52: El médico de familia de los Taran (parte 3)

abril 06, 2019


–Bienvenida, Kate.
Lucia saludó a Kate con un abrazo a pesar de que había llegado sin avisar. Su amistad continuaba intocable. Sus personalidades habían derribado la pared que las separaba como duquesa e hija de un vasallo. Lucia no era una déspota y Kate no intentaba aprovecharse de su relación, simplemente, se trataban como a un igual.
–¿Te encuentras mejor?
–Sí, por eso he venido a verte.
Kate llevaba un mes postrada en cama por culpa de una fiebre.
–Siento no haber podido ir a verte…
Hugo se había negado a dejarla ir a verla a pesar de que le había explicado que sólo iba a ir a visitarla, que no estaría el tiempo suficiente como para que se le pegase la enfermedad, su marido hizo oídos sordos. En cuanto se enteró que una epidemia de fiebre se había propagado por su territorio le prohibió salir.
–¿Qué dices? Hiciste bien en no venir.
Kate no podía ni imaginar el terrible futuro que le hubiese aguardado de haber contagiado a su amiga. Lo último que deseaba era sufrir las consecuencias de la ira del duque. La joven estaba deseosa de contarle los cambios en el ambiente del norte a Lucia que se había convertido en un pez gordo en los círculos sociales sin darse cuenta. La muchacha no tenía ni idea de cuán buscada era la información sobre su persona. Aunque era de esperar, Lucia sólo organizaba fiestas pequeñas por lo que era difícil adivinar qué tipo de persona era. Muchos habían ido a buscar a su tía para enterarse de algún cotilleo sin éxito.
–¿Mi señor está inspeccionando el feudo?
–Sí, suele tardar unos cinco días, debería volver mañana. ¿Cómo está la señora Michelle?
–Como siempre. Cada vez más regañona. Estoy harta de que me diga que ojalá fuese la mitad como tú.
–Sabes que es sólo parlotearía. Eres hermosísima y encantadora, Kate.
–Pues tú me pareces mucho más encantadora.
–Gracias.
Kate no insistió porque sabía que Lucia sólo se tomaría sus halagos como comentarios sin importancia. Cada vez que veía a su amiga se sentía hechizada de una forma peculiar. Lucia no era una belleza despampanante, pero cuánto más la mirabas, más atraído te sentías por ella. No era por su apariencia, sino por sí misma; como si su esencia te embriagase. Era como si llenase la estancia de flores a pesar de haberlas arrancado todas.
–Ahora que hace mejor tiempo había pensado en ir a una caza de zorro. Podríamos ir las dos.
–¿No deberías esperar un poco? Acabas de recuperarte.
–No, qué va. Aunque tú sólo podrías mirar porque no tienes un zorro.
–Con eso me basta.
En ese momento se escuchó el retumbo de los tambores.
–Oh, mi señor debe haber vuelto. – Kate hizo ademán de levantarse, pero Lucia la convenció para que volviese a sentarse.
–Eres una invitada, no pasa nada porque estés aquí. Ahora vuelvo.
Lucia se marchó y dejó a Kate en la sala de visitas. Pensar en cómo se le había iluminado la cara a su amiga al escuchar el aviso la hizo soltar una risita. Era adorable. ¿Tanto le gustaba su marido? No era raro ver a Lucia encogerse como una doncella tímida cada vez que se mencionaba a su marido y es que, aunque se sabía que la pareja ducal gozaba de buena relación, para aquellos que no habían sido testigos de ello era algo difícil de creer. La mayoría pensaban que Lucia no era lo suficientemente hermosa para robarle el corazón al duque, sin embargo, Kate sabía que sentarse a tomar el té una o dos veces con Lucia no bastaban para comprender – como ella hacía – la razón por la que el duque estaba tan apegado a ella.
La puerta se abrió cuando el té ya se había enfriado. Kate se giró para mirar quién venía y se quedó boquiabierta. Un hombre moreno y grandullón entró a grandes zancadas en la habitación con la duquesa de la mano, tirando de ella. En cuanto Lucia puso un pie en la habitación, el duque la apoyó contra la puerta cerrada y empezó a besarla. Kate no supo cómo reaccionar, se quedó inmóvil, aturdida. El duque consiguió su título antes de que ella hubiese debutado en sociedad, por lo que nunca le había visto la cara y después de casarse no había acudido a ningún acto social. No obstante, el único hombre capaz de besar y abrazar a la duquesa era el duque.
Su relación no era buena, era demasiado buena. Kate se ruborizó. Aquello no era un beso de bienvenida, era un beso pasional con un deseo explícito, un enredo de cuerpos.
La mirada de Kate se encontró con la de Lucia que enrojeció. Lucia había olvidado la presencia de Kate por completo hasta aquel momento. Le dio un golpe en el pecho a Hugo con todas sus fuerzas y Hugo se retiró al notar la súbita rebelión. Le chupó los labios, le besó la comisura y se apartó.
–¿Qué?
–Invitada… Tenemos una invitada…
Los ojos anaranjados de la muchacha no sabían donde meterse, tenía las pestañas húmedas y parecía querer llorar. Hugo la deseaba locamente. ¿Por qué no hacerlo allí mismo? No se veía capaz de esperar hasta la noche. Llevaba días sin haberla tenido y su cuerpo andaba como loco. Su esposa le gustaba la pulcredad, por lo que raramente le permitía poseerla sin haberse bañado y preparado; tampoco era común que le dejase hacer lo que quisiera fuera del dormitorio. Dios sabe cuántas veces había tenido que resistir el ímpetu de subírsela a la mesa de su despacho y tomarla allí mismo. Le encantaría hacerlo.
–¿Una invitada? – Repitió Hugo y giró la cabeza para encontrarse con una mujer cabizbaja en el sofá. Sin embargo, su expresión no cambió y no quitó la mano de la cintura de su mujer.
–La señorita Milton…
–Ah.
La famosa señorita Milton.
Hugo anduvo hacia el sofá descansando la mano en la cintura de Lucia y Kate se levantó a prisa para ofrecer una reverencia.
–Saludos, señor duque. Soy Kate, hija del conde Milton.
–Encantado, señorita Milton. Veo que he interrumpido vuestros aperitivos. – Le dio un besó suave a su esposa y continuó. – Pásatelo bien.
Soltó a Lucia y abandonó la sala. Era como una tormenta que derribaba todo a su paso.
Lucia era incapaz de ser tan desvergonzada como Hugo y fingir que no había ocurrido nada. La muchacha guardó silencio muerta de vergüenza y le pegó un par de sorbos al té helado de la mesa.
–Decías… Decías que querías ir a cazar. – Lucia fue la primera en romper el incómodo silencio. – ¿Cuándo?
–Dentro de… unos cinco días. Espero que puedas venir.
Su conversación continuó torpemente.

