62: La alta sociedad de la Capital (6)

abril 21, 2019


Como de costumbre, la pareja salió a dar un paseo corto por los jardines al terminar la cena. Desde que habían llegado a la Capital raramente podían disfrutar de la compañía del otro de esa manera y Lucia prefería un buen paseo a una montaña de regalos.
–Son todos preciosos. ¿Lo has elegido todo tú?
–Sí. ¿Te han gustado?
–Sí, gracias. – En realidad, Lucia le agradecía mucho más el esfuerzo que las joyas en sí. – Sabes mucho de joyas. Supongo que estás acostumbrado a hacer regalos así.
Lucia deseó cerrar la boca para siempre en cuanto pronunció esas palabras. Se había pasado de la raya. Iba a disculparse por su desliz, pero Hugo se le adelantó.
–Vivian, – suspiró, le cogió por las muñecas y detuvo sus pasos. – ¿puedes olvidar todo lo que pasó antes de nuestro matrimonio?
Lucia creyó que Hugo iba a enfadarse, pero en lugar de eso, Hugo parecía vulnerable, dolorido.
–¿Tanto lo menciono? – Preguntó mirándole atónita. – Me andaré con cuidado.
–No es eso. ¿Te acuerdas de lo que me dijiste cuando te pedí cambiar el contrato?  – Hugo hizo referencia a la cláusula que le exigía comunicarle a su esposa si se hartaba de ella o se buscaba una amante.
–Sí.
–No pienso tener una amante sin que lo sepas, ni voy a dejarte porque me canse de ti o me harte de ti… Así que me gustaría que confiases en mí.
A Lucia se le aceleró el corazón. No comprendía sus intenciones. La cabeza le daba vueltas y, en realidad, no tenía ningún derecho a criticar o mencionar sus acciones antes de su matrimonio. Hugo era alguien que se atenía a las normas, sin embargo, también era alguien capaz de modificar lo que hiciera falta para conseguir su objetivo.
–¿…Por qué? – Musitó.
Necesitaba que su esposo le contestase algo que la hiciera pensar que sólo era un decir, algo sin importancia. No obstante, Hugo se quedó sin palabras. Abrió y cerró la boca repetidas veces y, entonces, se calló.  Ella cerró las manos en un puño. Le había hecho daño. Este hombre que tanta seguridad exhibía ante los demás lo estaba pasando mal por sus palabras. Se sentía culpable y esperaba que el regusto amargo que tenía en la boca no fuera eterno. Quizás significaba algo para él.
–Sé que no me crees. – Hugo terminó rompiendo el silencio después de escoger las palabras con suma cautela. – Y entiendo los motivos. – Había cometido muchísimos errores con ella. Le había prohibido intervenir en sus asuntos personales, se había saltado la boda, no tuvo en cuenta sus sentimientos en su consumación… – Voy a intentar mejorar. Espero que estés dispuesta a mirarme con buenos ojos.
Lucia se lo quedó mirando en silencio. ¿Por qué iba a intentar mejorar por ella? Hugo suspiró y se dio la vuelta revolviéndose el pelo, vacilante.
La joven ignoraba lo que había hecho con sus otras amantes, ignoraba cómo susurraba palabras de amor al oído de esas mujeres. Lo único de lo que había sido testigo era de cómo había rechazado a una de sus mujeres y aquella escena había plantado una semilla de terror en lo más hondo de su ser. Estaba segura que llegaría el día en que ella estaría en la misma situación que Sofia Lawrence.
–…Me da igual lo que pasase antes de nuestro matrimonio.
–¿De veras?
–No tengo derecho a quejarme.
Hugo se sintió desfallecer. ¿Existiría un muro más fuerte que este? Esta mujer no se acercaba a la línea que había trazado para separarles ni un segundo.
–Creo en ti.
–¿…Sí?
–Sé que, si tienes una amante, me lo dirás y no lo esconderás. Eres un hombre de palabra.
Esta mujer era una bruja. Le despeñaba y lo rescataba en cuestión de segundos. Desolado, Hugo no sabía ni por dónde empezar a desenmarañar los hilos que hasta el momento había intentado cortar.
–¿Por qué quieres que confíe en ti?
Hugo se quedó atónito. Nunca se había parado a pensar en el motivo y apenas alcanzó a murmurar una excusa.
–…No se puede vivir bajo el mismo techo que alguien en quien no confías.
El silencio se hizo entre la pareja, incomodando a Hugo que creyó haber cometido otro error. Lucia, por otra parte, sostenía que cada vez la respuesta estaba más cerca y, sin embargo, se sentía al principio de un camino muy largo. La joven anhelaba bañarse en el amor de su marido, aunque lo viese algo imposible. Era un deseo complicado. Era consciente que Hugo le tenía algo de aprecio: la respetaba y la tenía en alta estima además de comportarse como un marido fiel. ¿Acaso Hugo le estaba pidiendo su confianza precisamente porque se había encariñado de ella? Era un soldado, el cabeza de familia y el amo de un territorio. Alguien de su estatus no podía mantener a otra persona ajena en su círculo personal.
–O sea, que… Lo que tratas de decirme es que vas a ser un marido fiel y que tendría que confiar en ello, ¿no? – Hugo intentó encontrar qué parte de su afirmación sonaba tan terriblemente mal, pero no lo consiguió, así que se limitó a asentir con la cabeza. – Vale, eso haré. – Determinó Lucia de manera concreta en contraste con el largo suspense por el que se había visto sumido Hugo. Hugo se la miró como si oliese a gato encerrado, a la espera de que su esposa volviese a pronunciar algo que le apuñalase. – Bueno, depende de cómo te portes. – Una vez más, estuvo a la altura de las expectativas de su esposo.
–…Si estás de broma, no me hace gracia.
–Lo digo en serio.
En realidad, la muchacha había estado bromeando con él, pero verle tan serio la avergonzó y decidió reanudar la marcha.
Hugo, como ausente, empezó a andar perdido en sus pensamientos. No se le ocurría qué podía conseguir que Lucia confiase en él y temía que cualquier rumor que oyese pudiese dificultar todavía más la situación. Decidió, pues, convocar a Fabian para que trabajase unas horas extra.

