64: La alta sociedad de la Capital (8)

abril 21, 2019


–¡Cielo santo! – Exclamó la criada que estaba ayudando a Lucia con su baño.
Lucia abrió los ojos y se encontró a todas las sirvientas de rodillas y a su marido de pie, en el marco de la puerta de brazos cruzados. Todas las criadas desaparecieron en cuestión de segundos mientras que Lucia se miraba a su marido vestido con una bata boquiabierta.
–¿…Qué pasa? – Preguntó abrazándose las rodillas.
–Estás tardando mucho.
–Ya casi estoy. Ahora salgo.
Hugo se la acercó y se sentó en el borde de la bañera.
–¿Por qué? Nos podemos bañar juntos.
–Es la primera vez que haces esto. – Se quejó ella, sonrojada.
–¿El qué?
–Entrar mientras me baño.
–¿Sí? ¿Y qué?
–Me da vergüenza que lo vean las criadas.
Lucia sabía lo mucho que chismorreaban las criadas sobre sus señores a sus espaldas.
–¿Qué te da tanta vergüenza?
–Me gustaría que fueras más consciente de que hay gente alrededor.
Hugo no entendía por qué le importaba tanto lo que pensaran los criados. La joven lidiaba con el servicio con amabilidad y dulzura y eso preocupaba a Hugo. La Capital era como una jungla: las buenas personas salían escaldadas. Era la ley del más fuerte. No podía tener los ojos puestos en ella todo el rato para vigilar que no le pasase nada y su deseo de resguardarla como hasta ahora crecía por momentos. ¿Buscaría consuelo en sus brazos si le hicieran daño? No es que quisiera que su esposa pasase un mal rato, pero a veces anhelaba que se apoyase más en él.
Hugo le besó la palma de la mano, los dedos, la muñeca y el brazo. Le sujetó el cuello por detrás y la besó apasionadamente hasta que escuchó un jadeo.
–Te he dicho que ya estoy. – Se quejó ella, desconcertada. – Será mejor que lo hagamos en otro sitio…
–¿Me vas a dar mi premio?
Lucia se puso nerviosa ante la mención de un premio.
–¿Lo has… visto?
–Sí, y ya te lo había dicho: tienes un marido rico.
–Bueno, eso no significa que una fortuna deje de serlo.
–Dejando de lado tonterías. ¿Qué me vas a dar de premio?
–¡Qué premio ni qué premias! – Protestó ella.
Pero, en realidad, que Hugo sólo se centrase en conseguir su premio disminuyó la importancia del dinero que había gastado en un capricho para ella.
–¿Qué quieres?
Hugo no respondió. Se limitó a admirar su cuerpo desnudo dejando entrever su deseo en sus ojos escarlatas.
–¡Qué haces! – Chilló Lucia.
Él ladeó la cabeza fingiendo inocencia y le besó los labios.
–Nos vamos a tener que bañar otra vez, así ahorramos.
Lucia puso mala cara. Sus muslos y su cuerpo reaccionaron al deseo de su esposo como si la hubiera entrenado. Le miró divirtiéndose por ponerla en un aprieto así que, insatisfecha con la situación, Lucia se cogió a los bordes de la bañera para ayudarse a levantar el cuerpo, se acercó al rostro de Hugo y le besó lentamente. Entonces, se apartó para disfrutar de la expresión confusa de su marido.
Le había incitado ella, ahora tendría que apoquinar con las consecuencias.

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