66: La alta sociedad de la Capital (10)

abril 21, 2019


Hugo estaba de buen humor porque aquella noche iban a cenar y podrían dar un paseo juntos. Desde que se habían asentado en la Capital raramente había tiempo para disfrutar de la compañía del otro de esta manera. Todavía le esperaba trabajo del Norte en casa, pero seguía yéndose a casa y con eso ya se contentaba. Y su humor hubiese seguido siendo tan bueno si no se hubiese encontrado con cierta persona. Sofia se le quedó mirando con los ojos desorbitados. Era una molestia, no quería que volvieran a interrumpirle su vuelta a casa.
–Cuánto tiempo, mi señor. ¿Cómo ha estado? – Hugo detuvo sus pasos, no quería ignorarla en público. – Felicidades por su matrimonio.
–Lo mismo digo. He oído que ahora eres una Condesa.
Sofia se había casado con el conde Alvin, un mercader rico bastante importante en el campo económico.
–…Sí, gracias… por felicitarme. He venido a ver a Su Alteza, la reina.
Hugo no prestó atención a lo que fuera que le estuviera contando, lo único que le interesaba era volver a casa.
Sofia estaba tan hermosa como siempre, costaba apartar la vista de ella. Sus muchos admiradores no habían disminuido ni casándose, pero su belleza no atraía a Hugo. Todo lo que le bailaba por la cabeza era su esposa y cuánto más hablaba con esa mujer, más echaba de menos a Lucia.
Sofia siempre había pensado que tal vez existía la posibilidad de que si volvían a encontrarse los recuerdos de su aventura conmoverían a Hugo, pero su mirada gélida la dejó patidifusa. Su actitud era clara, sin rastro de vacilo y se percató que ella era la única incapaz de olvidarle y sufriendo tantas noches en vela.
–Bueno, me voy.
Sofia, desesperada de que esta interacción fuese a significar el final de verdad, le cogió el brazo para detenerle.
Hugo no se molestó en ocultar su disgustó y ella le soltó.
–¿Sois… feliz?
Hugo frunció el ceño, pero no contestó. ¿Tan molesta era su pregunta?, pensó Sofia con las mejillas ardiendo. Se secó las lágrimas con un pañuelo y, cuando volvió a alzar la vista, Hugo ya se alejaba sin dedicarle una sola palabra de consuelo. Tan cruel como siempre. ¿Por qué no la había elegido a ella? Después de enterarse de las noticias de la boda del duque, Sofia aceptó la propuesta del conde Alvin en medio del caos y la desesperación. Quería olvidarlo todo y el matrimonio se le antojo una buena vía de escape. Ahora vivía sus días colmada de lujos, pero con el corazón vacío.

*         *        *        *        *

–¡Una visita a palacio! ¡Déjeme ayudarla! – Exclamó Antoine cuando se enteró de las noticias mientras daba los últimos toques a uno de los vestidos.
–No hace falta.
El duque la había visitado para proponerle un contrato doble: el beneficio iba a ser enorme. Cada vez que Lucia necesitaba algo echaba a todos los que no tenían reserva. Su objetivo era convertirse en la diseñadora exclusiva del duque.
–¡Su primera visita a palacio sólo ocurre una vez en la vida! ¡Es especial!
La pasión de Antoine la desarmó por completo y cedió. No sería su primera visita, Lucia había vivido en palacio durante años. No obstante, Antoine se presentó en su mansión bien temprano y bien cargada.
–Creo que algo elegante es lo mejor para ir a conocer a la reina. Como usted es muy joven puedo jugar con eso y vestirla con algo que dejé una impresión fresca, no como la de una mujer casada.
La diseñadora dejó volar su imaginación y se decantó por un vestido violeta decorado con perlas diminutas en la cintura que enfatizaban la cintura de Lucia. Las mangas eran transparentes y el cuello no era especialmente revelador. Para que se le viera bien el cuello, le ató el cabello en un moño y le dio el toque final con una horquilla de diamantes y el maquillaje.

