53: El médico de familia de los Taran (parte 4)

abril 06, 2019


Hugo odiaba que su esposa no estuviera sana. Todo el mundo le avisaba que su condición no era normal, lo único que repetía la doctora era que estaba buscando la cura desesperadamente. Sí, las habilidades de aquel viejo parecían superar las de los demás.
–No tengo ninguna intención de ver a tu doctor. Ni tú quieres verle, ni quieres que yo lo haga, ¿verdad?
–…Sí.
–¿Te ha hecho algo? ¿Por qué tienes a alguien a quien odias tanto contigo?
Había muchos motivos complicados por los que mantenía a Philip con vida, pero el principal es que le había salvado la vida a su hermano.
–Le debo mi vida. Mi hermano sobrevivió muchas veces gracias a él.
Por supuesto, había algo más: Philip conocía los trapos sucios de los Taran. Mientras estuviera vivo, Hugo sería incapaz de olvidar la oscuridad que habitaba en su interior. Hugo se castigó a sí mismo de esa manera para redimir a su hermano. No obstante, no dudaría en eliminar a Philip en el caso en que se convirtiera en un peligro, aunque por ahora no fuese más que un doctor que se limitaba a parlotear sobre el legado y las generaciones de su familia.
–Ya veo.
Lucia se sintió aliviada. El benefactor de su sueño no era mala gente.
–Pero has dicho que sabe la cura.
–Sí, pero no confías en él. ¿Le dejarías tratarme?
A Hugo le inquietaba. Si dejase a su esposa en manos de aquel anciano no se quedaría tranquilo, aunque realmente fuera tan bueno como parecía. Aun así, Philip no daba falsas esperanzas. Si decía que podía tratar algo, es que podía.
–Si te soy sincera, sé la cura.
–¿Qué?
–Bueno, es que perdí la oportunidad de decírtelo y como luego me enfadé contigo porque decías que quería que me curasen como fuera, pues no te lo dije. Lo que quiero decir, es que no necesito la ayuda de ningún doctor.
Hugo se sintió ridículo y aliviado al mismo tiempo. Cuánto más la conocía, más misteriosa le parecía. Su esposa era una mujer dócil y tranquila, pero de vez en cuando le rompía todos los esquemas.
–No estoy enferma. No tengo ningún problema con hacer mi vida y puedo curarme cuando yo quiera.
–¿Es por mí? Porque te dije que no quería hijos…
–Entiendo el porqué, así que no te preocupes. Ya lo pensaremos. Si no quieres, pues yo tampoco. Pero no pienso curarme sin hablarlo contigo primero.
Hugo no se atrevía a decirle que el problema no era ella, sino él. Temía que le dejase si se enteraba. De repente, se sintió como si le estuvieran arrastrando a las profundidades de lo desconocido. ¿Por qué había nacido con ese cuerpo? Hasta entonces le había parecido una suerte que no pudiese tener descendencia, pero ahora comprendía la magnitud de la maldición. Era una maldición que no le permitía formar una familia normal con la mujer a la que amaba. Recordó la expresión con la que su hermano le había contado que quería casarse con una mujer. ¿Se habría alegrado de saber los oscuros secretos que ocultaban el nacimiento de su hijo? Sí, su hermano lo hubiese aceptado.
Hugo envidiaba a su hermano. Él se había enamorado sin saber que se trataba de su media hermana. Si Hugo tenía que hacer beber a otra persona su propia sangre, prefería no tener hijos. Creía que en cuanto lo hiciera, se convertiría en un monstruo de verdad. Era demasiado tarde para hacerlo con ella, pero aun así, no quería.
–Como tú quieras.
Hugo no tenía potestad para prohibirle que se curase o no. No quería darle falsas ilusiones de un embarazo, pero tampoco quería que pensase que estaba en contra de tener hijos con ella.
–Ven aquí.
Hugo abrió los brazos. Lucia soltó una risita, se levantó, se le acercó y permitió que la estrechase. Se sentó sobre su regazo, Hugo la rodeó por la cintura y enterró el rostro en los pechos llenos de ella.
–¿Ha pasado algo?
–No. Ah… Ha llegado una carta de Damian.
–…Cada día llega carta.
–No es cada día, sólo una o dos veces al mes.
Los ojos de Lucia se iluminaron en cuanto Damian apareció en la conversación. A Hugo seguía disgustándole ese afecto tan excesivo por un hijastro, pero con el tiempo se acostumbró.
–¿Y qué dice en la carta?
–Que le va bien.
Lucia empezó a bombardearle con toda una serie de detalles sobre la vida escolar del niño que había leído en la carta. Hugo sonrió y recordó que en el informe que había recibido no hacía mucho se explicaba que el chico había estado poniéndose la bufanda de su mujer hasta que había empezado a hacer calor.
–Me dijiste que la primera vez que le viste te dio la sensación de estar viéndome a mí, ¿no?
–Sí, era como verte de niño.
Su esposa de niña. ¿Cómo sería ver a una pequeña que fuese el vivo retrato de Lucia? ¿Cómo sería un niño sin rastro de su maldición, sin el pelo negro ni los ojos rojos? Hugo sintió un malestar en el pecho. Podía colmarla de poder y riquezas, pero sería incapaz de darle un hijo. ¿Y si esto acababa haciéndole daño? ¿Y si le imploraba un hijo? Hugo se sentía en medio de un laberinto eterno sin salida.

