56: A la Capital (3)

abril 21, 2019


El resto de la conversación fue informal, pero conforme se fueron sumando más participantes la sensación quedó como una reunión de los subordinados y aquellos que apoyaban a Kwiz.
–Buen trabajo. – Hugo se levantó de su asiento y le dio una palmadita en el hombro a Roy después de la intensa discusión.
Roy contestó con una mueca.
–¿De verdad no vas a querer ser mi caballero, señor Krotin? – Preguntó Kwiz al ver a Roy mirando la puerta por la que había desaparecido Hugo como un perro deseoso de seguir a su amo.
–No.
Al principio, que el estatus del caballero que el duque le había adjudicado fuese tan bajo disgustó al príncipe, pero con el tiempo, descubrió sus buenas facultades.
–¿Por qué? Si te unes a los míos tendrás más poder y una paga mejor. ¿No te interesa?
–Esas cosas me dan bastante igual.
–¿Y qué consigues del duque? ¿Es porque le admiras?
–Me deja hacer duelos.
–¿Duelos? Eso lo puedes hacer en todas partes, ¿no?
–Con el único con quien puedo darlo todo sin tener que preocuparme de hacer daño es con mi señor.
–…Ah, ya veo.
El comentario del caballero hirió su orgullo, sin embargo, era cierto. Krotin era un soldado experto que, sin lugar a duda, controlaba su fuerza según con quién se enfrentase. Kwiz que siempre se había enorgullecido de contar con los mejores guerreros se vio obligado a ceder y aceptar que poco durarían ante un adversario como este. ¿Tan fuerte era el duque?
El príncipe heredero había sido testigo de la potencia del duque en combate y sabía que sólo desenvainaba para matar.
–¿Quién suele ganar? ¿No le has ganado nunca?
Roy estalló en sonoras carcajadas.
–¿Yo? ¿Ganarle? Esa es mi meta en esta vida.
–¿Nunca le has ganado?
–Sinceramente, mi señor nunca hace ni el más mínimo esfuerzo en los duelos porque, según él, ¿para qué va a esforzarse con algo que no puede matar? – Kwiz guardó silencio. – A veces no me da tiempo ni de desenvainar la espada. Tengo que andarme con cuidado cada vez que le reto.
–¿…Por qué?
–Porque si está de mal humor me infla a palos.
–… ¿Y prefieres quedarte con él, aunque te trate así?
–Eso significa que mi señor confía en mí.
–¿Porque te pega?
–Eso es una prueba de confianza. Mi señor preferiría matar en lugar de molestarse en moler a palos a alguien.
Kwiz no supo qué más decir: el temperamento del duque era peor de lo que se imaginaba.

*         *        *        *        *

–¡Señor Taran!
Hugo se detuvo y se dio la vuelta.
–¿Le apetece acompañarme un rato si no tiene nada mejor que hacer? – Le preguntó el dueño de la voz.
Se trataba del amigable Conde David Ramis, primogénito del duque Ramis y el cuñado del príncipe heredero. Hugo y él coincidían en edad, no obstante, Ramis era un mero futuro heredero mientras que Hugo era el cabeza de su familia. Así que el hecho de que no se dirigiese a él como: “Mi señor” era terriblemente descortés y desvelaba la rivalidad que ocultaba su sonrisa.
–No creo que encaje. – Contestó burlón el duque de Taran mirando directamente a la larga cola de vasallos de Ramis.
–¿Eh? ¡En absoluto! Si tú vienes será una velada especial, no te preocupes.
–Lo que me preocupa es que el único especial sea yo.
Era imposible no detectar la ironía en el tono de voz de Hugo. David abrió los ojos y se ruborizó por la vergüenza. Era la primera vez que lo rechazaban. Normalmente la gente intentaba ganarse su favor por ser el futuro duque.
–¡Qué directo eres! ¿No te importaría debatir un poco conmigo?
–Que lo haga tu padre. Si tu padre necesita algo, que me lo diga. – Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó sin mirar atrás.
David apretó los puños humillado.
–Es grosero hasta para ser un caballerucho. – Empezó a criticar uno de los seguidores de David a modo de demostrar su lealtad.
–Mejor que no venga. – Continuó otro.
–Aunque haya nacido para la guerra, sigue siendo un hombre excepcional. – David sonrió. – Por eso a Su Majestad el príncipe heredero le cae tan bien.
–Sigue sin tener ni punto de comparación con usted. En algún momento será el tío del próximo heredero del trono.
David sonrió complacido por los halagos de sus lacayos.

