57: La Alta Sociedad de la Capital

abril 21, 2019


La noche ya había caído en las calles. Cada uno de los integrantes del círculo eran eminencias de la sociedad que difícilmente conseguían juntarse en secreto: el príncipe heredero, el duque de Taran, el duque Ramis, el marqués Philip y el marqués DeKhan.
–¿Qué opina el duque de Taran?
Hugo reflexionó unos instantes antes de hablar.
–La guerra es inminente. Es cuestión de tiempo. Hay que prepararse.
–Mmm…
Todos los presentes eran consientes que, aunque se decía que la guerra había terminado, el conflicto bélico sólo había parado temporalmente. Los derrotados estaban pagando un alto precio y el único método para cambiar dinastías era a través de la guerra.
–Estoy de acuerdo con el duque Ramis, lo mejor será que esperemos a que se organicen.
–¿Por qué no lidiar con ellos al principio?
–Es mejor cortar de raíz, que recortar las ramas que sobresalen.
El motivo de la reunión era cómo ocuparse de las fuerzas en contra del Imperio, es decir, los hermanos del príncipe heredero. El duque de Taran y Ramis coincidían en que lo más prudente era dejarles por el momento mientras que los marqueses preferían atacar cuanto antes.
–¿Qué haría usted, duque de Taran?
–Acabar con todos ahora mismo.
El resto de los hombres se lo quedaron mirando, desconcertados.
–¿Por qué ha cambiado de opinión? Creía que prefería esperar y cortar el problema de raíz.
–Yo no soy el príncipe heredero, no necesito andarme con politiqueos. Si algo me molesta, prefiero matarlo.
–…Ah. – Kwiz recordó cómo se había ocupado su amigo de los traidores del norte: acabó con la vida de más de mil personas.
Hasta el rey que jamás se entrometía en los asuntos de su territorio se mostró visiblemente incómodo ante tales noticias. No obstante, gracias a un generoso detalle por parte del norte mantuvo la boca cerrada.
–Si volviesen a resurgir, volvería a pisotearlos. No voy a objetar nada si se decide que lo mejor es acabar con ellos ahora mismo. Sé que puedo acabar con todos ellos. Acaso no es eso lo que le preocupa, ¿Su Majestad?
Kwiz se sorprendió. El duque de Taran veía la vida ajena como algo poco más valioso que un insecto. Saber que esa era su mentalidad aliviaba al príncipe porque de esa manera se aseguraba que Hugo no era del tipo de tramar una estratagema para asesinarle.
–…Mmm. Por ahora observaré cómo se desarrolla la situación. ¿Qué opinan los demás?
Los otros tres hombres estuvieron de acuerdo. El duque de Ramis estudió a Hugo con la mirada. Creía firmemente que acababa de manipular al príncipe heredero para que se pasase al otro bando.  El anciano no dejaba de comparar a su propio hijo con Hugo: sus capacidades no tenían ni punto de comparación. Era un gran alivio que no mostrase el más mínimo interés por la política. David, su hijo, era arrogante y travieso a pesar de la buena cabeza que se asentaba sobre sus hombros, si se llegase a precipitar por el bien de competir con este otro hombre, el desenlace sería trágico.

La mansión de Hugo parecía excepcionalmente solitaria aquella noche tan agotadora. Desde que había llegado a la Capital sus pasos pesaban más, para él, esa casa no era más que un lugar donde dormir. Sin embargo, en la casa de Roam siempre había una persona esperándole por la que se sentía deseoso de volver.
Hugo sabía que su esposa tardaría llegar a pesar de lo mucho que anhelaba tenerla allí porque necesitaba tiempo para recuperarse, por lo que nada le pudo sorprender más que encontrarse con Jerome al bajar del carruaje.
–¿Cómo ha estado, mi señor?
–¿Cuándo has llegado?
–Esta mañana con la señora, mi señor.
–¿Ha pasado algo?
–No. La señora se ha retirado a su habitación hace un rato.
Hugo pasó de largo al mayordomo mientras le escuchaba, entró en la casa y subió a grandes gambadas las escaleras. Su corazón pegó un vuelco cuando al abrir la puerta de su habitación no encontró nada más que un lugar frío, así pues, se dirigió a la que tenía a sus espaldas.
–¿Acabas de llegar…? – Le preguntó una voz soñolienta.
¿Acaso existía canción más dulce para sus oídos? Con el corazón en un puño, se acercó a la cama y la estrechó entre sus brazos. A continuación, enterró la nariz en su cuello y reafirmó lo mucho que había echado de menos su aroma y el calor de su cuerpo.
Lucia sintió que toda la fatiga desaparecía en cuanto se vio envuelta entre los brazos de su marido. La muchacha se apoyó contra su pecho y se deleitó de aquello que tanto había anhelado.
La pareja se quedó en la misma posición un buen rato hasta que él la alejó de su pecho por los hombros, capturó sus labios y permitió que su lengua vagase por el interior de la boca de ella. Devorándola.

A la mañana siguiente, Lucia en cueros despertó sobre el pecho de su marido que la tenía atrapada por los hombros con una de sus manos. La joven pasó la mano por los músculos tensos hasta que notó que la mano que la rodeaba se tensaba.
–¿Qué pasa?
–¿Eh?
–Estás aquí, tan tranquilo.
Hugo le mordisqueó el cuello y le besó la barbilla haciéndola reír.
–De vez en cuando me merezco un día como este.
Estar al lado de su mujer recién levantado era agradable y poco común para él. Lucia se preguntó si sería pedir mucho que su esposo se quedase con ella hasta la mañana de vez en cuando mientras dejaba que su mano vagase por los músculos firmes que tenía debajo de ella. Quería que ese hombre tan diligente disfrutase de la cama con ella un poquito más. Insaciable, continuó bajando hasta que su esposo, despiadadamente, la detuvo. Alzó la vista y se encontró con un par de ojos rojos inundados por la pasión. Con un movimiento rápido, Hugo se la colocó en el regazo donde ella pudo sentir su miembro erecto entre los muslos. Lucia se sonrojó y se tensó.
–¿Intentas seducirme? – Le susurró Hugo al oído.
Lucia se estremeció inconscientemente. Para sorpresa de Hugo, no lo negó, sino que enterró la cara en su hombro. ¿Cómo podía ser tan adorable su esposa? Normalmente, era una mujer tímida a la que le abrumaba cualquier roce durante el día. Era una oportunidad de oro. Quería besarla, dejarla sin aliento y marcar toda su piel nívea… ¡Ah, maldita sea! Por desgracia, aquel día no podía saltarse el trabajo.
–Tengo que irme.
–…Oh.
–Duerme un poco más. Debes esar agotada por el viaje. – Aconsejó de mala gana.
Hugo odiaba el poco control que tenía, pero la estamina de ella no era mucho mejor.
–Vale… – Masculló ella.
Hugo le levantó el mentón y la besó antes de bajarse de la cama, coger la bata y taparse.
Lucia contempló la espalda de su marido hasta que desapareció por la puerta, y entonces, se escondió entre las sábanas como un gato.

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