111: Rayos bajo el sol

mayo 08, 2019


 –¡Mire, Su Majestad! – Exclamó un eunuco después de recoger un papel amarillo que cayó desde los cielos.
–Es hermosa e inteligente, – explicó Yin Tian Zhao desde su podio. – pero, los cielos nos advierten claramente de que si sigue viva… ¡El trono estará en peligro!
El cielo se oscureció, surgieron ráfagas de viento y aparecieron rayos que iluminaban el mundo. Un trueno estremecedor partió el cielo en dos y, milagrosamente, otro rayo cayó sobre la cabeza del sacerdote. El religioso se tambaleó y se apartó unos pasos del podio con un grito adolorido antes de caer rendido al suelo en un charco de sangre. Las criadas de palacio chillaron muertas de miedo y hasta el mismísimo Emperador no daba crédito a lo que acababa de presenciar.
–¡Rápido, id a ver qué le ha pasado! – Ordenó a gritos el monarca.
Los eunucos corrieron hasta el podio ignorando la lluvia torrencial y anunciaron que, en efecto, el sacerdote estaba muerto.
Entre la atónita multitud, Tuoba Zhen y la consorte Wu, autores del teatro que el sacerdote había montado, no sabían qué pensar. Yin Tian Zhao había hecho todo lo que había podido para calcular las condiciones meteorológicas de aquella noche. Gracias a sus amplios conocimientos en meteorología había adivinado cuándo acaecería una tormenta de semejante calibre para que el supersticioso Emperador se tragase el anzuelo y siguiera sus órdenes. ¿Quién se hubiese imaginado que le caería un rayo encima cuando se habían tomado las molestias de proteger el podio contra los rayos? Que el sacerdote que había estado trabajando para ellos desapareciese en escasos segundos fue como una puñalada.
–¡Felicidades, Su Majestad! – Le felicitó un hombre que se hizo paso entre el público.
–¡¿Qué dices?! ¡Tu Emperador acaba de perder a un poderoso aliado!
Todo el mundo sabía que los cielos castigaban con un rayo a los autores de malas hazañas, por eso el enfado del monarca era más una reacción al no saber qué podría haber hecho tan mal el religioso para merecer un castigo divino.
–Mi señor, muchos de los miembros de nuestro culto aspiran a convertirse en deidades a través de su fe. De hecho, muchos esperan su día de ascender a los cielos con ansia. Eso es lo que le ha pasado a mi maestro: ha llegado su momento de convertirse en deidad. – Dijo Zhou Tian Shou regocijándose.
–Si… Si se ha convertido en una deidad, – Preguntó la Emperatriz. – ¿por qué ha acabado calcinado?
–Oh, mi señora. – Zhou Tian Shou suspiró como si la Emperatriz no le estuviese entendiendo. – Eso significa que mi maestro sólo ha conseguido ser inmortal, pero que no le han otorgado ningún rango en el más allá.
–¿Por qué? – Intervino el Emperador sorprendido. – Aquí era un sacerdote muy venerador, ¿por qué no darle un rango en el más allá?
–Con el debido respeto, mi señor, ¿cómo podríamos nosotros, simples humanos, comprender la voluntad de los cielos? ¡Pero ahora mi maestro nos ha desvelado uno de los secretos de los altísimos!
¿Uno de los secretos? Los allí presentes se quedaron patidifusos. Entonces, ¿el sacerdote no había conseguido un rango por contar uno los secretos del más allá y le habían castigado? La sospecha inundó la sala.
–¡Se han llevado al cadáver! – Exclamó la princesa tirando de la manga de Li Wei Yang.
–No es un cadáver, princesa, es la cáscara de un inmortal. –Explicó la joven antes de buscar a Li Min De con la mirada e intercambiar una mueca.
Li Min De ya le había avisado que había añadido su granito de arena a lo que les aguardaba. Seguramente, había movido el pararrayos... Aunque lo que Li Wei Yang quería era saber cómo lo había conseguido. La escena la impresionó: rayos, relámpagos, humo… ¡Lo tenía todo! Quizás el sacerdote sabía que aquel iba a ser su último día en la tierra.
–Su Alteza, – Zhou Tian Shou volvió al tema. – mi señor se ha sacrificado por la verdad. ¡Veamos qué dice el papel y deshagámonos del mal!
El Emperador examinó el pedazo de papel con gravedad. La reina, viendo su expresión, se acercó sobrecogida a leerlo quedándose de piedra. El nombre no era otro que el de una mujer bellísima que el Emperador conocía a la perfección, de hecho, era una de las mujeres con las que llevaba compartiendo lecho más de veinte años.
