65: La alta sociedad de la Capital (9)

abril 21, 2019


Después del baño se enzarzaron en sexo salvaje hasta que Lucia se agotó. A pesar de la cantidad de veces que había retozado con él, su cuerpo no conseguía acostumbrarse del todo. Hugo se la había colocado encima para disfrutar de su calor. Le acarició el trasero tan suave como el algodón sin que su esposa opusiera resistencia.
–La coronación será dentro de un mes.
–Es… más tarde de lo que me esperaba. ¿Tanto suele tardar?
Lucia no recordaba del todo cuánto había tardado a llevarse a cabo la coronación en su sueño, el mundo exterior había cambiado radicalmente, pero los muros del palacio donde residía no se habían visto alterados en lo más mínimo.
–Hay que seguir unas costumbres estúpidas.
Lo virtuoso para el nuevo rey era esperar a que los nobles pasaran por una ceremonia en la que rogaban la coronación del nuevo monarca. El heredero debía rechazar la petición tres veces y sólo la cuarta vez estaba bien visto aceptar los deseos de sus súbditos.
–Si es dentro de un mes ya se habrá acabado el verano, así que el vestido que he comprado…
–Ya habrá ocasiones para que te lo pongas. Pronto te empezarán a llover invitaciones para fiestas. – Dijo claramente soñoliento.
Lucia intentó luchar contra el sueño.
–¿Invitaciones? ¿Las fiestas no están prohibidas?
–Oficialmente, sí. Pero las que no son formales no pasa nada. Cada día hay fiestas de té.
–Fiestas de té…
–No hace falta que atiendas a ninguna actividad social hasta la coronación si no quieres.
–¿…De veras?
–Claro.
–¿No se correrá el rumor de que tengo alguna enfermedad mortal si no voy? – Hugo soltó una risotada. – No creo que sea bueno para ti.
–No hay nada en el mundo que me preocupe. – “Excepto tú”, añadió para sus adentros.
Lucia reflexionó. No podía seguir escondiéndose del mundo y tampoco le asustaban las miradas inquisitivas y la atención de los demás. Su sueño y su experiencia en el norte la habían ayudando a crecer. No era ninguna jovencita asustada a las puertas de su debut social.
–Será mejor que vaya a una fiesta de té la primera vez para ver cómo van las cosas.
¿Cuán diferentes serían las fiestas del té allí en la Capital? En sus sueños sólo había asistidos a bailes por insistencia del Conde Matin, por lo que jamás había tenido la oportunidad de ir a muchas más de las necesarias para que siguieran invitándola. Por eso mismo había podido sobrellevar los nervios de las fiestas en el Norte.
–Pero, el vestido…
–Deja el tema. Si lo devuelves, los rumores van a volar. Dirán cosas como que me voy a arruinar o algo así.
Lucia se rió a carcajadas.
–La diseñadora me ha dicho que fuiste a su tienda en persona a hablar con ella. – Este había sido el principal motivo por el que había bajado la guardia con Antoine. Saber que Hugo había ido hasta una tienda que no iba para nada con su personalidad la había emocionado. – ¿Por qué?
–¿Necesito un motivo?
–Si no me lo dices, pensaré yo en uno.
–¿…Cuál?
–Pues que lo has hecho porque te daba miedo que deshonrase el nombre de la familia con mi apariencia.
–No, eso me da igual. – Hugo se percató de lo poco ventajoso que era que su esposa pensase lo que a ella le diera la gana.
–¿Pues, entonces?
–¿De verdad tiene que haber un motivo? Te lo quería comprar. ¿No puedo?
–Sí, claro. – Contestó ella risueña.
–A veces, – Hugo suspiró. – me da la sensación de que nos vendría bien un intérprete cuando hablamos. ¿Por qué será?
–No sé. Yo no lo creo, ¿por qué será? – Lucia soltó una risita y él puso mala cara. – No lo hagas demasiado a menudo.
–¿Qué?
Lucia no respondió, no le dijo que no quería malinterpretar la situación y pensar que la quería más de lo que ella creía. Hugo pensó que se había quedado dormida y no dijo nada más.

*         *        *        *        *

Al cabo de unos días empezaron a llegar invitaciones tal y como había predicho Hugo. Lucia todavía no había debutado en sociedad, así que como ninguna de esas reuniones era oficial, ninguna contaría como hacerlo. Su debut sería la coronación, pero asistir a alguna fiesta la ayudaría a establecerse. La joven repaso cada una de las invitaciones con cautela para escoger una descartando las que contaban con demasiados invitados. Hizo uso de su buena memoria y eligió sólo a las personas que conocía de nombre hasta que, al final con la ayuda de Jerome, se decantó por la Condesa Jordan. A la Condesa se la conocía por organizar encuentros selectos e íntimos, por lo que en su sueño ella no había podido acudir a ninguna de sus fiestas.
–Prefiere hablar con su gente cercana y las nobles con las que se codea también prefieren actividades tranquilas. – La informó su fiel mayordomo. – Creo que mi señora estará a gusto.
Quedaba una semana para la fiesta y Lucia respondió con una carta a la Condesa haciéndola saber de su decisión.