*         *        *        *        *

Jerome se dirigió al despacho de Hugo, que ya estaba inmerso en cientos de documentos, en cuanto terminó la reunión. Cualquier recién llegado se tensaría ante semejante situación, pero para los veteranos no era nuevo que el duque revisase el contenido de la reunión treinta minutos después.
–Mi señor.
–Mm. – Hugo respondió con un gruñido suave y un gesto indicando que no quería té.
–Ha llegado Fabian.
–Que pase.
Unos instantes más tarde, Fabian entró con su informe en las manos. Hugo le dedicó una mirada a modo de saludo y asintió. Repasó el documento sin mucho interés y, de repente, frunció el ceño. ¿Por qué la condesa de Falcon se estaba acercando tanto a la conocida de su esposa?
–¿…Qué demonios significa esto? –Fabian se tensó ante la reacción del duque. – ¿Sólo se te ha ocurrido traerme esto ahora, después de que hayas estado pululando por aquí tantas veces?
Fabian tragó saliva. Si no lo hubiese traído, habría estado en problemas.
–Lo siento, ha sido un error.
Fabian admitió su culpa. Conociendo a su amo cualquier atisbo de excusa le habría servido para ganarse algo aterrizando sobre su cabeza.
Hugo reanudó su lectura y su rostro se desencajó cada vez más. El informe sobre la condesa de Falcon incluía que había investigado a la princesa Vivian y que, con el tiempo, se había topado con la relación que la novelista y su esposa mantenían.
–¿La han investigado? – Preguntó con tono amenazador. Fabian estalló en sudores fríos. – ¿Quién está a cargo de las inversiones? Traedlo.
Ashin entró en el despacho poco después. No estaba exactamente a cargo, pero su posición le permitía saber cómo iban las cosas.
–¿Hemos invertido en algo de la condesa Falcon?
Hugo no solía involucrarse con este tipo de negocios. Si el plan era provechoso, se les daba bandera verde.
Ashin rebuscó por los archivos y trajo el documento que le había pedido.
–Retira todas las inversiones. Ahora mismo.
–¿Ahora… mismo? Se necesita avisar con un mes de antelación-…
–Ahora mismo. – Hugo se petó los nudillos a modo de darle énfasis a su orden. – Envía una advertencia: quien sea que vuelva a intentar alguna tontería por el estilo perderá la cabeza. – Le dijo a Fabian.
La condesa Falcon le dio pena a Fabian. Los Taran habían invertido una gran cantidad, perder semejante dinero significaría un golpe muy duro para los negocios de la mujer. Hacerle algo así a una mujer con la que había mantenido un tipo de relación íntima era despiadado. El duque de Taran no retiraba dinero a no ser que hubiera pérdidas, era la primera vez que lo hacía por motivos personales.
El duque no estaba fascinado por su esposa, no es que estuviese divirtiendo: se había enamorado perdidamente.

