59: La alta sociedad de la Capital ( 3)

abril 21, 2019


–He oído que has salido. – Comentó Hugo durante la cena.
–Sí, he ido a ver a la amiga a la que te pedí que le enviases la carta. ¿Te acuerdas?
–Sí.
No sólo recordaba a la autora, sino que había estado protegiendo y vigilando a Norman desde que había recibido el último informe de Fabian. Sabía que la amiga de su esposa iba a casarse y si ella o su prometido suponían una amenaza.
–Le tengo mucho cariño. Me gustaría dejarle algo que le ayude por si le pasa algo en su nuevo hogar.
–Como tú veas. – Consintió Hugo.
–Y por cierto… ¿Has oído el rumor que corre sobre mí?
–En la Capital hay a puñados.
–Es ridículo…
Lucia no terminó su frase y se dedicó a juguetear con el tenedor. Hugo era conocedor de hasta la más absurda nimiedad que se cuchicheaba sobre su esposa gracias a los exhaustivos informes de Fabian, pero el mero pensamiento de que su lacayo hubiese fallado en informarle de todo y que su amada mujer se hubiese enterado de algún comentario malicioso por parte de las malas lenguas le enfureció.
–Suelen serlo. ¿Qué dicen?
Lucia vaciló, se sonrojó e intentó explicarse sin que la vergüenza se apoderase de ella.
–Pues que… La duquesa de Taran es toda una belleza y que… tú y… yo… En el Norte… Pues…
–Ya lo había oído. ¿Qué pasa con eso?
No era para tanto. Hugo no comprendía qué parte la incomodaba y Lucia, de la misma manera, era incapaz de entender cómo podía importarle tan poco semejante cuchicheo.
–Te deja de secuestrador.
–En comparación con los otros, se habla bien.
En el sueño a Lucia le habían llegado rumores que relataban atrocidades sobre él, de hecho, ella misma le había espetado el de beber sangre.
–Bueno, pero lo de que soy un bellezón es sacarlo de quicio. Cuando aparezca en sociedad… dará que hablar.
–¿Por qué?
–Pues porque no lo soy. – Le contestó Lucia patidifusa ante la confusión de su marido.
–¿Qué dices? Eres preciosa.
Los criados apartaron la vista y pretendieron no estar allí, su capacidad de aislarse era admirable. Lucia, por otra parte, enrojeció.
–…No digas tonterías.
–No lo hago. He dicho que eres preciosa porque lo eres.
A veces bromeaba con ella, pero esta vez no. No era la primera vez que afirmaba algo por el estilo.
Lucia se levantó de la silla y se dispuso a salir de la estancia cuando una mano enorme le agarró por le brazo impidiéndole avanzar.
–¿He hecho algo, Vivian? – Preguntó Hugo sorprendido. Creía que le gustaba que la llamasen hermosa y, sin embargo, su reacción había sido contraria.
–No. – Lucia sacudió la cabeza vigorosamente. – Es que… me ha dado vergüenza que lo dijeras delante de los criados.
–Caray. ¿O sea que a partir de ahora además de “no tocar”, tampoco puedo “decir” delante de los criados?
Lucia le rodeó la cintura con los brazos y enterró la cara en su pecho.
–Sí… No me gusta.
Hugo le devolvió el abrazo sin dejar de quejarse por tener que tener en cuenta a los sirvientes. Lucia movió la cabeza y soltó una risita.
Norman le había preguntado si era feliz y Lucia le podría haber repetido la respuesta mil veces sin dejar de ser cierta. Desde que había decidido creer en él era más feliz y menos ansiosa.
Hugo no se había preocupado jamás por las habladurías de las gentes, pero maldijo el día en que empezaron a hablar de sus aventuras con mujeres.  Era precisamente por eso que Fabian se estaba encargando de recopilar cada cuchicheo de la Capital en sus informes.

