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abril 22, 2019


Contemplé todos los juguetes que tenía y suspiré. Eran todos iguales, aburridos. Continué buscando las parejas de las formas que tenía esparcidas para que el día no se me hiciera tan largo. Si algún día llegaba a casarme esperaba ser tan buena madre como Cerera.
–Venga, vamos con Su Majestad, princesa.
Keitel se despertaba cada mañana a las cinco para entrenar hasta las siente, entonces, desayunaba y se ocupaba de los asuntos del estado con Friedel. Sobre las doce volvía para comer y ya hasta la cena, se encerraba en su estudio a lidiar con el papeleo.
–Déjala por ahí. – Ordenó Keitel sin levantar la vista de su escritorio.
Cerera me depositó en la cuna que había aparecido en el despacho de mi padre desde hacía un tiempo y se retiró después de musitar una despedida formal.
Normalmente, Keitel y yo pasábamos la tarde en su despacho a solas. ¿Por qué lo haría? Miré a mi alrededor aburrida. Keitel estaba, para variar, sentado en el sofá enterrado entre montañas de papel. Yo, por mi parte, me dediqué a observarle. La tenue luz de las lámparas de la estancia contrastaba con los rayos del sol que se colaban por el enorme ventanal por el que se podían ver los jardines.
–¡Buah! – Rompí el silencio.
Keitel dejó los documentos y me miró con una gran sonrisa.
–¿Te aburres? – Tiró de la cuna para acercarla y me acarició la cabeza mientras reía. – Has crecido mucho. – Dijo como cada día. – Empiezas a parecer una persona.
¡Cómo podía decirme algo así! ¿Acaso no parecía humana hasta ahora? ¡Qué clase de persona le dice algo así a su hija! Sentía un fervoroso deseo de pegarle, pero no podría ganarle en mi estado. Me quedé atónita.
Puse mala cara y él se rió alegremente, entonces, cogió los papeles con la mano izquierda y me empezó a acariciar con la derecha. Yo me apoyé contra la pared de la cuna disfrutando de su cariño. Era curioso que le gustase acariciarme a pesar de lo mucho que odiaba el contacto humano en general.
–Abril: una tercera parte del área se ha visto inundada por un desbordamiento del río. Así que a la alianza de Utrecht le irán mal los conreos este año, ¿eh? – Me dijo. – Coventry está al lado, si jugamos bien las cartas, podremos comérnoslo sin problemas. ¿Verdad?
Sinceramente, no entendía absolutamente nada de lo queme estaba diciendo, así que me quedé mirándole fijamente. Como ya se había vuelto costumbre el mirarnos a los ojos, dejé de sonreír cada vez que nos encontrábamos y, para mi sorpresa, él no me mató. Puede que ese sea el motivo por el que cada vez me sentía más intrépida en mis interacciones con él.
–El Emperador de Praezia está muy callado… – Hablaba mientras tiraba de mi cuna. Entonces, bajó los brazos y la cara para centrarse en mí. – No me perdonará que haya matado a su hija.
Yo balbuceé algo para llamarle sin querer y esta vez Keitel se me quedó mirando. Al principio solía asustarme, pero el vacío de su expresión ya no me aterrorizaba. Era como una cebolla de muchas capas y muchos lados. Cada día, los dos, crecíamos y cambiábamos, y cada día descubría lados nuevos suyos.
Siempre había creído que Keitel era un tirano más que merecía el odio de las generaciones venideras, sin embargo, mi padre no estaba tan mal… todavía. Friedel era quien se encargaba de los asuntos gubernamentales dejando la última palabra siempre a Keitel que, sorprendentemente, era mucho mejor que su padre. Su padre había sido famoso por darle rienda suelta a sus caprichos y crear el castigo por fuego, viendo que no había forma de reciclar una basura como esa, Keitel lo mató para alegría de muchos. Los nobles más renuentes se convencieron de su buen reinado al verle ocuparse del papeleo con tanta diligencia. No obstante, era inexcusable el amor que mi padre sentía por la guerra. Se decía que no mataba a nadie que realmente fuera a por él y que estudiaba cada movimiento para no derramar más sangre de la necesaria.
–Ríete.
Fingí una risita para contentarle, desestimando cualquier atisbo de orgullo que pudiese tener.
–Se te da bien reír.  – Comentó acariciándome la mejilla con una sonrisa.
Su mueca me irritó, así que decidí darle la espalda y dedicarme en cuerpo y alma a mis juguetes de encajar formas, pero… ¿Dónde estaba la caja para ponerlos?
–¿Buscas esto? – Me preguntó con mi juguete en la mano. – ¿Lo quieres?
Extendí las manos para insistirle. Él soltó una carcajada, disfrutando de cada segundo.
–Cógelo si puedes.
Exclamé unos sonidos incoherentes y Keitel fingió dármelo para quitármelo después. ¿Quién era el más infantil de los dos? Enfurruñada, decidí dormirme.
–Oh. – Desanimado, Keitel soltó los juguetes y me levantó.
Parpadeé varias veces sin apartar la vista de él y le vi sonreír. Me llevo en brazos hasta la venta y pude ver el jardín. Era todo un espectáculo. El jardín más hermoso que había visto jamás.
–Este lugar me tiene harto, – dijo él rechinando los dientes. – es repugnante.
Los ojos de mi padre no parecían ser suyos. ¿Quién era este desconocido que me tenía en brazos?
En ese momento, me besó la frente y con la más tierna dulzura me susurró al oído.

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