*         *        *        *        *

–Tu contrato ha terminado, Anna. De momento te vamos a renovar el contrato, pero será temporal. – El tono de Jerome poseía un retintín distintivo.
Anna contestó con un murmuro casi inaudible y repasó los documentos que había sobre el escritorio con esmero. Entonces, firmó un acuerdo de confidencialidad vitalicio.
–Has perdido nuestra confianza. Tienes prohibido salir hasta que se te acabe el contrato y tu trato con otra gente se mantendrá al mínimo. Tienes prohibido ver al otro doctor.
–…De acuerdo.
–Cuando se te acabe el contrato seguirás bajo vigilancia para asegurarnos de que sigues el contrato de confidencialidad que acabas de firmar. Será mejor que no hagas nada sospechoso.
Ahora que iba estar bajo estricta vigilancia por el resto de su vida, Anna se percató del terrible error que había cometido. Hasta que entró en la casa ducal, no había tratado con nadie de la alta cuna e ignoraba las costumbres o las normas de los nobles. Nadie se había atrevido a tratarla sin un mínimo de cortesía desde que se había mudado a la mansión de duque. Los otros sirvientes eran amigables y los pocos superiores que tenía siempre habían sido respetuosos, pero poco le faltaba para descubrir la generosidad con la que la habían estado envolviendo todo este tiempo.
–¿Puedo ver al doctor Philip una última vez? Me ha enseñado mucho, me gustaría despedirme.
–Se lo preguntaré al señor.

*         *        *        *        *

Philip sabía que algo andaba mal porque Anna no se había puesto en contacto con él en todo el día desde que el duque había regresado a la casa. Cualquiera que se enterase de la situación en la que estaba la duquesa, llegaría a la conclusión que la joven iba a saltar de alegría si se enteraba de que había una cura para su condición. El anciano no conseguía hacerse la idea de dónde se habían cruzado las cosas.
–Mi señora se niega a verte, Philip. Seguramente el duque ya lo sabe todo. No te preocupes, lo he explicado bien.
El viejo doctor se frustró. Su objetivo estaba en sus narices y era, a la vez, inalcanzable. Sin embargo, ocultó su angustia.
–Siento los problemas que te he dado, Anna.
–No, la descuidada he sido yo. Ya no podremos ver nunca más y voy a dimitir dentro de poco.
–¿Oh? O sea que te están castigando. Me sabe mal, ha sido culpa mía.
Si Anna dimitía el único modo de acceso al duque desaparecería.
–Voy a volver a mi vida de antes. Este puesto es más de lo que me esperaba.
–Deberías haberle dicho a la señora que soy el doctor del duque.
–Da igual, es imposible venir a verte sin que te vean.
–Bueno, eso también es verdad. – Philip aparentó resignarse, pero chasqueó la lengua para sus adentros.
Qué mujer tan inflexible. Era precisamente porque tenían los ojos puestos en él que la mejor oportunidad era cuando el duque no estaba. Era imposible que el duque tuviese autoridad suficiente como para negarle algo como esto a la duquesa. Se acabaría enterando, pero él ya habría conseguido hacer todo lo posible para ayudar su esposa.
–¿Qué vas a hacer cuando pliegues? Menuda pérdida para la casa.
–¿Pérdida? No he podido curar a mi señora, sólo he estado dándole algo para el dolor de cabeza cada dos meses.
–¿Dolor de cabeza…? – A Philip se le iluminaron los ojos.
–Por las migrañas, es un síntoma bastante común entre las mujeres.
–Ah, sí. Es común, sí. – El toque de locura que se apoderó del anciano se desvaneció tan rápido como había llegado. – Conozco una medicina fantástica para el dolor de cabeza. Si quieres te lo puedo dar como regalo de despedida.
–¿No es una receta secreta de tu familia? Me sabe mal que me des algo tan valioso…
–No voy a ganarme el jornal con la medicina, pero ese no es tu caso. Si ayuda a más personas, me sirve.
–Ah, Philip. Muchísimas gracias. Hasta el final has sido un encanto conmigo.
–Te enviaré la receta en un par de días. Voy a escribirte qué plantas lleva para que no tengas problemas.
En cuanto la mujer se marchó, una sonrisa se extendió por la comisura de los labios de Philip.
–Y ahora, manos a la obra con la medicina para el dolor de cabeza.
Philip jamás dejaba escapar la más mínima oportunidad. Nunca haría algo que hiciera sospechar al resto de él, de haber parecido peligroso, el duque no le habría perdonado la vida.
La medicina para neutralizar la eficacia de la artemisa era el fruto de los esfuerzos de varias generaciones a base de pequeños tratamientos que habían registrado en una libretita. Ahora Philip estaba buscando la manera de eliminar el aroma de vainilla de la mezcla, por supuesto, costaría el doble y tal vez fuese más difícil quedar en cinta, pero los cielos no le habían fallado nunca hasta el momento.

Anna se hizo con la recete poco antes de que Philip se marchase de Roam para eliminar cualquier sospecha. La mujer estudió la fórmula y se fascinó.
–Qué revolucionario.
Como de costumbre, lo probó en sí misma y los efectos superaron sus expectativas. Normalmente, el resto de remedios tardaban un rato en funcionar, no obstante, este era inmediato. Anna se aseguró de que funcionaba recentándosela a otras mujeres del castillo y todas halagaron los resultados.
–Esta medicina va de miedo, Anna. – Hasta Lucia la felicitó.
–Puedo dejar una buena cantidad para cuando me vaya.
–Te lo agradecería.

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1 comentarios

  1. Muchísimas gracias por los capítulos estuvieron de lujo impresionantes
    Ese pobre duque está perdidamente enamorado de nuestra prota n_n

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