Furioso, el Emperador abofeteó a la consorte Wu con una mano y estrujó el papel con la otra.
–¡Zorra! – Acusó. – ¡Has sido tú! ¡Has sido tú!
El mensaje de Yin Tian Zhao aseguraba que la consorte Wu causaría la tragedia y, por supuesto, la enfermedad del monarca. Había sido esta mujer quien obstaculizaba que la suerte divina le bendijera.
–¡Qué horror! – La princesita se aferró al brazo de Li Wei Yang muerta de miedo. – ¡Es una loba con piel de cordero!
–¿Qué ocurre, padre? – Tuoba Zhen salió en defensa a de la consorte.
Cualquiera diría que le preocupaba, pero en realidad, lo único que le importaba en ese momento era salvar a la consorte porque era una pieza clave en su ascenso al trono. Sin embargo, el joven subestimó la ira de su padre y su reacción le enfureció todavía más.
–¡Tu madre es un demonio! – Exclamó. – ¡La he estado amando y colmando de lujos todos estos años para que me pague con una plaga! – Justo entonces recordó la inundación del sur, la sublevación de los soldados del oeste y la sequía del norte, sí, debía haber sido cosa de la consorte. ¡Los Cielos le habían advertido!
La tormenta no aminoraba, las gotas calaban hasta los huesos a la consorte, cuyo aspecto era deplorable, y a Tuoba Zhen.
–¡Mi señor, mi buen señor! – Lloraba la mujer con el maquillaje corrido. – ¡Me han tendido una trampa! ¡Soy inocente!
El nombre escrito en el papel tendría que haber sido el de Li Wei Yang, ¿cómo se habían puesto así las cosas?
Li Zhang Le quiso que se la tragase la tierra. ¿Este era el plan del que le había hablado Jiang Tian? ¡Paparruchas! ¿Cómo iba a ser Tuoba Zhen un buen partido si su madre acababa de perder el favor del monarca?
La situación había dado un vuelco inesperado. Tuoba Zhen era consciente que poco se podía hacer, pero necesitaba salvar a su madrastra sin que importase el cómo. Si se cruzaba de brazos los plebeyos le tacharían de ingrato y los ministros le darían la espalda. ¡Tenía que rogar por su vida!
–¡Madre es inocente, padre! – Insistió. – Nunca te ha pedido nada, lleva todos estos años caminando a tu lado sin pedir nada. ¡Sabes lo devota que es!
–Tiene razón, Su Alteza… – Intervino la consorte Lian con simpatía. – ¿Cómo puede ser un demonio…? ¡No se lo crea, mi señor!
–¡Su Alteza! ¡Su Alteza! ¡Tienes que creerme! – Imploró la acusada.
–¡Le han tendido una trampa, Su Majestad! – Los llantos de todos los seguidores de la consorte y sus criados llenaron la estancia.
La consorte siempre había mantenido una relación cordial con la Emperatriz que, aunque a primeras no pensaba intervenir en la disputa, decidió añadir unas palabras por el bien del príncipe heredero que todavía necesitaría la ayuda de Tuoba Zhen.
–Ten piedad, Su Majestad, la consorte te ha servido durante muchos años…
–¡Al menos perdona a mi hermano, padre! – Pidió el príncipe heredero.
El Emperador repasó la mirada por todos los súbditos que tenía ahí reunidos: su primogénito, Tuoba Zhen, la consorte… Hasta la Emperatriz.
–Yin Tian Zhan se ha sacrificado… Será mejor no perder más vidas. – Dijo la consorte Lian.
El Emperador dejó de vacilar en cuanto la escuchó: le hervía la sangre y nada le gustaba más a Li Wei Yang.
Los ojos del Emperador perdieron toda calidez. La consorte a la que había amado era, en realidad, un demonio sediento de su sangre. ¡¿Cómo iba a dejarla escapar?! No, no habría misericordia para los que deseaban su muerte.
–¡Lleváosla y acabad con ella! – Ordenó.
Los invitados no daban crédito a sus oídos. Su monarca parecía otra persona, más cruel y despiadada. Ni siquiera la Emperatriz acababa de creérselo.
Li Wei Yang suspiró aliviada. El supersticioso Emperador llevaba tiempo tomándose unas pastillas de la inmortalidad que, como efecto secundario, lo habían convertido en alguien irritable, impredecible, irracional y desconfiado. En cuanto se mencionaba la palabra “asesinato” en su presencia, se le helaba la sangre y se decantaba por eliminar cualquier sospechoso.
–¡Por favor, tienes que creerme! – La consorte se postró en el suelo. – ¡Soy inocente! ¡Tienes que creerme!