*         *        *        *        *

El carruaje paró ante las puertas de palacio. Allí, otro carruaje imperial la recogió y la acompañó hasta dentro de los muros.
–Bienvenida, duquesa.
–Gracias por invitarme, Su Alteza.
Aquella cariñosa bienvenida la sorprendió. En su sueño nunca había conseguido entablar conversación con Beth y dudaba haber captado su atención en ningún momento. Estar allí al mismo nivel que la reina era impensable.
Beth no se había creído ninguno de los rumores sobre la incomparable belleza que se había casado con el duque después de ver el rostro del difunto rey. No obstante, Katherine era la más hermosa del reino y su madre también había sido la mujer que había gozado del favor del difunto rey durante más tiempo. Por desgracia, la mayoría de descendientes del antiguo monarca habían salido a él. La duquesa que se presentó ante ella no poseía el tipo de belleza al que estaba acostumbrada. Sus ojos la atraían y era encantadora. No era especialmente baja y de figura esvelta. No era la belleza del siglo, pero tampoco descartaba el rumor del todo.
Las dos mujeres se sentaron una delante de la otra en el sofá mientras esperaban a que les sirvieran la comida.
–Me alegra tenerte aquí. Tenía ganas de conocerte.
–Es un honor. – Lucia se ruborizó levemente al pensar que Beth debía estar al corriente del absurdo rumor que corría sobre ella.
–Estás muy tranquila. A tu edad yo me pasaba el rato temblando sin saber qué decir. – Comentó Beth sorprendida por la corta edad de la duquesa.
–Me halaga.
–Y tampoco hablas mucho, como tu marido. El duque de Taran es un hombre de pocas palabras.
–Lo siento, no se me da bien hablar.
–No me molesta. Estar con alguien así después de pasarme tanto rato con gente tan habladora es relajante.
Lucia era la única invitada a la comida de la reina y el ambiente era agradable, la comida rica y la conversación llevadera.
–Dicen que el duque te compró muchísimas joyas hace poco.
La tienda que el duque había asaltado con su dinero utilizó lo ocurrido como anuncio. El impacto fue tal que las ventas crecieron como la espuma.
–Es una exageración, mi señora. – Contestó Lucia, sonrojada.
–Bueno, un rumor sin fundamento, no llega muy lejos. ¿Cuándo me vas a invitar a tu mansión? Me gustaría ver las joyas.
–Me abruma, señora.
¡Qué novedoso! La mayoría de gente con la que Beth se codeaba sólo susurraban cumplidos a sus oídos y palabras de miel que creían que le gustaría escuchar. La pureza de esta duquesa le encantó y se interesó por su vida privada. ¿Una mujer así era capaz de mantener conversaciones con ese duque? Delante de su marido, seguramente, sólo temblaba, ¿no? ¿Su relación era buena? ¿Cómo podía el duque, con semejante historial, contentarse con sólo su esposa?
–¿Te importaría venir a verme de vez en cuando? Estar aquí encerrada a veces es insoportable.
–Cuando usted me dé la gracia de invitarme, mi señora.
Beth pensó en Katherine que era como una rosa y se regodeaba de lujos y gastos innecesarios. No era una niña maliciosa, pero no era considerada y hablaba sin pensar en los demás. En comparación, la duquesa era dulce y modesta y hablaba con suma prudencia.
–¿Qué te parece si nos tomamos un té en el palacio Rosa? – Sugirió Beth. – Todas las rosas han florecido. Sé que solías vivir allí, debes conocer lo bonito que es todo aquello.
–No las vi florecer cuando estuve. Me encantaría aceptar su propuesta y verlo por primera vez, Su Alteza.
–¿Sí? Me alegro.

*         *        *        *        *

Como siempre, el rey y el duque se hallaban en plena conversación después de comer cuando el secretario entró en la sala.
–Su Alteza, pido permiso para informar al duque sobre algo que me ha preguntado.
Kwiz había visto a Hugo hablar con el secretario antes de comer.
–Adelante.
–Gracias. La duquesa ha ido al palacio Rosa después de comer con Su Majestad, la reina.
–Ah, sí. Ya me habían dicho que vendría. ¿Querías saber si había venido? Qué raro.
Hugo dejó la taza de té en la mesa y se levantó de su asiento.
–Ahora vuelvo.
–¿Dónde vas?
–A ver a mi mujer aprovechando que estamos en el mismo sitio.
¿Desde cuándo un palacio podía describirse con algo tan inverosímil como “sitio”? Kwiz reflexionó sobre ello.
–Quiero una explicación. ¿Tienes que decirle algo urgente? Puedes hacer que se lo diga el secretario.
–No, pero si tuviera que hacerlo, ¿por qué iba a enviar al secretario? Las cosas se hablan a la cara.
El duque estaba hablando en el mismo idioma, pero Kwiz no lo acababa de entender. Comprendía el concepto que trataba de transmitir, pero no sus intenciones.
Hugo no quería perder ni un minuto más, tenía una reunión a la que asistir y sólo podría verla un momento.
–Llegaré a tiempo a la reunión. – Dicho esto, salió a toda prisa de la habitación sin que nada se interpusiera en su camino.
Kwiz pensó en silencio unos instantes antes de preguntarle a su ayudante:
–¿Qué te parece? ¿Qué opinas de esto?
–…Pues que… el duque echa de menos a la duquesa y ha ido a verla.
–Ya, eso pensaba. – Kwiz sabía la situación, pero no la entendía.
¿Por qué echaría de menos a alguien que ve cada día? Llevaban casados más de un año, la pasión debería haberse esfumado ya. Tal vez había gato encerrado.

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