonces, Lucia recordó que Hugo le había dicho que había ciertos secretos que prefería llevarse a la tumba y tuvo la corazonada que este doctor debía conocerlos. Pero seguía sin comprender una cosa: si ese fuera el caso, ¿por qué no matarle?
Hugo no quería que conociese a este doctor, así que la única oportunidad que Philip tenía para verla era ahora que su marido estaba ausente y sus instintos le advertían que no se encontrase con él a espaldas de Hugo.
–No quiero verle. – Anna suspiró desanimada. – Has cometido un grave error, Anna, como doctora y como alguien de esta casa. Puedo perdonar tu error sobre mí, pero no el que hayas desobedecido las órdenes del duque. Aceptaré tu dimisión cuando volvamos de la Capital. – Entonces, llamó a Jerome. – Jerome, Anna me acaba de decir que el doctor del duque desea verme, pero ya me habías advertido sobre esto.
La mirada de Jerome se posó solemnemente sobre Anna que se hallaba en una esquina, cabizbaja.
–Sí, señora.
–No pienso encontrarme con él y seré yo quien informe al duque de este asunto.
–Sí, señora.
–Anna quiere dimitir, pero se lo he negado. Seguirá siendo mi doctora hasta que lleguemos a la Capital. No hará falta que se la interrogue.
–Sí, señora.
La actitud de Jerome era similar a la de un caballero frente a su rey, siempre respetaba las decisiones de su señora y se sentía orgulloso de servir a dos señores como los suyos.

You Might Also Like

0 comentarios

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images