*         *        *        *        *

Lucia quedó como nueva tras unos días de reposo en la cama por la indigestión. Cuando por fin pudo comer, sus sirvientes le prepararon todo un festín de manjares fáciles de digerir.
–Veo que hay caras nuevas y menos sirvientas que antes, Jerome.
–Sí, mi señora. Se les ha acabado el contrato.
El duque había ordenado que cambiasen a todos los criados de su esposa por su ineptitud. La mayoría del servicio tenía un contrato temporal, pero la idea era hacerlos fijos por el bien de la comodidad de Lucia, sin embargo, su descuido les había costado el empleo.
–Ya veo.
Eso es todo lo que comentó su señora a pesar de que las criadas que la habían estado atendiendo durante un año habían desaparecido de la noche a la mañana sin previo aviso. Hasta hacía poco, Jerome consideraba a la duquesa una mujer inocente y delicada, pero ahora la tenía como una persona fuerte. En cuanto se casó, la llevaron a la mansión de un marido que no conocía sin nadie en quien poder apoyarse. La mayoría de las personas hubiesen buscado el consuelo en una criada y esa clase de favoritismo hubiese creado un malestar general entre el servicio por culpa de la arrogancia de algunas criadas que se hubiesen creído superiores. Lucia, por otra parte, se había ocupado personalmente de evitar una situación semejante marcando los límites desde un principio: nunca pedía más de lo necesario y no se molestaba con acciones superfluas. En ese aspecto la duquesa se parecía al duque.
–Mi señor dijo que usted podía quedarse aquí para recuperarse un mes más.
Cuántas más vueltas le daba, más se convencía de que en el caso de que la relación de la pareja ducal empeorase, quien más perdería sería el duque, no su señora.
–¿Desde cuándo la indigestión tarda tanto en curarse? Estáis exagerando.
Jerome esbozó una sonrisa ambigua. Su señora no había visto el aspecto del duque cuando se enteró de la fiebre de su esposa. El duque no se había apartado de su lado hasta que su señora no se había dormido y sólo entonces, había ido a buscar a Anna para recriminar su mala labor. Esa sería la primera vez que Jerome era testigo de un comportamiento tan extremo en su señor.

*         *        *        *        *

El carruaje tardó diez días en llegar a la Capital, el doble que un año atrás. La ruta más rápida era cruzando un yermo, pero fue imposible tomarla por la temperatura extrema a la que se hubieran expuesto.
Dean, un caballero que ya la había escoltado en su anterior viaje por orden del duque, se había ofrecido para acompañarla en su trayecto por su devoción hacia ella. Hugo confiaba en la lealtad de este caballero y en Roy. Creía tanto en la prudencia y la sinceridad de Dean como en la habilidad de Roy.
Lucia se emocionó al ver la residencia ducal donde había cambiado su vida después de tantos meses. Su marido le había permitido elegir quedarse en la Capital durante la firma de documentos y, de haber aceptado su oferta, todavía serían perfectos desconocidos. No pensaba que eran la pareja perfecta, pero se enorgullecía de poder afirmar que le comprendía y le conocía hasta cierto punto.
El aire que corría por la mansión era tan frío que Lucia se abrazó a sí misma inconscientemente. El espléndido diseño de la casa transmitía una sensación gélida. Las paredes de piedra de Roam eran mucho más cálidas que las de aquella mansión y se dio cuenta que para considerar una casa su hogar, debía vivir en ella. El pensar que Hugo había estado viviendo totalmente solo en un lugar tan amplio la entristeció.
–Su dormitorio está justo delante que el del señor, mi señora, como en Roam. Está en el pasillo dónde–…
–Ya la busco yo. Podéis ir a descargar.
–Sí, mi señora. Tal vez no es asunto mío, pero asegúrese de llevar consigo a una criada cuando salga de la casa, aunque sea para ir al patio, aquí no podemos estar seguros de cuántos ojos están al acecho.
–Así lo haré. Voy a descansar un rato. ¿Cuándo volverá?
–Tarde, mi señora.
Lucia pensó en lo maravilloso que hubiese sido poder verle el mismo día de su llegada mientras subía las escaleras que la llevaban a su cuarto.

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