–¡Ejecutadla!
–¡Soy inocente! ¡Su Majestad! ¡Soy inocente! – Quería delatar a Yin Tian Zhou y demostrar que todo había sido una gran mentira. – ¡Tengo algo que decir! – Quería confesar que todo había sido una estratagema para acabar con Li Wei Yang.
Tuoba Zhen adivinó las intenciones de su madrastra: si le daban la palabra, confesaría sus crímenes al Emperador y eso significaría dejar a la vista de todos sus ambiciones de ascender al trono. Su padre llevaría a cabo una investigación exhaustiva  para descubrir todas sus estratagemas, si eso sucediese perdería hasta el favor de la Emperatriz. Y si eso ocurría, el Marqués Yong Ning tampoco se molestaría en ayudarle. ¡Si su madrastra abría la boca todo sus esfuerzos se irían al garete! El príncipe corrió al lado de su madre como si intentase ayudarla a incorporarse, en cuestión de segundos, el cuerpo de la mujer se retorció y miró a su hijo con incredulidad.
Li Wei Yang dio un par de pasos. No se creía que aquel que había sido su marido en su anterior vida fuera a ayudar a su madrastra… Justo entonces recordó que el anillo de Tuoba Zhen era, en realidad, un arma.
El Emperador ya se había pronunciado, aunque Tuoba Zhen atacase a su madrastra nadie notaría que la consorte estaba al borde de la muerte.
–¡Madre…! – Bramó el príncipe con fingida agonía.
–¡Su Alteza! – El marqués de Yong Ning fue un mero espectador cuando se llevaron a rastras a su hija. Se acercó a Tuoba Zhen y le ayudó a levantarse. – ¡Controle su expresión, por favor! – Pidió mirando al Emperador que ahora tenía los ojos puestos en Tuoba Zhen. – Le agradezco la gracia con la que ha dotado a mi hija durante todos estos años, pero, por favor, no arrastre al príncipe en todo este revuelo. – Súplico.
El Emperador guardó silencio durante unos minutos. La lluvia empapaba el atuendo de Tuoba Zhen y de su abuelo.
–Voy a perdonarte. – Anunció el Emperador. – Sólo castigaré a la responsable. En honor a mi querido Zhen, la condenó a beber vino envenenado.
Li Min De contuvo a duras penas una risotada. La consorte se lo había buscado. Si su amante no había sabido de misericordia con ella, ¿cómo hubiese tratado a Wei Yang? Ahora que su madrastra no estaba, el marqués no se molestaría en ayudar a Tuoba Zhen y por tanto, había perdido un apoyo crucial.
Tuoba Zhen estudió a  Li Wei Yang con la mirada. Estaba seguro que la joven tenía algo que ver con lo ocurrido, pero… ¿Cómo?
No transcurrió demasiado tiempo antes de que uno de los eunucos de palacio anunciase la muerte de la consorte Wu.
–Sé que habías preparado el banquete con la intención de que fuese un acontecimiento divertido, memorable; pero esto es un asunto urgente. Afecta a Da Li y no puedo posponerlo.
–Jamás me habría imaginado que la consorte Wu era un lobo con piel de cordero. – Se lamentó la Emperatriz a pesar de las diferencias que había tenido con la otra mujer. – Oh, qué disgusto.
La consorte Lian, a su vez, fingió tristeza, pero sus ojos la delataban.
–Vámonos, Wei Yang jiejie. – Dijo la princesa tirando de la manga de la joven. – El banquete no va a continuar.
Li Wei Yang no se movió, continuó donde estaba con mirada expectante. La princesa se preguntó qué estaría esperando y el resto de la multitud vaciló en la incertidumbre de no saber cómo reaccionar.
–Que continúe el banquete.  – Anunció el Emperador fulminando al marqués de Yong Ning con la mirada.
Li Wei Yang bajó la vista al suelo. La joven conocía que el Emperador era el tipo que esperaba un agradecimiento por matarte. Acababa de ejecutar a la consorte Wu y no permitiría que su padre, el marqués, se lamentase abiertamente. No obstante, era consciente que perder a una hija no era exactamente agradable, por lo que compensaría la pérdida del hombre generosamente.
–Tu nieta cumple los diecisiete este año, ¿me equivoco, marqués? – Preguntó con un tono de voz desenfadado.
El marqués de Yong Ning no consiguió controlar los temblores y a duras penas ocultó su verdadera expresión.
–En efecto, Su Alteza.
–Seguía soltera, ¿no? – Continuó el Emperador. – ¿Qué te parece si prometemos a mi querido Rui con Le Ling? Ambos están en edad casadera.