*         *        *        *        *

Kwiz no cabía en sí de la emoción por la coronación. Trabajaba de la noche al alba y se imaginaba como soberano del reino. Reunía a sus súbditos fieles y consideraba las opiniones de los ministros además de organizar banquetes para estrechar lazos con los nobles. Y entre todas las personas con las que se relacionaba, Hugo era la figura a la que no pensaba soltar ni pública ni privadamente.
–Me he enterado de que la duquesa ya está en la Capital. – Kwiz solía comer con Hugo cuando estaba libre. – ¿Cuándo ha llegado?
–Hace unos días.
–Oh. ¿Y por qué me he tenido que enterar por otra persona? ¿No nos vemos lo suficiente?
–¿Tengo que informar a Su Majestad de lo que haga con mi esposa?
Aunque todavía estaba rechazando el ascender al trono tal y como marcaba la tradición, a Kwiz ya le trataban como a un rey.
–Además de tu esposa, es mi hermana. Podría venir algún día. Lo suyo es que la conozca.
–Es mi esposa antes que tu hermana, se la debe tratar como a la duquesa que es. –Hugo le rechazó con suma sutileza.
Kwiz era un político terriblemente experto. Un maestro en fingir sinceridad, mentir y esconder verdades. Bajo ningún concepto iba a permitir que su inocente esposa entrase en contacto con semejante hombre. No confiaba en él del todo y había dejado claro que su lealtad duraría hasta que el otro le traicionase.
Kwiz conocía lo suficiente a Hugo y entendía la naturaleza de su relación: era una alianza, no un yugo o una subordinación. Y precisamente porque las defensas de su muy estimado duque no flaqueaban jamás, se le había ocurrido ganarse a la duquesa. Hugo adivinó sus intenciones y a sabiendas de lo sola que se sentía su esposa en el tema familiar – cada vez que mencionaba a su madre se le cristalizaban los ojos y hacía poco que había perdido a su padre – creía que Kwiz podría hacerla vacilar de utilizar el afecto como arma. Una relación así estaba destinada a la explotación, como el difunto duque había hecho con él. Los poderosos no mantenían relaciones sinceras, esa era la fría realidad.
–Qué malo eres. ¿Qué vas a haer esta tarde? Me gustaría comentarte un par de cosas.
–Si no corre prisa, prefiero hacerlo a la próxima. Ya te he dicho varias veces que hoy me voy pronto.
En casa le esperaba una montaña de trabajo del Norte que no podría seguir ignorando mucho tiempo.
–¿Oh, sí? – Kwiz apretó los labios con fingida inocencia. – ¿Y si nos vamos de compa mañana?
–Mañana pasado puedo.
–Mañana pasado, ¿eh? Me sirve. ¿Mi queridísimo duque tiene unos días de la semana específicamente reservados para beber?
En efecto, Hugo contaba los días que la doctora le había pedido que dejase descansar a Lucia y organizaba sus horarios a partir de ellos.

Hugo se encontró con Beth, la reina, que iba acompañada de David cuando se marchaba. Hugo intercambió un saludo breve con la intención de continuar con su camino, pero la reina le habló:
–Cuánto tiempo, señor duque. ¿Ha ido a ver a Su Majestad?
–Sí. Cuánto tiempo, Su Alteza.
–Se habla mucho de la duquesa, más que de la Coronación incluso.
–Son habladurías sin importancia.
–No todos los rumores carecen de importancia. Me encantaría conocerla antes de que empiece a salir en sociedad. Organizaré una comida y le enviaré una invitación antes de que acabe el día, espero que tu señora no la rechace.
Una invitación de parte del rey podía rechazarse sin mucho problema, después de todo, era su hermana. Sin embargo, si era la reina quien invitaba a su mujer era otro cantar: la reina le pedía que asistiese como duquesa, no como individua.
–Creo que mi esposa estará encantada de unirse a vos, señora. – Contestó Hugo antes de retirarse sin mucha demora.
Cuando se nombró príncipe heredero a Kwiz, muchos nobles y hombres de poder se acercaron a Beth con la esperanza de estrechar lazos con el futuro monarca del país sin preocuparse por el recato. El duque de Taran, en cambio, no se dirigió a ella en privado ni una sola vez, de hecho, sólo hablaba con su marido. Sí, el duque era un hombre muy seguro de sí mismo y muy arrogante. La joven reina no sabía nada de batallas políticas y tampoco conseguía comprender cómo a su marido no le molestaban los aires de superioridad de aquel hombre. No obstante, cuando le preguntó a Kwiz, éste dejó bien claro que nada bueno conseguirían de provocarle.
Beth había nacido en una familia de duques con buenos antecedentes, tenía tres hijos, el trono asegurado y, aunque su marido no era demasiado noble o puro, le respetaba.  Su única preocupación ahora mismo era su hermano pequeño, David.
–¿Por qué eres tan educado con el duque de Taran? – Le criticó.
–Es que…
–Está al mismo nivel que tu padre, ¿por qué eres tan prudente con él? – Le regañó.
David mostró su malestar en la cara y Beth suspiró.
–He intentado llevarme bien con él, pero es un imbécil.
–Llamar imbécil al duque es desorbitado. El duque puede ser tan grosero contigo como le plazca.
–¡Hermana!
–No me obligues a repetirme. Cuida la lengua. Ya no eres un niño. – Dicho esto, Beth se dio la vuelta como si nada.
David cerró los puños. Allá donde iba sólo oía halagos para el duque. Él era el consejero más joven del rey y el hermano de la reina, su sobrino sería rey algún día. Lo suyo era que Kwiz confiase en él más que en nadie y, sin embargo, depositaba toda su fe en el duque de Taran. ¿Qué le faltaba? David hervía de rabia.

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