55: A la Capital (2)

abril 21, 2019


Lucia se sentía arrinconada por un fuego que le cortaba la respiración hasta que, de repente, notó que algo la sacaba de ese estado. Poco a poco recuperó el conocimiento y abrió los ojos con lentitud. Hugo estaba ante ella, pero no sabía si todo formaba parte de un sueño o no.
–Vivian. – La llamó él, con cierta urgencia en su tono de voz.
–…Hugh… – Lucia se emocionó y levantó una mano para tocarle.
Hugo suspiró aliviado. Levantó la sábana y la cubrió, entonces, le besó la mano. Le apartó los mechones de pelo empapados por el sudor de la frente, y continuó observándola con suma preocupación.
Las lágrimas amenazaban por saltársele porque era la primera vez que alguien cuidaba de ella desde que su madre había fallecido. La expresión de Hugo se endureció.
–¡Hay alguien! ¡Dónde está la doctora! – Gritó el duque olvidándose de la campana.
Lucia le apretó la mano para indicarle que no pasaba nada. De repente la idea de ir a la Capital, que nada iba a pasar allí, le cruzó la mente. Fue una creencia vaga de que esa felicidad era irrompible.
–¿Me seguirás siendo fiel, aunque vayamos a la Capital?
–¿Qué…? – Darse cuenta de que Lucia no confiaba en él le hizo sentir impotente. –Nunca voy a serlo.
Lucia le miró en silencio y soltó una risita.
–Entonces, vale.
Confiaría en él. Aunque tuviese una amante, Hugo no la engañaría o intentaría esconderlo, se lo diría porque no sabía mentir. Le había visto avergonzarse por haber bajado la guardia y, aunque era un líder implacable, Lucia estaba segura que las mentiras eran su punto débil.
Lucia empezó a preocuparse por algo totalmente innecesario: si sería capaz de desenvolverse entre la guerra política que les aguardaba en la Capital. La única persona con la cual Hugo se quitaba la máscara de hierro que llevaba puesta era con ella.
Hugo sintió deseos de sacudirla y exigir una explicación sobre qué le rondaba por la cabeza. Anna apareció por la puerta y empezó un pequeño interrogatorio para comprobar el estado de su señora, dándole algo de tiempo para ordenar sus ideas.
¿Siempre había sido tan complicada? No lo sabía. Siempre había creído que todos los problemas con las mujeres se solucionaban con joyas, ninguna le había dado tantos dolores de cabeza.
–Voy a recetarte una medicina para las náuseas. Si se la tomas antes de irte a dormir, estará bien.
Hugo no dejó de limpiarle el sudor de la frente en ningún momento mientras esperaban a que trajeran la medicina. Lucia todavía respiraba con dificultad y tenía fiebre.
–¿Por qué has sido tan necia? Si te encuentras mal, llama a alguien.
–Pensaba que no me iba a pasar nada.
–Podría haber pasado una desgracia. Te has desmayado.
–¿Ya es de madrugada? ¿Qué vamos a hacer? No es dormido nada y te tienes que ir muy temprano.
–Ese no es el problema ahora mismo. – Hugo bajó el tono de voz e intentó no enfadarse. No había hecho nada para enfadarle, pero le dolía el corazón. – Me he enterado que sueles encontrarte mal.
–¿Sí?
–Los dolores de cabeza.
–Ah… Eso es algo común.
–¿No se puede curar?
Lucia soltó una risita.
–Parece que estés hablando de una enfermedad terminal. No es nada serio. Es como a quien le duele la barriga a menudo.
–Terminal o no, odio cuando estás enferma.
–Iré con cuidado.
–Eso no es lo que quería decir… Es sólo… Cuando te encuentres mal o te duela algo no me lo escondas. Merezco saberlo, soy tu marido.
–Vale, no lo haré más.
La criada entró con la medicina. Hugo la ayudó a incorporarse, a cambiarse de ropa y a tomarse la medicina. Lucia cayó rendida poco después, pero por desgracia, le volvió a subir la temperatura poco antes del amanecer y vomitó. Hugo se quedó en vela toda la noche intentando controlarle la fiebre.
–¡¿No me habías dicho que era indigestión?! – Rugió Hugo. – ¡¿Qué es esto?! ¡No aguanta ni la medicina!
Anna se quedó de piedra ante la arrolladora imagen del duque que, cuando algo iba mal relacionado con su esposa, se convertía en un dragón. Fue en ese instante cuando le agradeció como nunca a su señora que hubiese preferido no comentarle a su marido que le había intentado dar algo sin conocer sus componentes.
–¿Algo la ha sorprendido demasiado últimamente? La indigestión puede empeorar por factores psicológicos.
Hugo frunció el ceño y se sumió en sus pensamientos. La única nueva noticia era la muerte del rey.  Él no había sentido nunca nada por su padre, por lo que había pasado por alto cómo debía sentirse ella al respecto. Nunca le mencionaba, sólo a su madre, hasta el punto que había casi olvidado por completo de quién era hija.
No había sido lo suficientemente considerado con ella y se enfadó consigo mismo.