*         *        *        *        *

Los siguientes días transcurrieron con la misma calma. Hugo le había pedido a Lucia que se mantuviese fuera de los asuntos sociales durante un tiempo y que disfrutase de unos días más de descanso aprovechando que todavía no se había corrido la voz de su llegada. Lucia, consciente que esa paz no era eterna, siguió su sugerencia. Comió, exploró la mansión y salió a dar un paseo por el patio.
Aquella casa era enorme. Había una hilera de majestuosos árboles plantados delante de las puertas para que no se pudiese ver desde afuera a modo de bosquecito con un camino encantador ideal para dar un paseo.
–¡Oh! – Exclamó Lucia sorprendida cuando un hombre se le apareció delante de repente.
–Ah, ¿te he asustado? Soy yo. Yo. Hace mucho que no nos veíamos, ¿eh?
Se trataba del atractivo Roy Krotin. Lucia aceptó la mano que le ofreció y se levantó del suelo. La joven sentía una conexión especial con aquel hombre, después de todo, si no fuera por él no habría podido encontrarse con su actual marido.
–¿Te tengo que tratar diferente ahora que eres la duquesa? Porque se me dan fatal esas cosas. – Preguntó Roy con una mueca sin pizca de malicia.
–No hace falta. – Contestó Lucia sonriendo. – Como se sienta más cómodo. Me alegra verle después de tanto tiempo. Quería darle las gracias.
–¿A mí? ¿Por qué?
– Si no fuera por usted, ¿cómo habría podido conocer mi señor el duque? Soy la duquesa gracias a usted.
–¿Qué…? Yo… No hice nada del otro mundo… – Roy se frotó la barbilla, sorprendido.
En realidad, todavía se sentía mal por haberse reído cuando Lucia le propuso matrimonio a Hugo. No fue su intención ridiculizarla, sino que la situación se le antojo divertida. Escuchar a la misma joven darle las gracias a pesar de ese momento le alivió.
En el sueño de Lucia, Roy Krotin poseía una reputación infame, pero tras conocerle se preguntaba de dónde habrían salido estas habladurías tan distantes a la realidad que conocía. Aquel hombre que tenía ante ella era alegre, de buen corazón y directo. Visto lo alejados de la verdad que vagaban los rumores, Lucia se prometió a sí misma a no creérselos nunca más.
–Creía que ahora era el escolta del príncipe heredero. ¿No pasa nada porque esté por aquí?
–Me da igual si está bien. ¡No pienso hacerlo más! ¿Sabes lo difícil que es quedarte sin hacer nada durante un año? Yo dimito.
–…Ah, ya veo. Debe haber sido duro.
–¿Y mi señor?
–No está. Ha salido.
–Maldita sea. He venido corriendo para echar una partidita.
–¿…Una partidita? ¿Se refiere a luchar?
–¿Eh? ¡Jajaja! Sí, se le puede llamar lucha o duelo.
–Ah… Un duelo. ¿No es peligroso?
–Para nada, no somos principiantes. Sólo es peligroso si blandes la espada sin saber qué haces. ¿Nunca has visto un duelo?
–No, pero mi señor podría hacerse daño…
Roy estalló en sonoras carcajadas.
–¿Daño? ¡Absurdeces tres veces! No existe nadie en este mundo capaz de tocarle ni un pelo.
El físico de Hugo estaba a la par e incluso superaba al resto de soldados, pero tal vez porque Lucia nunca le había visto empuñando un arma no era capaz de imaginárselo luchando. El Hugo que conocía no era raudo o duro.
–¡Señor Krotin! – Jerome se les acercó con rostro severo y les interrumpió.
–Hola. Cuánto tiempo.
Jerome le fulminó con la mirada.
–No es bueno que salga sin nadie que la atienda, mi señora.
–Ah, es verdad que me lo mencionaste. Tendré cuidado.
Lucia se reprendió a sí misma por su falta de cuidado, le hizo un gesto a Roy y se dirigió a la mansión dejando a la pareja de hombres a solas. Jerome continuó mirándola hasta que desapareció en el interior del caserío.
–¡¿Y esta insolencia?! ¡Esa era la señora de los Taran! ¡No puedes venir a hablarle como si nada!
Estaban en la Capital, un lugar donde el menor de los acontecimientos se convertía en el rumor más exagerado y famoso en cuestión de minutos.
–Lo siento.
–Deberías tener más cuidado.
–Ya te he dicho que lo siento. Hacía mucho que no la veía y me alegra que no haya cambiado nada.
–No es adecuado expresar tus sentimientos, sean cuales sean, a una mujer casada como si nada. El señor no va a ser benévolo siempre. Si surge algún rumor sobre la señora por tu culpa, se enfurecerá.
–Mi señor no se ha enfadado por una mujer jamás.
–Ella no es una mujer, es la señora. Cuida esa boca.
Ver a Jerome proteger a su señora como si fuera su cachorro sorprendió a Roy.  Eran incompatibles: Roy mostraba su ira o diversión, mientras que Jerome sólo expresaba frialdad y cumplía con las órdenes sin cuestionarlas. Eran como un ratón y un gato, siendo él el ratón. Ese mayordomo era la única persona ante la cual se encogía.
–¿Esa mujer es…? – Jerome le dedicó otra mirada que podía matarle, así que Roy cambió la forma de decirlo.  – ¿Mi señor… ama a la duquesa?
–Sí.
–¿Mucho?
–Mucho.
–Entonces, ¿se enfadará si hago este tipo de cosas?
–Se pondrá furioso.
Jerome le estaba advirtiendo porque se preocupaba por él. Hugo no se preocupaba generalmente por los problemas que ocasionaba Roy, pero si llegase a suceder algo que involucrase a su esposa no habría compasión.
–Vale. Bueno, vale. Tampoco es que no me guste esa… Digo, la duquesa.
–¿…Por qué?
–¿Cómo te lo explico? No huele a gato encerrado.
–¿Oler? ¿Hablas de su perfume?
La señora no se rociaba fragancias en exceso. De hecho, a Jerome también le gustaba que a diferencia del resto de nobles, su señora no se bañase en colonia potente.
–No…– El instinto de Roy raramente le fallaba. Era capaz de calar a una persona a simple vista, motivo por el que el príncipe heredero se había obsesionado con él. – Bueno, da igual. Me voy. Tendré cuidado. Quiero dormir hasta que llegue el señor. ¿Dónde puedo ahuecar el ala?
–…Sígueme.

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