Los invitados se intercambiaron miradas desconcertadas. La tormenta había pasado y la sonrisa del Emperador era radiante. 
–¿Por qué tanta prisa, mi señor? – La consorte Mei sonrió. – El príncipe todavía no se ha casado… ¿Cómo vamos a prometer a Rui antes?
No, no era etiqueta o respeto lo que impulsó a la consorte a hablar, sino la fama de niña caprichosa, dura e irrazonable de la nieta de los Wu.
–Eso son dos temas distintos. – El Emperador esbozó una mueca. – Ya pensaré qué hago con el matrimonio de Zhen, pero voy a otorgarle el puesto de primera esposa de Rui a Wu Le Ling.
A Li Wei Yang casi se le escapa una carcajada. La base de la conexión entre Tuoba Zhen y el marqués de Yong Ning era su madrastra, la consorte Wu. Ahora que la mujer no estaba su relación tocaba a su fin y, de hecho, el Emperador estaba utilizando el momento para advertir a Tuoba Zhen de que guardarle rencor por la muerte de su madrastra no acabaría bien y para demostrar su poder al marqués. Era una afirmación fuerte: él tenía potestad para hundirte o llevarte al cielo.
El marqués no se lo pensó dos veces y agradeció encarecidamente al monarca y a Tuoba Rui. El quinto príncipe miró de soslayo a LI Zhang Le. Si no fuera por lo ocurrido entre ella y Tuoba Zhen… habría arriesgado la vida por tenerla de primera esposa.
Li Wei Yang siguió la dirección de la mirada con segundas del príncipe, sonrió y bajó la cabeza. Ay, Tuoba Rui… ¡Romántico empedernido! Si viera la verdadera cara de Zhang Le se lo pensaría dos veces antes de amarla tanto.
–¿No se había preparado música y bailes? – Preguntó el Emperador para romper la tensión del momento.
–Animad la velada. – Les ordenó la Emperatriz a unos eunucos todavía con la voz seca de la sorpresa.
Los músicos de palacio habían preparado un espectáculo digno del Emperador con la ayuda de la consorte Lian para la coreografía. Las bailarinas eran todas hermosas mujeres de cuerpos exuberantes, flores etéreas. Desgraciadamente, el estado mental de los invitados les dificultó disfrutar del entretenimiento y temían salir del banquete condenados a muerte.
La princesa Jiu se tranquilizó y disfrutó como la niña pequeña que era a diferencia de Wei Yang, cuya expectación se empezaba a convertir en nerviosismo. Llevaba mucho tiempo preparándose para el día de hoy, si todo iba bien, acabaría con los Jiang. Tras mucha búsqueda, habían encontrado a una candidata perfecta para colar en el palacio, ganarse el favor del Emperador y esperar al momento idóneo para atacar.
–La bailarina principal lo ha hecho de miedo. – Felicitó el Emperador. – Que se acerque, la voy a premiar.
El eunuco llamó a la atractiva muchacha. Aunque su belleza no era comparable con la de la consorte Lian, poseía unos atributos encantadores. El Emperador le obsequió un collar de jade mientras consideraba la idea de hacerla calentar su lecho aquella noche.
–Tengo una petición para mi señor. – Se atrevió a decir la bailarina.
El Emperador, la Emperatriz y su séquito se quedaron boquiabiertos por el descaro de la joven.
–Habla.
La joven alzó la vista y la ternura que colmaba su expresión se transformó en frialdad. Tiró el collar de jade, movió la mano y sacó una daga que llevaba escondida en la manga para lanzársela al Emperador. La guardia real ya había respondido al súbito ataque: gritaron y trotaron hasta su señor. La chica activó algún tipo de mecanismo, la daga convirtió en una espada y se abalanzó sobre su víctima. Sin embargo, la espada perforó la carne de la sirvienta que el Emperador usó a modo de escudo.
–¡Proteged al Emperador!
El salón se sumió en el caos absoluto.
–¡Muere, incompetente! – Exclamó la asesina y en ese momento el resto de bailarinas se movieron para ayudarla.
Las otras mujeres formaron ante la puerta para barrarle el paso a los soldados e incluso a Tuoba Yu.
La asesina arremetió contra el Emperador una vez más, con mucha más fuerza y… con un estrépito, su arma salió volando evitando el cuello por escasos milímetros. La consorte LIan acababa de tirarle unos cuantos tazones de porcelana a la asesina, pero ésta, la tiró al suelo de una patada y volvió a la carga.
