63: La alta sociedad de la Capital (7)

abril 21, 2019


Cuando Hugo regresó a casa bien entrada la noche, Lucia le recibió con cara amarga y sin querer dirigirle la mirada. Él le sujetó el mentón y la obligó a mirarle a los ojos.
–¿Qué pasa? – Hugo ignoró la presencia de los criados. – ¡Jerome! – Llamó preocupado.
Jerome que se había encargado de echar a los demás sirvientes de la sala se le acercó a paso ligero.
–Mi señora lleva molesta desde que ha venido la diseñadora.
–¿Te ha tratado mal? – Lucia negó con la cabeza. – ¿Entonces? Dímelo. ¿Qué te ha sentado mal?
–…Creo que he cometido un error terrible.
–¿Un error?
–¿Crees que todavía podemos pedir que nos devuelvan el dinero? Puede que no lo haya terminado.
Hugo, que estaba dispuesto a llegar a la raíz del asunto y cortarlo de pleno, se tranquilizó. La diseñadora le había pedido que lo dejase en sus manos y, al parecer, había cumplido con sus expectativas.
–¿Dónde vas? – Lucia se aferró al brazo de su esposo cuando éste le soltó la barbilla y empezó a andar. – ¡De verdad que me he portado fatal! ¡He comprado diecinueve vestidos más!
Por supuesto, a los vestidos había sumarles los sombreros, zapatos y accesorios. Pero, ¿por qué diecinueve y no ciento noventa? ¿Por qué no veinte para redondear? Antoine no había llegado a donde le hubiese gustado a Hugo.
–Llevo todo el día trabajando y estoy sudado, quiero bañarme. Cuéntamelo luego.
–¡Cuando te enteres del precio se te pasarán las ganas de todo!
–Si no se me pasan, ¿qué me das a cambio?
–¿…darte?
–Una apuesta necesita un premio.
–¡No estoy apostando!
–Piensa en lo que me vas a dar. Tienes hasta que salga del baño.
Frustrada, Lucia dio un pisotón furioso en el suelo viendo lo tranquilo que su marido subía las escaleras. Fue abochornante comportarse así delante del servicio, pero la cifra de la cuenta de Antoine continuaba dando vueltas por la cabeza.
–¿Preparo el baño?
–¿Para qué…?
–Todavía no se ha bañado y el señor se la ha adelantado.
Lucia se ruborizó y bajó la vista al suelo. Sabía que un mayordomo tan educado como Jerome no osaría mencionarle aquello con segundas intenciones, pero no era un buen momento.
–…Lo dejo en tus manos. – Aceptó de mala gana.
–Gracias, mi señora. – Respondió el criado con una sonrisa de oreja a oreja.

*         *        *        *        *

Lucia había bajado la guardia por estar en la comodidad de su casa. En la tienda había estado más alerta y no se hubiese permitido tanta soltura. Se creía acostumbrada a los agasajos de las nobles de Roam, pero ahora que conocía el precio de los halagos de aquella diseñadora pensaba que había fracasado. La elocuencia de las comerciantes era capaz de capturarte el alma.
Hechizada por la promesa de Antoine de que la haría brillar cuando apareciese en sociedad, la joven había firmado un contrato con la diseñadora y ahora que sabía lo que costaba se arrepentía. ¿Por qué los zapatos eran tan caros? Encima sólo había comprado vestidos de verano, dentro de poco tendría que guardarlos. Jerome la había disuadido de presentarse de inmediato en la tienda de Antoine para romper el contrato en lugar de hablarlo con su señor.
Hugo se sentó en el sofá con el sobre que había encontrado en la mesita del dormitorio para leer el contrato después de pegarse un buen baño. La cantidad no alcanzaba ni una quinta parte de lo que le había prometido a Antoine.  En realidad, la diseñadora había decidido dar un paso atrás porque esa clienta no le permitiría tratarla de otra manera.
Hugo sabía que Lucia no era codiciosa. Los trabajadores que habían ayudado a construir el jardín de Roam habían recibido una paga generosa, sin embargo, al duque le disgustaba que su frugalidad y modestia sólo las aplicase con ella misma. Le preocupaba que decidiera presentarse delante de la alta sociedad de la Capital con un atuendo sencillo impropio de su estatus que la convirtiera en el hazmerreír. Le preocupaba tanto que decidió escribir dos contratos: uno que sólo le mostraría a Lucia para apaciguar su modestia y otro con la cantidad real de los vestidos.

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