*         *        *        *        *

Lucia se pasó dos días vomitando todo lo que ingería, hasta el tercero no pudo levantarse. Se comió la mitad de un tazón de gachas de arroz y cerró los ojos. Era la primera vez que lo pasaba tan mal con una indigestión.
Notó una mano fría en la frente: él seguía a su lado.
–…Creo que ya te ha bajado la fiebre.
Hugo había aplazado sus planes para quedarse con ella, hecho por el que Lucia se sintió mal y agradecida a la vez, no quería que afectase a su trabajo.
–De verdad que ya me encuentro bien.
Hugo frunció el ceño, incrédulo. Esta mujer parecía tener las palabras “estar bien” cosidas en la boca. Se obligó a calmarse, de todas formas, para no incomodarla.
–Me han dicho que has comido gachas. ¿Te han sentado bien?
–Sí, ya no tengo nauseas.
–¿Te duele algo? ¿Te mareas?
–No me voy a morir por no comer un par de días. Sólo me dolía el estómago un poco.
–Las enfermedades terminales no son las únicas preocupantes.
Su esposa no deseaba nada ni cuando estaba enferma, se rehusaba a lamentarse a pesar de haber pasado dos días vomitando de una manera terrorífica. En lugar de exigirle más atención, no se cansaba de aconsejarle que partiese hacia la Capital cuanto antes, invocando el deseo de espetarle “qué mala eres” en Hugo. ¿Tan poco fidedigno era? Angustiado, permaneció a su vera.
–Creo que tengo que ir a la Capital.
La urgencia había llegado a su límite. El príncipe heredero había estado enviándole cartas, era necesario que Hugo hiciera acto de presencia antes de que terminasen los ritos funerarios.
–No pasa nada. Es lo que toca, ¿no?
Hugo sintió un dolor punzante en el pecho. Su esposa no le daba el más mínimo problema, de hecho, le sonreía y le animaba a cumplir con sus obligaciones. Se hubiese aferrado a él, Hugo hubiese tirado todo por la borda para quedarse. Su mujer estaba postrada en cama, a quién le importaba la muerte del rey.
–Descansa y no te preocupes por nada. Tómate la medicina y no te saltes comidas.
–Cada vez eres más refunfuñón.
–Si no, me preocuparé. – Hugo se inclinó sobre ella y le besó los labios. – ¿De verdad que estás bien, Vivian?
A pesar de las reiterativas afirmativas, Hugo la contempló con la mirada plagada de angustia hasta que finalmente cruzó el umbral de la puerta y desapareció. En cuanto la muchacha se quedó a solas con sus pensamientos, se le nubló la vista de lágrimas. Tal vez fuese por la enfermedad que parecía más sensible de lo normal. Desearía haberle dicho que no se marchara, quería quejarse de lo mal que se encontraba y de lo duro que era.