–Los Murong te juramos fidelidad, pero tú, incompetente, has renegado de la promesa, has destruido nuestra carta de rendición, roto nuestro acuerdo y aniquilado nuestro país. ¡Lo pagarás con tu vida!
Los invitados corrían de un lado al otro temiendo por sus vidas, las otras asesinas guardaban la puerta y atacaban indiscriminadamente a quien se les acercase. Tanto criados como señores se arrastraban, gemían y lloraban. Li Min De ya se había colocado frente a Wei Yang para protegerla y la princesa Jiu se había escabullido a una esquina del salón.
Li Wei Yang y Li Min De intercambiaron una mirada significativa, perplejos. ¡Su plan no era este! Li Wei Yang miró a la consorte Lian y supo que había sido obra suya.
A Tuoba Yu y Tuoba Zhen les era imposible alcanzar al Emperador quien se había arrastrado por el suelo para huir de la espada. Justo en ese momento, alguien apuñaló a la asesina por detrás: Jiang Nan.
El corazón de Wei Yang pegó un vuelco y la consorte Lian ni siquiera se atrevía a mirarla. Había cambiado su plan… ¡Pero todavía quedaba una última oportunidad! Salvar al Emperador no bastaba para borrar los pecados de los Jiang.
–No te preocupes, vamos a ver cómo avanzan las cosas. – Li Min De animó a Wei Yang.
Wei Yang suspiró pesarosamente y asintió con la cabeza, se volvió hacia la princesa y trató de tranquilizarla.
La guardia imperial entró en el salón y se asumió el control de la situación: aquellos que intentaban salir corriendo corrían la misma suerte que un traidor y morían. Las mesas del banquete, antes tan rica y generosamente decoradas, estaban hechas añicos, los candelabros y pedazos de porcelana recubrían el suelo y la Emperatriz y consortes observaban horrorizadas el macabro resultado de lo ocurrido.
La cólera se apoderó del Emperador. Era la primera vez en todo su reinado que había pasado por algo semejante. Ordenó que cerrasen las puertas y empezó una investigación, pero por desgracia, todas las asesinas se habían envenenado antes de aparecer así que ya eran poco más que cadáveres esparcidos por el suelo. No obstante, tenían que quedar pruebas incriminatorias, algo.
–¡Es culpa mía! – Sollozaba la consorte Lian arrodillada en el suelo. – ¡Yo he hecho la coreografía! ¡Tendría que haber sabido que no tramaban nada bueno! – El llanto no ocultaba su belleza, su fragilidad.
Esta mujer había intentado salvarle la vida y eso era todo lo que bastó para que el Emperador no dudase de la lealtad de la consorte.
–Si no fuera por ti, ahora mismo estaría muerto. ¡No tienes la culpa de nada!
La consorte Lian era la única que había intentado hacer algo por él, al contrario de la Emperatriz o la consorte Zhang que se habían quedado en un rincón, temblado de miedo. Normalmente, un acto tan egoísta como protegerse a uno mismo antes que al Emperador sería castigado, así que el monarca ya les estaba haciendo gala de su benevolencia.
Todas las mujeres del Emperador bajaron la mirada, los príncipes guardaron silencio: al igual que las mujeres que no habían sido escudos humanos, sus hijos habían ignorando sus deberes filiales.
–A juzgar por las palabras de la asesina, esto está relacionado con los Murong. – Tuoba Yu frunció el ceño.
Murong era un país pequeño al sur de Da Li. El Emperador había ordenado invadirles y había nombrado a los Jiang generales. Los habitantes de aquellas tierras preferían morir antes de rendirse, por lo que las pérdidas humanas habían sido incalculables, de hecho, ninguno de los monarcas había sobrevivido al ataque. No obstante, la muchacha había asegurado que se les había masacrado tras rendirse. El rostro del Emperador se desencajo. ¿Habría habido otra razón para la aniquilación del país? ¿Habría habido alguna estratagema de por medio? El monarca se sentía traicionado.
Li Wei Yang estudió la felicidad de los ojos de la consorte Lian. Ambas tenían enemigos en común, los Jiang. Si hubiese seguido los pasos que le indicaron la venganza habría sido todo un éxito, pero la joven era demasiado incompetente y se había atrevido a cambiarlo. A estas horas los Jiang serían historia si la consorte no hubiese decidido poner su granito de arena y lo peor de todo es que Wei Yang no conseguía adivinar qué rumbo tomaría el conflicto. Si algo fallaba podrían inculparla…
Li Wei Yang empezó a trazar un nuevo plan: habían mencionado a los Murong así que todavía cabía la posibilidad de volver a lo que habían acordado originalmente.

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