*         *        *        *        *

Antoine se presentó en la residencia de los duques en compañía de dos ayudantes y muchos trabajadores a los que ordenó preparar los vestidos de muestra, los zapatos y los sombreros en el recibidor.
Lucia bajó a la segunda planta a sabiendas que había llegado la diseñadora e hizo una pausa antes de entrar en la sala al ver que el ambiente era el mismo que el de cualquier boutique.
–Permita que me presente, señora duquesa. Soy Antoine.
Lucia reconoció su nombre, aunque era su primer encuentro. Esa mujer era una de las diseñadoras más famosas entre las nobles y eso la indujo a pensar que sus servicios no iban a ser precisamente baratos.
–Encantada. Ya me habían dicho que vendrías.
–Es un gran honor. – Antoine desvió la mirada para no dejar la impresión de que la estaba observando de hito a hito para captar el aura general de la duquesa.
Era la primera vez que la comerciante estaba tan ansiosa y tan nerviosa antes de conocer a un cliente. Sabía que el duque había arrasado en la joyería y sólo de pensar en que podría pasarle lo mismo se le aceleraba el corazón. Los chismorreos más vivaces últimamente eran los que corrían acerca de la duquesa de Taran. Antoine sabía que por muy interesantes que fueran ninguno concordaría con la realidad. Al menos, de eso estuvo tan segura hasta que el mismísimo duque en persona agotó una joyería entera por su esposa. Y, sin embargo, allí estaba, un tipo completamente inédito en la alta sociedad. La belleza de esa mujer era capaz de estimular su creatividad, era encantadora y una novedad.
–Estos son los esbozos que he ido haciendo durante estos años. – Comentó Antoine sentada en el sofá y sorbiendo el té que le había servido una criada sin apartar la vista de la duquesa. – Mírelos y dígame si alguno de los diseños le llama la atención, por favor.
La expresión de Lucia mientras les echaba un vistazo a las obras de la diseñadora se mantuvo tranquila, no la había impresionado. La joven había visto tantos vestidos lujosos en su sueño que estaba harta de la moda. Le disgustaba que ninguno de esos atuendos estuviera pensado en clave práctica: cualquiera que llevase puesto alguno de esos vestidos acabaría odiándolo en cuestión de horas.
Antoine por fin comprendió las palabras del duque. Su esposa no iba a ser una clienta fácil. Normalmente, las nobles que repasaban su libreta de bocetos parecían no caber en sí de la emoción, no obstante, apenas hubo cambio de expresión en la duquesa y, además, su atuendo era bastante simple.
–¿No le gusta ninguno? Siento haberme presentado con una colección tan inadecuada.
–No, son preciosos. Pero… No soy ninguna experta, así que puedes hacer lo que tú creas.
No existía peor cliente que uno como este. Antoine entró en crisis, pero la idea de un reto la animó.
–¿Le importa si le tomo las medidas?
Antoine correteó alrededor de Lucia delante de un espejo, admiró su cuerpo desde cierta distancia y garabateó un vestido. Pero no, lo que tenía en mente no iba con su clienta actual. Un vestido glamuroso creado para ensalzar el pecho y mostrar el cuerpo de una manera sensual haría quedar de vulgar a una muchacha como esta. La duquesa poseía una cintura estrecha y una figura delgada, por lo que era mejor enfatizar la piel blanca y su encantadora presencia con un vestido más tradicional.
Antoine gesticuló e indicó a sus trabajadores y ayudantes cómo moverse y qué hacer para crear la ilusión de tener un vestido hecho.
–¿Qué le parece? – Preguntó triunfante.
Lucia abrió los ojos como platos. Era magia. Con un punto por aquí y una tela por allá el vestido que solía llevar a todas horas se había transformado en algo completamente nuevo que realzaba su belleza.
–Sois muy atractiva, mi señora. No entiendo por qué escondéis vuestro encanto.
Lucia se tocó el rostro, admirada.

You Might Also Like

0 comentarios

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images