*         *        *        *        *

–Uy, cómo ha costado verte la cara.
Hugo ignoró las exageraciones del hombre que le saludaba y se sentó. Kwiz se rio a carcajadas e ignoró su mala educación.
–¿Qué pasa? ¿Tienes el territorio hecho de miel o algo? No me imaginaba que te ibas a quedar allí un año entero.
–¿Qué el señor se ocupe de sus tierras no es algo bueno para Su Alteza? Ah, ahora es “Su Majestad”, ¿no?
–Sí, pero todavía no me han puesto la corona. Por aquí son muy quisquillosos con los detallitos y las costumbres. – Explicó Kwiz encogiéndose de hombros.
Por el momento ejercía de monarca y estaba completamente seguro de que pronto ascendería al trono, aunque sus hermanos le tuvieran un ojo echado encima y aguardasen su oportunidad para dar un golpe.
Kwiz estudió al hombre moreno que se hallaba ante él sorbiendo el té con un aire de indiferencia y recordó el consejo que su leal ayudante y estratega, el conde Benef, le había dado: que era una bestia salvaje imposible de doblegar. El difunto conde Benef le había asegurado que era una bestia que no vacilaría en tragarse un ciervo, alguien que lucharía a su lado con tal de oponerse a aquellos con la intención de enjaularle.
Los Taran siempre habían sido una familia extraña. No se podía determinar cuándo se habían hecho con el poder, pero llevaban allí desde los orígenes de la nación. Sorprendentemente, renegaron de sus derechos formales al trono y prefirieron no enredarse en política. La gente decía que Xenon existía gracias a los Taran, los duques que no sólo destacaban en combate, sino que habían sido los únicos que jamás habían desafiado el poder de la monarquía.
–¿Cómo te va con tu mujercita? ¿La duquesa no se ha estresado de estar encerrada en tu territorio?
Kwiz creía que, si la nueva esposa se quejaba, el duque acabaría cediendo y volviendo a la Capital. Jamás se le había cruzado por la mente que el duque pasaría tanto tiempo fuera como para que se corriese el rumor de que la relación entre el duque y él peligraba.
–No, le gusta el lugar.
–Qué peculiar.
Katherine y Lucia eran hermanas suyas, pero no podían ser más distintas. La hermana por lazos de sangre, Katherine, vivía para y por las fiestas, le sería imposible sobrevivir sin joyas, vestidos de gala y fiestas donde poder lucir y presumir de sus nuevas adquisiciones. ¿Quién querría casarse con la personificación de la vanidad?
–Hey, ¿no te gustaría casarte otra vez?
Su hermana llevaba detrás del duque bastante tiempo y, cuando se enteró de lo de su matrimonio, se aisló en sus aposentos durante una semana. Puede que la poligamia fuese ilegal, pero los Taran podían exceptuarse. Nadie podría prohibirle tomar una segunda esposa siendo el duque de los Taran y a Kwiz no podía importarle menos si su hermana Katherine era la primera o la segunda.
–¿Me has hecho venir para escuchar estas tonterías?
Ver a Kwiz hizo recordar a Hugo como su esposa le había preguntado si la engañaría cuando volviera a la Capital. Al duque le preocupaba que Lucia pudiese escuchar alguno de los rumores sin fundamento que circulaban por la Capital y malentenderle.
–Piénsalo. Además, no creo que sea el único que te vaya a preguntar algo así ahora que estás aquí.
Hugo fulminó a Kwiz con la mirada, obligándole a retroceder un par de pasos.
–No pienso hacer algo tan inútil.
–¿Qué? ¿Inútil? Muchos hombres sueñan con tres mujeres y tres concubinas.
–Pues adelante, Su Alteza, puede cumplir su sueño. Persigue tu sueño.
A Kwiz le cambió la cara. El duque de Taran era muy ambiguo, era imposible adivinar si odiaba o amaba a las mujeres. Siempre tenía las manos llenas, pero cortaba con ellas sin piedad alguna.
–¿De verdad vas a hacer eso con tu heredero?
–Sí.
–Ahora estás casado. Acabarás teniendo más hijos. Aunque sea el mayor… Bueno, ya me entiendes.
Kwiz evitó la palabra “bastardo”. La única condición que había exigido el duque para permitir que lo arrastrasen en política era que Kwiz apoyase el ascenso de Damian. Que un hijo ilegítimo heredase el título nobiliario iba en contra de las costumbres, hecho que lo complicaba todo. El futuro monarca era abierto de mente y poco le importaba lo que marcasen las tradiciones, no obstante, esa media hermana con la que se había casado el duque no dejaba de ser su hermana, aunque no la hubiera visto nunca y el pensar que su hijo no fuera a conseguir lo que la ley marcaba con suyo, no le dejaba un buen regusto.
–¿Desde cuando te interesa tanto mi vida? Si no tienes nada más que decirme, me voy.
–Ah, vale, vale. Anda que… Ni casándote te has ablandado.

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