*         *        *        *        *

Lucia le pidió a Hugo que le dedicase un poco de tiempo después de cenar. La pareja fue a la sala de estar y se sentó uno delante del otro.
–Tu doctor me pidió verme mientras no estabas.
A Hugo se le cambió la expresión instantáneamente. Había ordenado específicamente que no se le dejase saber de la existencia de Philip. Era la primera vez que Jerome no cumplía con sus obligaciones. Jerome bajó la cabeza a los pies al notar la intensa mirada de su señor posándose sobre él.
–No te enfades con él. Ha sido mi doctora quien te ha desobedecido. Al parecer fue a pedirle consejo. Me he enterado de que has estado preguntándole cómo iba mi tratamiento cada semana, ha debido estar bajo mucha presión.
Lucia ignoraba que su esposo había estado exigiendo un informe de los avances en su cura cada semana. Enterarse de que Hugo había estado preguntando constantemente le hizo sentir agradecida, pero comprendió la presión que tuvo que aguantar Anna.
–Mi doctora, Anna, va a dimitir. Espero que no la castigues.
Lucia admiraba los esfuerzos de Anna. Aquella mujer había sobrepasado su papel y había hecho todo lo posible para ayudarla. Hizo todo lo que Lucia había hecho en su sueño, hasta había encontrado a Philip. Había estado interactuando con el doctor del duque hasta conseguir adoptar los conocimientos y habilidades de éste, y sólo entonces, había probado el remedio en sí misma. No obstante, Anna era imprudente. Si Lucia no hubiese sabido algo de medicina se habría tomado cualquier cosa sin importar si era o no la cura. Anna no parecía comprender la magnitud de su error. De haberlo sabido, Jerome habría informado a Hugo y la vida de Anna hubiese corrido un gran riesgo.
–Muy bien.
–Mi doctora estaba segura que el tuyo conoce la cura.
–…Ya veo. – Hugo reconocía lo increíbles que eran las habilidades de su doctor. – ¿Ha usado a tu doctora para conocerte? – Hugo no daba crédito con Philip.
–No, mi doctora dice que ella misma lo preparó todo. Me dijo que tu doctor no quiso aparecer hasta el final.
Anna se culpó a sí misma para no involucrara Philip. No quería implicarle porque ya estaba suficientemente vigilado y para la buena mujer, Philip era un maestro y una muy buena persona.
–Jerome. – Hugo indicó a Jerome que les dejase a solas con una mirada. – Hay una razón por la que no quise que le conocieras.
El viejo no le haría daño a Lucia, no tenía motivos para ello. Lo que deseaba aquel curandero era una hija de Hugo, es decir, una esposa para Damian, para continuar el legado de los Taran. Lo que le preocupaba a Hugo eran las tonterías que el anciano pudiese contarle a su mujer.
–Ah, claro. Todo lo que haces tiene un motivo.
Si los tres estaban presentes, el viejo no sería capaz de soltar tonterías. Hugo no quería verle la cara, pero si conocía la cura, no le quedaba de otra.

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